David Karvala
Dentro de los movimientos sociales y la izquierda, tanto de Catalunya como del conjunto del Estado español, se extiende la idea de que ahora vivimos bajo un régimen fascista, o franquista, o neofranquista, o algún otro término en esta línea.
Ha parecido en Facebook un vídeo, ¿Es España un régimen fascista? —casero pero bastante bien hecho— que lo argumenta en base a un texto de Umberto Eco. Cita algunas características que Eco asocia con el fascismo y da ejemplos de ellas en el Estado español. En una semana, y al parecer sin presupuesto de promoción, tenía 730 mil vistas en Facebook y 200 mil más en YouTube. Por supuesto, no aplica un método nada riguroso. El fascismo es racista, sí, pero no significa que todo racista es fascista; hay fallos parecidos en los demás puntos que cita.
En todo caso, no se trata sólo de un vídeo, sino de una tendencia mucho más general.
Se entiende la grave preocupación por la situación que estamos viviendo. No se trata de quitarle importancia; más bien al contrario. Dada la gravedad de lo que está pasando, debemos esforzarnos para analizarlo correctamente, para poder trazar estrategias de lucha adecuadas a la situación real.
Nota: Éste es un artículo largo y detallado. Hay versiones más breves en castellano y en catalán. Pero si te interesa la cuestión, te animamos a leer esta versión entera. El tema es importante y se lo merece.
Shock, amnesia y lobos
Empecemos con tres referencias “literarias”.
Naomi Klein explica en Doctrina del Shock cómo ciertas situaciones extremas pueden producir entre la gente una pérdida de voluntad, un trauma y como consecuencia acaba aceptando cosas que en circunstancias normales se resistiría a aceptar. Ella lo aplica a las políticas impuestas desde arriba (como la limpieza étnica/social de Nueva Orleans después de huracán Katrina), pero puede pasar lo mismo en términos de las propias visiones de la izquierda. Ante una situación extrema, se pierde la capacidad de hacer análisis coherentes y se aceptan ideas que de otra manera no se aceptarían.
Otra referencia clave es de Santayana: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. No es la primera vez que se confunde la represión estatal con el pleno fascismo; la última vez los resultados fueron nefastos. Debemos tenerlo presente.
Finalmente el refrán, o historia de Pedro y el lobo. No grites lobo, porque cuando lleguen los lobos de verdad, nadie te hará caso. Si no existiera el fascismo de verdad —la extrema derecha que crece por gran parte de Europa y más allá— no importaría tanto el abuso del término. Pero esta amenaza existe y es algo diferente y más terrible de lo que estamos viviendo con la represión estatal actual.
Entremos en materia.
Banalización
La represión que se está viviendo es grave. No hace falta ni hay espacio para describirlo todo: la terrible brutalidad policial contra el referéndum del 1-O y otras protestas; los asaltos policiales a sedes del gobierno catalán y otras organizaciones; las personas detenidas u obligadas a huir al exilio; la censura…
Pero si se quiere hablar del fascismo hay que poner esto en contexto.
Las cifras de víctimas a manos del franquismo varían, pero una cifra típica es la de 150.000 muertos y más de 100.000 personas desaparecidas. Durante los años posteriores al conflicto hubo más de 200.000 presos; presos políticos se entiende. A esto hay que sumar la depuración sistemática de muchos ámbitos laborales y sociales, para expulsar de su trabajo a “rojos”, francmasones… cualquiera que discrepara del Movimiento.
Bajo Mussolini hubo menos ejecuciones, pero decenas de miles de personas fueron encarceladas, desterradas o deportadas, mientras que se eliminó todo vestigio de democracia o derechos sindicales.
Y no hace falta recordar que Hitler emprendió la destrucción completa del movimiento obrero, la eliminación de toda democracia y luego el mayor genocidio planificado de la historia.
No hay que restar gravedad a la situación en Catalunya y en el conjunto del Estado español, pero intentar equiparar los hechos actuales con el fascismo es una banalización de lo que éste representa.
¿España se vuelve fascista?
El 1 de octubre se podía leer en LaRepublica.es que: “El fundador de WikiLeaks, Julian Assange, cree que España se está desplazando lentamente hacia un modelo autoritario debido a su respuesta policial al referéndum de autodeterminación… ‘España está a las puertas del fascismo’, aseguró Assange.” De hecho, el origen de la noticia fue un tuit de Assange en el que no se refirió al fascismo, sino al “autoritarismo populista”.
El abogado flamenco de Carles Puigdemont, Paul Bekaert, declaró que “en España no hay más democracia porque encarcelan a sus oponentes políticos. Personas electas son mandadas a la cárcel, eso es dictadura”.
Como se ha dicho, es innegable que vivimos una deriva autoritaria en el Estado español, con la brutal represión, la censura, el encarcelamiento de gran parte del gobierno catalán… El problema es que todo esto es un paso más en una dinámica ya existente. Si el Estado español se está volviendo fascista ahora, ¿qué explica la censura y la represión política aplicadas contra la izquierda abertzale durante tantos años? Los partidos prohibidos, las publicaciones cerradas, los y las activistas p0líticas encarceladas y a menudo torturadas… ¿no cuentan para nada? ¿La represión estatal es fascista en Catalunya, pero no en Euskadi?
Así que pasamos a la versión dos del argumento.
“El franquismo nunca se fue”
Según esta visión, la transición fue no sólo limitada, sino un fraude completo; el régimen fascista se disfrazó pero en lo esencial se mantuvo. Tristemente, parece haber motivos para pensarlo: antes de morir, Franco intentó dejarlo “atado y bien atado”. Restauró la monarquía y nombró a su protegido Juan Carlos como rey; muchos mandos del ejército, la policía, el sistema judicial… permanecieron en sus puestos e incluso ascendieron. Muchos nietos y nietas de dirigentes franquistas hoy ocupan cargos políticos.
Pero no se puede argumentar que el sistema político de los años 80 en adelante fuese lo mismo que el franquismo. Recordemos las cifras citadas arriba: bajo el fascismo la represión tenía un alcance cualitativamente mayor a la que se produce bajo la “democracia real” de hoy.
Las magníficas luchas de la transición sí lograron mucho, gracias en gran parte a la lucha obrera. En los años 70, el Estado español tuvo la mayor tasa de huelgas de toda Europa, con casi 2.000 días “perdidos” al año en huelgas por cada mil empleados (en Italia, en segundo lugar, hubo sólo la mitad). Debido a las maniobras (por no decir traiciones) de la dirección del partido comunista, se consiguió mucho menos de lo que era posible —se aceptó la monarquía, se excluyó el derecho de autodeterminación de las naciones, no se hizo una limpieza de dirigentes franquistas— pero las cosas cambiaron. (Sobre la transición ver Eaude, 2016).
En este caso, ¿cómo debemos entender abusos como los GAL y el resto de la represión contra el movimiento abertzale, entre muchas otras cosas? Las ejecuciones ilegales, seguro que demuestran la continuidad del franquismo, ¿no?
La verdad es que abusos así no se limitan al Estado español. No hay ningún país del mundo que realmente respete los derechos humanos o que tenga una democracia realmente completa.
Spain no es tan diferente
Entenderemos la situación mejor si miramos lo que ocurre en países cuya historia no incluye el franquismo.
La noche del 17 de octubre de 1961, ocurrió la masacre de París. Miles de personas participaron en una manifestación pacífica por la independencia de Argelia. La policía parisina la reprimió brutalmente. Oficialmente, en la represión murieron tres personas, 55 resultaron heridas y 11.500 fueron detenidas. Días después innumerables cadáveres fueron recuperados del Sena, por lo que senadores franceses de izquierda cifraron el número de muertos en al menos 200, incluyendo a las personas ahogadas tras haber sido tiradas al río por la policía.
El domingo 30 de enero de 1972, en Derry, una ciudad del norte de Irlanda, sucedió lo que llegó a conocerse como Domingo Sangriento (Bloody Sunday). Una manifestación pacífica a favor de los derechos civiles, de más de 15.000 personas, fue atacada con fuego real por el ejército británico. En total, mataron a 14 personas e hirieron a más de treinta. Fue un punto álgido de una represión brutal y mortal contra la minoría católica del norte de Irlanda. Ésta se dirigió principalmente contra el movimiento republicano irlandés, aplicando medidas que iban desde escuadrones de muerte hasta la prohibición de escuchar la voz de portavoces del Sinn Féin en la TV (cuando aparecía alguno, ¡un actor tenía que doblar sus declaraciones!)
Cada año hay centenares de muertes en EEUU a manos de la policía y las víctimas incluyen un alto porcentaje de personas negras. Para dar una idea, según el Washington Post, en 2015, hubo 995 víctimas mortales en total. De éstas, 259 víctimas, el 26%, eran negras; la gente negra representa sólo el 13% de la población de EEUU. (Estas cifras no incluyen a la población hispana, que tuvo otras 172 víctimas de asesinatos policiales). Todo esto ocurrió bajo la presidencia de Barack Obama. Por supuesto, mucho ha empeorado con Trump, pero las cifras del mandato de Obama no dejan de ser terribles. En otro aspecto, Obama fue incluso peor que Trump; entre 2009 y 2015, su administración deportó a más de 2,5 millones de personas, más que el resto de los presidentes estadounidenses del s.XX juntos.
Incluso en Suecia, supuestamente una socialdemocracia modélica, durante décadas se practicaba la eugenesia: “Hasta 63.000 personas, en su mayoría mujeres, fueron esterilizadas bajo un programa de pureza racial aprobado por el Estado hasta 1976.”
Y hasta aquí sólo se ha hablado de abusos “locales”. Si se incluyen las guerras, invasiones, ocupaciones… las cifras de víctimas mortales suben exponencialmente; según algunos cálculos la guerra contra Irak provocó un millón de muertes.
Si hablamos de los controles de fronteras, la Organización Internacional para las Migraciones informó de 15.000 personas migrantes y refugiadas muertas o desaparecidas en el Mediterráneo entre 2014 y finales de 2017.
En resumen, en toda una serie de estados que supuestamente son democracias modélicas —desde la Francia republicana y laica, pasando por la Escandinavia socialdemócrata, hasta el EEUU de Obama— encontramos matanzas a manos del Estado, censura, eugenesia, deportaciones en masa… Si se quiere argumentar que el Estado español es fascista, estos estados también deben serlo.
Siguiendo esta lógica, todo estado capitalista —lo que significa todo estado en el mundo desde la liquidación final de la revolución rusa a manos de la burocracia estalinista a finales de los años 20— es fascista.
¿Restos del franquismo?
En un momento volveremos a discutir la utilidad de tildar a cada estado de fascista.
Antes hagamos un paréntesis para considerar otro aspecto de la cuestión.
Como ya se ha dicho, es innegable que en el Estado español estamos viviendo graves ataques a los derechos humanos… y también que estos abusos no son excepcionales. ¿Qué queda, entonces, del argumento típico que atribuye la mala calidad democrática del Estado español a la herencia franquista?
Como hemos visto, cada estado es brutal y antidemocrático cuando sus intereses lo requieren; el capitalismo puro y respetuoso con los derechos humanos no existe.
Pero la forma específica adoptada por estos abusos varía en cada caso, según la historia específica del país. Así que en el Estado español se expresan en la forma de reliquias del franquismo.
En Gran Bretaña, pueden adoptar formas relacionadas con la monarquía y con su pasado imperial, especialmente su ocupación milenaria de Irlanda. Ese pasado imperial incluso puede afectar a las ex colonias. En 1975 el entonces primer ministró australiano laborista, Gough Whitlam, que llevaba a cabo políticas consideradas “radicales”, fue despedido por el Gobernador general de Australia, un cargo simbólico designado por la Reina de Inglaterra. ¿Su expulsión se debió a la monarquía británica? No: se impuso el “golpe legal” porque la clase capitalista australiana quería parar sus reformas, el instrumento escogido fue lo de menos.
En Alemania pueden quedar retazos del pasado nazi en algunos de los abusos que se viven hoy, por supuesto, pero no son la causa del problema. En 1972 el gobierno federal alemán introdujo la Berufsverbot, una prohibición que excluye a “radicales” (de izquierdas) de cualquier cargo del funcionariado, incluyendo educación. Las autoridades que aplicaron esta medida entonces aún debían incluir a bastantes personas que habían formado parte de la administración de la Alemania nazi. Pero no se puede entender la Berufsverbot como un resto del nazismo, sino como parte de la paranoia de la guerra fría y el anticomunismo de ese momento.
En Francia, la represión a menudo refleja el jacobinismo que contagia tanto a la derecha como a la mayoría de la izquierda de ese país. Toman la defensa de la “república laica” (unida e indivisible) como un bien incuestionable. Acaba siendo la justificación de las masacres en nombre de la unidad nacional (en su momento defendía que Argelia era un territorio tan francés como París) y de la represión islamófoba. Pero de nuevo, ni la obsesión con la unidad del estado ni la islamofobia actual son producto de la revolución francesa; esa historia como mucho explica la forma en la que se expresan. Para entender estas medidas, hay que verlas en el contexto material presente: las guerras en Oriente medio; la posición de Francia en la UE y la relación amor-odio entre la UE y EEUU… En resumen, reflejan los intereses imperialistas —hoy mismo— del capitalismo francés. (Si la islamofobia es peor en Francia que en otros países, no se debe a 1798, sino en gran parte a la terrible posición sobre la cuestión de la izquierda francesa. Ésta es fruto de sus decisiones políticas en las últimas décadas: no pueden echar la culpa a actores de hace dos siglos.)
En todo esto, lo importante no es la forma en la que se expresa la represión, sino la base. Vivimos en estados capitalistas, en un mundo capitalista. Gracias a muchas luchas, a principios del s.XXI se consiguió una situación en la que quizá la mayoría de estados del mundo eran formalmente democracias. Esto significa que tenemos ciertos derechos que a veces se respetan.
Pero en el fondo, son estados que actúan en interés de una minoría, la burguesía. En un conflicto importante entre sus intereses y lo que exige la democracia, estos estados infringirán la democracia. La manera en la que lo hacen dependerá de lo que tengan a mano en cada caso, desde restos del franquismo hasta cargos simbólicos de la monarquía. Pero esto no significa que Gran Bretaña y sus ex colonias sean una monarquía absolutista, ni que el Estado español sea franquista.
¿Nuestro objetivo es el capitalismo perfecto?
Si creemos que es posible un capitalismo perfecto y democrático —sin opresión y con respeto escrupuloso hacia los derechos humanos— esto tiene repercusiones políticas muy importantes. Si lo que estamos viviendo en Catalunya es una desviación de la norma de la democracia burguesa, la conclusión lógica es que lo que toca es restablecer el funcionamiento normal del sistema.
(De hecho, este principio se aplica a otros problemas muy importantes. Según algunas visiones, la opresión de las mujeres, el racismo, la LGTBIfobia y otras opresiones no tienen sus orígenes en el capitalismo como tal, sino en otras estructuras independientes. De nuevo, al plantear la posibilidad de un capitalismo “limpio” —sin machismo, sin racismo, sin homofobia…— se abre el camino a dar respuestas a estas opresiones basadas no en combatir el sistema sino meramente en limpiarlo.)
En cambio, si lo que estamos viviendo es una cara (bajo ciertas circunstancias) de la democracia burguesa, es decir, de la versión de la democracia compatible con el capitalismo, entonces el objetivo final tiene que ser más ambicioso.
“Todo es fascismo” la última vez
A partir de 1928, los partidos comunistas del mundo, siguiendo la línea marcada por Moscú, adoptaron la (des)orientación del “tercer período” (ver sobre esto Karvala, 2015). Según esta visión, Europa entera estaba en manos del fascismo. Es cierto que Italia estaba controlada por el fascismo de Mussolini, pero en Alemania aún mandaban los partidos institucionales, los cristianodemócratas y socialdemócratas. Esto no representaba problema alguno para la teoría estalinista; simplemente se les tachaba de fascistas y en el caso del Partido Socialdemócrata Alemán, el SPD, de “social fascistas”. Según esta visión, el peor fascismo de todos lo representaba la izquierda revolucionaria alrededor de Trotsky, que criticaba la burocratización de Rusia y exigía una lucha unitaria contra los nazis de verdad.
Esta actitud tenía efectos políticos nefastos. Es innegable que durante la subida de Hitler el Partido Comunista Alemán KPD, por lo general, luchó contra los nazis. Pero no sólo nunca promovió una lucha unitaria, sino que atacó, con palabras y con palos, los intentos de impulsarla [Ver Hippe 1991, pp.128-132].
Un episodio revela lo desastroso de su política.
Dentro de la Alemania de esa época —la República de Weimar, que estaba en profunda crisis y giraba cada vez más a la derecha— el Estado Libre de Prusia seguía teniendo un gobierno regional bastante progresista. Los grupos paramilitares nazis (además de “otros grupos extremistas”) estaban prohibidos. Sin embargo, aprovechando el debilitamiento electoral de la coalición gobernante y con la excusa de violentos choques callejeros entre comunistas y nazis, el canciller de Alemania, el conservador de derechas Von Papen, liquidó el gobierno regional de Prusia. Mediante decreto, el 20 julio de 1932 se nombró a sí mismo Comisario del Reich para Prusia; tomó bajo su control a la policía regional; y encarceló a varios políticos y mandos policiales. El dirigente nazi Goebbels se alegró del golpe.
Algunos de estos hechos nos sonarán hoy y seguramente bastantes personas calificarían esto de “fascismo puro”. Ese golpe vino precedido por un intento de derribar el gobierno regional de Prusia mediante un referéndum, en el verano de 1931. Ese referéndum fue iniciado por los nazis… pero el partido comunista alemán se sumó a la campaña. Recordemos que según la línea de Moscú, el gobierno prusiano también era fascista. Así que ese antifascismo radical comportó luchar para derribar a un gobierno centrista… de la mano de los nazis. [Gluckstein 1999, p.114; Poulantzas 1970 p. 213]. Hubo otros ejemplos de colaboración entre comunistas y nazis, contra el SPD.
Según la dirección comunista, “Un gobierno de coalición del SPD… sería mil veces peor que una dictadura fascista abierta” [Gluckstein, pág. 110]. De hecho, a pesar de lo terrible de la actuación de los conservadores bajo la República del Weimar, lo que realmente “sería mil veces peor” fue el nazismo. La solución no era buscar pactos con esa derecha conservadora, ni ninguna solución institucional, sino una lucha unitaria contra el fascismo real representado por los nazis.
Los obstáculos ante esta unidad eran muchos, incluyendo la insistencia de la dirección del SPD en equipar a los comunistas y a los nazis. Pero en la izquierda comunista, donde se supone que tendría que haber una actitud más productiva, la idea de que “todos son fascistas” bloqueó cualquier intento de promover una lucha unitaria contra el fascismo por parte de la clase trabajadora. En teoría, el KPD intentó impulsar la lucha obrera; entre 1929 y 1932 llamó a la huelga general en siete ocasiones. La primera vez una sola fábrica hizo huelga, las otras veces no logró ni eso [Gluckstein 1999, p.117]. El partido ya no tenía ninguna base importante entre la clase trabajadora en activo; casi toda su militancia obrera estaba en paro. El SPD y los sindicatos socialdemócratas sí tenían una base obrera… pero no iban a responder a una llamada a la huelga de un partido que los tachaba de fascistas. (El frente sindical del KPD, la RGO, “Oposición Revolucionaria Sindical”, sólo sumó el 4% de los delegados sindicales, frente al 84% de la central influida por el SPD.)
Un último apunte. Otro error del KPD en esa época fue pensar que la revolución era inminente. Incluso con la llegada de Hitler al poder a principios de 1933, el KPD minimizó la gravedad de la situación, insistiendo en que pronto caería y su partido saldría victorioso. Esta incapacidad de reconocer el balance de fuerzas real contribuyó a su negativa a participar en acciones unitarias defensivas. Es otra lección muy importante para hoy; otro error que no deberíamos repetir.
El doctor contundente
Érase una vez, en una comarca muy, muy lejana, un pueblo donde ejercía un médico muy extraño pero muy popular. Su fama no se debía a su habilidad para curar a personas enfermas; de hecho, nunca curó a nadie. Más bien, fue popular porque él siempre insistía en la extrema gravedad de sus dolencias: a cualquier persona que parecía enferma le diagnosticaba cáncer terminal. Si la persona moría, se confirmaba su diagnóstico. Si sobrevivía, se había demostrado su destreza como médico.
Esta última posibilidad no quedaba nada justificada, puesto que nunca trató a nadie. Su actuación como médico se limitaba a declarar que la pobre persona enferma sufría cáncer terminal y luego a lamentar su mala suerte.
No era tan popular entre otras personas de su propia profesión. Éstas se quejaban de que sus esfuerzos para identificar las diferentes enfermedades — examinando a sus pacientes, haciendo pruebas…— y luego tratándolos en función de lo que realmente sufrían, quedaban en nada.
La mayoría de la gente del pueblo prefería al otro médico, porque “él no minimizaba la gravedad de sus problemas”. Así que rechazaban el tratamiento indicado para las diversas enfermedades que sufrían realmente —cardiacas, renales, hepáticas, lo que fuese…— y se resignaban a aceptar su inevitable muerte, algo que no solía tardar en llegar.
Nos quedamos sin adjetivos… y estrategias
Igual que con el médico, si ponemos la misma etiqueta extrema a todo, podemos alegrarnos de nuestra contundencia verbal, pero no nos ayuda en absoluto a responder ante los diferentes problemas.
Si ponemos la etiqueta “fascista” a actos represivos como los que hemos vivido: ¿qué adjetivo nos quedará para describir la amenaza que representan los grupos neonazis? Parte del problema —igual que en Alemania en los años 30— es que al gastar ya la etiqueta “fascista”, no seremos capaces de ver los peligros que existen más allá de la represión actual. Esto va ligado a otro error también presente entonces; el de quitar importancia a los grupos fascistas, porque el “fascismo estatal”, el “fascismo disfrazado de demócrata”, el “fascismo light”, etc. es “mil veces peor”.
Es decir; al tachar de fascismo lo que es realmente una deriva autoritaria de la “democracia burguesa”, se invisibiliza y se quita importancia al fascismo real.
Ya es hora de especificar un poco más este fascismo real.
El fascismo no es una opinión, sino un crimen contra la humanidad en potencia
La literatura académica está llena de supuestas definiciones del fascismo que se basan en listas de puntos programáticos e ideológicos (como hace en parte la “definición” de Umberto Eco que se cita en el vídeo mencionado al principio). El problema es que el fascismo es camaleónico y carroñero: aprovecha los argumentos —y los odios— que encuentra a su alrededor.
En los años 30, el fascismo era sobre todo antisemita; hoy, a menudo esconde su antisemitismo y promueve la islamofobia. Incluso es capaz de robar cosas de la izquierda. El partido de Hitler se llamaba “Partido Nacional Socialista Obrero Alemán”, y utilizó la bandera roja… añadiendo, por supuesto, la cruz gamada en medio. La Falange en el Estado español copió la estética de la CNT —el mono azul, la bandera roja y negra— y algunos sectores del falangismo se identifican como “nacionalsindicalistas”.
Así que frente a los intentos de definir el fascismo en términos de su retórica o símbolos en un momento dado, Robert Paxton, en su libro Anatomía del fascismo, adopta otra estrategia. Lo define como una práctica organizativa:
“El fascismo puede definirse como una forma de comportamiento político marcada por la obsesiva preocupación por el declive, humillación o victimismo de la comunidad, así como por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en los que un partido de masas o un conjunto de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en difícil pero efectiva colaboración con las élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue, con redentora violencia y sin restricciones éticas o legales, metas de limpieza interna y expansión externa.” (Paxton 2004, pág. 218).
Seguramente su definición es mejorable, pero señala varios puntos clave.
Como se ha dicho, aún reconociendo que hay ideas que se asocian con el fascismo —y en su libro enumera algunas de ellas— son las acciones las que lo definen, no unas actitudes. (Así de paso desmiente la noción, demasiado extendida, de que “todo el mundo es un poco fascista”, o que tal o cual comentario revela “actitudes fascistas”; el fascismo no se demuestra simplemente señalando alguna idea racista, machista u homófoba.) El fascismo es una forma de comportamiento político. Una organización fascista requiere “un conjunto de militantes nacionalistas comprometidos”: igual que una izquierda radical consecuente, el fascismo necesita cuadros.
Su referencia a la “difícil pero efectiva colaboración con las élites tradicionales” es también muy importante. El fascismo es rupturista, hacia la derecha. Cuando les conviene, los fascistas se pueden expresar en términos muy radicales, como “antisistema”, “inconformes”… incluso se definen de “nacional revolucionarios”. No es en absoluto la opción preferida de la burguesía, siempre que sea posible prefiere otras vías, menos arriesgadas. Al hablar de su “colaboración con las élites tradicionales”, deja claro que existe esta diferencia entre las dos cosas; al contrario de algunas definiciones simplistas, el fascismo no es el representante directo del capitalismo oligárquico, monopolístico, etc. En su período de construcción, es un movimiento independiente del conjunto de la burguesía; sólo más tarde y en circunstancias extremas (aunque tristemente cada vez más posibles) se convierte en su socio.
Finalmente, un punto clave, con el fascismo se acaban las libertades democráticas y se actúa sin restricciones éticas o legales. Con la democracia burguesa, por supuesto, se infringen las libertades de la mayoría trabajadora de la población —sin ir más lejos, no hay democracia dentro del lugar de trabajo— pero el fascismo no permite ningún vestigio de democracia, en ninguna parte. Bajo el nazismo, incluso los grupos de escoltas fueron liquidados y sus miembros integrados en las organizaciones hitlerianas.
La especificidad del fascismo en la práctica
En Catalunya y en el Estado español hoy, el argumento de que ya vivimos bajo el fascismo conlleva no reconocer o no tomar en serio el crecimiento de grupos fascistas de verdad.
El 18 de noviembre de 2017, Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) celebró una manifestación en la parte alta de Barcelona. En esta zona hacía muchas semanas que habían empezado a juntarse bandas de centenares de personas —entre militantes fascistas y simples españolistas de derechas— que llevaban a cabo graves agresiones fascistas, por ejemplo contra una escuela y contra la sede de Catalunya Ràdio. Sobre el papel, había mucho apoyo para la manifestación contra el fascismo y 135 entidades — incluyendo una veintena de CDRs— se adhirieron a la convocatoria… Eso sí, sobre el papel: la mayoría de este apoyo no se convirtió en presencia visible en la manifestación. Participamos sólo medio millar de personas y sufrimos el acoso de un centenar largo de ultras durante gran parte del recorrido, hasta que al final la policía decidió frenarlos.
Hace más de un año que diferentes grupos fascistas —primero Plataforma per Catalunya, luego Democracia Nacional— intentan establecerse en Nou Barris, explotando preocupaciones vecinales ante la instalación de una mezquita en la zona. Las entidades vecinales locales querían centrar su trabajo en el aspecto de la convivencia vecinal, sin responder al crecimiento del fascismo. A nivel vecinal, el trabajo funcionó, pero el fascismo logró consolidarse. El resultado es que ha habido un auge de agresiones fascistas en toda la zona, sin olvidar el hostigamiento sufrido por la comunidad musulmana en cuestión. El 17 de marzo de 2018, se celebró una manifestación de UCFR en Nou Barris, contra el fascismo y por la convivencia. La protesta fue digna como acción local, pero de nuevo el casi centenar de adhesiones, incluyendo algunas organizaciones muy importantes, no se tradujo en una gran presencia física.
Y durante la madrugada del jueves, 29 de marzo el Ateneu Sarrià —de nuevo, en la parte alta de Barcelona— sufrió una agresión que lo quemó completamente. Entre los restos calcinados se encontraron pintadas nazis. El Ateneu está (estaba) a sólo unos centenares de metros de la plaza donde se reúnen los fascistas implicados en las agresiones contra las que protestamos el 18 de noviembre. La noche del mismo 29 de marzo hubo una manifestación urgente de protesta que intentó llegar a esta plaza, pero un nutrido grupo de antidisturbios de los Mossos d’Esquadra les bloqueó el camino.
Éstos son sólo unos ejemplos de actos fascistas en Barcelona durante estos meses. Ha habido otros en otras partes de Catalunya —como en la comarca del Bages, donde han topado con un una fuerte respuesta unitaria— y en otras partes del Estado, donde en general la respuesta ha sido mucho más limitada y/o puntual.
Se desprenden varias conclusiones relevantes del tema de este artículo. Primero; tildar de fascista la acción del estado no ayuda a frenar la represión, pero sí contribuye a quitar importancia a las acciones y el crecimiento de los grupos de extrema derecha. En segundo lugar, al ser un movimiento político que se encuentra en condiciones favorables, el fascismo gana adeptos. Hoy, no hay más Mossos que hace 6 meses, ni más jueces o fiscales; sí que hay más integrantes en los grupos fascistas. De nuevo, hay que reconocer que son amenazas de tipos diferentes; no sirve de nada tratarlos como si fueran lo mismo.
Tercero; en las manifestaciones descritas, hemos visto diferentes maneras de actuar por parte de la policía, desde proteger (primero muy, muy poco; luego algo más) nuestra manifestación del 18N, hasta mantener la plaza en Sarrià como un coto privado de los fascistas. Esto cuadra con la descripción de Paxton dada arriba (“difícil pero efectiva colaboración”). Pero no cuadra en absoluto con la idea de que el estado, o la policía, son fascistas. El 18 de noviembre, los policías que se colocaron entre los fascistas y nuestra manifestación, los que tras permitir el acoso y los insultos durante quizá 45 minutos, finalmente frenaron a los ultras… ¿también eran fascistas? Es decir, ¿un grupo de fascistas protegió (aunque fuese poco y tarde) nuestra mani contra otro grupo de fascistas?
Es obvio que lo que suena convincente (para algunas personas, al menos) en el abstracto, en el mundo real, no tiene sentido en absoluto. Si queremos combatir el fascismo, necesitamos saber qué es y qué no es. De la misma manera que un médico que no sabe distinguir entre una gripe, una bronquitis y un cáncer de pulmón puede servir para contentar a las personas hipocondríacas, pero no para curar.
La lucha contra el fascismo y la lucha contra el capitalismo
El argumento mil veces repetido de este artículo es que hay que distinguir muy bien entre lo que es fascismo y lo que no. Y ante el fascismo, hace falta una lucha unitaria, como la que impulsa en Catalunya UCFR (un movimiento que necesita urgentemente fortalecerse).
Entonces, ¿no decimos nada sobre los otros problemas? En absoluto. Una izquierda consecuente debe participar en muchas luchas, con las estrategias apropiadas para cada caso. La lucha por el derecho a decidir del pueblo Catalán es una de ellas. La lucha contra los recortes sociales y el neoliberalismo (un ámbito en que el PP y la derecha catalanista están de acuerdo) es otra. La magnífica jornada del 8 de marzo es un gran paso adelante en la lucha contra la opresión de las mujeres, que debe continuar. Y hay muchos más frentes. En cada caso, habrá diferentes combinaciones de fuerzas; es la naturaleza de las luchas concretas que si se trabaja bien se logra unir a gente diversa, y no siempre a la misma gente.
Y, no lo olvidemos, hace falta luchar para acabar completamente con el capitalismo. Como se ha dicho antes, si la represión que estamos viviendo forma parte de la democracia burguesa, entonces para conseguir una democracia real debemos superar el capitalismo. Mucha gente ya no cree que esto sea posible, dado que todas las soluciones desde arriba —la socialdemocracia; modelos como la URSS, China, Cuba, Nicaragua, Venezuela…; Syriza y Podemos…— han fracasado. Pero un cambio fundamental sí que es posible, mediante la revolución socialista desde abajo y la autoorganización. Este no es el espacio para entrar en detalles.
En todo caso, ahora mismo, la lucha por la revolución socialista es cosa de pequeñas minorías. Marx21 pretende agrupar a las personas que comparten este objetivo. Pero si queremos tener alguna posibilidad de realizar un cambio fundamental, debemos avanzar en las luchas reales de cada día. Para avanzar en estas luchas necesitamos estrategias que funcionan. En esto, debemos aprender de nuestra historia.
Aquí se ha demostrado que la idea de que “todo es fascismo” no es nada nueva; ha surgido antes con resultados terribles. Una de las funciones de un grupo revolucionario real es recuperar las experiencias y lecciones de dos siglos de lucha obrera y aplicarlas al momento actual. Sería desastroso negarse a aprender de ellas y repetir, otra vez, las terribles tragedias del pasado.
Postdata: combatir el “fascismo” de la mano del fascismo
Durante cinco años, los partidos comunistas se presentaron como la única fuerza opuesta al fascismo; visión que en el verano de 1932 se plasmó en la creación de Acción Antifascista. En 1933, el dirigente estalinista ruso, Manuilski, alabó a la dirección del KPD ante el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista por no haber “caído en la provocación” que habría supuesto combatir la toma de poder de Hitler ese enero (Poulantzas pág. 215). En agosto de 1939 se celebró el pacto entre Stalin y Hitler que entregó a la población judía de Polonia al nazismo.
Uno de los académicos más destacados sobre la extrema derecha es (o más bien era) Cas Mudde. El 28 de marzo de 2018, Mudde publicó un artículo en el que proponía, ante una probable nueva victoria electoral en Hungría del partido de la derecha populista y xenófoba, FIDESZ… ¡un pacto del centro liberal con el partido neonazi, Jobbik! (También da que pensar que el periódico que publicó esta llamada para pactar con los neonazis, el antaño progre The Guardian, es el mismo que impulsa la caza de brujas contra Jeremy Corbyn, un dedicado antirracista, tildándolo de “antisemita” por apoyar la causa palestina.)
Finalmente esto.
Hace unos meses la web principal de La Haine publicó un “Análisis de James Petras” en el que este supuesto intelectual de izquierdas habló del “gobierno neofascista de Madrid”, y luego dio ejemplos que en su opinión eran “una indicación del giro hacia el fascismo”. Se podría preguntar: ¿estamos girando hacia el fascismo? ¿Ya vivimos bajo un gobierno neofascista? Pero bueno, hasta aquí su argumento es muy típico.
El problema es que Petras es fan de Marine Le Pen. En 2017, Petras publicó un post apoyando a Marine Le Pen (que según Petras “definitivamente no es fascista”) frente a Macron, al que tildó de “extremista de derechas”. Hay que añadir que en sus ataques a Macron (que es de la derecha neoliberal y seguramente racista, pero no “de extrema derecha” ni mucho menos fascista) Petras utiliza un antisemitismo medio codificado. Más de un año después, este post pro fascista y el blog entero de Petras permanecen en la web de La Haine, que se presume de ser radicalmente antifascista.
Para Petras, espantado ante el “fascismo” del PP, quizá la solución más progresista sería invitar a Marine Le Pen a tomar el poder y aplicar sus políticas “pro clase trabajadora”…
Eso de tildarlo todo de “fascista” suena muy radical, pero su lógica va en la dirección opuesta, la de abrir el camino al fascismo real. Esto no es lo que quieren la enorme mayoría de personas que caen en esta confusión. Pero algunas de las personas que defienden esta idea acaban apoyando —o al menos pactando con— el fascismo real. La posición inexcusable, asquerosa, nefasta… de James Petras en este asunto debe servirnos de advertencia.
Referencias
Eaude, Mike (2016), La Transición: movimiento obrero, cambio político y resistencia popular, 2a edición, Barcelona, En lucha.
Gluckstein, Donny (1999), The Nazis, capitalism and the working class, Bookmarks, London.
Hippe, Oscar (1991), …and red is the colour of our flag, Index, London.
Karvala, David, (2015), “’Antifa’: Orígenes de la bandera roja y del antifascismo clásico”, http://davidkarvala.blogspot.com/2015/01/antifa-origenes-de-la-bandera-roja-y.html
Paxton, Robert (2004), The anatomy of fascism, Londres, Penguin.
Poulantzas, Nicos (1970), Fascismo y dictadura: La tercera internacional frente al fascismo. Disponible en https://books.google.es/books?id=9wiIrbNIHvIC