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David Karvala

Me duele tener que reconocerlo, pero tengo amistades que se han convertido en negacionistas del coronavirus. Hablamos de personas con las que he compartido proyectos importantes. Por eso, siento la necesidad de responder ante lo que me parece una deriva muy preocupante y peligrosa.

Muertes durante la pandemia

Hasta el momento, hay un total de más de 131 millones de casos confirmados de la Covid-19 en todo el mundo, con más de 2.850.000 muertes: el equivalente a las poblaciones enteras de las ciudades de Barcelona, Sevilla, Bilbao y Salamanca juntas, muertas en un solo año.

En Brasil, ha habido casi 13 millones de casos, y más de 330.000 muertos. EEUU supera los 30 millones de casos, y más de 550.000 muertos. La Covid-19 ha sido 185 veces más mortífera que los atentados del 11S. El Estado español supera los 3 millones de casos, y 75 mil muertes, casi 400 veces más que en los atentados del 11M.

Ésta es la situación en la que nos dicen que las precauciones frente al virus son exageradas, y atentan contra la libertad.

Es cierto que las medidas oficiales son a veces incoherentes. Escribimos en esta web el noviembre pasado de “la indignación, ante las normativas que nos impiden reunirnos con amistades o familia para vernos en persona… aunque muchas personas aún tienen que acudir a su trabajo en un transporte público sobrecargado y (como siempre) inadecuado y pasar el día en condiciones inseguras.”

Es innegable que ha habido abusos policiales en los controles respecto a la Covid, sobre todo abusos racistas. También hay un sesgo político, con impunidad para actos fascistas, mientras se reprimen protestas de izquierdas. En general, los gobiernos y las empresas intentan beneficiarse de la situación de diferentes maneras y debemos denunciarlo.

Pero la crisis es muy real. Negar este hecho no forma parte de ningún proyecto para conseguir un mundo más justo y democrático.

Negacionistas: reptilianos y fascistas

Dentro de la galaxia negacionista hay cosas muy extrañas, con diferentes teorías solapadas de conspiración (aunque quizá llamarlas teorías sea otorgarles demasiada racionalidad).

Una figura clave de este ámbito en Gran Bretaña es David Icke. Fue futbolista y se supone que por eso Marca habló de él en mayo de 2020: “Icke [defiende] que el coronavirus, cuya existencia niega salvo como objeto de transmisión por la tecnología 5G, forma parte de una estrategia de conspiración dedicada a conseguir el dominio del mundo por parte de grupos de presión secretos… Entre otras cosas, Icke asegura que el mundo está dominado por reptiles con forma humana, a los que él y otros llaman reptilianos, a los que pertenecen la Familia Real Británica, el ex presidente de EEUU George W. Bush o el actor y cantante Kris Kristofersson. También, que la Luna es un cuerpo hueco habitado por estos.” No perderé tiempo contestando a esta “teoría”.

Un factor clave en EEUU ha sido “QAnon”. Cómo advirtió Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) de Catalunya en el septiembre de 2020: “El movimiento ‘QAnon’ alega que hay un ‘cabal’ (grupo secreto) internacional de pedófilos satánicos que dominan el mundo, que básicamente lo controlan todo: los políticos, los medios de comunicación, Hollywood… De hecho, reproducen muchos de los elementos de siempre de las visiones antisemitas.”

Todo esto preocupa por las muertes adicionales a causa de la Covid que podrían provocar, pero es evidente que el negacionismo también alberga otro tipo de peligro: el de la derecha, la extrema derecha y el fascismo en toda regla.

Ya vimos la defensa derechista de ciertas “libertades”, frente a medidas de seguridad pública en  palabras de Aznar en 2007, cuando defendió la “libertad” de conducir borracho. Ahora, vemos como tanto Trump como Bolsonaro niegan la seriedad del coronavirus, oponiéndose a las medidas de seguridad, como mascarillas y distancias, en nombre de la “libertad”. En lugares como Países Bajos y Alemania el negacionismo ha permitido una extraña confluencia entre gente New Age y fascistas.  Y en el Estado español también se ha visto cómo la extrema derecha, desde VOX hasta grupúsculos neonazis, se aprovechan del descontento con el confinamiento para ganar adeptos.

Ante este panorama, es aún más preocupante lo que se comenta al principio, que personas normales y corrientes se hayan tragado las falsedades en este tema.

Desconfianza en la ciencia

Parte del argumento negacionista se basa en el rechazo a la ciencia, sugiriendo que ésta se ha convertido en una “nueva religión”, una verdad arbitraria que no se permite cuestionar.

Es cierto que existen graves problemas con la ciencia actual, ya que tiene que actuar bajo el capitalismo. Las investigaciones cuestan mucho dinero (en el caso del coronavirus, se han invertido miles de millones de euros de dinero público) y los resultados típicamente se quedan en manos de una empresa privada, bajo patente. Pero a pesar de todo, los y las científicas logran hacer trabajo real, y conseguir tratamientos que funcionan. (Insisto, si las investigaciones no se rigieran por el mercado y la competencia entre diferentes Estados y/o empresas, sino que éstas fueran internacionales, colectivas y socializadas, seguro que habría avances científicos mayores y más rápidos.)

Se sugiere que la ciencia representa el colonialismo occidental y se la contrapone al conocimiento tradicional. El colonialismo es, por supuesto, un factor muy importante, influye por ejemplo en la poca disponibilidad de vacunas para las personas empobrecidas de los países empobrecidos (las clases dirigentes de estos países no tienen problemas, por supuesto). Pero esto no quita la eficacia demostrada de las vacunas.

Seguro que tratamientos tradicionales funcionan ante muchas dolencias, y este hecho también se podría demostrar mediante pruebas.

Pero también hay muchos tratamientos que se aplican por pura tradición, sin que sean efectivos o positivos. Esto se aplica tanto a la medicina “avanzada” del norte, como a tratamientos tradicionales del sur global. La ciencia nos puede ayudar a saber cuáles realmente funcionan y cuáles no, tanto en el norte como en el sur.

El problema no es la ciencia, el problema es el capitalismo, que a menudo, con su búsqueda de beneficios a corto plazo, va en contra de la lógica científica, como queda muy claro ante el cambio climático.

Desde la irracionalidad al antisemitismo

La preocupación de que la ciencia refleje intereses capitalistas y coloniales se basa en problemas reales, pero el rechazo global hacia la ciencia conlleva posiciones que no tienen nada de progresistas.

El problema es que negar la ciencia en realidad supone negar la racionalidad. Y esto nos deja sin defensa ante las mentiras racistas, machistas, LGTBIfóbicas… Según la visión “anticiencia”, todos los argumentos son igualmente válidos: los hechos y la realidad serían solo “una creencia más”.

La propaganda nazi que culpaba a “los judíos” de todos los males de Alemania era totalmente irracional, sin base alguna, pero lograron imponer su visión y llevar a cabo el Holocausto. Que una sociedad que había sido muy avanzada y progresista cediera ante esta barbaridad tiene muchas explicaciones, pero el hecho de haber conseguido superar la racionalidad es un elemento importante.

Y este ejemplo no es tan lejano, si tenemos en cuenta que el negacionismo actual incluye a muchos elementos antisemitas. Algunos de los que asaltaron el Capitolio de Washington DC el pasado 6 de enero llevaban simbología antisemita, como una sudadera que se mofaba de Auschwitz.

Ante esta situación, no se puede mantener que los “argumentos” negacionistas se merezcan la misma consideración que los análisis científicos. Ya en marzo de 2019, El País publicó un artículo titulado “La era de los reptilianos”, cuya entrada denunciaba que “Las teorías conspirativas presuponen que los dos lados de una disputa científica o social deben tener la misma veracidad”. Esta actitud ya se había abierto camino en EEUU, donde diferentes estados han intentado hacer que las escuelas enseñen la evolución y el mito de la creación de la Biblia como si fueran explicaciones igualmente válidas del origen de la vida.

Algunas personas se escandalizan ante el hecho de que Youtube y Facebook eliminasen las cuentas del conspiranoico David Icke. Evidentemente, no nos podemos fiar de Mark Zuckerberg, amo de Facebook, para proteger nuestros intereses.

Pero de la misma manera que UCFR lleva años exigiendo que no se dé espacio en la televisión a la extrema derecha, tampoco debemos defender el derecho de los conspiranoicos a difundir sus mentiras peligrosas. Y recordemos que son peligrosas en al menos tres sentidos. Primero, porque animan a la gente a abandonar las medidas de seguridad necesarias ante el coronavirus. Segundo, porque muchos de ellos alimentan el rebrote del virus mortal del antisemitismo. Y tercero, porque todo esto es la puerta de entrada para el fascismo en toda regla.

Hablemos, pero en serio

Rechazar que se traten las teorías de conspiración como si fueran igual de válidas que la ciencia no supone abandonar todo intento de diálogo.

No intentamos “dialogar” con fascistas, pero sí debemos discutir con personas de nuestro entorno que se han dejado influenciar por ellos. Hay que insistir en que la extrema derecha nos perjudica a la gran mayoría de la sociedad.

De la misma manera, no buscamos “dialogar” con David Icke o los inventores de QAnon, pero sí debemos intentar hacerlo con personas que se han dejado influenciar por sus “teorías”. Dicho esto, no es fácil. La gran baza de las teorías conspiranoicas es que, si te muestran hechos que (“parece que”) desmienten lo que dices, esto solo confirma que “ellos” (los reptilianos, los satánicos, los judíos…) intentan engañarte.

A veces será imposible superar estas barreras, hasta que la realidad se imponga, quizá, tristemente, con la muerte de un ser querido, pero incluso entonces es posible que se reajuste la teoría para “explicar” este hecho en términos de conspiración. Puede que la experiencia de participar en una lucha concreta —laboral, vecinal…— logre devolver la persona al mundo real. En todo caso, es una tarea difícil, y será comprensible que a menudo las amistades de la persona así afectada abandonen el intento de recuperarla.

Tanto para evitar estas tragedias personales, como para evitar la tragedia global del crecimiento de estas visiones irracionales y, con ellas, el fascismo, es más urgente que nunca la lucha unitaria contra el racismo y la extrema derecha.

PD: Déjà vu

Los argumentos negacionistas frente al coronavirus se parecen a lo que se oía hace 20 años con respecto al negacionismo del VIH, el virus que causa el SIDA. Entonces bastantes personas seropositivas se dejaron engañar por sus argumentos y abandonaron el tratamiento antirretroviral: unas cuantas murieron.

Los grupos “disidentes” incluso convencieron al entonces presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, para que retirase el tratamiento antirretroviral a la población de su país, especialmente a mujeres embarazadas seropositivas. Como relata la revista de la Escuela de Salud Pública de Harvard:

“Más de 330.000 personas murieron prematuramente a causa del VIH/SIDA entre 2000 y 2005 debido a la obstrucción del gobierno de Mbeki a los tratamientos que salvan vidas, y al menos 35.000 bebés nacieron con infecciones por el VIH que podrían haberse prevenido.”

En el debate en Suráfrica se sugirió que la ciencia estaba corrompida por intereses industriales y se denunció el uso de la ciencia médica por los poderes coloniales, mientras que el gobierno de Mbeki promovió “tratamientos tradicionales” ante el VIH, como ajo, limón y remolacha, en lugar de antiretrovirales. (Hay que recordar que el gobierno de Mbeki tenía una política económica fuertemente neoliberal: la exclusión de las drogas antiretrovirales supuso una reducción importante del gasto en salud pública.)

Los negacionistas del SIDA fueron una secta bastante aislada y hoy en día casi no existe, mientras que entonces la extrema derecha era bastante débil.

Pero la negación del coronavirus está muy extendida, y la extrema derecha brota por todo el mundo, aprovechándose del negacionismo, además del racismo, machismo, etc. Es, por tanto, aún más importante hoy que hace 20 años reconocer que representan un peligro.