José Hernández
El Reagrupamiento Nacional (RN, antes Frente Nacional) de Marine Le Pen y Jordan Bardella triunfó en las elecciones europeas del 9 de junio en Francia.
Ante la sorpresa general, y coincidiendo con las exigencias del partido lepenista, el presidente Emmanuel Macron disolvió la Asamblea Nacional y convocó a elecciones legislativas con la intención de obtener una “clarificación” de los electores.
Ese motivo pretendidamente bienintencionado y democrático perseguía: 1) ocultar el fracaso rotundo de su partido en dichas elecciones o 2) constituir una estrategia para debilitar a la izquierda e izarse como única alternativa creíble ante el ascenso constante del partido fascista.
Ante un plazo de campaña muy corto e injusto —apenas tres semanas— el panorama político cambió en todos los espectros del arco político. En efecto, dicha campaña situó a Francia ante el siguiente panorama: una izquierda (relativamente) unida, una derecha resquebrajada en su ala más dura y el centro macronista completamente desencajado. Pasadas las elecciones y la “tregua” impuesta durante las efemérides olímpicas, el país se encontraba sin gobierno y, tras muchas negociaciones, con un gobierno que no refleja el resultado de las elecciones.
Con las aguas regresadas a su cauce, conviene echar un vistazo retrospectivo para ver qué lecciones dejaron ambos procesos electorales.
Comencemos señalando que Macron nunca reconoció su derrota, nunca admitió que su estrategia de debilitar a la izquierda había fracasado. Pero, a pesar de este fracaso de Macron, la victoria de la izquierda no desembocó en la formación de un gobierno progresista. El presidente Macron se saltó todos los usos y costumbres para nombrar a Michel Barnier en el cargo de Primer Ministro. Salido de la derecha sarkozista, Barnier se ha caracterizado por su voto hostil a políticas progresistas (ej. interrupción del embarazo, el matrimonio para los homosexuales, etc.).
La izquierda fue proactiva y propuso una candidata unitaria, Lucie Castets. Macron rechazó de plano esta opción. Ante este desaire, la unidad se resquebrajó y facilitó el golpe macronista a la democracia. ¿Por qué nombrar un gobierno de derechas tras la victoria electoral de la izquierda?
Partiendo de un análisis acomodaticio, Macron denuncia la existencia de “dos extremos” (ultraderecha y ultraizquierda) igualmente “peligrosos” y propone un gobierno continuista para apaciguar el país. Se trata, por supuesto, de una estrategia para conservar el poder y prolongar sus políticas liberales. Inútil mencionar que esta postura concuerda con aquella que conviene a la burguesía francesa.
Para lograr su cometido, Macron optó por ignorar el resultado de las elecciones por un lado y, por otro, entablar negociaciones tras bambalinas con el RN para garantizar la pretendida estabilidad política. Al optar por el RN como interlocutor preferencial, Macron legitima a dicho partido y lo acerca cada vez más al poder, en absoluta contradicción con su intención de contrarrestarlo.
La burguesía francesa a la que Macron representa muestra una hostilidad abierta contra la izquierda progresista y, en su intento por debilitarla, no muestra remilgos a la hora de colaborar con el partido fascista.
En este contexto de subversión del resultado de las elecciones, de déficit democrático y de creciente demagogia en esa Francia que opta por la equidistancia ante ultraderecha e izquierda, conviene describir brevemente el lugar ocupado por cada grupo político.
El Nuevo Frente Popular (NFP)
Ante la amenaza del triunfo arrollador del Reagrupamiento Nacional, cuatro partidos de la izquierda reformista alcanzaron un acuerdo en un tiempo récord de cuatro días.
Negociaciones y concesiones mediante, La France Insoumise, el Parti Communiste, el Parti Socialiste y Les Écologistes replicaron la experiencia de la NUPES de las pasadas elecciones presidenciales y propusieron un programa conjunto de énfasis social y rotundamente opuesto al liberalismo macronista: el Nuevo Frente Popular (NFP). Acertadamente, esta propuesta capitalizó el descontento popular con las reformas laborales, migratorias y de jubilación a los 64 años que la clase gobernante impuso a la fuerza y mediante decretos antidemocráticos en un claro desaire a la opinión mayoritaria.
En su programa, el NFP propuso una visión social alternativa, enmarcada en la convivencia y la solidaridad que se opone al proyecto fascista y racista del RN por un lado y, por otro, al proyecto liberal anclado en la destrucción de los servicios públicos de Ensemble pour la République, la coalición presidencial. He ahí un primer acierto.
El NFP desarrolló una campaña dinámica abiertamente dirigida a la clase trabajadora y a las personas migrantes de los suburbios. Fue una campaña de oposición a la extrema derecha. Este constituyó el segundo acierto. En esa batalla electoral, el NFP renunció a socorrer al presidente en aras de detener a la extrema derecha salvo en casos puntuales (es decir cuando partía en tercera posición y su permanencia habría podido facilitar el triunfo del RN).
El problema es que, en la práctica, esta decisión llevó al NFP a retirar 143 candidatos a favor de los macronistas. Acabaron, efectivamente, pidiendo el voto a Gerald Darmanin, que como ministro del interior aplicó brutales políticas racistas e islamófobas, o a Elisabeth Borne, anterior primera ministra e impulsora de un fuerte ataque contra las pensiones, que provocó movilizaciones enormes el año pasado. Tales problemas son inevitables en una estrategia frente al fascismo basada principalmente en lo electoral.
Así que se podría argumentar que el NFP se enfocó en el proceso electoral y en sus afinidades electorales con la izquierda reformista y el centro-izquierda social-demócrata (es decir el Partido Socialista) pero no vio más allá.
No se esforzó en involucrar desde el punto de vista organizativo a sindicatos, organizaciones LGTBI+ o a la izquierda revolucionaria. Esa tarea queda sobre la mesa y como posible hoja de ruta en futuras elecciones. Queda sobre el tintero, además, la lucha contra el sectarismo que gangrena a la izquierda francesa.
La coalición macronista
Muchos afirman que ambas elecciones marcaron el ocaso del macronismo. Pero la realidad del caso es que Francia continúa bajo su tutela. Mirándolo a corto plazo, podríamos afirmar que Macron se apuntó un triunfo al imponer su gobierno de derechas.
Sin embargo, desde una perspectiva más amplia se podría argumentar que: 1) admitió la debilidad de su grupo parlamentario, ahora prisionero del RN, 2) abocó el país a un año de inestabilidad política que muy poco aportará al deseo de prolongar su “legado”, 3) abrió las puertas de par en par al RN puesto que el gabinete propuesto por el Primer Ministro contiene numerosos ministros afines a las ideas fascistas del RN y, finalmente, que 4) erigió al RN que pretendía neutralizar al rol de árbitro de la política francesa.
El Reagrupamiento Nacional
El pacto de izquierdas logró efectivamente neutralizar el avance electoral de la extrema derecha lepenista que acariciaba jubilosa y festivamente el triunfo electoral. Por el momento, queda aparcada esa posibilidad.
Pero, no hay que llamarse a engaño: el RN obtuvo 10 millones de votos; continúa siendo un peligro muy real. Muy poco queda del partido marginal de Jean-Marie Le Pen a finales del siglo XX. Estamos ahora —veinte años más tarde— ante un partido robusto que —para colmo de males— tuvo un auténtico golpe de suerte financiero, producto de sus 126 diputados entronizados en la Asamblea Nacional que le aseguran una estabilidad financiera y su probable perennización en el panorama político.
A 52 años de su fundación, el RN sigue en su búsqueda de respetabilidad, por un lado, pero, por otro, continúa federando a los elementos más retrógrados de la política francesa.
De hecho, aunque se reclama impoluto, acumula numerosos casos de corrupción. Entre estos, podríamos citar el juicio por malversación de fondos que se inició el pasado 30 de septiembre en París. En el punto de mira se encuentra Marine Le Pen y muchos otros cargos del partido ultraderechista por desfalco a la Unión Europea.
Pero, el RN cuenta con aliados de talla. Entre ellos, podemos citar a Vincent Bolloré que les ha abierto de par en par las puertas de sus platós de televisión y les provee así de una palestra para sus ideas retrógradas.
Tal vez más peligroso, sería el ultracatólico Pierre-Édouard Stérin quien ha reservado un maná de 150 millones de euros para financiar su profesionalización de cara a las elecciones municipales de 2026. Su proyecto Périclès —desvelado por el periódico de izquierdas, L’Humanité— pretende asegurar su “victoria ideológica, electoral y política”.
Quizás, se podría extrapolar de este ejemplo lo esencial. Para triunfar, hay que proveerse los medios que requiere el triunfo.
En la extrema derecha, se persigue este objetivo mediante una inversión de fondos y una sobreexposición mediática que ocultan la pobreza humana de su proyecto. En la izquierda, el reto principal continúa siendo la fraternidad y la lucha unitaria. Nunca ha sido más necesario un frente unido, amplio y multisectorial.
José Hernández es militante de Autonomie de Classe, nuestro grupo hermano en Francia
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