Nicole Möller González
Este texto fue originalmente presentado en el congreso marxista anual “Marx is muss” de la red Marx21 de Alemania, pero pretende ser un llamado necesario dentro de la izquierda a entender la crisis climática como un problema de clase, sistémico y que por lo tanto debe buscar soluciones sistémicas.
El texto será largo por lo tanto les pido que se preparen un café y se acomoden en sus asientos. Empezaré con una corta historia sobre el origen de la era fósil en Gran Bretaña que pretende demostrar los motivos históricos que han llevado a que las industrias actuales sean dependientes de la actual forma de generar energía y por lo tanto por qué el cambio climático está inherentemente ligado al modo de producción capitalista. Luego explicaré a qué se refería Marx con el término del metabolismo social y a través de su análisis intentaré trazar una analogía al cambio climático. Finalmente propondré dos tesis que considero inherentes al capitalismo y que lo hace, por lo tanto, incompatible con una sociedad sustentable.
El carbón: herramienta para explotar al proletariado
Para entender la crisis ambiental es necesario entender el origen del uso de energías fósiles. Esta historia ha sido maravillosamente documentada por el sueco Andreas Malm y tiene su inicio en Gran Bretaña a mediados del siglo XIX, época en la cual el carbón todavía era usado casi exclusivamente como fuente de energía para las labores domésticas y para la producción de algunas sustancias como, por ejemplo, con la ayuda de hornos de calcinación. Sin embargo esta característica no hacía todavía del carbón la fuerza motriz de la producción. La ruptura la logró James Watt en 1784 con la evolución de la máquina de vapor para la producción industrial, al inicio especialmente para la producción en la industria algodonera. Sin embargo la transición al uso de energías fósiles como fuerza motriz para la producción capitalista no ocurrió hasta algunas décadas después, en los años treinta del siglo XIX.
La mayoría de los capitalistas algodoneros seguían usando hasta 40 años después del desarrollo de la máquina de vapor la fuerza de los ríos y los molinos para hacer funcionar las máquinas. Los molinos poseían incluso en el momento de la transición a las máquinas de vapor varias ventajas: 1) los molinos eran hasta los años 1840 más eficientes que las máquinas de vapor; 2) El uso del agua era más barato, ya que el carbón venía con los costos de suministro y transporte regular; 3) al momento de la transición no había una “escasez” de ríos ni costos más altos para la construcción de molinos. Por lo tanto la transición a las máquinas de vapor ocurrió contra toda lógica y a pesar de las fuertes ventajas que demostraba poseer la energía no fósil. ¿Por qué entonces ocurrió este cambio? ¿Qué lo desencadenó?
Hay dos razones que lo explican. Primeramente el carbón le permitió a la industria una gran movilidad espacial hacia los lugares donde se encontraba una mayor concentración de trabajadores. Los molinos, por otro lado, estaban fijados a lugares específicos, donde los trabajadores tenían que ser emplazados casi de forma artificial. Se creaban colonias en las regiones campestres que se conformaban de pequeños pueblos de trabajadores alrededor de la industria.
En 1824, cuando las llamadas combination laws (leyes que prohibían el derecho a la huelga y protestas) fueron abolidas, hubo en Gran Bretaña una explosión de huelgas y sindicatos. Esto también tuvo influencia en las colonias del campo, sobre todo porque los dueños dependían completamente de sus trabajadores específicos. O sea que cuando estos dejaban su trabajo para protestar, por ejemplo, por horas de trabajo más humanas, los dueños de las industrias con molinos no podían simplemente traer nuevos trabajadores ya que se encontraban lejos de otros asentamientos. El carbón demostró tener en este contexto una gran ventaja. Era posible transportarlo al lugar donde hubiera la mayor concentración de trabajadores, las ciudades.
Además Gran Bretaña y su industria algodonera se encontraban desde 1825 bajo la primera crisis financiera de la historia capitalista. A mediados de 1830 ocurrió una bonanza en expansión industrial y mecanización de la producción que liberaría aún más al capitalista en su dependencia de los trabajadores. Los productores que querían sobrevivir luego de la depresión económica debían mantenerse en competencia e invertir en nueva maquinaria e infraestructura. Sin embargo la escasez de trabajadores en el campo y la emergencia de los sindicatos aumentaban los costos a aquellos capitalistas que dependían de la localización geográfica del agua para producir. Todos estos motivos conllevaron a que los capitalistas prefirieran trabajadores que fueran fácilmente reemplazables y adaptables a nuevas condiciones de trabajo. Esto era posible con la construcción de las industrias en las ciudades. El carbón era por su fácil movilización la mejor fuerza motriz para explotar a los trabajadores de la época, aunque el agua demostrara tener grandes ventajas.
Otra característica del carbón que resultó en su importancia actual en la industria, fue su flexibilidad temporal. La principal razón de ser de la industria algodonera era la exportación al mercado global, por lo tanto, bajo la competencia, el rendimiento debía ser maximizado. Pero como los ríos no podían brindar un flujo constante de energía por motivo de sus condiciones naturales (lluvia, sequía, etc.), , los trabajadores en estas industrias eran forzados a estar preparados para trabajar a cualquier hora del día, apenas las condiciones naturales de la producción se lo permitieran. Ellos podían estar obligados a trabajar hasta 12 horas al día. Por otro lado, las máquinas de vapor permitían el trabajo a cualquier hora del día, ya que solo era necesario suministrarlas de carbón y, por tanto, no eran dependientes de las condiciones naturales. Las luchas de los trabajadores por mejores condiciones de trabajo llevaron en 1833 y 1847 a dos restricciones en la cantidad de horas de trabajo. Estos cambios también apuntarían a la ventaja de las máquinas de vapor. Los capitalistas con molinos protestaban que les era imposible atenerse a las nuevas estipulaciones horarias, ya que dependían de las condiciones naturales para producir. El carbón por lo tanto también representaba una solución a las nuevas restricciones. Podríamos agudizar este aspecto y decir que el carbón se convirtió en la fuente de energía preferida del capital porque era la fuerza motriz más domesticable y sumisa.
Por medio de la mecanización y del ejército de reserva en las ciudades, los trabajadores eran fácilmente intercambiables ya que el capitalista poseía de forma inédita el absoluto control y la libertad sobre su maquinaria. Él ya no estaba expuesto a las huelgas de los trabajadores ni a las condiciones naturales para la producción. Desde ese momento la superioridad (en términos de producción) del carbón aumentó la introducción de la máquina de vapor en todas las industrias. La máquina de vapor británica en la industria algodonera se convirtió en la puerta de entrada del carbón a todas las demás industrias. Era por lo tanto la hora del nacimiento de la era fósil y de nuestra actual crisis ambiental.
Hemos visto que las raíces de la industria dependiente de los fósiles se remontan a la lógica del modo de producción capitalista. Primero, en el desarrollo de una producción competitiva y expansiva para la exportación global; segundo, en las ventajas de una creciente concentración de trabajadores en zonas urbanas y tercero, en el desarrollo de tecnología que permitiese la independencia de las condiciones ambientales naturales y de trabajadores específicos.
El Marx ecológico y el metabolismo social
Hasta aquí llego con la historia de la era fósil. Ahora daré un salto un poco largo hacia otro tema que nos ayudará a entender mejor nuestra crisis actual. Les relataré algo de lo que dijo Marx sobre la crisis ambiental que se vivía en su época y que, a mi juicio, nos entrega valiosas lecciones para el presente.
Hay una gran variedad de literatura sobre Marx, la teoría del valor-trabajo y su relación con el ambiente y/o la naturaleza. Existen quienes le atribuyen a Marx una visión prometeica, esto es, una comprensión del medio ambiente como mera fuente de recursos y del progreso como el dominio de los humanos sobre la naturaleza. Y es más: se le imputa la continuación e intensificación del dominio humano por sobre la naturaleza. Bajo esta lógica seguiría existiendo una expansión de la producción y del consumo una vez que el capitalismo se hubiera superado.
Quiero destacar en esta instancia la gran contribución que han hecho marxistas como John Bellamy Foster y Paul Burkett, que se han hecho a la ardua tarea de desenmascarar el mito del Marx anti-ecológico. Ellos, entre muchos otros, defienden la visión marxista de un mundo emancipado en el cual la relación entre el ser humano y la naturaleza se base en un sistema en pro de la humanidad y de la ecología. Pro-humano, porque todos y todas tenemos el derecho a una vida digna y al mismo tiempo pro-ecológico, porque no es posible tener una vida digna en un medio ambiente contaminado e inestable. Esta inseparabilidad de condiciones entre el humano y la naturaleza se manifiesta en el concepto de Marx de metabolismo social:
El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como una fuerza natura (traducción mía del original “naturmacht”). Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y piernas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y transformarla, transforma a la vez su propia naturaleza (El Capital, Tomo 1, mis cursivas).
Más adelante, Marx introduce con mayor precisión el concepto de metabolismo:
[…]El proceso de trabajo […] es una actividad orientada a un fin, el de la producción de valores de uso, apropiación de lo natural para las necesidades humanas, condición general del metabolismo entre el hombre y la naturaleza, eterna condición natural de la vida humana y por tanto independiente de toda forma de esa vida, y común, por el contrario, a todas sus formas de sociedad (ibíd., mis cursivas).
Marx era por lo tanto consciente de la compleja interdependencia o, como él le llamaba, del metabolismo entre el humano y la naturaleza. Este metabolismo es proporcionado por el proceso de trabajo como parte de la naturaleza humana. Marx veía al humano como una fuerza natural; su trabajo como su eterna condición natural, independiente de la forma en que la sociedad estuviera conformada.
Si nos adentramos al término del metabolismo como lo usamos hoy en día, lo entenderíamos como la forma en que los organismos adquieren materia y energía de su medio ambiente para procesarlos y convertirlos en otros materiales para sobrevivir. Por lo tanto, una cosa es convertida en otra cosa útil. Así ocurre en el proceso del trabajo en el cual el humano se apodera por su fuerza natural de los materiales naturales del medio ambiente para convertirlos en algo útil. Este metabolismo social está por un lado condicionado por leyes naturales y físicas y por otro, por la forma específica e histórica en que el modo de producción está organizado. El metabolismo social, o sea el intercambio de materia a través del trabajo humano y la naturaleza, está idealmente regulado por el modo de producción de tal forma, que los ciclos naturales puedan seguir funcionando.
Al analizar la separación entre el campo y la ciudad en su época, Marx pudo observar que el capitalismo tenía una influencia específica en el metabolismo social y especificó las consecuencias que ello podía traer.
Ya por aquellos tiempos se vivía una crisis ambiental que causó la preocupación de los países industrializados. Por medio de sus estudios sobre el trabajo del químico agrícola alemán Justus von Liebig, Marx observó que la industria pesada y la agricultura agotaban a los trabajadores y al suelo por igual:
Con el paulatino crecimiento de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, se acumula, por un lado, la fuerza motriz histórica de la sociedad y, por otro, se perturba el metabolismo entre el ser humano y la tierra, que consiste en el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el ser humano bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos y la salud mental de los trabajadores rurales. […] Y todo progreso de la agricultura capitalista no es solo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el incremento de la fertilidad de este durante un lapso dado, es un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. […] La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador (El Capital, Tomo 1, mis cursivas).
También en el tercer tomo de El Capital, insiste Marx en la convergencia fatal entre explotación de la mano de obra y el suelo:
El latifundio reduce la población agraria a un mínimo siempre decreciente y la sitúa frente a una creciente población industrial hacinada en grandes ciudades. De este modo da origen a unas condiciones que provocan una fractura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social, metabolismo que prescriben las leyes naturales de la vida misma. El resultado de esto es un desperdicio de la vitalidad del suelo, que el comercio lleva mucho más allá de los límites de un solo país. […] La industria a gran escala y la agricultura a gran escala explotada industrialmente tienen el mismo efecto. Si originalmente pueden distinguirse por el hecho de que la primera deposita desechos y arruina la fuerza de trabajo, y por tanto la fuerza natural del hombre, mientras que la segunda hace lo mismo con la fuerza natural del suelo, en el posterior curso del desarrollo se combinan, porque el sistema industrial aplicado a la agricultura también debilita a los trabajadores del campo, mientras que la industria y el comercio, por su parte, proporcionan a la agricultura los medios para agotar el suelo (El Capital, Tomo 3, mis cursivas).
Podemos, por lo tanto, rescatar tres ideas principales de estas citas: 1) Marx reconoce que la separación entre la ciudad y el campo, condición necesaria para el desarrollo del modo de producción capitalista, destruye el metabolismo entre el humano y la naturaleza. Esto ocurre en este caso específico cuando los nutrientes del suelo no son devueltos a la tierra sino que son acumulados en la ciudad. Los productos de la tierra son transportados a la ciudad para ser consumidos pero dentro de los aspectos necesarios para su producción no se toma en cuenta la necesidad de devolver los desechos de estos productos al campo para así mantener su fertilidad. El metabolismo se encuentra no sólo perturbado sino que experimenta una fractura irreparable (en aquella época en los ciclos del nitrógeno, del fósforo, etc.), la llamada fractura metabólica. 2) Esta fractura del metabolismo tiene una influencia directa sobre la vida de los trabajadores (“destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos y la salud mental de los trabajadores rurales”). Aquí Marx se refiere a los problemas extremos de la contaminación urbana por los excrementos y al bajo nivel de producción en el campo por el constante transporte de nutrientes hacia la ciudad; 3) Marx resalta la miopía del desarrollo capitalista al tratar de solucionar un problema sistémico: “todo avance en el incremento de la fertilidad de este durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad […] La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando […] la tierra y el trabajador”. En este caso se hace referencia a la importación de grandes cantidades de guano del Perú al Occidente para así supuestamente solucionar el tema de la baja fertilidad de la tierra. Evidentemente esta no era una solución definitiva ni racional, ya que el problema radicaba en la incapacidad de introducir un mecanismo que mantuviera los ciclos del suelo. Mantener dichos ciclos traería costos “innecesarios” a la producción y desventajas a nivel competitivo.
El ciclo del carbono y su fractura metabólica
Las analogías al problema de hoy ya se dejan entrever. ¿Cómo se pueden aplicar estos conocimientos al cambio climático?
Entremos al tema de la fractura metabólica y del ciclo del carbono. El carbono, como elemento químico, lo encontramos en todos los seres vivos pero también en glaciares, rocas y océanos. La cantidad de carbono en la biosfera es fija, o sea, sólo cambia su forma dependiendo de dónde se encuentre en su ciclo. El carbono es un elemento que se encuentra en constante cambio, pasando del océano, por ejemplo, a la atmósfera. Los bosques y los océanos son los lugares de la biosfera más importantes para el intercambio con la atmósfera. Estos no sólo sueltan o absorben carbono sino que también tienen la capacidad de almacenarlo cuando, por ejemplo, se encuentra en exceso en la atmósfera. Bajo ciertas circunstancias y en procesos que demoran millones de años, plantas y organismos son fosilizados en forma de carbón, gas o petróleo. Estos son procesos muy importantes que permiten guardar carbono en las profundidades de nuestro planeta y fuera de la biosfera. La composición de nuestra atmósfera hoy en día se debe en parte a estos procesos. Es decir que gracias a que una cantidad de carbono se encuentra almacenada en la tierra, nosotros hoy tenemos las condiciones para sobrevivir.
¿Cómo ocurre entonces la fractura metabólica?
La esencia de una fractura metabólica es la alteración irremediable de un sistema natural. En el caso que Marx describe para Gran Bretaña del siglo XIX, se trataba de la alteración de los nutrientes del suelo causada por la separación entre la ciudad y el campo.
Nuestro metabolismo social actual es dependiente e inseparable de las energías fósiles por el hecho de que los medios de producción ya han sido diseñados históricamente por el modo de producción capitalista. Todos los ramos de la industria dependen de la extracción de combustible y de su combustión. No es de sorprenderse entonces que el contribuidor antropogénico más importante de dióxido de carbono sea la industria. La industria, la generación de energía y la agricultura contribuyen en un 70% con las emisiones a nivel mundial. Marx llamaba a los materiales como el carbón materiales auxiliares ya que no eran parte del producto final pero eran necesarios para su producción.
Como ya había mencionado, la cantidad de carbono en la biosfera es relativamente constante, lo cual permite las formas de vida y la temperatura existentes. Además el carbono en forma de gas demora unos 120 años para ser absorbido en bosques y océanos. Por lo tanto la fractura ocurre en el momento cuando los combustibles fósiles, que han pasado por un largo proceso geológico, son liberados de su estado fósil de forma acelerada y creciente como material auxiliar. La atmósfera se encuentra cada vez más sobrecargada de dióxido de carbono (y otros gases de efecto invernadero) que antes no eran parte de la biosfera por encontrarse en estado fosilizado. El carbono industrial no puede simplemente volver a su estado original o ser absorbido rápida y completamente por los océanos y bosques. El resultado es una concentración de gases en aumento en la atmósfera que absorben cada vez más energía y que producen el calentamiento global. Esta fractura en el ciclo del carbono y el aumento de temperaturas crea además lo que llamamos retroalimentación positiva que agudiza la crisis aún más.
Algunos ejemplos de esta retroalimentación serían: 1) El derretimiento de los cuerpos de hielo en los polos que no sólo causa la subida del nivel del mar sino que además debilita el poder de reflexión que tiene la tierra. Rayos solares y su energía son absorbidos aún más por la oscuridad de los océanos aumentando así todavía más la temperatura; 2) El deshielo de las regiones de la tundra liberan metano y por lo tanto contribuyen al efecto invernadero; 3) Los océanos son los sumideros de carbono más importantes con una capacidad de absorción hasta 50 veces más alta que la atmósfera. Con el aumento de la temperatura del agua ocurre una disminución en la capacidad de absorción. El calor del agua hace que el carbono sea cada vez menos soluble en ella; y 4) Ocurre una extinción masiva de distintas especies que a su vez conlleva al colapso de distintos ecosistemas y por lo tanto también de nuestras condiciones de sobrevivencia. Como hemos visto entonces el cambio climático es como una avalancha de nieve que parece haber sido iniciada por una pequeña bola de nieve.
El cambio climático es un síntoma y la enfermedad se llama capitalismo
Para cerrar, en la última parte de este texto, quiero pasar de lo micro a lo macro, para entender bien el origen y la solución de la crisis que estamos viviendo. Voy a presentar dos tesis que hacen, a mi parecer y al de muchos otros marxistas y socialistas, al capitalismo inherentemente antiecológico.
La primera tesis se refiere al carácter antiecológico cuantitativo del capitalismo. La transición a la máquina de vapor le permitió al capitalismo la expansión de la producción por la creciente productividad. Esto significa que el carbón, como material auxiliar, se hizo necesario de forma creciente. El hecho de que el carbón fuera tan flexible geográfica y temporalmente hizo que el sistema se hiciera dependiente de estas fuentes de energía. Históricamente se produce, entonces, un creciente flujo de materia y energía en el proceso de producción, que le permite al capitalismo su necesaria expansión.
Esta lógica expansiva del capital se explica con la fórmula de Marx D-M-D´ (D=dinero; M=mercancía). No entraré de lleno en la economía política de Marx, sólo revisaré de forma muy general lo que significa la fórmula y su conexión con el cambio climático. La fórmula inicia con el ingreso del dinero en el proceso de producción, esto quiere decir con las compras de los medios de producción (maquinaria, materia prima, materiales auxiliares, etc.) y de la fuerza de trabajo (o sea el tiempo que el/la trabajador/a le dedica a la producción). La “unión” de ambos produce la mercancía (M). La lógica capitalista implica que esta mercancía debe ser vendida a un precio más alto que la inversión inicial (D), porque de otra manera, el capitalista no tendría ganancia y el proceso sería innecesario (a los ojos del capitalista). Entonces se vende en el mercado a un precio D´(o sea D + la plusvalía). Esta plusvalía, según la teoría de valor-trabajo, la producen los trabajadores porque tienen la capacidad de producir valor. La fuerza de trabajo utilizada en el proceso de producción tiene la propiedad de crear más valor de lo que cuesta adquirirla. En pocas palabras le trabajamos tiempo no pago al capitalista y de esto él adquiere su ganancia. Parte de D´ será luego nuevamente invertido en el proceso de producción para reiniciar el mismo ciclo, esta vez D´-M – D´´ y así sucesivamente. En la forma capitalista de circulación de la mercancía el objetivo es cuantitativo, empezamos con el dinero y terminamos con más dinero. Vemos entonces que el único motivo para producir una mercancía es la acumulación de capital ya que el dinero final debe ser reinvertido constantemente. No hacerlo implicaría la muerte del capitalista por la competencia. O como decía Marx: “Nunca, pues, debe considerarse el valor de uso como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada, sino el movimiento infatigable de la obtención de ganancias” (El Capital, Tomo 1, mis cursivas). Esta forma intensiva y expansiva de organizar el metabolismo social – con la única meta de que trabajo e intercambio de materia y energía con el ambiente estén sometidos al “movimiento infatigable de la obtención de ganancias” – sólo puede traer fracturas en los ciclos naturales. En nuestro caso se manifiesta por la acumulación creciente de carbono en la atmósfera causada por la constante y necesaria expansión de la producción y del capital. Por ejemplo, en septiembre del 2016, la concentración de dióxido de carbono llegó por primera vez a 400 ppm (partes por millón), mientras que en épocas pre-industriales estaba a 280ppm.
Quiero, sin embargo, dejar claro que el problema no radica en que el humano produzca. Tenemos que producir y trabajar para sobrevivir. Lo que es altamente problemático es el modo en que esta producción se organiza. En nuestro caso histórico actual esto reside en la producción que por único fin tiene la acumulación de capital. Por este motivo es que aumentan de forma arbitraria las dimensiones de ruptura en el metabolismo social.
Denomino a la segunda tesis el carácter antiecológico cualitativo del capitalismo. Pero cuidado: la tesis anterior y la que iré a presentar a continuación no deben ser entendidas por separado. Están unificadas aunque sus características sean divisibles.
Para que el capitalista pueda obtener la plusvalía de sus trabajadores, se debe cumplir la condición de que una minoría en la sociedad posea los medios de producción, mientras que el resto se resigna a ser dueño de su fuerza de trabajo. Esto implica paralelamente la separación de la relación de los/las trabajadores/as con las condiciones naturales de producción, o sea con la naturaleza. Los medios de producción tienen como punto de partida la naturaleza. El capital sólo puede mantener su dominio como sistema por medio de la separación del trabajo de las condiciones naturales. Sólo así puede determinar con qué fin (la acumulación de capital) y cómo se combinarán ambos elementos para la producción. Lo vimos en el ejemplo de la máquina de vapor. Su introducción implicó la independencia del capitalista de las condiciones del flujo del agua y la separación de los trabajadores de aquellas condiciones naturales de producción. Esta relación tiene un efecto alienante sobre los/las trabajadores/as porque les es imposible tener cualquier tipo de control por sobre el intercambio material con la naturaleza, o sea, sobre el metabolismo social, ya que no son dueños de los medios de producción. Las consecuencias de su trabajo, por ejemplo sobre el medio ambiente, están mediadas por una fuerza exterior. El uso de la naturaleza y del avance científico en los medios de producción aparece a los trabajadores (al igual que los productos finales de su trabajo) como meros medios de explotación. Esto demuestra el carácter antidemocrático del modo de producción capitalista. No solo se explotan los/las trabajadores/as y la naturaleza sino que además no hay oportunidad para definir democráticamente la forma en que se prefiere organizar el metabolismo social, ni cuáles son las necesidades que deben ser satisfechas.
Se puede concluir entonces que el modo de producción no es conducido por las necesidades inmediatas de los/las trabajadores/as sino guiado para satisfacer las necesidades de quienes controlan los medios de producción. Y la necesidad de aquellos es simplemente la producción para la acumulación de capital y por lo tanto tiene como resultado cualitativo algo distinto a lo que podría producirse en pro del bienestar humano y ambiental. Por ejemplo, en vez de elegir la producción de más y mejores medios de transporte colectivos en una sociedad, haciendo así obsoletos los transportes individuales, se producen e incentivan los automóviles porque estos obviamente crean más ganancia al capital.
Para el capitalista no es una necesidad hacerse cargo de la destrucción ambiental o, en nuestro caso, de la quema arbitraria de combustión, ya que no generará capital con su venta en el mercado. Así como el capitalista abusa de los límites de regeneración y de descanso del trabajador, abusa también de la capacidad de carga de los ecosistemas. Es un sistema de explotación que no reconoce los límites del mundo natural y los convierte en simples barreras a ser sobrepasadas.
Nos damos cuenta, por lo tanto, que ya sea desde el carácter cuantitativo ilimitado o del cualitativo antidemocrático, el capitalismo y su resultante forma de metabolismo social no es guiado por las necesidades humanas ni naturales y es, por ende, incompatible en cualquier aspecto con la mantención de la vida en la tierra.
Incluso Marx en su época se percató de que la separación entre ciudad y campo, necesaria para el desarrollo del capitalismo, era culpable de la crisis ecológica, que producía sufrimiento en la vida de los/las trabajadores/as y que no existía reforma ni solución decisiva dentro del sistema.
Hago un llamado por lo tanto a asumir la urgencia de la crisis en la que nos encontramos. Nos queda poco tiempo y las consecuencias serán irremediables, sentidas en primer lugar por las clases más vulnerables que no poseen la capacidad material para garantizar la sobrevivencia. Es necesario unir las luchas actuales con la lucha contra el cambio climático. Algunas luchas globales, si bien de carácter reformista, nos dan el ejemplo de como organizarnos, avanzar la izquierda y expandir nuestras líneas de lucha en los tiempos de crisis ambiental. Por ejemplo, la campaña británica One million climate jobs (Un millón de puestos de trabajo a favor del clima) que busca unir varios sindicatos a favor de la creación de nuevos trabajos en energías renovables, aislamiento de casas, etc., la unión de la lucha histórica indígena y la de trabajadores/as contra el fracking en EEUU, la campaña sindical contra el neoliberalismo y por la democratización de la energía a mano de las comunidades y no de empresas privadas (Trade Unions for Energy Democracy, sindicatos por la democratización de la energía), etc.
Si queremos una sociedad en la cual nosotros podamos vivir bien, con dignidad y en co-desarrollo con el medio ambiente es necesario acabar con el sistema actual. La izquierda como proyecto antineoliberal debe jugar un rol importante en esta articulación y organización de luchas anticapitalistas. Luchar contra el neoliberalismo, la privatización salvaje, las medidas de austeridad, la desmoralización e individualización de las personas y, por extensión, contra el cambio climático, sólo podrá ser efectivo con un proyecto unificado y estructurado desde abajo, inclusivo, democrático en todas las instancias orgánicas y participativo. Sólo reconquistando la confianza de las personas por una nueva forma de hacer política a través de una verdadera práctica democrática y participativa lograremos que la izquierda avance, cambie las balanzas de poder y contribuya a nivel global en la lucha contra el cambio climático. La crisis es de ellos, pero nos fue impuesta. Por lo tanto, ¡tenemos un mundo por conquistar!
- Nicole Möller González es bióloga y magíster en manejo de recursos naturales por la Universidad Humboldt de Berlin. Militante del FA Valdivia y miembro de Marx21. Ecosocialista, socialista revolucionaria, feminista-antirracista.
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