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Un reciente caso judicial en Gran Bretaña saca a la luz viejos debates sobre quién es y quién no es mujer. Pero reducir esto a un “hecho” biológico no ayudará a la lucha por la liberación.

Judy Cox

Actualmente, el Tribunal Supremo británico está considerando una apelación del grupo For Women Scotland sobre la definición de mujer.

Se trata de un intento de impulsar un ataque importante a los derechos de las personas trans+.

Aidan O’Neill KC, que representa al grupo de mujeres transfóbicas escocesas, pidió al tribunal que prestara atención a “los hechos de la realidad biológica”. El sexo biológico, afirmó, se determina en el útero y es un “estado biológico inmutable”.

Personas transfóbicas como J. K. Rowling —autora millonaria de los libros de Harry Potter— se apresuraron a apoyar el llamamiento: “Si un hombre es una mujer, no existe tal cosa como una mujer”, publicó.

Estas ideas reaccionarias se basan en una visión de “sentido común” de que “los hombres son hombres y las mujeres son mujeres”.

La idea de que nuestra biología es fija e inmutable se utiliza para justificar todas las ideas más reaccionarias sobre la sociedad: que los hombres son naturalmente competitivos y asertivos, mientras que las mujeres son naturalmente amorosas y afectivas.

El movimiento de liberación de las mujeres lanzó un feroz desafío a estas ideas a finales de los años 1960 y 1970. Afirmaban: “Nuestra biología no es nuestro destino”.

Este desafío consistía en establecer una distinción clara entre el sexo biológico y el género construido socialmente. Las mujeres desafiaron con razón los estereotipos y las normas de género que limitaban y sofocaban sus vidas. Demostraron que las mujeres podían escapar tanto de los confines del hogar como de un papel en la sociedad centrado en el cuidado de los demás.

Pero la distinción entre sexo y género significó que algunas feministas comenzaron a aceptar una versión del determinismo biológico, argumentando que la biología de los hombres los hacía violentos y dominantes, mientras que la biología de las mujeres las hacía protectoras y colaboradoras.

Fijo

Este determinismo biológico ha llevado a algunas mujeres a aceptar ideas transfóbicas. Para ellas, se ha restablecido la idea de que un sexo biológico fijo es clave para nuestra comprensión de la opresión.

Algunos sostienen que el género lo determina la sociedad, mientras que el sexo biológico es una realidad material. Afirman que las personas trans+ pueden cuestionar las ideas de género, pero nunca deben cuestionar el sexo biológico.

Sin embargo, durante al menos 40 años, la biología ha explorado cómo el sexo biológico es un espectro y no un binario. Muchos procesos complejos interactúan para influir en el sexo de un feto.

Una nueva secuenciación del ADN muestra que casi todas las personas somos, en distintos grados, un mosaico de células genéticamente distintas. El sexo de las células puede variar y el sexo cromosómico puede diferir de los genitales. Los niveles de testosterona pueden variar enormemente entre las personas asignadas como femeninas.

La ciencia está desarrollando esta visión matizada del sexo biológico, pero la sociedad sigue ejerciendo una intensa presión para que todo se ajuste al modelo binario. Todavía se realizan intervenciones quirúrgicas para “normalizar” los genitales de los bebés intersexuales, para que sus cuerpos se ajusten a las expectativas sociales. El número de bebés intersexuales podría llegar a ser de uno por cada 60.

Es cierto que el género se construye desde que nacen los bebés y se va acumulando a lo largo de la vida a través del lenguaje, la ropa, los juguetes y las expectativas e interacciones con los padres y los maestros.

Las normas de género rígidas son una de las características más insidiosas de nuestra sociedad. Están “injertadas en el cuerpo biológico como un parásito”, como ha escrito la autora Jacqueline Rose.

Experiencia

Muchas personas desarrollan una identidad de género, una experiencia interna e individual profundamente sentida del género. Esta identidad de género puede coincidir con la asignada al nacer, con un género diferente o con ningún género en absoluto.

Pero el sexo biológico y el género no existen en mundos separados. No existe una base sólida y materialista sobre la que se extienda la frágil cobertura del género.

El género está condicionado por diversos factores, como el sexo biológico, la forma en que otras personas perciben nuestro cuerpo, factores sociales como los valores y expectativas de género y el desarrollo de una persona como ser sexual.

Pero la biología también está influida por el género y otros factores sociales. La pobreza y la privación afectan el cuerpo de las mujeres y el de los hijos que ellas engendran. Los cuerpos de las mujeres privadas de métodos anticonceptivos se ven destrozados por el proceso “natural” de la procreación.

Las niñas podrían verse disuadidas de realizar actividades físicas y juegos que desarrollen la fuerza física.

Modificamos nuestros cuerpos, nuestro cabello, nuestros dientes de múltiples maneras para adaptarnos a los estándares de apariencia de género.

La forma en que experimentamos el sexo, nuestra capacidad para controlar nuestra fertilidad, así como la coerción y la violencia determinan cómo se desarrollan nuestros cuerpos y cómo los experimentamos.

La biología y el género interactúan entre sí. La capacidad de las mujeres para criar hijos ha sido constante durante milenios, pero la forma en que esa realidad biológica ha moldeado sus vidas y experiencias de tener hijos ha variado enormemente a lo largo de la historia.

La teórica Judith Butler sostiene que no es posible separar lo que consideramos sexo biológico del género. En cambio, sostiene que el género es “un lugar donde las realidades biológicas y sociales interactúan entre sí”.

Cruda

Hay quienes sostienen que reconocer que las mujeres trans son mujeres equivale a borrar los derechos de las mujeres. Estos argumentos se basan en una comprensión cruda y ahistórica de la opresión.

Muchas culturas han reconocido más de dos géneros, como los Hijras del sur de Asia y los diferentes géneros reconocidos por muchos pueblos originarios en norte América.

La obsesión por la dicotomía sexual surgió con la sociedad de clases y se intensificó con la reorganización capitalista de la familia en el siglo XIX. La dicotomía sexual también fue una herramienta del colonialismo europeo que se impuso a la gente en nombre de la “civilización”.

“La violencia sexual no tiene su origen en nuestra biología, sino en la sociedad”

No existe una experiencia universal de “ser mujer” que las mujeres trans jamás puedan compartir plenamente. Este es el argumento que se utiliza para excluir a las mujeres trans de representar a otras mujeres.

Las mujeres blancas y ricas del norte global nunca pasarán la menstruación en un campo de refugiados, ni criarán a un hijo con miedo a la violencia policial ni atravesarán la menopausia con miedo a tomarse un día libre en el trabajo. Pero esas mujeres blancas y ricas no dudan en hablar en nombre de todas las mujeres.

La idea de que la presencia de mujeres trans en espacios y refugios de un solo sexo socava la seguridad de las mujeres se basa en la idea de que en realidad son unas impostoras. Las mujeres trans pueden tener penes y los penes conllevan la amenaza de violación. Esto es determinismo biológico en su peor expresión.

Estas ideas no son nuevas. En 1979, Janice Raymond publicó The Transsexual Empire: The Making of the She-Male. Raymond sostuvo que las mujeres trans eran “fraudes” que debían ser excluidas de los espacios exclusivos para mujeres. Todos los “transexuales” violan a las mujeres, afirmó Raymond, simplemente por el hecho de existir.

Hoy en día, las mujeres trans son vistas como hombres depredadores que pasan por el enormemente difícil proceso de transición para poder atacar a las mujeres en los baños públicos.

El escaso número de casos de mujeres trans que agreden a otras mujeres en prisión se utiliza para reforzar la idea de que todas las mujeres trans son peligrosas. En Gran Bretaña, en los años 80, eran los hombres homosexuales los que eran vistos como pedófilos peligrosos.

Pero la violencia sexual no tiene su origen en nuestra biología, sino en la sociedad. La mayoría de las violaciones no las cometen desconocidos, sino parejas o exparejas.

Las expectativas imposibles de la familia privatizada y la mercantilización del sexo inherente a la sociedad capitalista contribuyen a crear una sociedad violenta para las mujeres.

Muchas de nosotras imaginamos la posibilidad de una sociedad futura libre de violencia sexual, pero no libre de penes.

Las personas transfóbicas presentan el creciente interés por la no conformidad con el género como una moda, pero estudios históricos han demostrado que las y los niños intersexuales y trans fueron utilizados como conejillos de indias médicos en EEUU en las décadas de 1920 y 1930.

Hoy en día, las personas mayores de 65 años tienen una fluidez de género casi tan grande como las personas jóvenes. Están liberadas de las responsabilidades familiares y laborales y tienen más libertad para explorar su identidad de género.

Expectativas

Las personas trans+ no viven aisladas. Viven en familias y tienen empleos. Las mujeres desempeñan un papel crucial en la reproducción social del trabajo en la familia privatizada y las expectativas que se generan en torno a la familia condicionan la vida de todas las mujeres, ya vivan solas, tengan hijos, sean lesbianas o trans.

Las personas transgénero se ven obligadas a aceptar trabajos precarios y mal pagados. Las personas transgénero, especialmente las mujeres trans negras, se ven cada vez más amenazadas por la violencia.

Comparten los mismos intereses que cualquier otra persona a la hora de exigir cuidado infantil, atención sanitaria y unirse contra los bajos salarios y la desigualdad.

El modelo binario del sexo es una forma de control coercitivo que está profundamente arraigada en la sociedad capitalista. Cualquiera que desafíe ese control está contribuyendo a desmantelar los muros de la prisión para todos nosotros.

Lo que una mujer es y puede ser no solo está dictado desde arriba, sino que también es cuestionado desde abajo por la resistencia a la discriminación y a la opresión.

Los derechos de las mujeres no se verán favorecidos por la transfobia. La única estrategia para derrotar a la opresión es la solidaridad y la lucha por el “Buen Vivir”, una vida libre del confinamiento asfixiante del colonialismo, el capitalismo y su binarismo de género.


Este artículo apareció en Socialist Worker, nuestra publicación hermana en Gran Bretaña.