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Brian Champ

La brutal invasión rusa de Ucrania, tras décadas de tensión en torno a la expansión de la OTAN hacia el este, ha puesto al mundo al borde de una escalada del conflicto.

Están en disputa los bloques imperialistas, cada uno con arsenales nucleares con el potencial de dejar grandes áreas del planeta inhabitables para varias generaciones.

Y un conflicto que además tiene su epicentro en Ucrania, que cuenta con 15 reactores nucleares distribuidos en cuatro centrales activas lo que hace posible que, fruto de una acción militar, se rompan las estructuras de contención de radiación lo que supone un riesgo añadido.

Sin embargo, el impacto ambiental de la guerra no solo está relacionado con el arsenal nuclear.

Las llamadas armas convencionales tienen un impacto ambientalmente destructivo: napalm, defoliantes como el Agente Naranja, uranio empobrecido utilizado para proyectiles perforantes. La destrucción inmediata se ve agravada por la degradación ambiental en curso en las áreas donde se han utilizado estas armas.

El peligro en Ucrania de una escalada hacia una guerra directa entre bloques imperialistas rivales podría magnificar la destrucción con la perspectiva de que economías enteras se dirijan a producir para fines bélicos, escalando el conflicto a una posible guerra mundial. La escala de destrucción ambiental sería mucho mayor.

Pero con la crisis climática, el impacto ambiental de la guerra no son solo los efectos del armamento en el campo de batalla, sino las emisiones de carbono asociadas con las operaciones de la maquinaria de guerra. El ejército estadounidense en sus operaciones en “tiempos de paz” emite más carbono que países enteros como Dinamarca o Portugal.

Con el equipamiento militar, la potencia es más importante que la eficiencia del combustible y la intensidad de las emisiones es muy alta. No tenemos forma de saber con certeza cuánto carbono liberan a la atmósfera los militares de todo el mundo, porque están exentos de informar.

Si estos números son altos durante las maniobras militares, la intensidad del carbono liberado aumenta dramáticamente durante una guerra.

La guerra no es compatible con el objetivo de evitar que las temperaturas globales aumenten más de 1,5 grados, algo a lo que se comprometieron los líderes mundiales, una vez más en las reuniones de la COP del pasado noviembre en Glasgow. Hubo mucha decepción acerca de que los líderes ni tan siquiera pudieran ponerse de acuerdo para dejar de producir y quemar carbón, y mucho menos eliminar gradualmente los combustibles fósiles.

Hacer guerras no es compatible con el cumplimiento de estos compromisos. Queda bastante claro que las guerras libradas por el control de los combustibles fósiles ponen al mundo en una trayectoria hacia resultados climáticos mucho peores. El hecho de que los suministros rusos de GNL (gas natural licuado) a Europa desempeñen un papel en este conflicto demuestra, aún más, la dificultad que tiene el capitalismo para alejarse de los combustibles fósiles.

Transición justa y guerra

Durante la pandemia, las campañas dirigidas a la desinversión en proyectos de combustibles fósiles por parte de instituciones financieras y compañías de seguros lograron avances, en parte porque los precios más bajos del petróleo y el aumento de los costes de producción debido a los bloqueos y otras resistencias habían hecho que los inversores se preguntaran si verían un retorno de la inversión.

Pero tras la invasión rusa de Ucrania, hubo un artículo en el Financial Post sobre cómo la crisis energética europea y el conflicto habían dado nueva vida a un proyecto de GNL en la costa este de Canadá, con la perspectiva de suministrar energía a Europa.

El impacto de la guerra en los precios del petróleo también ha cambiado la economía de la construcción de oleoductos y del desarrollo de arenas bituminosas, mediante precios más altos que repentinamente hicieron que estos proyectos fueran más rentables.

Y existe una enorme contradicción entre el aumento de los gastos de guerra del gobierno canadiense y sus planes climáticos.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha pedido a los países miembros que gasten al menos el 2% del PIB en sus fuerzas armadas.

En marzo, la ministra de Defensa de Canadá, Anita Anand, anunció la investigación entre las opciones para aumentar el gasto militar “por encima del nivel del 2%, alcanzando el nivel del 2% y por debajo del nivel del 2%”. La verdad es que el Departamento de Defensa Nacional (DND) es el departamento más grande del Estado canadiense: gasta 24.300 millones de dólares y consume el 7,1% del gasto federal. Elevar el presupuesto del DND al 2% del PIB elevaría este monto a 41.400 millones de dólares (el 12% del gasto federal). A principios de abril, los liberales anunciaron que “solo” aumentarían el gasto militar hasta alcanzar el 1,5 % del PIB, un aumento de unos 8.000 millones de dólares.

El nuevo plan climático liberal es terrible porque canaliza miles de millones de dólares hacia soluciones falsas como CCUS (tecnología para reducir las emisiones de carbono) y que pretende que los mecanismos del mercado pueden liderar la transición. Este plan no detendrá la crisis climática, pero es instructivo saber que, si el presupuesto del DND se eleva al 2% del PIB, el aumento de 17.100 millones de dólares es casi el doble del dinero presupuestado para todo el plan climático (9.000 millones). El aumento presupuestario anunciado de 8 mil millones de dólares para el DND es casi tanto como todo el plan climático.

¿En qué más podría gastarse este dinero?

El gobierno federal ha prometido 6 mil millones de dólares, durante diez años, para solucionar los problemas de agua potable en las comunidades indígenas, tras décadas de inacción. Esto es solo el 3% del aumento en el gasto militar.

17 mil millones de dólares podrían usarse para construir 600 km de tránsito rápido ligero de trenes de superficie en nuestras ciudades; instalar paneles solares en 450.000 hogares que podrían alimentar completamente esos hogares; construir 20 nuevos hospitales cada año; aumentar el gasto en educación y salud.

En Canadá, si se alcanza la meta de aumento del gasto militar del 2%, sería aproximadamente lo mismo que la Transferencia de Salud de Canadá (de los programas de salud federales a los provinciales) de $43 mil millones por año. Si se eliminara el presupuesto militar, la transferencia a salud podría duplicarse para mejorar drásticamente los hospitales con fondos insuficientes. Los números son similares para los presupuestos de educación.

El activismo climático, el ambientalismo y la construcción del movimiento contra la guerra

El hecho es que, si esperamos poder lograr la transición justa a una economía de carbono cero por el bien del planeta y las generaciones futuras, la campaña de guerra de nuestros gobernantes debe detenerse.

Simplemente no podemos darnos el lujo de desperdiciar la oportunidad y el dinero en programas que aumentarán la crisis, cuando necesitamos que esos recursos se destinen a detener el tren desbocado de la economía capitalista que está socavando la capacidad de sustentar la vida en la tierra.

El fantástico movimiento contra la guerra en Rusia, donde decenas de miles han sido arrestados y potencialmente se enfrentan a años de cárcel, es un faro de esperanza. Necesitamos continuar construyendo oposición al impulso de guerra de nuestros propios gobernantes, siguiendo el ejemplo de aquellos que arriesgan tanto en Rusia.

Esto significa pedir el fin de la OTAN como fuerza imperialista y pedir que Canadá salga de la OTAN. Significa pedir que se ponga fin al suministro de armas y soldados a Europa del Este, mientras se apoyan los esfuerzos humanitarios en la región.

El pueblo ucraniano tiene el derecho a la autodeterminación y la autodefensa, pero si eso significa apoyar y ampliar la participación masiva de las personas ucranianas para hacer frente a la ocupación rusa. Establecer vínculos entre las fuerzas contra la guerra sobre el terreno en Rusia, Ucrania y los estados de la OTAN puede ayudar a presionar a nuestros dirigentes para que abandonen sus estrategias bélicas.

Pero también significa el fin de los envíos de armas desde Occidente a sus aliados como Israel y Arabia Saudita en Oriente Medio. Israel usa su poderío militar para extender su poder en la región, pero también para hacer la guerra a la población palestina.

Arabia Saudita ha liderado el asalto al pueblo de Yemen del Sur utilizando armas suministradas por Canadá y otras potencias occidentales, una guerra que apenas se menciona en los medios occidentales.

Hay muchos otros conflictos en todo el mundo, y la principal rivalidad interimperialista es realmente entre el bloque liderado por Estados Unidos y China, aunque abundan las contradicciones debido a la interpenetración de sus economías.

El ruido de sables en una región puede aumentar las tensiones en otros lugares y pueden estallar guerras de poder o guerras más directas entre las principales potencias en el contexto de las crisis superpuestas del capitalismo tardío.

Los movimientos climáticos y ambientales en todo el mundo son un terreno fértil para construir las fuerzas que se oponen a la guerra porque ya hay un clamor para conseguir un cambio de rumbo del sistema, pero la transición no está ocurriendo, o no está ocurriendo lo suficientemente rápido, y las y los activistas ya están pidiendo más dinero para una verdadera transición, lejos de los combustibles fósiles.

Cuando los gobiernos vacilan y provocan confusión respecto a las soluciones climáticas, pero luego gastan dinero con entusiasmo en la guerra, esto tiene el potencial de provocar la ira en el movimiento climático y la predisposición para tomar medidas que se opongan a la campaña de guerra, relacionándola con la necesidad de financiar la transición hacia una economía de carbono cero.

Esto es parte de un marco de justicia climática que busca soluciones climáticas que conduzcan a una transición real del capitalismo de combustibles fósiles hacia una economía de cero emisiones, donde ninguna comunidad o trabajador se quede atrás.

Movilizarse para oponerse al impulso de guerra de nuestros gobernantes, ya sea por combustibles fósiles o por alguna otra razón, es una parte clave de la movilización de masas de indígenas, trabajadores, personas de comunidades racializadas y otras comunidades marginadas, ambientalistas y activistas climáticos para crear una fuerza para el cambio desde abajo que pueda transformar el mundo para tener un futuro sostenible.

Climate Voice, una nueva red que incluye a grupos indígenas, laborales, climáticos, ambientales y estudiantiles, se unió en el proceso de organización de la concentración del 6 de noviembre, en el Día Mundial por la Justicia Climática, durante la cumbre de la COP26 en Glasgow. Nuestras principales demandas de justicia climática fueron: Respetar la soberanía indígena; Eliminar gradualmente los combustibles fósiles; Transición justa para comunidades y personas trabajadoras; Justicia global.

A medida que nuestros gobernantes persiguen el impulso hacia la guerra, debemos afirmar que el “No a la guerra” es también una demanda de justicia climática, que busca justicia para las víctimas del conflicto, pero también para las generaciones futuras que soportarán la peor parte de las prioridades del gasto de guerra que las condenará a un futuro sombrío.


Brian Champ es militante de International Socialists, nuestro grupo hermano en el Estado canadiense. Este artículo apareció en su web.