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Kieran Allen

Los disturbios sectarios más graves desde hace años han estallado en Irlanda del Norte y los principales medios de comunicación están culpando a “ambos lados”. Si bien esto puede tener la apariencia de justicia y equilibrio, pasa por alto las causas más profundas.

Según los portavoces de los lealistas —protestantes de derechas, partidarios de la unión con el Reino Unido— los disturbios comenzaron debido a que el PSNI (Servicio de Policía de Irlanda del Norte), no castigó a los líderes del Sinn Féin por asistir al funeral de Bobby Storey, violando las reglas de la Covid-19. Esto, afirman, refleja el “doble rasero” del PSNI: los lealistas se enfrentan a la represión mientras que los republicanos son tratados con guantes de seda.

Lo absurdo de todo esto se puede demostrar fácilmente.

El 7 de marzo, centenares de personas se reunieron en Shankill, zona del oeste de Belfast de mayoría lealista, para celebrar la victoria de los Rangers en la Liga Escocesa. Nadie fue multado. En junio de 2020, cientos de personas se unieron a una movilización de derechas, contra una supuesta amenaza del movimiento Black Lives Matter, para “proteger nuestras estatuas” en el Cenotaph de Belfast. No se emitió un solo procesamiento. La semana anterior, sin embargo, se habían emitido 70 multas a quienes asistieron a una protesta socialmente distanciada del Black Lives Matter.

De manera similar, en febrero, el PSNI disolvió una misa a la que asistieron 30 personas, en memoria de las víctimas del asesinato lealista en las casas de apuestas de Sean Graham en 1992, alegando que violaban las reglas de la Covid-19.

Derechistas

Los lealistas dicen que están enojados por el Protocolo irlandés, acordado entre Gran Bretaña y la UE como parte de las negociaciones del Brexit, que implica controles de productos como carne, leche, pescado y huevos que ingresan a Irlanda del Norte desde Gran Bretaña, pero esto se debe directamente a los vínculos del DUP (Partido Unionista Democrático, ultras lealistas) con los tories, el partido conservador británico.

El DUP se alineó con los elementos más derechistas de los tories para conseguir un Brexit duro y los mantuvo en el gobierno. Pensaron erróneamente que el Brexit crearía una barrera más contra la unidad de Irlanda. El vínculo con los conservadores también reflejaba su disposición natural. El DUP es un partido repugnante, homofóbico y racista que pensó que había llegado su día cuando Trump y Boris Johnson dominaban.

En noviembre de 2018, Boris Johnson asistió a la conferencia del DUP y recibió una recepción colosal. Él les dijo:

“Estaríamos dañando el tejido de la Unión si hubiera controles regulatorios o incluso controles aduaneros entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte… Debo decirles que ningún gobierno conservador británico podría o debería firmar un acuerdo de este tipo”.

Sin embargo, esto es precisamente lo que hizo Johnson. Al tratar de elegir entre velar por los intereses más generales del capitalismo británico o la lealtad de los protestantes del Ulster, no hubo dudas. E, irónicamente, la persona encargada de implementar los controles reglamentarios no era otro que el ministro del DUP, Edwin Poots. Resopló y resopló, pero luego declaró que si los controles se hicieran con “un toque ligero”, “eso no sería particularmente perjudicial para la economía”.

Desilusión

El resultado ha sido una enorme desilusión entre la población unionista o lealista. Una encuesta de opinión en febrero reveló que la intención de voto hacia el DUP se redujo a solo el 18%, mientras que hacia la Voz Unionista Tradicional, más extremista, había aumentado al 10%.

El DUP respondió de la única forma que conocía: avivando el sentimiento sectario para consolidar su base electoral. Se reunieron con el Consejo de Comunidades Lealistas, un grupo paraguas de paramilitares, para animarlos a montar una campaña contra el Protocolo irlandés. Pronto comenzaron los grafitis y las marchas de hombres enmascarados. El DUP les dio cobertura al afirmar que las protestas “no serían violentas”.

Este, sin embargo, es un juego tradicional jugado por los líderes del DUP desde la época de su fundador Ian Paisley. El partido da el pistoletazo de salida a acciones que saben que se intensificarán, pero luego se apresuran a regresar a sus respetables posiciones de clase media, “apelando a la calma” mientras esperan beneficiarse de las concesiones obtenidas.

El unionismo irlandés tiene una relación peculiar con Gran Bretaña. Su componente de clase trabajadora sabe que los conservadores lo tratan con desprecio, pero a veces piensa que si grita “traición” lo suficientemente fuerte, puede despertar su conciencia imperial. Sin embargo, la traición que se desplegó con el Protocolo irlandés fue diferente. Ahora hay una evidencia fehaciente de que el Norte no se considera una parte integral del Reino Unido. Nadie puede imaginarse ahora que la provincia es tan “británica como Finchley”, una afirmación que alguna vez se atribuyó a Margaret Thatcher. De ahí que detrás de los disturbios haya una ansiedad más profunda sobre el destino de la Unión.

Muchos están sorprendidos por estos acontecimientos tras los 23 años de relativa paz que siguieron al Acuerdo de Belfast, en el proceso de paz. Sin embargo, ese acuerdo solo gestiona las divisiones sectarias y las incorpora en las estructuras de gobierno. No redujo el sectarismo, sino que premió el hecho de votar a los representantes comunales más duros para obtener ventajas para “nuestro lado”. Incluso antes de los disturbios había casi 100 muros de “paz” que separaban las áreas de la clase trabajadora protestante y católica en Belfast.

Paraíso neoliberal

El Acuerdo de Belfast también fue diseñado para crear para las empresas multinacionales un paraíso neoliberal y de bajos salarios. Detrás de todas las disputas públicas entre el DUP y el Sinn Féin, hubo un acuerdo tácito sobre esta estrategia económica. No ha habido ningún “dividendo de paz” para las comunidades de la clase trabajadora.

El salario medio de protestantes y católicos es ahora exactamente igual: las y los trabajadores de ambas denominaciones ganaban un promedio de £10,58 la hora en 2017. Sin embargo, aunque existe una igualdad entre católicos y protestantes dentro de Irlanda del Norte, es más un caso de igualdad en la pobreza.

Los salarios en Irlanda del Norte son menores que los de Gran Bretaña en su conjunto y son significativamente peores en el sector privado, lo que genera altos niveles de pobreza para ambos sectores de trabajadores. Una auditoría reciente de la desigualdad educativa muestra que 100.000 jóvenes, o uno de cada tres, tienen derecho a comidas escolares gratuitas. Aquellos que reciben estas comidas —es decir, el alumnado más pobre— tienen una brecha de rendimiento del 17% al terminar la educación secundaria obligatoria, en comparación con los estudiantes que no las reciben. Dentro de esas cifras, los jóvenes estudiantes protestantes varones obtienen los peores resultados.

Entonces, sí, hay motivos para gritar “traición”. La historia del estado del Norte anima a los trabajadores protestantes a centrarse en el “otro lado” como la causa de su miseria. Pero han sido “traicionados” por aquellos que gritan más fuerte a favor de “la Unión”: los conservadores y el DUP.

Hablan de una “identidad británica”, basada en desfiles sectarios, la celebración de aventuras imperiales y la reina como defensora del protestantismo, pero no es una identidad reconocida por muchas personas británicas reales. Es una mitología diseñada para fomentar las divisiones, de modo que la política de derechas sofoque los intereses de la clase trabajadora. Es hora de mirar de otra manera: hacia una Irlanda unida alternativa radical que desafíe a ambos Estados que surgieron de la partición.


Este artículo apareció en la web de Socialist Workers Network, organización hermana de Marx21 en Irlanda.

Kieran Allen es profesor principal en Sociología en la University College Dublin y militante del Socialist Workers Network. Entre sus libros publicados destacan: 1916: Ireland’s Revolutionary Tradition (2016) and The Politics of James Connolly (2016).