ES CA

Bajar como PDF en DIN A4PDF en DIN A3 (para imprimir en copisterías)

Ya han pasado 40 años desde la gran huelga minera en Gran Bretaña de 1984-85. Durante un año, a partir de marzo de 1984, unos 140 mil trabajadores (y unas cuantas trabajadoras) del National Union of Mineworkers (NUM, sindicato minero) protagonizaron una batalla clave en la guerra de clases.

Su trágica derrota tuvo grandes repercusiones en ese país y también internacionalmente. Fue trágica, entre otras razones, porque podían haber ganado.

Ahora nos encontramos en una guerra de clases igual o más cruenta que entonces, y ahora mismo no estamos ganando. Sobran motivos, entonces, para aprender de las muchas cosas positivas de esa épica lucha, y de los errores y las traiciones que contribuyeron a su derrota.

La venganza de Thatcher

La huelga empezó en primavera. No es ideal para una huelga en este sector: fue el terreno escogido por el gobierno de Margaret Thatcher. Fue solo un elemento de una estrategia elaborada por los conservadores para derrotar a la clase trabajadora británica, que aún tenía mucha fuerza sindical. En 1980, más del 52% de las personas empleadas en Gran Bretaña pertenecía a un sindicato; en el Estado español la cifra era del 13,2%.

Thatcher llegó al poder en 1979, y venía buscando venganza. El anterior gobierno conservador, de 1970-74, había perdido ante dos huelgas mineras emblemáticas, en 1972 y 1974.

La huelga de 1972 incluyó un enfrentamiento decisivo, en Saltley Gate, cerca de Birmingham. Se trató de un enorme depósito de coque —un fuel derivado del carbón— que se tenía que cerrar para reforzar la huelga. Piquetes mineros habían sufrido represión policial y un huelguista había muerto, atropellado por un camión. El líder radical del sindicato minero en Yorkshire, Arthur Scargill llamó a la solidaridad de los sindicatos metalúrgicos de la zona. Al día siguiente, quizá 20.000 trabajadores y trabajadoras de las fábricas de la región hicieron huelga “no oficial” y acudieron al piquete. Cerraron Saltley Gate, lo que fue un paso clave en la victoria de la huelga.

Ante la huelga minera de 1974, que había provocado cortes de luz generalizados, el entonces primer ministro conservador la intentó derrotar convocando unas elecciones generales para que las y los votantes pudieran decir “quién mandaba”. Perdió.

Destaquemos dos hechos de esas huelgas.

El liderazgo del sindicato minero no fue nada radical; sobre el papel estaba más a la derecha que las direcciones actuales de CCOO y la UGT en el Estado español.

Por otro lado, muchos años de huelgas locales y de movilización de solidaridad desde abajo desde otros lugares de trabajo de la zona, habían fomentado el desarrollo de redes informales de sindicalistas de base, capaces y dispuestas a actuar de manera independiente de la burocracia. Fue esto lo que permitió la victoria de Saltley Gate.

El partido conservador volvió al poder en 1979 con un plan elaborado, consistente en atacar a los sindicatos uno por uno, empezando por los sectores más débiles. También ilegalizaron las huelgas de solidaridad. Esto, como veremos, afectó la pérdida de combatividad del movimiento sindical —lo que permitió a la burocracia sindical imponer su visión claudicadora — y fue un factor clave.

¡A la huelga!

El 1 de marzo de 1984, la National Coal Board —la NCB, la empresa estatal que gestionaba las minas de carbón— anunció el cierre de Cortonwood, un pozo de Yorkshire donde la sección sindical del NUM tenía reputación de poco combativa. El nuevo gerente de la NCB, Ian Macgregor, venía de haber recortado la plantilla en la empresa estatal del acero, derrotando al sindicato de ese sector. Thatcher lo había nombrado en 1983 para llevar la guerra al NUM. Ante las objeciones al cierre de Cortonwood, MacGregor proclamó su intención de cerrar 20 minas y destruir 20.000 empleos en un año. Fue un desafío en toda regla al NUM.

Algunos sectores de la dirección, incluyendo a Arthur Scargill, ahora dirigente nacional del NUM, estaban por responder mediante una huelga nacional. Otros fueron muy reticentes. Lo que resolvió la situación fueron las acciones de los propios mineros en Yorkshire, y luego otras regiones. En un pozo tras otro se declararon en huelga y, paso crucial, enviaron piquetes a otras minas, para convencerles de sumarse a la acción. Muchas direcciones regionales del sindicato estaban desprestigiadas, tras años de predicar la pasividad, y eran incapaces de animar a la afiliación a ir a la huelga. En cambio, la llegada de huelguistas para hablarles de tú a tú sí convenció a más mineros a sumarse a la huelga.

La huelga empezó el 5 de marzo en Cortonwood, pero en una semana se había extendido a gran parte del país, gracias a los piquetes.

Esta manera de extender el paro fue utilizada por la derecha dentro del sindicato, y por el Gobierno y sus seguidores, para cuestionar la huelga. En realidad, se trató de dos visiones opuestas de la democracia. La derecha promovía la de la votación individual con papeleta, sin intercambiar opiniones con colegas, sin escuchar lo que decían las personas que iban a perder su trabajo, y donde lo que prevalecerían sería la presión de los medios y los miedos individuales. La alternativa, y la que impulsó la huelga, fue la democracia colectiva, la de hablar tú a tú, de basarse en la fuerza y la confianza de la clase trabajadora como clase, no como meros “ciudadanos individuales”.

Fue un buen comienzo, pero incluso un sector tan fuerte como el minero no podía ganar solo. Hacía falta la solidaridad, y a diferentes niveles. Por un lado, ayuda económica, dado que el gobierno de Thatcher había eliminado las prestaciones sociales para alimentar a familias de huelguistas. Pero la clave era conseguir solidaridad bajo la forma de acción colectiva por parte de otros sectores: los ferrocarriles, que movían el carbón; la industria de acero, que lo utilizaba en enormes cantidades; sobre todo, la producción de electricidad.

Se intentó reproducir el hito del cierre de Saltley Gate de 1972, pero esta vez las redes de base que habían permitido esa victoria no existían. Las burocracias sindicales —incluso donde eran más “de izquierdas” que la década anterior— lograron frenar acciones solidarias de ese tipo.

Mientras, el Estado había aprendido mucho y la represión policial era mucho más brutal y efectiva. Se detuvieron a un total de 11.000 de huelguistas durante el conflicto. Algunas tácticas aplicadas contra la huelga fueron las que se habían utilizado antes en el norte de Irlanda, para reprimir a la minoría católica, republicana.

Hubo huelgas solidarias en algunos sitios, pero fueron casos aislados. Con todo, la solidaridad recibida, sobre todo económica y moral, permitió a la huelga continuar durante casi un año entero.

Solidaridad obrera

En el condado de Leicester, como Nottingham el de al lado, la derecha y una izquierda burocratizada habían contribuido a que sus áreas siguiesen trabajando durante la huelga; es decir, fueron esquiroles. Pero la agrupación del sindicato de ferrocarriles en Coalville, Leicester se negó a mover el carbón producido por el esquirolaje en su condado, lo que efectivamente bloqueó la producción desde esa cuenca minera.

Los sindicatos en el periódico sensacionalista de derechas, The Sun, que vendía quizá 4 millones de ejemplares al día, cerraron la planta dos veces para impedir la producción de ediciones que reproducían mentiras muy gordas contra la huelga. En una de las ocasiones, The Sun no salió durante tres días, porque la patronal se negó a publicar una llamada a una acción solidaria con la huelga minera exigida por las secciones sindicales.

Pero estos ejemplos fueron la excepción, no la regla. La burocracia sindical no estaba dispuesta a comprometerse con la solidaridad activa.

Hubo conflictos laborales desarrollándose en diferentes sectores, como la generación de electricidad, los ferrocarriles, los puertos, acero… lo que abrió la posibilidad de generalizar la lucha contra los conservadores. Pero el Gobierno —siguiendo su estrategia de atacar a los sindicatos uno por uno— cedió ante las demandas en estos sectores, para evitar tal ampliación de la lucha. Los dirigentes sindicales no fueron capaces de ver —o no quisieron ver— que estaban perdiendo una oportunidad para ganar una lucha mucho más amplia, y que las pequeñas concesiones que les daban ahora serían vulneradas si la huelga minera era derrotada. Y no se trató solo de los burócratas de derechas, sino también de los que se supone que eran de izquierdas.

Una gran parte de la culpa la tuvo la dirección del Trades Union Congress, la central sindical unitaria británica. Ésta había asumido compromisos de respetar y apoyar la huelga que, de haberse llevado a la práctica, habrían provocado cortes de luz, y seguramente otra victoria como las de una década antes. Pero no hicieron ningún esfuerzo para que esto ocurriera. Mientras, las redes de organización de base que habían jugado un papel clave en 1972 ya no existían.

La colaboración sindical con la patronal y el Estado impulsada por el gobierno laborista de 1974-79 —mediante el contrato social, una especie de “Pactos de Moncloa” a lo británico— habían debilitado estas bases. Y, de nuevo, la izquierda sindical había jugado un papel clave en imponer esta estrategia, porque los militantes sindicales de base que simpatizaban con el Partido Comunista estaban dispuestos a desafiar a los dirigentes de derechas, pero cuando quienes exigían la “moderación” —la pasividad, incluso la rendición— eran burócratas de izquierdas, la mayoría de estos militantes eran políticamente incapaces de plantarles cara.

El entonces dirigente del partido laborista, Neil Kinnock, procedía de una zona minera, pero se dedicó a intentar debilitar la huelga, equiparando las acciones de los piquetes con la brutal violencia de la policía antidisturbios. Esto formaba parte de un proyecto de hacer girar el partido laborista hacia la derecha. Incluso décadas después, Kinnock seguía denunciando a Arthur Scargill como “demasiado radical” y lo culpaba de la derrota. La verdad es que Scargill fue más o menos el mejor dirigente sindical que se podría esperar, y en general hizo una contribución importantísima al permitir que la lucha siguiera adelante.

Fallos de la burocracia

Pero Scargill seguía sufriendo de algunos de los fallos de toda burocracia sindical. El entorno natural de cualquier dirigente sindical no es el lugar de trabajo, sino la mesa de negociación y las reuniones con otros burócratas.

En diferentes momentos, Scargill llamó a acciones combativas muy necesarias y correctas, como piquetes de masas en puntos clave. Pero su instrumento para implementar estas acciones fueron otros dirigentes mineros (algunos nominalmente de izquierdas), y éstos no cumplieron. Scargill no fue capaz de llamar a los mineros de base a actuar independientemente de estos burócratas, no podía denunciar su traición por lo que era. La posición social de Scargill, y el hecho de que llevaba años argumentando que la manera de hacer avanzar la lucha minera era elegir a dirigentes de izquierdas, lo debilitaron en los momentos clave.

Todo esto confirma que, para impulsar las luchas obreras, no hay alternativa a la construcción de la organización de base; depender de la elección de dirigentes de izquierdas es un callejón sin salida. (Ver la Guía para anticapitalistas sobre los sindicatos.)

Recordemos aquí un ejemplo enorme de esquirolaje internacional. Durante la huelga, las importaciones de carbón de Polonia aumentaron enormemente; según algunos informes, en más de un 300%. Recordemos que, en esta época, gran parte de la izquierda aún pensaba que Polonia era un país socialista. Así que muchas personas de izquierdas se indignaron y se sorprendieron que el Gobierno polaco apoyase así a Margaret Thatcher, en una lucha crucial.

La tragedia fue que Solidarnosc —que aún estaba más cercano a sus orígenes del 1980 como movimiento obrero insurgente, que no como la fuerza política de derechas en la que se convirtió— expresó su apoyo a la huelga del NUM, en sus declaraciones clandestinas.

Es que, en 1980, cuando Solidarnosc estaba en su auge, ese esquirolaje habría sido imposible, pero ese movimiento obrero fue derrotado mediante el golpe militar de Jaruzelski en diciembre de 1981, y muchos de sus dirigentes fueron encarcelados. Tristemente, los sectores pro estalinistas del movimiento obrero —incluyendo a Scargill— respaldaron el golpe y denunciaron a Solidarnosc.

Ahora el “gobierno socialista” del golpista Jaruzelski devolvió el favor, enviando miles de toneladas de carbón para romper la huelga.

Recogiendo dinero para la huelga

Empecemos este apartado con una memoria personal de David Karvala, militante de Marx21:

“Me afilié al Socialist Workers Party, la organización hermana en Gran Bretaña de Marx21, en junio de 1984, en plena huelga minera. Hacíamos ventas del periódico semanal, Socialist Worker, ante lugares de trabajo, estaciones de metro, o en la calle principal un sábado por la mañana. En cada una de estas ventas, hasta el final de la huelga, llevábamos un cubo para recoger dinero para los mineros; cada portada del periódico (quizá con una o dos excepciones, en un año) se centró en la huelga.”

“También participé en el grupo de apoyo a la huelga de mi barrio, y en el núcleo de personas en mi lugar de trabajo que conseguimos (tras una batalla con la burocracia sindical local) llevar a cabo una recogida de dinero semanal para la huelga entre las y los colegas de trabajo.”

Esto no fue universal, pero sí fue una experiencia muy generalizada, y no solo entre militantes de nuestra organización, sino también de la izquierda laborista, de lo que quedaba del partido comunista, y muchas personas sin militancia alguna.

Este relato detallado del trabajo intenso y unitario de un grupo de apoyo a la huelga en una zona bastante rural del noroeste de Inglaterra da una buena idea de esta actividad.

Otro aspecto que se debe destacar es el papel de las mujeres. La realidad del sector hizo que hubiera pocas mujeres huelguistas como tales. Pero las mujeres de las comunidades mineras jugaron un papel clave, inicialmente con la recogida de dinero y comida, luego con comedores populares. Se constituyeron como “Mujeres contra el cierre de los pozos”. Con el tiempo, los tribunales estaban amenazando a cada vez más mineros con la cárcel si volvían a hacer piquetes; ante esta situación las mujeres asumieron la tarea de hacer los piquetes, mientras los hombres se quedaban en casa (y, de ser posible, hacían el trabajo doméstico; cosa que sí ocurrió, pero de manera desigual). Las mujeres empezaron a hablar ante audiencias cada vez más grandes. Fue un proceso de cambio personal, social y político enorme… como ocurre con cada lucha desde abajo importante.

Otro elemento de la solidaridad que debemos recordar es Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM, Lesbianas y gais apoyan a los mineros). Esta experiencia está recogida en la película excelente e imprescindible, Pride. La película también muestra bien el papel clave en la lucha de las mujeres. La relación establecida entre LGSM y la comunidad minera, inicialmente la de un pueblo en el sur de Gales demuestra, de nuevo, la enorme capacidad de las luchas y la solidaridad desde debajo para superar las divisiones y combatir las opresiones. Fue el factor fundamental en hacer que el movimiento obrero británico, con el NUM a la cabeza, adoptase una posición de apoyo a los derechos LGTBI+.

El periódico británico Guardian calculó que estos grupos de solidaridad —de barrio, lugar de trabajo, LGTBI+, etc.— consiguieron recoger un total de 60 millones de libras a lo largo del año de la huelga; en términos actuales eso equivale a más de 280 millones de euros. Fue una suma increíble para iniciativas que a menudo se tenían que llevar a cabo frente a la hostilidad, no solo de la derecha, sino de sectores del partido laborista y de la burocracia sindical.

Una derrota agridulce

Esa solidaridad de base fue un factor clave en permitir que la huelga pudiese continuar, pero de por sí, no podía traer la victoria. Para eso, no había otra alternativa que más sindicatos iniciasen huelgas —por conflictos propios o en solidaridad— pero esto no ocurrió.

El 3 de marzo de 1985, una conferencia de delegados de base del NUM votó por un estrecho margen a favor de poner fin a la huelga. Los mineros volvieron a trabajar el 5 de marzo de 1985, tras casi un año de huelga.

Esa derrota fue el inicio del final de la industria minera en Gran Bretaña, y de lo que había sido un baluarte del movimiento obrero del país durante más de un siglo.

Pero que nadie se imagine que el cierre de los pozos británicos fue un paso hacia una economía más verde. Gran Bretaña seguía dependiendo de combustibles fósiles, incluyendo el carbón producido bajo las peores condiciones laborales en países lejanos, con el correspondiente aumento en emisiones.

La derrota afectó duramente al movimiento obrero británico e internacional.

Aun así, hubo aspectos positivos que se deberían recordar.

A pesar de la derrota, la lucha demostró la capacidad e importancia de la lucha de la clase trabajadora, como clase colectiva, no meramente como “ciudadanos” individuales.

La fuerza de la solidaridad, en barrios obreros muy diversos, desmiente la visión de las personas de a pie como borregos reaccionarios, totalmente bajo la influencia de los medios. Si toda la gente hubiese creído las mentiras de la TV y los periódicos, habría sido imposible recoger esa solidaridad por un valor actual de unos 280 millones de euros.

El hecho de que esa solidaridad proviniera de manera especial de grupos oprimidos —barrios con un alto porcentaje de personas migradas; del movimiento LGTBI+, de grupos de mujeres, etc.— también debe romper las ideas, demasiado extendidas, que contraponen la lucha obrera y las luchas contra las opresiones.

La huelga puso en ridículo a aquellos que denuncian que “las cuestiones de identidad son una distracción de la lucha de clases”. Quedó en evidencia que el éxito de una lucha obrera importante pasa, entre otras cosas, por rechazar activamente toda forma de opresión. No debemos ceder un milímetro ante los intentos del “divide y vencerás”.

Por otro lado, para lograr victorias importantes en la lucha contra las opresiones, un arma esencial es la fuerza de la clase trabajadora organizada. Eso se ve perfectamente en la escena final de la película Pride.

Y finalmente, la huelga confirmó por enésima vez la importancia de la organización política.

La organización política

Se plantearon muchos debates políticos, ante los cuales había experiencias relevantes importantes, pero los partidos reformistas —y aún más las burocracias sindicales— dependen de la amnesia generalizada para mantener su hegemonía dentro de la clase trabajadora.

“Confiad en la dirección y las estructuras existentes”; “esto lo arreglaremos desde arriba”; etc. Las muchas experiencias que demuestran que así no se puede ganar no se enseñan en la escuela, no se hacen presentes de manera espontánea en los mítines sindicales o en las asambleas de los movimientos. Hace falta que haya activistas dentro de los sindicatos y los movimientos capaces de aportar estos argumentos, estas experiencias, de manera comprensible.

No sirve una “izquierda revolucionaria” que ponga como condición el acuerdo total con un largo programa ideológico (que nadie entiende en todo caso), ni una izquierda que ceda ante cada prejuicio con el que se topa.

Tampoco se puede llevar a cabo esta tarea como un solo individuo dentro de los movimientos. Es imposible —o al menos, mucho más difícil— resistir el peso de las ideas dominantes, superar las épocas de derrota, tener una visión global de la lucha y de lo que hace falta en cada momento… como una sola persona.

Requiere de la existencia de una izquierda consecuente, una que entienda la importancia clave de la clase trabajadora, pero también la necesidad de defender principios claros de la solidaridad, el internacionalismo, la lucha contra todo tipo de opresión… una organización revolucionaria en la que cada persona pueda a la vez aprender y aportar.

La organización hermana de Marx21, el Socialist Workers Party, pudo crecer durante la huelga, y jugar un papel importante en ella, porque sabía combinar el trabajo en la construcción de movimientos de solidaridad amplios y diversos con la defensa de sus principios políticos.

En las luchas venideras, necesitamos una izquierda así en el Estado español, y para que exista, debemos ir construyéndola ahora mismo, como una parte de cada lucha en la que participamos hoy. Marx21 trabaja, desde unas bases muy modestas, en este sentido.

 


¿Te gusta lo que decimos?

Quiero más información

Quiero unirme a Marx21