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Sarah Bates

En Madrid, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), los líderes mundiales debaten los “próximos pasos cruciales en el proceso de cambio climático”.

Las negociaciones de COP25 ven a funcionarios de cientos de países discutir sobre cómo implementar acuerdos climáticos anteriores, el Protocolo de Kyoto de 1990 y los Acuerdos de París de 2016.

Lo que pase en Madrid es importante. Y lo que ocurra en Glasgow el próximo año es aún más importante pues en esta cumbre, los funcionarios registrarán cómo están aplicando los Acuerdos de París.

Ambas cumbres son una oportunidad para que las y los activistas pongan la emergencia climática como prioritaria y ejerzan presión sobre nuestros gobernantes para que actúen. Pero, ¿son organismos como la ONU y los acuerdos internacionales entre estados capitalistas la respuesta a la catástrofe climática?

Puede parecer un paso adelante que los políticos estén dispuestos a sentarse y negociar tratados para frenar la catástrofe climática.

Sus conferencias de cooperación pueden parecer una alternativa a la retórica nacionalista de los derechistas como Donald Trump, que sacó a Estados Unidos de los Acuerdos de París. Pero los acuerdos internacionales tienen un historial pobre en lo referente a aplicar las acciones necesarias para enfrentar el cambio climático.

Promocionado como “innovador” en ese momento, el acuerdo de París no ofrece ninguna posibilidad seria para enfrentar el caos climático. Unos 180 estados prometieron “aspirar” a mantener las temperaturas globales “muy por debajo” de los 2 grados.

Pero desde entonces, el propio organismo científico de la ONU, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, ha argumentado que 1,5 grados ofrece una oportunidad mucho mayor de evitar el peor de los escenarios. Y los acuerdos sobre emisiones de carbono alcanzados tras dos semanas de tensas negociaciones no fueron, de todos modos, legalmente vinculantes.

Presupuesto

El acuerdo incluía el “presupuesto del carbono”, la cantidad que, según los científicos, podría quemarse sin inclinar la temperatura por encima del nivel de 2 grados.

Pero los políticos establecen su presupuesto de carbono en 2,5 veces más alto que un nivel que sólo nos daría un 66 por ciento de posibilidades de mantener la temperatura lo suficientemente baja.

Prometieron revisar las contribuciones de emisiones de los países cada cinco años. Pero a los políticos les llevó tres años incluso llegar a un acuerdo sobre cómo registrar las emisiones en la cumbre del año pasado en Polonia.

La falta de efectividad de los acuerdos no se debe sólo a la incompetencia de los políticos. Estas cumbres no se basan en un deseo altruista de solidaridad internacional, sino en una herramienta para mantener “lo de siempre” bajo el capitalismo.

La competencia capitalista significa que los gigantes de los combustibles fósiles y otras corporaciones siempre intentan maximizar las ganancias a expensas de los trabajadores y el planeta. Si no lo hicieran, se quedarían atrás y un rival ocuparía su lugar.

Bajo el capitalismo, el estado no es un organismo neutral o democráticamente responsable que pueda ser utilizado por cualquier partido que la gente elija. Son grandes burocracias que velan por los intereses de sus propios capitalistas. Y al igual que las empresas capitalistas, los estados capitalistas compiten entre sí por los mercados y los recursos mundiales. Por lo tanto, las negociaciones internacionales reúnen a funcionarios de los estados capitalistas cuyo trabajo es promover sus propios intereses en el escenario global.

Si bien estos estados tienen intereses rivales, están unidos por un objetivo común, el de afianzar el sistema capitalista en su conjunto. Esto significa que la clase dominante a veces recurre a organismos internacionales para promover sus intereses. Pero estos comités internacionales de la clase capitalista tienen una historia sangrienta de proteger a sus miembros.

Potencias imperialistas

La Liga de las Naciones, precursora de la ONU, a menudo se presenta como un intento de construir la paz después de los horrores de la Primera Guerra Mundial. Los gobernantes de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y los otros vencedores querían estabilidad después de la matanza y la ola revolucionaria que desencadenó la guerra. Pero las potencias occidentales querían una paz donde aún pudieran dominar a los países más débiles.

Así, por ejemplo, la Liga desempeñó un papel fundamental en el reparto de Oriente Medio llevado a cabo por las potencias imperialistas europeas después de 1918.

La ONU ha respaldado la guerra imperialista con resoluciones y tropas en el terreno, a veces bajo la apariencia de “misiones de paz”. Cuando los estados poderosos no están de acuerdo con las decisiones de la ONU, están dispuestos a ignorarlas o a pasar completamente de la organización.

Un ejemplo es la invasión de Irak en 2003. ¿Y cuántas resoluciones de la ONU se han aprobado sobre el trato de Israel a los palestinos? Sin embargo, el aliado más importante del imperialismo estadounidense en Oriente Medio se sale con la suya.

Lejos de frenar a los poderosos y suavizar la competencia mundial, los organismos internacionales reflejan la desigualdad en el sistema mundial. Por ejemplo, los organismos climáticos de la ONU están profundamente divididos sobre cómo abordar la producción de emisiones de carbono. Refleja como el interés compartido de mantener “business as usual” (seguir como hasta ahora) puede entrar en conflicto con los propios intereses de cada estado.

Los países del Sur Global, como China o India, se están industrializando ahora a un ritmo mucho más rápido que otros. Su desarrollo fue en parte frenado por la dominación occidental, pero ahora se están poniendo al día. Y los estados que se industrializaron antes, como Estados Unidos y Gran Bretaña, dicen que no están dispuestos a reducir las emisiones de carbono hasta que otros lo hagan. No quieren arriesgarse a quedar detrás de sus rivales en la economía global.

En Gran Bretaña, la Ley de Cambio Climático de 2008 compromete al gobierno británico a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 80 por ciento desde los niveles de 1990. El proyecto de ley dice que esto debería suceder para el año 2050. Pero en lugar de trabajar para reducir realmente las emisiones, los organismos gubernamentales maquillan las cifras para que parezca que esto está sucediendo.

El Comité sobre Cambio Climático afirma que en 2018 las emisiones fueron un 44 por ciento más bajas que en 1990. Pero eso se debe a que sus cifras no incluyen las emisiones de la aviación internacional, el transporte marítimo y las importaciones, todos grandes contaminantes.

Esta dinámica es la razón por la cual las décadas de negociaciones climáticas pueden acabar siendo el juego más mortal del mundo de pasarse la pelota. Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de Medio Ambiente de la ONU, explicó: “El suministro de energía en el mundo sigue dominado por el carbón, el petróleo y el gas. Impulsan niveles de emisiones que son incompatibles con los objetivos climáticos”.

Pero no sorprende que las emisiones sigan aumentando cuando el acuerdo de París no mencionó las reservas de gas, petróleo y carbón. La producción de combustibles fósiles no se detiene ni se estanca. Está creciendo, y uno de los sitios clave se encuentra a pocas millas de la costa de Escocia. Diez compañías petroleras están invirtiendo unos 8 mil millones de euros en inversiones en seis proyectos en el Mar del Norte.

Mim Black de Extinction Rebellion Scotland atacó los planes, que se aprobarán el próximo año. “Ellos obstinadamente y con avidez continúan bombeando la mayor cantidad de petróleo posible del Mar del Norte en busca de ganancias privadas”, dijo.

“Si se permite que esta avaricia continúe, nos enfrentamos a un futuro de apartheid climático, donde los más ricos pueden permitirse el lujo de protegerse de los peores efectos del cambio climático y el resto sufre enormemente”.

Mike Coffin, analista de Carbon Tracker, dijo: “Las empresas que han expresado su intención de alinearse con el acuerdo de París estarían contradiciendo esa aspiración con sus decisiones”.

Promesas incumplidas

El grupo de expertos ha esbozado planes sobre cómo los gigantes del petróleo tendrían que hacer grandes recortes en su producción para el año 2040, con el objetivo de mantener las emisiones en la línea del Acuerdo de París. Dijo que BP tendría que reducir la producción en un 25 por ciento, y que otras empresas se enfrentarían a un recorte de hasta el 85 por ciento. Y dijo que la industria de combustibles fósiles en su conjunto debería reducir su producción en más de un tercio para el año 2040.

“La industria está tratando de estar en misa y repicando, lo que tranquiliza a los accionistas y aparenta apoyar el Acuerdo de París mientras sigue produciendo más combustibles fósiles”, dijo Coffin.

La ONU reconoció la semana pasada que las naciones más ricas del mundo estaban en camino de superar, por mucho, los límites de emisiones establecidos en París. Esbozó diez naciones que tenían planes para extraer combustibles fósiles a un ritmo 50-120 por ciento más alto que el propuesto en el acuerdo.

La ONU analiza los planes de Alemania, Australia, Canadá, China, Estados Unidos, Gran Bretaña, India, Indonesia, Noruega y Rusia. Según los planes actuales, estos diez países generarían 39 gigatoneladas de emisiones de carbono, un 53 por ciento más de lo que haría falta para limitar el aumento de temperatura a 2 grados.

La investigación también calcula que es un 280 por ciento por encima de la cantidad que podría limitar el calentamiento a 1,5 grados.

Las proyecciones hacen que la lectura sea sombría. Pero las advertencias cada vez más desesperadas de los científicos del clima han ayudado a provocar un movimiento de crisis climática mucho más grande y combativo.

El pasado 27 de septiembre, siete millones de personas participaron en la Huelga Mundial por el clima para exigir una acción inmediata para salvar nuestro mundo. Así como las ocupaciones organizadas por Extinction Rebellion en todo el centro de Londres han creado conciencia en la gente de que es posible resistirse a los líderes y luchar por el planeta.

Las huelgas, protestas y ocupaciones han conseguido algunas victorias.

La acción de la gente corriente, que tiene el poder para acabar con el sistema, es la forma de ganar un cambio genuino. Esperar que los ricos y poderosos lleguen a un acuerdo seguramente nos llevará al peor escenario respecto al clima.

La clase dominante comparte un interés fundamental: el deseo de mantener su riqueza y poder. Es este interés el que les sirve de guía y les impide desmantelar las empresas contaminantes que destruyen nuestro planeta.

La verdadera solución radica en construir un mundo en el que las personas normales y corrientes tomen las decisiones significativas sobre sus vidas.


Este artículo se publicó en Socialist Worker, periódico de la organización hermana de Marx21 en Gran Bretaña.