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Jesús Melillero

Como persona amante del deporte y de la vida saludable, hace tiempo que soy más consciente de como el capitalismo —¡oh sorpresa!— se apodera también de este aspecto de la vida humana.

Porque el deporte —entendiéndolo como movimiento, vida activa— forma parte tanto de la naturaleza humana como lo es la alimentación, la vivienda o el vestido para cubrirnos la piel; sectores de los cuales también la clase dirigente obtiene valor.

La expansión de las redes sociales no hace nada más que dar visibilidad a las ideas dominantes de la competitividad, del egoísmo que también sirven como leitmotiv al sistema. El cuerpo pasa a ser un bien de mercado y se habla de hombres y mujeres de valor, que quieren hacernos creer que un cuerpo fitness —aunque en muchos casos, sobre todo en los hombres depende del uso de anabolizantes exógenos que se introducen en el propio cuerpo— es el reflejo de una persona exitosa, sobre todo en el ámbito económico. Porque una persona con sobrepeso, obesidad o lo que llaman ellos “flaco” —no inflado— es una persona que no quiere progresar, que es una fracasada cuyo cuerpo es reflejo de ser una persona perezosa, no dispuesta a luchar y progresar en la vida.

Debido a ello, el movimiento body positive tiene tanta importancia. Porque, como bien afirman, todos los cuerpos son dignos y las personas tenemos que querernos a nosotras mismas. Se acusa por parte de muchos cuñados fitness a este movimiento de promover hábitos no saludables, como si ellos fueran médicos o personal sanitario. Y lo hacen en muchos casos con una fuerte misoginia —son muchas mujeres las que lideran este movimiento— o clasismo hacia los de abajo, llamando panzones y mileuristas a la gente de clase trabajadora.

Porque nuestro cuerpo, desde un punto de vista científico y materialista, depende de las condiciones materiales en las cuáles nos desarrollamos a lo largo de nuestra vida.

La gente de clase trabajadora muchas veces no tenemos tiempo para cocinar platos saludables y caseros, ante lo cual el mercado ha reaccionado ofreciendo multitud de comidas precocinadas ricas en azúcares malsanos y grasas saturadas. En muchos barrios populares faltan pabellones y pistas para practicar deporte, mientras proliferan las cadenas de gimnasios low cost en los centros de las ciudades, en detrimento de los gimnasios de barrio. El estrés ante un presente precario y un futuro incierto hace que muchas personas se evadan de sus problemas cotidianos con comida malsana y alcohol u otros tipos de drogas.

Por lo tanto, no es nada extraño que los índices de sobrepeso, obesidad y distintas enfermedades derivadas de hábitos no saludables se ceben entre la gente trabajadora, en especial con los niños y las niñas.

Evidentemente la caverna de YouTubers —con miles o millones de seguidores— ignora la multitud de factores que modulan nuestro cuerpo y nuestra mente. Apelan simplemente a que cierren la boca y se muevan, como si todas las personas tuviéramos el mismo tiempo, formación y posibilidades.

Sin embargo, en algunas cuestiones no coincido con el movimiento body positive y contra la gordofobia, ambos estrechamente relacionados. Suelen enmarcar la opresión hacia las personas con cuerpos no normativos —en especial las personas con sobrepeso— en el marco de los “privilegios”, según el cual las personas musculadas y/o delgadas se verían beneficiadas a costa de las primeras. Aunque evidentemente —y muy ligada a la opresión de las mujeres— existe esta opresión, en todo caso quien se beneficia es la clase dirigente, dividiendo a la clase trabajadora y desviando la atención del sistema que genera todas las opresiones.

Asimismo, este movimiento, al carecer de una visión de clase, cae en posiciones individualistas. Aunque apelan a un colectivo —las personas con cuerpos no normativos—, insisten en que las personas con cuerpos normativas —que se beneficiarían de su opresión— deben cambiar sus puntos de vista y sus ideas, pero sin que medien movilizaciones sociales y con ello cambios en las condiciones materiales.

Una visión del todo utópica y fácilmente asimilable al sistema, como se pone de manifiesto en la proliferación de marcas de ropa y la publicidad dirigida a las personas con sobrepeso, que son muchos miles y millones de personas en muchos países del mundo.

En definitiva, por una parte, tenemos que combatir a los cuñados del fitness, los que visiblemente se han apropiado del deporte y lo usan como justificación del sistema capitalista, en su propio beneficio. Pero a la vez que damos una batalla por las ideas, debemos movilizarnos y presionar a los gobernantes para que tengamos trabajos dignos que nos dejen tiempo para organizar nuestra vida —descansar y alimentarnos bien incluidos— y se invierta en infraestructuras públicas en los barrios populares para que todo el mundo pueda ejercer su derecho a la práctica del deporte.