Alex Callinicos

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El Capital corona la obra de Marx. Es la obra maestra del trabajo de su vida. Según dice en el Prefacio del primer tomo, el libro buscaba “revelar la ley económica del movimiento de la sociedad moderna” (C I, 92). Pensadores de la economía anteriores habían captado uno u otro aspecto del funcionamiento del capitalismo, pero ahora Marx buscaba entenderlo como un todo. A tono con el método de análisis y con la concepción de la historia que hemos discutido en los dos capítulos anteriores, Marx analiza el capitalismo no como el fin de la historia, no como la forma de sociedad que corresponde a la naturaleza humana, sino como un modo de producción transitorio cuyas contradicciones internas llevarían a su caída.

Para los lectores no familiarizados con la “ciencia deprimente” de la economía —como la llamó el poeta Thomas Carlyle— podrá ser de ayuda que resumamos brevemente el tema de este capítulo. Empieza con la teoría del valor, el punto central de El Capital, según la cual las mercancías —los productos que se venden en el mercado— se intercambian en proporción al trabajo socialmente necesario para producirlos. Luego veremos cómo esta teoría se relaciona con la discusión de Marx sobre la explotación capitalista, ya que el valor excedente —plusvalor o plusvalía— creado por los trabajadores es la fuente de las ganancias sobre las que descansa el capitalismo como sistema económico. La competencia entre capitales —sean capitalistas individuales, compañías e incluso Estados— cada cual tratando de hacerse de la mayor cantidad posible de plusvalor, lleva a que se forme una tasa general de ganancia y, como veremos, a una modificación de la teoría del valor. La competencia lleva también hacia una tendencia decreciente de la tasa de ganancia, la cual es causa básica de las crisis que regularmente afligen al sistema capitalista.

Trabajo y valor

El fundamento de toda sociedad humana es el proceso de trabajo; esto es, la cooperación entre los seres humanos para utilizar las fuerzas de la naturaleza y satisfacer así sus necesidades. Antes que nada, el producto del trabajo debe responder a alguna necesidad humana. En otras palabras, debe ser útil. Marx le llama valor de uso. Su valor reside en primer lugar en ser de uso para alguien.

La necesidad que satisfaga un valor de uso no tiene que ser física. Un libro tiene valor de uso, ya que la gente necesita leer. Asimismo las necesidades que satisfaga un valor de uso pueden tener propósitos viles. La pistola de un asesino o el bastón de un policía son valores de uso, tanto como una lata de frijoles o el escalpelo de un cirujano.

Bajo el capitalismo los productos del trabajo toman la forma de mercancías. Una mercancía, como bien apuntó Adam Smith, no sólo tiene valor de uso. Las mercancías no se hacen para ser consumidas directamente, sino para ser vendidas en el mercado. Son producidas para ser intercambiadas. Como tales, las mercancías tienen también un valor de cambio: “la relación cuantitativa, la proporción, en que valores de uso de un tipo se intercambian por valores de uso de otro tipo” (I, 126). Así, por ejemplo, el valor de cambio de una camisa podría ser el de cien latas de frijoles.

Son distintos el valor de uso y el valor de cambio. Para usar un ejemplo de Smith, el aire tiene un valor de uso casi infinito para los seres humanos, porque sin él no podríamos vivir, pero no tiene valor de cambio —si ignoramos que los ricos pueden adquirir entornos menos contaminados. Por otro lado, los diamantes tienen relativamente muy poco valor de uso, pero tienen un valor de cambio muy alto.

Un valor de uso satisface unas necesidades humanas específicas. Si uno tiene hambre, un libro no sirve de nada. Por otra parte, el valor de cambio de una mercancía es la cantidad por la que ella se cambia por otras mercancías. Los valores de cambio reflejan lo que las mercancías tienen en común y no sus cualidades específicas. Una pieza de pan puede ser cambiado por un abrelatas —sea directamente o por medio del dinero— aun cuando sus usos son muy diferentes. ¿Qué tienen en común ambas mercancías que hace posible el intercambio?

La respuesta de Marx es que todas las mercancías tienen un valor, del cual el valor de cambio es meramente un reflejo. Ese valor representa lo que le ha costado a la sociedad producir esa mercancía. Como la fuerza de trabajo humana es la fuerza motora de la producción, ese costo puede ser medido sólo por la cantidad de trabajo que se dedicó a hacer la mercancía.

Pero por trabajo Marx no se refiere aquí a la forma particular de trabajar, dedicada por ejemplo a hornear una pieza de pan o producir un abrelatas. Este trabajo “concreto” —como lo llama Marx— es demasiado variado y complejo para darnos la medida que necesitamos del valor. Para encontrar esta medida debemos abstraer el trabajo de su forma concreta. Marx escribe: “Un valor de uso —o un artículo útil— tiene valor, sólo porque tiene trabajo humano abstracto objetivado o materializado en él” (C I, 129). De manera que el trabajo tiene un “doble carácter”:

“Por un lado, todo trabajo es un gasto de fuerza de trabajo humana en el sentido fisiológico, y es en esta calidad de ser igual, o abstracto, el trabajo humano forma el valor de las mercancías. Por otro lado, todo trabajo es un gasto de fuerza de trabajo humana de una forma particular y con una meta definida, y es en esta calidad de ser trabajo útil definido, que produce valores de uso” (C I, 137).

Marx describió este carácter dual del trabajo como uno “de los mejores puntos en mi libro” (SC, 192). Fue aquí que la teoría de Marx se desligó de la de Ricardo y los pensadores de la economía política. Marx critica a Ricardo por concentrarse casi exclusivamente en buscar una fórmula precisa para determinar el valor de cambio de las mercancías. Lo que quería Ricardo era encontrar formas de prever los precios del mercado. Marx escribió:

“El error de Ricardo es que sólo le interesa la magnitud del valor… Lo que Ricardo no investiga es la forma específica en que el trabajo se manifiesta como el elemento común a las mercancías” (TSV III, 131 y 138).

Marx no estaba específicamente interesado en los precios del mercado. Su objetivo era comprender al capitalismo como una forma de sociedad históricamente específica, y cuáles contradicciones podían llevar a su transformación futura. Marx no quería saber cuánto trabajo forma el valor de cambio de las mercancías, sino en qué forma el trabajo realiza esta función, y por qué en el capitalismo la producción es de mercancías para el mercado en vez de productos para usufructo directo de la gente, como en sociedades anteriores.

El carácter dual del trabajo es crucial para responder esta pregunta, porque el trabajo es una actividad social y cooperativa. Esto es cierto no sólo de tipos particulares de trabajo, sino de la sociedad en su conjunto. El trabajo de cada individuo o grupo de individuos es trabajo social en el sentido de que contribuye a satisfacer las necesidades de la sociedad. Estas necesidades requieren todo tipo de diferentes productos: no sólo alimentos diferentes sino además diferentes tipos de vestido, casas, medios de transporte, herramientas, instrumentos necesarios en la producción, etc. Esos diferentes tipos de trabajo útil tienen por fuerza que llevarse a cabo. Si todos produjéramos un sólo tipo de producto la sociedad colapsaría muy pronto.

Por lo tanto, toda sociedad necesita medios para distribuir el trabajo social entre las diferentes actividades productivas. Marx señala que: “Ninguna forma particular de producción social puede echar a un lado esta necesidad de distribución del trabajo social en proporciones definidas” (SC, 209). Pero hay una diferencia fundamental entre el capitalismo y otros modos de producción. El capitalismo carece de un mecanismo para que la sociedad decida colectivamente cuánto de su trabajo será dedicado a las tareas particulares.

Para entender por qué es así debemos ver los modos de producción precapitalistas, en que la meta de la actividad económica era primeramente producir valores de uso, y donde cada comunidad podía satisfacer la mayoría de sus necesidades gracias al trabajo de sus miembros. Por ejemplo:

“…en la industria rural patriarcal de una familia campesina que produce maíz, ganado, hilo, tela y ropa para su propio uso… la distribución del trabajo en la familia y el tiempo de trabajo invertido por los miembros individuales de la familia se regulan por las diferencias de sexo y de edad, así como por las variaciones de las condiciones naturales de trabajo según las estaciones del año.” (C I, 171)

La distribución del trabajo era regulada colectivamente incluso en sociedades precapitalistas en que existían explotación y clases sociales. En el feudalismo:

“…el trabajo y sus productos… toman forma en las transacciones de la sociedad, de servicios en especie y pagos en especie… No importa lo que podamos pensar de los diferentes roles que las personas ejercen en la sociedad, las relaciones sociales entre individuos aparecen en cualquier caso como sus propias relaciones personales… no están disfrazadas de relaciones sociales entre cosas, entre los productos del trabajo.” (C I, 170)

En los casos de la esclavitud y del feudalismo —modos de producción fundados en la explotación de clase— el grueso de la producción es dedicado enteramente a satisfacer las necesidades de los productores y de la clase explotadora. El asunto principal no es qué se produce, sino más bien la división del producto social entre explotados y explotadores.

En el capitalismo es distinto. El “desarrollo de la división del trabajo” significa en este caso que la producción en cada taller es ahora altamente especializada, y separada de los demás talleres. Ningún productor puede satisfacer sus necesidades solamente con su producción. Un trabajador en una fábrica de abrelatas no puede comer abrelatas. Para vivir deben venderse los abrelatas a otros. Los productores son interdependientes en dos sentidos: necesitan los productos de los otros, pero además necesitan a los demás como compradores de sus productos, de manera que puedan obtener el dinero con que comprar lo que necesitan.

Marx llama a este sistema “producción generalizada de mercancías”. Los productores están vinculados entre sí sólo por el intercambio de sus productos:

“Los objetos de uso se vuelven mercancías porque son productos del trabajo de individuos particulares que trabajan independientes entre sí. La suma total del trabajo de todos estos individuos privados forma el trabajo agregado de la sociedad. Como los productores no entran en contacto social hasta que intercambian los productos de su trabajo, las características sociales específicas de sus trabajos particulares se dejan ver sólo en este intercambio. En otras palabras, el trabajo del individuo particular se manifiesta como un elemento del trabajo total de la sociedad, solamente por medio de relaciones que el acto de intercambio establece entre los productos, y por medio de éstos, entre los productores.” (C I, 165-6)

Hasta ahora el trabajo concreto era directamente trabajo social. La producción era para usarse, para satisfacer alguna necesidad específica; su rol social era obvio, y éste era el punto de partida. En cambio, donde la producción es para el intercambio, no hay conexión necesaria entre el trabajo útil que realiza un productor particular y las necesidades de la sociedad. Si los productos de una particular fábrica satisfacen alguna necesidad social, podrá saberse sólo después de que los mismos han sido fabricados y han sido puestos en venta en el mercado. Si nadie quiere comprar estos bienes, el trabajo que los produjo no fue trabajo social.

Hay un segundo aspecto en que se ve la diferencia entre trabajo social y trabajo privado bajo el capitalismo. Quienes producen el mismo producto competirán por el mismo mercado. Su éxito relativo dependerá de cuán barato vendan el producto. Esto implica aumentar la productividad del trabajo: “en general, a mayor productividad del trabajo, menor será el tiempo de trabajo requerido para producir un artículo, menor la masa de trabajo cristalizada en ese artículo, y menor su valor”, escribe Marx (C I, 131).

La presión de la competencia obliga a los productores a adoptar métodos de producción similares a los de sus rivales, o quedarse rezagados. En consecuencia, el valor de las mercancías se determina no por la cantidad total de trabajo usado para producirlas, sino más bien por la cantidad de trabajo socialmente necesario, esto es, por “el tiempo de trabajo que requiere producir cualquier valor de uso en las condiciones de producción normales en una sociedad dada y con el grado promedio de destrezas y de intensidad de trabajo prevaleciente en esa sociedad” (C I, 129). Un productor ineficiente que usa más trabajo que el socialmente necesario para producir algo, verá que el precio que consigue por el artículo no compensa su trabajo excedente. Sólo el trabajo socialmente necesario es trabajo social.

El trabajo social abstracto no es meramente un concepto, algo que exista solamente en la mente, sino que domina la vida de la gente. Los productores serán sacados de carrera a menos que se adapten a las “condiciones normales de producción”.

Esto no es todo. Hemos visto que el trabajo útil privado se hace trabajo social sólo una vez que se vende el producto. Luego, para que se dé dicho intercambio tiene que haber alguna manera de saberse cuánto trabajo socialmente necesario contiene cada mercancía. La sociedad no tiene manera de saber esto colectivamente, porque el capitalismo es un sistema en que los productores se relacionan entre sí sólo mediante sus productos.

La solución ha sido que una mercancía asume el rol de equivalente universal, contra el cual se mide el valor de todas las otras mercancías. Este es el dinero: una mercancía particular que se ha hecho fija en su función de equivalente universal. Marx escribe que “la representación de la mercancía dinero implica… que las diversas magnitudes de los valores de las mercancías… se expresan todas en una forma, en que existen como encarnación del trabajo social” (TSV III, 130).

De manera que el capitalismo es un sistema económico en que los productores individuales no saben de antemano si sus productos darán satisfacción a alguna necesidad social. Lo pueden saber solamente tratando de vender los productos en el mercado. La competencia entre productores que tratan de capturar mercados vendiendo sus productos lo más barato posible reduce el trabajo de cada uno de ellos a una medida, el trabajo social abstracto representado en el dinero. Si bajan los precios de sus productos, los productores cambian a actividades económicas que dejen más ganancias. Y los precios bajan si hay menos demanda por una mercancía que oferta de ella. Es de esta manera indirecta que se distribuye el trabajo social entre las diferentes ramas de la producción.

El análisis de Marx sobre el valor busca comprender aquello que hace al capitalismo una forma de producción social única. Se concentra en “el marco interno real de las relaciones burguesas de producción” (C I, 175 n 34). Muestra que “como valores, las mercancías son magnitudes sociales… relaciones entre los hombres en su actividad productiva… Allí donde el trabajo es comunitario las relaciones que establecen los hombres en su producción social no se manifiestan como ‘valores’ de ‘cosas’” (TSV III, 129).

Casi tan pronto como se publicó El Capital, economistas burguesas objetaron que la discusión de Marx sobre el valor, al principio del tomo 1, no demuestra que las mercancías se venden realmente en proporción al trabajo socialmente necesario para producirlas. Han seguido haciendo esta crítica hasta el día de hoy. Marx comentó sobre uno de estos críticos:

“El pobre no ve que, aun cuando en mi libro no hubiera un capítulo sobre el ‘valor’, el análisis que presento sobre las relaciones reales contendría la prueba y la demostración de la relación real del valor…

La ciencia consiste precisamente en demostrar cómo la ley del valor se afirma a sí misma. De modo que si alguien quisiera “explicar” desde el mismo principio todos los fenómenos que parecen contradecir dicha ley, habría que presentar la ciencia antes de la ciencia.” (SC, 209-210).

El Capital como un todo, es en sí la demostración de la teoría del valor. Marx consideró como método científico justo el de “elevarse de lo abstracto a lo concreto” (G, 101). Comienza exponiendo la teoría del valor en la forma abstracta en que hasta ahora la hemos visto. Pero este es sólo el inicio de su análisis. Luego procede, paso a paso, a demostrar cómo la conducta compleja y a menudo caótica de la economía capitalista puede entenderse gracias a la teoría del valor, y sólo gracias a ésta.

Plusvalor y explotación

De acuerdo con Marx, el modo de producción capitalista implica dos grandes separaciones. Ya hemos discutido una, la separación entre las unidades de producción. La economía capitalista es un sistema dividido entre productores en competencia, separados aunque interdependientes. Pero también dividido dentro de cada unidad de producción entre el propietario de los medios de producción y los productores directos —o sea entre el capital y el trabajo asalariado.

Marx apunta que las mercancías pueden existir sin el sistema capitalista. En las sociedades precapitalistas había dinero y comercio. Sin embargo, el intercambio de mercancías en estas sociedades era principalmente un medio de obtener valores de uso, las cosas que la gente necesitaba. La circulación de mercancías en tales circunstancias toma la forma de M-D-M, en que M significa mercancía y D quiere decir dinero. El productor toma su mercancía y la vende por dinero, y luego usa este dinero para comprar otra mercancía de otro productor. El dinero es un intermediario de la transacción.

Pero en las sociedades en que prevalece el modo de producción capitalista, la circulación de mercancías toma una forma diferente, más compleja: D-MD1. Se invierte dinero para producir mercancías que entonces se cambian por más dinero aún. Después de la transacción, el dinero que tiene el capitalista es más que D, o sea más del dinero invertido inicialmente. Marx llamó “plusvalor” a este dinero excedente o ganancia. ¿De dónde ha salido ese dinero?

Ricardo había contestado esta pregunta indicando que el valor creado por el trabajo se dividía luego entre salarios y ganancias. El trabajo era la fuente del plusvalor. Sin embargo, Ricardo no desarrolló este argumento porque incurrió en una contradicción evidente: definió “salario” como el valor del trabajo. Pero ¿cómo puede ser esto así si los salarios son menos que el valor total creado por el trabajo, el cual según el mismo Ricardo se divide entre salarios y ganancias?

Ricardo no abordó esta cuestión. En cambio, dio por sentada la existencia del plusvalor. Para Marx, la explicación del plusvalor descansa en su análisis de la relación entre capital y trabajo asalariado. No es “trabajo” lo que el obrero vende al capitalista a cambio de su salario, sino su fuerza de trabajo.

“El valor de uso que el obrero tiene para ofrecer al capitalista… no es materializado en un producto, no existe aparte de él, sino que existe… sólo potencialmente, como sus capacidades. Se hace realidad sólo cuando… el capital lo pone en movimiento.” (G, 267)

La fuerza de trabajo es una mercancía. Como todas las mercancías tiene un valor y un valor de uso. Su valor es determinado por el trabajo socialmente necesario implicado en mantener vivo al trabajador y en la crianza de los niños que lo reemplazarán. “Su valor, como el de cualquier otra mercancía, está determinado desde antes de que entre en circulación, ya que una determinada cantidad de trabajo social ha sido gastada en la producción de esa fuerza de trabajo. Pero su valor de uso consiste en el ejercicio consecuente de esa fuerza” (C I, 277).

El trabajo es el valor de uso de la fuerza de trabajo: el capitalista pone a trabajar al trabajador una vez lo emplea. Pero el trabajo es además una fuente de valor. Normalmente el trabajador creará durante un día de labor más valor del que hay en los salarios diarios con que el capitalista ha comprado su fuerza de trabajo. “Lo que era realmente decisivo para él [el capitalista] era el valor de uso específico que posee esta mercancía, de ser fuente no sólo de valor sino de más valor que el de ella misma” (C I, 300-301).

Por ejemplo, supongamos que, en un día de trabajo de ocho horas, cuatro horas reponen el valor de la fuerza de trabajo que el capitalista había adelantado en forma de salario. El valor creado en las otras cuatro horas son para los bolsillos del capitalista. El plusvalor, o ganancia, es simplemente la forma peculiar en que existe el trabajo excedente en el modo de producción capitalista.

Este análisis de la compra y la venta de la fuerza de trabajo permite a Marx trazar el origen del plusvalor hasta la explotación del trabajador por el capitalista. Destaca que los patrones descritos por la economía política clásica no son naturales o inevitables, sino relaciones de producción históricamente específicas.

Marx supone que las mercancías, incluyendo la mercancía-fuerza-de-trabajo, se venden a su valor. Es decir, el capitalista no hace su ganancia haciéndole trampa al trabajador y pagando la fuerza de trabajo a menor precio del equivalente al trabajo socialmente necesario para reproducirla. La explotación no es algo anormal, sino una expresión típica del funcionamiento regular del modo de producción capitalista. Radica en la diferencia entre el valor creado por la fuerza de trabajo una vez se emplea, y el valor de la propia fuerza de trabajo.

La compra y venta de fuerza de trabajo se funda en la desposesión los medios de producción por parte del trabajador, de modo que “el trabajador … es libre en doble sentido… como un individuo libre puede disponer de su fuerza de trabajo como su propia mercancía, y por otro lado… es libre de las demás mercancías que se requieren para que se realice su fuerza de trabajo” (C I, 272-3). El intercambio entre capital y trabajo asalariado presupone “la distribución de los elementos de la producción misma, de los que, en un lado se concentran los factores materiales, y en el otro está, aislada, la fuerza de trabajo” (C II, 33).

En la parte 8 del tomo 1 de El Capital Marx muestra cómo esta “distribución” fue resultado de un proceso histórico, en que el campesinado fue desposeído de sus tierras, y los medios de producción —inicialmente la tierra misma— se hicieron monopolio de una clase cuyo objetivo era la ganancia.

De este modo Marx explica la aparente igualdad política de todos los ciudadanos en la sociedad capitalista y la desigualdad real de la explotación de clase. El intercambio entre capital y trabajo asalariado es un intercambio de equivalentes. La fuerza de trabajo se paga por lo que vale, o sea por el costo de reproducirla. Tanto el trabajador como el capitalista son poseedores de mercancías: el uno de fuerza de trabajo, el otro de dinero. La fuerza de trabajo se paga por lo que vale, o sea el costo de reproducirla. Entonces ¿dónde está la explotación?

La explotación es invisible mientras nos quedemos en el “reino de la circulación”, es decir del mercado, donde cada cual es un poseedor de mercancías actuando de acuerdo a su interés privado. La cosa cambia cuando entramos al “domicilio escondido de la producción, en cuya entrada cuelga un letrero que dice ‘no entre si no es para negocios’ (C I, 279-280). La explotación es posible por el carácter peculiar de la mercancía que vende el obrero, es decir porque el valor de uso de dicha mercancía es el trabajo, a su vez fuente de valor y plusvalor. Y es en la producción que se activa esta fuerza de trabajo.

Antes de que veamos el proceso de producción capitalista hay que precisar qué se quiere decir con capital.

El capital es una acumulación de valor que crea y acumula más valor. Mucho antes del capitalismo, los ricos acumulaban riqueza expropiando el producto del trabajo excedente de esclavos o siervos. Pero esta riqueza se usaba para el consumo, de manera que los ricos y sus grupos acólitos tenían la mayor parte de lo producido para satisfacer sus necesidades y para sus lujos. Esta riqueza no era capital, aunque tiene en común con el capital que su fuente era el trabajo excedente.

El primer signo de que una acumulación de riqueza ha comenzado a actuar como capital es la fórmula D-M-D1 que ya hemos visto. Esta fórmula representa una transacción en que el dinero (D) se cambia por mercancías (M), las cuales se vuelven a vender por una suma mayor de dinero (D1). Al principio quienes hacían estas transacciones eran comerciantes, los cuales por ejemplo importaban especias de Oriente y las vendían en Europa, donde la demanda por especias para conservar la carne era tal que podían obtener un elevado precio. Sin embargo, el capital propiamente dicho aparece realmente sólo cuando la fuerza de trabajo se vuelve una mercancía que se vende y se compra, ya que este trabajo asalariado luego define las relaciones de producción particulares al capitalismo.

Por lo tanto el capital se puede definir por dos cosas: por lo que es y por cómo opera. Es una acumulación de plusvalor producido por el trabajo, y esta acumulación puede tomar la forma de dinero, mercancías o medios de producción (usualmente una combinación de los tres). Por otra parte, el capital opera para garantizar cada vez más acumulación. Marx definió este proceso como la “autoexpansión del valor”.

El capital no tiene que ser identificado necesariamente con capitalistas individuales. En sus primeras etapas los individuos ricos jugaron un papel importante, pero este ya no es el caso hoy. Está en la naturaleza del capitalismo que el capital asuma vida propia y funcione de acuerdo a una lógica económica que trasciende a cualquier individuo. Las unidades individuales de capital, a las que usualmente se llama “capitales”, pueden ser desde una compañía pequeña hasta una gran corporación, desde una institución financiera hasta un estado-nación.

Marx formuló varios conceptos nuevos para poder captar el carácter peculiar del proceso de producción capitalista. Vimos en el capítulo anterior que en el proceso de trabajo hay dos elementos principales: fuerza de trabajo y medios de producción. En el capitalismo ambos toman la forma de capital. El capitalista tiene que invertir dinero en comprar tanto fuerza de trabajo como medios de producción. Sólo entonces puede esperar aumentar su inversión inicial. Marx llama “capital variable” al dinero invertido en comprar fuerza de trabajo. Y llama “capital constante” al dinero invertido en la planta física, el equipo, las materias primas y otros medios de producción.

La razón para estos nombres se entiende a la luz de la teoría del valor. El capital variable expande su valor, porque se invierte en fuerza de trabajo — la mercancía que es fuente de valor. El capital constante no. La producción capitalista implica entonces “trabajo vivo” (el trabajo del obrero que repone el valor invertido en la fuerza de trabajo y además crea plusvalor) y “trabajo muerto” (el trabajo implicado o acumulado en los medios de producción). Este trabajo muerto es, en primera instancia, el trabajo de los obreros que crearon los medios de producción. El valor de estos medios de producción es gradualmente transferido a las mercancías que se producen con ellos, a medida que la maquinaria va deteriorándose con el uso.

Tasa de plusvalor es el nombre que Marx da a la proporción entre plusvalor y capital variable —el capital invertido en fuerza de trabajo (o salarios). Esta proporción mide la tasa de explotación —el grado en que el capitalista bombea, por así decir, trabajo excedente hacia los trabajadores. Regresemos a nuestro ejemplo anterior. Si el trabajo necesario equivale a cuatro horas y el trabajo excedente equivale a las otras cuatro, entonces la tasa de plusvalor es de 4:4, o 100 por ciento.

Ahora bien, Marx apunta que hay dos formas en que los capitalistas aumentan la tasa de plusvalor. Una de ellas es común a todos los modos de producción, la otra es específica del capitalismo. Son, respectivamente, la producción de plusvalor absoluto y de plusvalor relativo. El plusvalor relativo se crea extendiendo la jornada de trabajo. Si los obreros trabajan diez horas en vez de ocho, y el trabajo necesario es de cuatro horas, entonces se han añadido otras dos horas al trabajo excedente. La tasa de plusvalía, aumenta de 4:4 a 6:4, o de 100 por ciento a 150 por ciento.

Varias de las más brillantes y elocuentes páginas de El Capital están dedicadas a describir cómo, especialmente en los primeros tiempos de la revolución industrial, los capitalistas extendían lo más posible la jornada de trabajo, incluso obligando a niños de nueve años a trabajar tres turnos de doce horas en las condiciones infernales de las fundiciones de hierro. “El capital — escribe Marx— es trabajo muerto que, como un vampiro, vive sólo chupando trabajo vivo, y vive más mientras más trabajo chupa” (C I, 342).

Hay sin embargo límites objetivos a la extensión de la jornada de trabajo. Si se extiende demasiado “no sólo deteriora la fuerza de trabajo, al robarle sus condiciones morales y físicas normales de desarrollo y actividad, sino que además provoca una fatiga prematura y hasta la muerte de la misma fuerza de trabajo” (C I, 376). El capital actuaría así contra sus propios intereses, pues depende de la fuerza de trabajo misma. Por otro lado, la extensión inmisericorde de la jornada de trabajo provoca resistencia organizada de las víctimas. Marx apunta que la acción colectiva de la clase trabajadora en Inglaterra forzó a los capitalistas a aceptar las Factory Acts que limitaron las horas de trabajo. “Así, en la historia de la producción capitalista, la norma de la jornada de trabajo se aparece como una lucha en torno a los límites del día, una lucha entre el capital colectivo, es decir la clase de los capitalistas, y el trabajo colectivo, es decir la clase trabajadora” (C i 344).

Pero el capital aumenta la tasa de plusvalor también mediante la producción de plusvalor relativo. Un aumento en la productividad del trabajo lleva a una reducción en el valor de las mercancías que ella produce. Si se abaratan los bienes de consumo —que consumen los propios trabajadores con sus salarios— a causa de un nuevo progreso técnico en las condiciones de producción, se reducirá el valor de la fuerza de trabajo. Se requiere menos trabajo social para reproducir la fuerza de trabajo. Asimismo se reduce la parte de la jornada de trabajo dedicada a trabajo necesario, dejándose más tiempo a la creación de plusvalor.

Digamos que un alza en la productividad de las industrias de bienes de consumo provoca que el valor de estos bienes se reduzca a la mitad. Regresando al ejemplo de antes, ahora el trabajo necesario tomará sólo dos horas de un total de ocho horas de jornada. La tasa de plusvalor es ahora 6:2. Ha aumentado de 100 a 300 por ciento.

Marx indica que aunque en todas las fases de desarrollo capitalista se encuentra el plus-valor absoluto así como el relativo, históricamente tiende a haber un cambio en su importancia. Cuando surgieron en Europa las relaciones de producción capitalistas lo hicieron sobre los métodos de producción heredados de la industria artesanal de la sociedad feudal. Al principio estos métodos artesanales y manuales no fueron alterados drásticamente. Sencillamente se agrupaba a los trabajadores en unidades más grandes de producción y se les sometía a una división de trabajo más compleja. Nuevas relaciones de producción, por tanto, se injertan en un viejo proceso de trabajo:

“Dado un modo preexistente de trabajo… puede crearse plusvalor sólo extendiendo la jornada de trabajo, es decir, aumentando el plusvalor absoluto” (C I, 1021).

En un modo de producción como el feudalismo, en que ni explotador ni explotado tenían necesariamente gran interés en expandir las fuerzas de producción, se extraía más trabajo excedente a los productores directos haciéndolos trabajar más largas horas. En cambio, el capitalismo introduce una nueva forma de aumentar la tasa de explotación, haciendo que los productores trabajen más eficazmente.

“Con la producción de plusvalía relativa se altera toda la forma de producción y aparece una forma de producción específicamente capitalista” (C I, 1024). Lo que Marx llama manufactura, basada en “una amplia fundación de artesanías en pequeños pueblos y en las industrias domésticas del campo” (C I, 490) fue suplantada por una industria moderna a gran escala o “maquinofactura”, donde la producción es organizada en torno a sistemas de máquinas y el proceso de trabajo es constantemente alterado con las innovaciones tecnológicas. “Ahora surge un modo de producción tecnológico en cualquier caso específico —la producción capitalista— que transforma el proceso de trabajo y sus condiciones reales” (C I, 1034-5).

La consecuencia más importante es que el proceso de trabajo es crecientemente socializado. La producción ahora toma lugar en grandes unidades organizadas a base de máquinas y con una división de trabajos muy compleja. “La verdadera palanca del conjunto del proceso de trabajo es, cada vez más, no el trabajador individual”, sino “la fuerza de trabajo combinada socialmente” (C I, 1039-40). El capitalismo crea así lo que Marx llama el “obrero colectivo”, del cual los individuos son miembros, ligados entre sí por el esfuerzo conjunto de producir mercancías.

Marx destaca que en el capitalismo el propósito de la continua transformación del proceso de trabajo es aumentar la tasa de explotación, generando plusvalor relativo:

Como cualquier otro instrumento para aumentar la productividad laboral, la maquinaria persigue abaratar las mercancías y, al acortar la parte de la jornada de trabajo en que el obrero trabaja para sí, alarga la otra parte, la parte que éste da al capitalista a cambio de nada. La máquina es un medio para producir plusvalía (C I, 492).

Como señalamos en el último capítulo, las fuerzas productivas se desarrollan al extremo que les permita el marco de las relaciones de producción dominantes. La peculiaridad del capitalismo es que estas relaciones necesitan hacer que progrese continuamente la productividad del trabajo.

Competencia, precios, ganancia

El análisis de Marx sobre el proceso de producción capitalista en el primer tomo de El Capital se coloca en un alto nivel de abstracción. Un punto de partida es que las mercancías se intercambian al valor que realmente tienen, o sea en proporción al trabajo requerido socialmente para producirlas. Marx excluye los efectos de la competencia y de las fluctuaciones en la oferta y demanda de las mercancías.

Marx está interesado ante todo en captar los rasgos esenciales de la economía capitalista y en remitirlos a su fuente, esto es, a la extracción de plusvalor a los trabajadores en el proceso de producción. Marx persigue analizar lo que llamó “el capital en general, en tanto distinto a los capitales particulares”. Dice que el mismo es una abstracción, y no:

“…una abstracción arbitraria, sino una abstracción que capta las características específicas que distinguen al capital de todas las otras formas de riqueza, o modos en que se desarrolla la producción social. Estos son los aspectos comunes a cada capital como tal, o los que hacen capital a cada suma específica de valores.” (G, 449)

Los “aspectos comunes a cada capital como tal” se reducen al hecho de que el capital es una autoexpansión del valor, que surge de la explotación del trabajador en la producción. El plusvalor es lo que distingue al capital de otros “modos en que se desarrolla la producción social”, como “la forma específica en que se bombea el trabajo excedente no pagado de los productores directos” (C III, 791). El análisis del “capital en general” persigue sacar a la luz las bases de las relaciones capitalistas de producción.

Hay otra dimensión en el examen marxista del capitalismo. Vimos que este modo de producción implica dos separaciones: una entre la fuerza de trabajo y los medios de producción, la cual subyace al intercambio entre trabajo asalariado y capital, haciéndose posible la extracción de plusvalor; y otra entre las unidades de producción, que surgen de que en el capitalismo no hay forma colectiva de distribuirse el trabajo social entre sus diversas actividades, y en consecuencia los productores individuales se relacionan entre sí sólo por vía del intercambio de sus productos.

Es un rasgo esencial del capitalismo que ningún productor individual controla la economía. “El capital existe y puede existir sólo como muchos capitales”, escribe Marx (G, 414).

La esfera de los “muchos capitales” es la competencia. Los capitales individuales luchan entre sí por dominar los mercados y controlar sectores particulares. La conducta de estos capitales puede ser comprendida a la luz del análisis de Marx sobre el “capital en general” y especialmente sobre el proceso productivo. Lo que los hace capitales es la autoexpansión del valor, en la producción. En un sentido importante el análisis de Marx sobre la competencia del mercado complementa su estudio del proceso de producción.

Aquí hay que echar un vistazo a los tres tomos de El Capital. El tomo 1 analiza el proceso de producción. Pero como el capitalismo es un sistema de producción generalizada de mercancías, el capitalista obtiene el plusvalor de los trabajadores solamente si logra vender —las mercancías en que el valor toma cuerpo. Lo que Marx llama la realización del valor creado en la producción —su transformación en dinero— depende de la circulación de mercancías en el mercado.

El tomo 2 examina este proceso de circulación. Marx discute los diferentes circuitos del capital, las transformaciones sucesivas de por ejemplo capitaldinero en fuerza de trabajo y medios de producción que se usan para producir las mercancías y luego en una suma mayor de dinero si las mercancías se venden a su valor. Luego considera la forma en que los circuitos de capitales individuales interactúan para reproducir a la economía en su conjunto. Mucho de lo que dice en este tomo es innovador y brillante, pero lo tocaremos sólo cuando discutamos las crisis en la sección próxima.

Es en el tomo 3 de El Capital que se hace más pertinente la discusión sobre la competencia de mercado. Aquí Marx elabora su análisis sobre la producción capitalista como un todo. La realización del valor que se ha iniciado en la producción depende de la circulación de las mercancías en el mercado:

“…el proceso de producción capitalista, tomado como un todo, representa una síntesis del proceso de producción y de circulación… Las diversas formas de capital según desarrolladas en este libro… abordan paso a paso la forma que ellas mismas asumen en la superficie de la sociedad, en la acción de cada capital sobre los otros, en la competencia y en la conciencia ordinaria de los agentes de producción mismos.” (C III, 26)

La importancia central de la competencia en el mercado es que obliga a los productores individuales a comportarse como capitales. “La influencia de los capitales individuales entre sí tiene el efecto, precisamente, de que deben conducirse como capital” (G 657).

La ley del valor —que las mercancías se intercambian en proporción al trabajo socialmente necesario para su producción— se relaciona de dos formas con la competencia. Marx distingue entre el valor de una mercancía y su precio en el mercado. El valor es el trabajo social que se ha depositado en la mercancía. El precio del mercado es la cantidad de dinero por el que la mercancía se adquiere en un momento dado. A menudo ambos podrán diferir, ya que el precio de mercado fluctúa de acuerdo a las oscilaciones de la oferta y la demanda. Marx indica que dichas fluctuaciones se cancelan unas a otras.

El valor de la mercancía es el trabajo socialmente necesario implicado en su producción. El mismo bien podría diferir de la cantidad real de trabajo empleado para producir la mercancía en particular. De manera que por un lado tenemos el valor individual de una mercancía (el tiempo de trabajo que cobra cuerpo en ella), y el valor en el mercado o valor social, que refleja las relaciones de producción prevalecientes en una industria determinada.

El precio de mercado de la mercancía se determina por la competencia entre capitales en una industria dada, cada cual buscando una porción mayor del mercado que sus rivales y cada cual continuamente mejorando, para ello, sus condiciones de producción, o sea reduciendo en la medida de lo posible el valor de sus mercancías. Usualmente el valor de mercado resultante será el valor de los bienes producidos en las condiciones de producción promedio de una industria. A causa de la competencia, los productos de un capital individual se venden al valor de mercado, aun cuando el trabajo real con que se produjo la mercancía —su valor individual— sea mayor o menor que el valor de mercado.

Hay una segunda forma en que la competencia afecta la ley del valor. Y es que las mercancías son “producto del capital” (C I, 949). El capitalista invierte su capital en la producción de mercancías no por ellas mismas, sino para extraer plusvalor. Ahora bien, como vimos en la sección anterior, la fuente del plusvalor es el capital variable, o sea los trabajadores que el capitalista ha empleado a cambio de sus salarios. El capitalista no solamente adelanta el dinero para pagar esos salarios; también tiene que sacar dinero para la maquinaria, el edificio, las materias primas y demás, todo lo cual es necesario para que los trabajadores produzcan las mercancías. Lo que cuenta para el capitalista no es lo que obtiene de su inversión en el capital variable, sino lo que obtiene de su inversión total: el capital variable más el capital constante implicado en los medios de producción.

Esto llevó a Marx a distinguir entre la tasa de plusvalor y la tasa de ganancia. La tasa de plusvalor es la proporción entre plusvalor y capital variable. Esta proporción da la medida de la explotación de la fuerza de trabajo. Por otro lado, la tasa de ganancia es la proporción entre la plusvalía y el capital total invertido —o sea, capital variable más capital constante. Desde el punto de vista de entender al régimen capitalista la tasa de plusvalía es más básica, ya que la fuerza de trabajo es la fuente de los valores. Pero desde el punto de vista del capitalista lo central es la tasa de ganancia, porque necesita obtener beneficios de su inversión total, no sólo de lo que invirtió en salarios.

Las dos tasas difieren entre sí. Por ejemplo, un capitalista emplea 100 trabajadores con salarios de $ 50 a la semana. La factura total de los salarios — su capital variable— es de $ 5.000 a la semana. Si la tasa de plusvalía es de 100 por ciento, entonces la plusvalía producida cada semana es también de $ 5.000. Esta es su ganancia. (El capitalista recobra sus $ 5.000 originales, haciendo $ 10.000 en total). Pero supongamos que el capitalista también tiene que adelantar $ 2.500 a la semana para pagar la planta física, los edificios, etc. Este es su capital constante. El capital total invertido semanalmente será de $ 7.500. Tasa de ganancia, lo que el capitalista obtiene de su inversión total —la relación entre la ganancia obtenida y el capital total invertido— será de $ 5.000 : $ 7.500. O sea, de 66 por ciento.

Para Marx, la tasa de ganancia indica cómo las relaciones reales de producción son disimuladas por la competencia. Es esta tasa de ganancia lo que los capitalistas usan diariamente en sus cálculos. El concepto de la tasa de ganancia relaciona al plusvalor con el capital total y oculta así que la fuerza de trabajo es la fuente de plusvalor. Parece como si el capital constante invertido en los medios de producción fuese también responsable de crear valor y plusvalor. Este es un ejemplo de lo que Marx llama el fetichismo de las mercancías: la forma de operar de la economía capitalista hace que la gente crea que sus relaciones sociales son regidas, de alguna manera mística, por objetos físicos (valores de uso y la maquinaria para producirlos). Así se justifican las ganancias, ya que el capitalista — dueño de los medios de producción— en apariencia tiene tanto derecho como el trabajador a compartir el producto, para cuya producción supuestamente ambos han cooperado.

Además de esta mistificación, hay más sobre la tasa de ganancia. Marx argumenta que la tasa de ganancia difiere de industria a industria según las condiciones de producción prevalecientes. Para explicar esto usa otro concepto, el de “composición orgánica de capital”. Esta es la proporción entre capital constante y capital variable. La composición orgánica del capital indica en términos de valor la cantidad de maquinaria, materias primas, etc. que se necesitan para producir una mercancía dada, relativa a la fuerza de trabajo que se necesita.

Se trata de una medida de la productividad del trabajo: a mayor cantidad de maquinaria y a más materias primas, etc. que utilice cada trabajador, mayor la eficacia de la fuerza de trabajo. De manera que a mayor productividad del trabajo, más alta la composición orgánica del capital. ¿Cómo se relaciona esto con las ganancias?

Veamos por ejemplo el caso de dos capitalistas, A y B. Supongamos que cada uno tiene el mismo costo semanal de salarios: $ 5.000, y que cada uno obtiene la misma tasa de plusvalía, 100 por ciento. Cada uno recibe una ganancia semanal de $ 5.000. Sin embargo, mientras A invierte semanalmente $ 5.000 en capital constante, B —que opera en otro sector de la industria— tiene que invertir $ 10.000.

Para A la composición orgánica de capital (la proporción entre capital constante y capital variable) es de $ 5.000 : $ 5.000, o 1:1. Su ganancia de $ 5.000 se hace con un capital total de $ 10.000, de manera que su tasa de ganancia es de $ 5.000 : $ 10.000, o 50 por ciento. Por otro lado, para B la composición orgánica de capital es de $ 10.000 : $ 5.000, o 2:1 —el doble de A. La tasa de ganancia de B es de $ 5.000: $ 15.000 —o sea sólo 33 por ciento.

Así, mientras más alta es la composición orgánica de capital, esto es mientras más maquinaria y materias primas se usan, más baja es la tasa de ganancias. La razón es que solamente la fuerza de trabajo produce plusvalía.

Claro está, los capitalistas están interesados en obtener los mayores beneficios posibles de su inversión, o sea la mayor tasa de ganancias que se pueda. Pero como la cantidad de maquinaria, edificios, etc. varía de industria en industria, unas industrias tienen mayor composición orgánica de capital que otras. Por tanto, el capital tiende a moverse hacia las industrias en que la tasa de ganancias es mayor —o sea, allí donde es baja la composición orgánica de capital. ¿Por qué B ha de seguir invirtiendo su dinero en un sitio en que obtiene sólo 33 por ciento, cuando puede obtener 50 por ciento si coloca su capital en la industria de A?

Esto lleva a lo que Marx llama la igualación de las tasas de ganancia. El movimiento de capital de una industria a otra tiende a poner las tasas de ganancia al mismo nivel. De aquí resulta una “tasa general de ganancia” que indica la relación entre el plusvalor producido en toda la economía y todo el capital invertido en la economía —o sea, el capital social. Cada capitalista individual recibe una porción de la totalidad de la plusvalía extraída en la sociedad. Y la recibe no en proporción al capital variable que han adelantado, sino a todo el capital que ha invertido.

Supongamos que A y B son los dos únicos capitales en la economía. El total de plusvalor será entonces de $ 10.000 y el total del capital social será de $ 25.000. La tasa general de ganancia es $ 10.000 : $ 25.000 —o sea, 40 por ciento. Es más del 33 por ciento original de B, pero menor del 50 por ciento de A. Cada uno recibirá una ganancia de 40 por ciento de su capital total. Además de sus $ 10.000 A recibirá $ 4.000, y B sobre sus $ 15.000, recibirá $ 6.000. Y como cada uno de estos capitalistas extrae a sus trabajadores $ 5.000 en plusvalía, se ha transferido entre ellos un total de $1,000. ¿Cómo ocurre esto? Nuestro modelo de los capitalistas A y B es tal vez demasiado simple para mostrar cómo se produce esta transferencia de plusvalía, pero puede ilustrar el proceso.

Al ver al capitalista A hacer más ganancias que él, el capitalista B naturalmente buscará hacer mayores ganancias. Moverá parte de su capital a la industria A. Esto lleva a un aumento en la producción. Este aumento continúa hasta que la oferta de los productos sea mayor que la demanda. Una vez hay más bienes a la venta que compradores, bajarán los precios, de manera que estas mercancías terminarán vendiéndose por debajo de su valor. Luego la industria A se hará menos rentable.

A la vez, como el capitalista B ha sacado dinero de su propia industria, se reduce la producción de los bienes en B. Una vez la oferta de estos productos se hace menor que la demanda, subirá el precio de estas mercancías y se venderán por encima de su valor. Así aumenta la tasa de ganancia de la industria B, que antes era baja.

De modo que, como el capital persigue siempre mayores ganancias, son más las inversiones en las industrias de baja composición orgánica de capital; esto es, de menor inversión en planta física, maquinaria y materias primas respecto a fuerza de trabajo, y por tanto las de más altas tasas de ganancia. Pero la gran cantidad de inversiones en estas industrias a su vez hace que bajen los precios y que, por tanto, se reduzcan esas mismas tasas de ganancias. En las industrias de alta composición orgánica de capital ocurre lo opuesto.

Marx escribe: “Este incesante flujo y reflujo —mediante el cual el capital es constantemente redistribuido entre las distintas esferas de la producción, dependiendo de las ganancias que dejen, continúa hasta que— crea tal proporción entre oferta y demanda que la ganancia promedio en las esferas de la producción se hace la misma, y los valores son entonces convertidos en precios de producción” (C III, 195-6). Se alcanza el equilibrio una vez los precios de las diferentes mercancías llegan al mismo nivel y cada capital obtiene la misma tasa de ganancia.

Es como si toda la plusvalía extraída a la clase trabajadora, en todos los sitios en que se emplea su fuerza de trabajo, fluyera hacia un gran estanque del cual los capitalistas sacan ganancias en proporción a las sumas que han invertido. Un resultado es que se mistifica aún más el origen de la plusvalía, porque las ganancias que obtienen los capitalistas ya no parecen tener relación alguna con el trabajo que realizan sus obreros. “Todos estos fenómenos —comenta— parecen contradecir que el tiempo de trabajo determina el valor… Así, en la competencia todo aparece al revés” (C III, 209). Esta apariencia se disipa una vez que consideramos la relación en su conjunto entre la clase capitalista y la clase trabajadora.

“En cada esfera particular de producción, el capitalista individual, así como los capitalistas en su conjunto, toman parte en la explotación de la clase obrera en su totalidad por parte de la totalidad del capital… Puesto que, suponiendo todas las demás condiciones… dadas, la tasa promedio de ganancias se funda en la intensidad de la explotación de la suma total de trabajo por la suma total del capital” (C III, 196-7).

“Los capitalistas luchan (y esta lucha es la competencia) para dividirse entre sí la cantidad de trabajo no pagado… que le exprimen a la clase obrera, no en cuanto al trabajo excedente producido directamente por un capital particular, sino en correspondencia, primeramente, a la porción relativa del capital agregado que representa un capital particular, y segundo, en cuanto a la cantidad de trabajo excedente producido por el capital agregado. Como hermanos hostiles entre sí, los capitalistas se dividen el botín del trabajo de otra gente, de manera que, en promedio, cada uno recibe la misma cantidad de trabajo no pagado que el otro.” (TSV II, 29)

Aquí tenemos prueba matemáticamente precisa de por qué los capitalistas forman una verdadera sociedad masónica vis à vis la clase obrera en su conjunto, a la vez que en la competencia entre ellos se tienen muy poco amor (C III, 198).

Una consecuencia de la igualación de la tasa de ganancias es que la ley del valor debe ser modificada. “Es evidente que el surgimiento… de la tasa general de ganancias necesita la transformación de los valores en precios de costo, que son diferentes de esos valores” (TSV II, 434).

Para ver por qué esto es así regresemos a nuestros amigos los capitalistas A y B. Para saber el valor de su producción semanal supongamos que el valor de todo el capital constante que adelantan cada semana se transfiere a las mercancías que producen. El valor total de su producto semanal es entonces igual a capital variable + plusvalor + capital constante. En el caso de A esto es $ 5.000 + $ 5.000 + $ 5.000 = $ 15.000. En el caso de B es $ 5.000 + $ 5.000 + $ 10.000 = $ 20.000. Pero la igualación de la tasa de ganancia significa que se han transferido $ 1.000 de A a B. De manera que, si se toma en cuenta esta redistribución, se han modificado los valores que se han producido. Tenemos, entonces, para A: $ 5.000 + $ 4.000 + $ 5.000 = $ 14.000. Y para B: $ 5.000 + $ 6.000 + $ 10. 000 = $ 21.000.

Marx llama “precios de producción” a estos valores convertidos que reflejan la tasa general de ganancia. Se forman inevitablemente, ya que “el capital existe, y sólo puede existir, como muchos capitales”. “Lo que logra la competencia, primero en una esfera individual [de producción], es un valor de mercado individual y un precio de mercado derivado de los diversos valores individuales de las mercancías. Y es la competencia entre capitales en esferas diferentes lo que primero da el precio de producción, igualando las tasas de ganancias en las diferentes esferas” (C III, 180). La conversión de valores en precios de producción es parte del proceso de formación de los valores mismos. Pues es la competencia dentro de las industrias particulares lo que lleva a que las mercancías se vendan, en primera instancia, de acuerdo al tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.

La transformación de valores en precios de producción completa la teoría del valor, en lugar de negarla. Marx destaca que la desviación de los precios de producción respecto a los valores “siempre se resuelve en que una mercancía recibe muy poco plusvalor mientras otra recibe demasiado, de manera que se compensan entre sí las desviaciones de los valores representados en los precios de producción” (C III, 161). “La suma de los precios de producción de todas las mercancías que se producen en la sociedad… es igual a la suma de sus valores” (C III, 159-60). Si volvemos al ejemplo de A y B vemos que el valor total de sus productos, $ 35.000, se mantiene igual antes y después de la conversión de valores en precios de producción.

El llamado “problema de la transformación” ha causado controversia desde que el tomo 3 de El Capital se publicó en 1894, y la polémica continúa. Algunas críticas se reducen a un problema de ignorancia. Por ejemplo, el economista austriaco Eugen Von Boehm-Bawerk, autor de uno de los primeros análisis sobre el problema de la transformación, afirmó que Marx cambió de parecer después de escribir el tomo 1 de El Capital y concluyó que, a fin de cuentas, las mercancías no se intercambian por su valor. Esto ignora — como señaló Engels tras publicar el tomo 3 después de la muerte de Marx— que los manuscritos en que este tomo se basa fueron escritos en 1864 y 1865 —¡antes de que Marx completara la redacción del tomo 1! En cualquier caso, Teorías sobre el plusvalor, un escrito hecho con los manuscritos anteriores de 1861-63, muestra que Marx, como Ricardo antes que él, estaba muy consciente de que la existencia de una tasa general de ganancia implicaba que la ley del valor debía ser modificada.

Hay críticas técnicas más válidas. En sus ejemplos de la transformación Marx ignora que los valores de las mercancías, representados por el capital variable más el capital constante, deben ser ellos mismos convertidos en precios de producción. Por tanto no es cuestión, como hice en mi propio ejemplo ilustrativo, de dejar el capital de A en $ 10.000 y el de B en $ 15.000 después de la transformación. Los bienes que consumen los trabajadores, así como los edificios, la maquinaria, etc., que usan para producir mercancías, han sido de hecho afectadas por la formación de una tasa general de ganancia, y sus valores son también transformados en precios de producción. Marx tenía presente este problema, pero no le dio mucha importancia (ver C III, 164-65). Estudios posteriores sugieren que Marx se equivocó y que una completa transformación de los valores en precios de producción tiene implicaciones mucho más profundas de lo que él previó. Sin embargo, las soluciones matemáticas que se han ofrecido al problema no invalidan el análisis básico de Marx sobre la conversión de los valores en precios de producción.

Varios economistas, incluyendo marxistas, insisten en que el “problema de la transformación” demuestra la invalidez de la teoría del valor. Su argumento principal es que hay técnicas para determinar precios de mercancías sin empezar por su valor. Esto es perfectamente cierto, pero el argumento pierde de vista el punto central de la teoría del valor de Marx. Esta teoría no persigue una fórmula para determinar la proporción en que las mercancías se intercambian entre sí (aunque hace también eso, si corregimos la versión de Marx de la transformación). Lo que Marx buscaba es “develar la ley económica de movimiento de la sociedad moderna”: mostrar las tendencias de desarrollo histórico contenidas en el modo de producción capitalista. La teoría del valor es un instrumento en este sentido.

El procedimiento de Marx en El Capital indica su método general de “elevarse de lo abstracto a lo concreto”. En los tomos 1 y 2, donde analiza “el capital en general” —los rasgos básicos de las relaciones de producción capitalistas— Marx supone que las mercancías se intercambian a su valor. Esta suposición es válida, porque el problema de la transformación aparece sólo cuando consideramos las diferencias entre capitales. Es cuando Marx considera “muchos capitales” y la competencia entre ellos, como en el tomo 3 de El Capital, donde debe por fuerza echar a un lado el supuesto de que las mercancías se intercambien a su valor. Debe ser así podemos “localizar y describir las formas concretas que surgen del movimiento del capital como un todo” (C III, 26).

Podemos realizar esto si hemos hecho la abstracción inicial; esto es, suponer que las mercancías se intercambian a su valor, lo cual es necesario para analizar al “capital en general”. Una crítica principal de Marx a Ricardo es que éste supuso simplemente la existencia de una tasa general de ganancias, sin considerar el valor y el plusvalor aisladamente de la competencia. Los errores de Ricardo fueron “falta de poder de abstracción, incapacidad al abordar los valores de las mercancías, olvidar las ganancias, un hecho que lo confronta como resultado de la competencia” (TSV II, 191).

Hemos visto la relación entre el “capital en general” y los “muchos capitales” de manera estática, sin considerar cómo esta relación afecta la formación del valor. Hagamos ahora una aproximación más dinámica y veamos el efecto sobre la economía burguesa de la competencia entre capitalistas en el mercado.

Acumulación y crisis

La acumulación de capital es uno de los principales rasgos del capitalismo, que lo distingue de otros modos de producción. En las sociedades esclavistas o feudales el explotador consumía el grueso del producto excedente que tomaba de los productores directos. La producción todavía era dominada por el valor de uso: su propósito era que se consumieran los productos.

Esto cambia con el modo de producción capitalista. La mayor parte de la plusvalía que se extrae de los trabajadores no es consumida. Por el contrario, es invertida en más producción. Marx llama acumulación de capital a este proceso en que el plusvalor es constantemente lanzado otra vez a la producción de más plusvalor.

En un conocido pasaje del tomo 1 de El Capital Marx explica cómo este proceso genera en la clase capitalista una ideología de “abstinencia”. La burguesía debe negarse incluso a consumir ella misma, para obtener tanto plusvalor como sea posible, y reinvertirlo.

“¡Acumulen! ¡Acumulen! ¡Ese es Moisés y los profetas! ‘La industria provee el material que el ahorro acumula’ [dice Adam Smith]. ¡De manera que ahorren, ahorren, reconviertan en capital la mayor porción posible de plusvalor o producto excedente! La acumulación por la acumulación misma, la producción por la producción misma: esta era la fórmula con que los economistas clásicos expresaron la misión histórica de la burguesía en el periodo de su dominación.” (C I, 742).

Pero la codicia no es el motivo, añade Marx (aunque como individuo un capitalista bien puede ser codicioso). No tenemos que buscar alguna “propensión natural al comercio y al regateo” de la naturaleza humana. El sistema mismo provee el motivo del capitalista:

“… en tanto él es capital personificado, la fuerza que lo mueve no es la adquisición ni el disfrute de los valores de uso, sino adquirir y aumentar valores de cambio… Como tal, comparte con el avaro el impulso absoluto hacia el enriquecimiento propio. Pero lo que aparece en el avaro como la manía de un individuo, en el capitalista es el efecto de un mecanismo social del cual él es simplemente una pieza.” (C I, 739)

Este “mecanismo social” es la competencia entre “muchos capitalistas”. Vimos que para Marx “la influencia de los capitales individuales entre sí tiene el efecto, precisamente, de que deben conducirse como capital”. Esto es especialmente cierto respecto a la acumulación. Un capital que no reinvierte plusvalía se encontrará pronto destruido por sus rivales.

Aquellos que hayan invertido en mejores métodos de producción serán capaces de producir a más bajos costos y podrán reducir el precio de los bienes del primer capital. Un capital que deje de acumular acabará rápidamente en la bancarrota.

Justamente porque es inseparable de la competencia entre capitales, el proceso de acumulación no es nada suave ni se da sobre un terreno uniforme o regular. Marx sostiene que el proceso de acumulación es a la vez la reproducción de las relaciones de producción capitalistas. Quiere decir que la sociedad difícilmente puede existir a menos que la producción sea renovada continuamente, y esto depende de que los capitalistas reinviertan en la producción, una y otra vez, el valor que han realizado en el mercado.

Marx distingue dos formas de reproducción. La reproducción simple es cuando la producción se renueva al mismo nivel de antes (y la economía más bien se estanca en vez de crecer). Por otro lado la reproducción extendida es cuando la producción excedente se usa para aumentar la producción. En el capitalismo este último caso es la norma.

En el tomo 2 de El Capital Marx discute las condiciones bajo las cuales se da su reproducción simple y su reproducción ampliada. El valor de uso aquí es decisivo. Para que pueda darse la reproducción no basta que haya dinero para comprar la fuerza de trabajo y los instrumentos de producción. También debe haber suficientes bienes de consumo para alimentar a los trabajadores y suficiente maquinaria, materias primas, etc. a ser trabajadas por ellos.

Ahora bien, Marx divide la economía en dos grandes áreas, el Departamento I y el Departamento II. El Departamento I de la economía produce los medios de producción: por ejemplo, minería para materias primas y fábricas para maquinaria. El Departamento II produce bienes de consumo: alimentos, ropa, etc. Marx indica que ambos departamentos deben producir en ciertas proporciones para que sea posible la reproducción, simple o extendida.

Sin embargo, si efectivamente se dan estas proporciones de la economía depende en gran medida de la casualidad. Los capitalistas no producen para sí sino para el mercado. No hay garantía alguna de que será consumido lo que se produce. Si es consumido depende de que haya suficiente demanda de la mercancía. Y no sólo debe alguien querer comprarla, sino además tener el dinero para comprarla. A menudo esta demanda no existe, y un resultado son las crisis económicas.

Por ejemplo, digamos que los capitalistas del Departamento I (medios de producción) bajan los salarios de sus trabajadores para aumentar la tasa de plusvalor. Estos trabajadores podrán comprar menos productos del Departamento II (bienes de consumo). Los capitalistas del Departamento II pueden reaccionar a este declive de sus mercados reduciendo su equipo y planta física. En respuesta a esta baja en sus productos los capitalistas del Departamento I podrán despedir trabajadores, lo cual provocará que hagan lo mismo los capitalistas del Departamento II. Y así sucesivamente. Este proceso, entendido por los economistas burgueses sólo después que apareció en 1936 la Teoría general del empleo, interés y dinero, de J.M. Keynes, había sido analizado setenta años antes por Marx en el tomo 2 de El Capital.

La posibilidad de las crisis económicas es inherente a la naturaleza misma de la mercancía. Recordemos que la circulación simple de mercancías toma la forma de M-D-M. Se vende una mercancía y el dinero se usa para comprar otra mercancía. Sin embargo, no hay razón alguna para que después de una venta siga necesariamente otra compra. Una vez vendida su mercancía, el vendedor podría guardar el dinero que ha recibido. Muchas veces se dan condiciones que hacen que los capitalistas hagan precisamente esto, porque la tasa de ganancia es demasiado baja para que valga la pena invertir.

La fuente de estas crisis es en último análisis el carácter no planificado de la producción capitalista. Aquí, “un balance es en sí un accidente, debido a la naturaleza espontánea de esta producción”, escribe Marx (C II, 499). Pero esto sólo muestra que las crisis son posibles. Para entender por qué en efecto ocurren, debemos profundizar en la naturaleza del proceso de acumulación.

La explicación de Marx de las crisis económicas se funda en lo que él llama la ley de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia: “desde todo punto de vista, la ley más importante de la economía política moderna y la más esencial para entender las relaciones más difíciles” (G, 748).

Marx sostiene que bajo el capitalismo, la tasa de ganancia tiene una tendencia general a decaer. Esto no ocurre sólo en áreas específicas de la economía o en periodos particulares, sino en general. La razón, dice, es el constante aumento en la productividad del trabajo. En sus palabras: “la tendencia progresiva de la tasa de ganancia a decaer es sólo otra expresión, peculiar al modo de producción capitalista, del desarrollo progresivo de la productividad social del trabajo” (C III, 212).

A más cantidad de maquinaria y materias primas por las que los trabajadores son responsables, mayor productividad del trabajo y viceversa. Es decir, la cantidad de capital constante invertida en la planta, en equipo y en materias primas, crece en relación al capital variable con que se pagan los salarios de los trabajadores. En términos de valor esto significa que es más alta la composición orgánica del capital. Y ya hemos visto que, como la plusvalía sale sólo de la fuerza de trabajo, a mayor composición orgánica de capital menor es la tasa de ganancia. De manera que en la medida en que crece la productividad decae la tasa de ganancia.

Pero si esto es así, ¿por qué un capitalista invertirá para obtener mayor productividad? Lo hace porque, a corto plazo, devenga beneficios; y porque, a largo plazo, la competencia lo obliga a hacerlo.

Recordemos que el valor individual de una mercancía, el trabajo real implicado en ella, puede diferir del valor social o de mercado, el cual es determinado por las condiciones promedio de producción en esa industria en particular. Tomemos el caso de un capitalista individual que usa estas condiciones promedio de producción. Supongamos que introduce nuevas técnicas que elevan la productividad de sus trabajadores por encima del promedio. El valor individual de sus mercancías se reducirá más que el valor social o de mercado, ya que han sido producidas con mayor eficacia de lo que es normal en ese sector. Ahora el capitalista puede fijar los precios de las mercancías a un nivel más bajo que el valor de mercado, pero todavía más alto que el valor individual que tenían las mercancías. Así toma la delantera a sus competidores y obtiene más ganancias.

Pero esta situación no seguirá indefinidamente, porque para evitar ser desplazados, otros capitalistas adoptan las mismas técnicas. Luego estas innovaciones tecnológicas se convierten en la nueva norma en esa industria. En consecuencia, el valor de los productos se reduce al nivel del valor individual de las mercancías del capitalista que había sido innovador, desapareciendo así la ventaja de éste.

De manera que, bajo presión de la competencia de mercado, los capitales son forzados a elaborar nuevas tecnologías y elevar la productividad del trabajo. “La ley de que el valor está determinado por el tiempo del trabajo” actúa así “como una ley coercitiva de la competencia”, dice Marx (C I, 436). Para el capitalista individual “la determinación del valor como tal… le interesa solamente en tanto aumente o reduzca el costo de producción de las mercancías para él, es decir sólo en la medida en que hace excepcional su posición” (C III, 873). Cada capitalista está interesado esencialmente en aumentar la productividad del trabajo sólo para desplazar a sus competidores. El efecto es que los “muchos capitales” están obligados a someterse a la ley del valor y a elevar continuamente la productividad del trabajo.

El resultado de toda esta búsqueda de los intereses capitalistas para extraer la mayor cantidad posible de plusvalía de los trabajadores y de los competidores, es que se reduce la tasa general de ganancia.

“Ningún capitalista nunca introduce voluntariamente un método nuevo de producción, no importa cuánto más productivo pueda ser o cuánto eleve la tasa de plusvalía, porque reduce la tasa de ganancia. Pero todos los nuevos métodos de producción abaratan las mercancías. El capitalista las vende originalmente por encima de los precios de producción, o tal vez por encima de su valor. Se embolsa la diferencia que hay entre los costos de producción y los precios de mercado de las mismas mercancías, producidas a más altos costos de producción. Puede hacer esto… porque su método de producción está por encima del promedio social. Pero la competencia hace este método general y sometido a la ley general. De ahí la caída en la tasa de ganancia, quizá la primera en esta esfera de producción, que eventualmente llega a un balance con el resto, lo cual ocurre de manera absolutamente independiente de la voluntad del capitalista” (C III, 264-5)

Esta tendencia a la caída de la tasa de ganancia refleja que “después de cierto punto, el desarrollo de las fuerzas de producción se convierte en una barrera para el capital; de aquí entonces la relación del capital como barrera para el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo” (G, 749).

La creciente productividad del trabajo, la cual indica el creciente poder de la humanidad sobre la naturaleza, toma la forma —en las relaciones capitalistas de producción— de una composición orgánica de capital cada vez más alta, y por tanto de una caída en la tasa de ganancia. Este es el proceso que subyace a las crisis económicas. “La creciente incompatibilidad entre el desarrollo productivo de la sociedad y sus relaciones de producción existentes hasta el momento se expresa en contradicciones enconadas, crisis, convulsiones” (G, 749).

La caída de la tasa de ganancia es sólo el punto de partida del análisis de Marx sobre las crisis capitalistas. Insiste en que hay “operando influencias que contra-actúan, que entrecruzan y neutralizan el efecto de la ley general, y le dan un mero carácter de tendencia… una ley cuya acción absoluta es frenada, retardada y debilitada” (C III, 232, 235). “Las mismas influencias que producen una tendencia a la caída en la tasa general de ganancia también provocan efectos contrarios que obstaculizan, retardan y en parte paralizan esta caída” (C III, 239).

Por ejemplo, una creciente composición orgánica de capital significa que una cantidad de trabajadores cada vez más pequeña produce una cantidad dada de mercancías. El capitalista podrá despedir los trabajadores excedentes, y de hecho esto bien pudo haber sido lo que tenía en mente cuando introdujo las nuevas técnicas. La acumulación de capital implica la expulsión constante de trabajadores de la producción. Se da lo que Marx llama “sobrepoblación relativa”. No es, como alegaban Malthus y sus seguidores, que haya más gente que alimentos para mantenerla. Es más bien que hay más gente de la que necesita el capitalismo, de manera que a la gente excedente se le niegan los salarios de que los obreros dependen para vivir.

En consecuencia, la economía capitalista genera un “ejército industrial de reserva” de trabajadores desempleados, que juega un papel crucial en el proceso de acumulación. Los desempleados no sólo son una masa de trabajadores que pueden ser traídos a las ramas nuevas de producción, sino que además impiden que los salarios aumenten demasiado.

La fuerza de trabajo, como cualquier otra mercancía, tiene un valor —el tiempo de trabajo implicado en su producción— y un precio —el dinero que se paga por el trabajo. El precio de la fuerza de trabajo es el salario. Como todos los precios del mercado, el salario fluctúa de acuerdo al aumento o reducción de la oferta y la demanda de fuerza de trabajo en el mercado. Al haber un ejército industrial de reserva se mantiene la oferta de fuerza de trabajo suficientemente alta como para que el precio de la fuerza de trabajo no suba más allá de su valor. Marx señala que “los movimientos generales de los salarios son regulados exclusivamente por la expansión y contracción del ejército industrial de reserva” (C I, 790).

Esto no quiere decir que Marx creyera en una “ley de hierro de los salarios” según la cual los salarios no pueden subir más allá del mínimo necesario para la sobrevivencia física del asalariado. Como indicó en la Crítica del programa de Gotha, esta llamada “ley” se funda en la teoría de Malthus sobre la población, y es enteramente falsa. Como vimos, el capitalismo conlleva aumentos constantes en la productividad del trabajo. Estos aumentos llevan necesariamente a una reducción sostenida en el valor de las mercancías, incluyendo la mercancía fuerza de trabajo. El valor decreciente de los bienes de consumo significa que el poder adquisitivo de los salarios de los trabajadores se mantiene igual o incluso se hace mayor, aunque haya bajado el valor de la fuerza de trabajo. En términos absolutos los estándares de vida de los trabajadores bien pueden subir. Pero en términos relativos la posición de los trabajadores se deteriora porque ha aumentado la tasa de plusvalor, de manera que se reduce la porción que les toca del valor total que han creado.

La existencia de un ejército industrial de reserva fortalece la posición del capitalista y le facilita aumentar la tasa de plusvalía. Si se mantiene igual la cantidad total de capital, subirá la tasa de ganancia. Una mayor intensidad de la explotación, es una de las influencias que frenan la tendencia a la caída en la tasa de ganancia.

Sin embargo, el aumento en la tasa de explotación es un arma de doble filo. Si se logra haciendo mayor la productividad del trabajo, entonces aumentará la composición orgánica del capital, y de este modo una tasa mayor de plusvalor significará una menor tasa de ganancia. Marx pensaba que tal situación era típica de la tendencia de la tasa de ganancia y rechazó las explicaciones que atribuían las crisis económicas a que los trabajadores conquistaran mejores salarios:

“La tendencia de la tasa de ganancia a decaer está atada a la tendencia de la tasa de plusvalía a aumentar… Por esta razón nada es más absurdo que explicar la caída en la tasa de ganancia por un alza en la tasa de salarios, aunque éste pueda ser el caso como excepción… La tasa de ganancia no decae porque el trabajo se haga menos productivo, sino porque se hace más productivo. Tanto el alza en la tasa de plusvalor como la caída en la tasa de ganancia son formas específicas en que la creciente productividad del trabajo se expresa bajo el capitalismo” (C III, 240)

Marx afirma que lo mismo es cierto de otra influencia contraria a la tendencia a la caída de la tasa de ganancia: el abaratamiento de los elementos del capital constante. Aumentar la productividad en el Departamento I —producción de medios de producción— significa reducir el valor de la planta física, de la maquinaria y de lo demás que constituye el capital constante.

“Con el aumento en la proporción entre capital constante y capital variable, aumenta además la productividad del trabajo, las fuerzas productivas que se han creado y que opera el trabajo social. Como resultado de esta creciente productividad del trabajo, sin embargo, una porción del capital constante existente se deprecia sin cesar en su valor, porque su valor depende no del tiempo de trabajo que originalmente costó, sino del tiempo de trabajo con que puede ser reproducido, y éste es continuamente reducido en la medida en que aumenta la productividad del trabajo.” (TSV II, 415-16)

No pocos críticos de Marx —muchos de ellos marxistas— han argumentado que el hecho de que el aumento en la productividad del trabajo abarate los medios de producción (los elementos del capital constante) determina que entonces no aumenta la composición orgánica y por tanto no decae la tasa de ganancia. Sostienen que aunque crezca enormemente la composición tecnológica del capital (la proporción física entre medios de producción y fuerza de trabajo), en términos de valor la relación se queda igual, porque ha bajado el costo de producir los medios de producción. Sin embargo, ignoran que lo que interesa al capitalista es lo que reciba de su inversión original. El dinero que puso en la planta, equipo, etc., fue para comprar estos medios de producción a sus valores originales, y no al valor correspondiente al tiempo de trabajo que costaría reemplazarlos ahora. El capitalista debe hacer una ganancia adecuada a su inversión primera, no adecuada a lo que le costaría hacerla después.

Veamos más de cerca la cuestión de las crisis

De hecho, principalmente por medio de crisis es que el valor del capital constante se ajusta, no al “tiempo de trabajo que costó originalmente”, sino al “tiempo de trabajo con que puede ser reproducido”. Las crisis económicas pueden ser precipitadas por una variedad de factores. Por ejemplo, pueden producirse por un alza súbita en los precios de materias primas importantes (como el alza cuádruple en el precio del petróleo en 1973-74). A menudo las crisis empiezan por alguna distorsión en el sistema financiero, por ejemplo si un banco importante se va a la quiebra o por un crash en el mercado de dinero. Buena parte del tomo 3 de El Capital se dedica a explicar cómo el desarrollo del sistema de crédito, con el cual los bancos crean más y más dinero, juega un rol vital tanto en provocar como en prevenir las crisis. Sin embargo la razón básica para las crisis es siempre la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y las reacciones contradictorias que ella provoca.

Vimos que la naturaleza de la mercancía es tal que M-D no lleva necesariamente a D-M. El dinero que se obtiene al venderse una mercancía puede ser guardado en lugar de usarse para comprar otra mercancía. En las crisis económicas esto ocurre a escala masiva. No se venden enormes cantidades de mercancías.

Esto distingue al capitalismo de modos de producción anteriores. En las sociedades esclavistas y feudales las crisis eran por producirse menos, por escasez, por no haber suficiente para todos. Pero las crisis capitalistas son por sobreproducción. Marx insiste en que esto no significa que “la cantidad de los productos sea excesiva en relación a la necesidad que hay de ellos… es la ganancia del capitalista y en sentido alguno las necesidades de los productores lo que pone límites a la producción” (TSV II, 527). Lo que pasa es que se han producido demasiadas mercancías para que los capitalistas realicen la ganancia adecuada. Por tanto, véanse por ejemplo las montañas de mantequilla o los lagos de vino que se producen para mantener altos los precios de los bienes agrícolas, mientras en el Tercer Mundo más de 700 millones de personas sufren hambre.

Ahora bien, si es cierto que las crisis se producen a causa de las contradicciones internas de la acumulación capitalista, también es cierto que ellas “son siempre soluciones momentáneas y forzadas de las contradicciones existentes” (C III, 249). Ello es así por lo que Marx llama la depreciación o devaluación de capital. El colapso de mercados de determinados bienes saca de carrera, a la fuerza, a muchos capitales de esos renglones. Son destruidas grandes cantidades de capital.

A veces la destrucción de capital es literal: la maquinaria se enmohece, se pudren bienes almacenados o son destruidos. Pero la baja en los precios también destruye buena parte del valor de los medios de producción. “La destrucción de capital por medio de crisis significa la depreciación de valores, lo cual impide que los capitales renueven su propio proceso de reproducción como capital, en la misma escala” (TSV II, 496).

Es de esta manera, con crisis económicas, que el valor del capital constante se ajusta no al tiempo de trabajo que originalmente se utilizó para producirlo, sino al valor que ahora cuesta reproducirlo. De este modo se reduce la composición orgánica de capital y se recupera la tasa de ganancia. Las crisis sirven para que el capital vuelva a estar en condiciones de emplearse para obtener ganancias:

“La depreciación periódica del capital existente (uno de los medios inmanentes en la producción capitalista para regular la caída en la tasa de ganancia y acelerar la acumulación de valor del capital mediante la formación de nuevo capital) altera las condiciones dadas en que toma lugar el proceso de circulación y reproducción de capital, y por tanto se acompaña de interrupciones y crisis en el proceso de producción.” (C III, 249)

Hay otras formas en que las crisis sirven para compensar la tendencia a la caída en la tasa de ganancia. Marx escribe que “las crisis siempre se van preparando por… un periodo en que los salarios suben en términos generales, y la clase trabajadora en efecto obtiene una porción mayor de la parte del producto anual dirigida al consumo” (C II, 414-15).

Esto indica que en los momentos más exitosos de expansión económica escasean muchas mercancías, pues están en demanda de muchos capitales ansiosos de conquistar la mayor parte posible del mercado. Esto es también cierto de la fuerza de trabajo: en la medida en que se acelere el ritmo de crecimiento económico se usará el ejército industrial de reserva —escasearán los trabajadores, especialmente los diestros. Esto será favorable al poder de negociación de los trabajadores, que podrán lograr que aumente el precio de la fuerza de trabajo— subirá la tasa de salarios. Pero una recesión económica podrá hacer que vuelva a crecer el desempleo, lo cual facilitará a los patrones reducir los salarios. Los trabajadores que aún tengan trabajo no tendrán más remedio que aceptar peores condiciones de producción.

Las crisis son periodos en que el sistema capitalista se reorganiza y se modifica para hacer que la tasa de ganancia se recupere a un nivel que favorezca la inversión. No todos los capitales se benefician de igual manera de estos procesos. Serán marginadas las empresas más débiles y menos eficientes, y aquellas con una carga más pesada de maquinaria relativamente obsoleta. Los capitales más fuertes y más eficientes no sólo sobreviven sino que tras la recesión resurgen más fuertes. Les es posible comprar tierras e instrumentos de producción a precio de baratillo y obligar a los trabajadores a nuevos cambios en el proceso de producción para aumentar la tasa de plusvalor.

Por tanto, las crisis contribuyen al proceso que Marx llama la centralización y concentración de capital. La concentración ocurre cuando los capitales crecen en tamaño al acumular más plusvalía. La centralización es cuando los capitales grandes absorben a los pequeños. El propio proceso de competencia estimula sin cesar esta tendencia, ya que las empresas más eficaces logran superar a sus rivales y luego tragárselos. Las recesiones económicas aceleran este proceso, porque hacen posible que los capitales sobrevivientes compren los medios de producción a precios bajos. Parte inevitable del proceso de acumulación, pues, es un aumento constante en el tamaño de los capitales individuales.

Marx escribe que “el ritmo típico de la industria moderna tiene la forma de… un ciclo (interrumpido por oscilaciones menores) de periodos de actividad promedio, producción bajo alta presión, crisis y estancamiento” (C I, 785). La alternancia entre auge y decadencia es un rasgo esencial de la economía capitalista. Trotsky señala que “el capitalismo vive de crisis y expansiones, como el ser humano que vive inhalando y exhalando… Las crisis y las expansiones han sido inherentes al capitalismo desde su nacimiento, y lo acompañarán a su tumba”.

El análisis que Marx elabora en El Capital del modo en que se forman las crisis en la acumulación de capital, exige un alto nivel de abstracción. Como veremos enseguida, necesita profundizarse con la discusión sobre cómo, a medida que el sistema envejece, la centralización y concentración de capital hacen más difícil que las crisis restauren las condiciones para una acumulación que deje ganancias. En todo caso, El Capital brinda la base para cualquier intento de entender la economía capitalista.

Conclusión

El modo de producción capitalista ilustra la tesis general de Marx de que la realidad es dialéctica —esto es, contiene contradicciones. Por un lado, el cambio tecnológico y la introducción de nuevos métodos de producción son parte de la existencia misma del capitalismo. La presión de la competencia fuerza constantemente a los capitalistas a innovar, y por tanto a aumentar las fuerzas productivas. Por otro lado, el desarrollo de las fuerzas productivas inevitablemente lleva a una crisis tras otra. Marx indica en el Manifiesto Comunista:

“La burguesía no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y por tanto las relaciones de producción, y con ellas todas las relaciones de la sociedad. Conservar inalteradas las viejas formas de producción era… la primera condición de existencia de todas las clases industriales anteriores. Revolucionar constantemente la producción, alterar constantemente todas las condiciones sociales, incertidumbre sin cesar, agitación, distinguen la época burguesa de todas las anteriores.” (CW VI, 487)

La diferencia entre el capitalismo y sus precursores se funda en las relaciones de producción:

“Es claro que en cualquier formación económica de la sociedad donde predomina el valor de uso sobre el valor de cambio, el plusvalor será restringido a un marco de necesidades más o menos confinado, y no se verá que del carácter mismo de la producción surja una sed insaciable por trabajo excedente.” (C I, 345).

El señor feudal, por ejemplo, estaba satisfecho en tanto recibía suficiente renta de sus campesinos para sostenerlo a él, a su familia y a su servicio en el estilo acostumbrado. En cambio, el capitalista tiene un “apetito voraz”, un “hambre de hombre-lobo de trabajo excedente” (C I, 349, 355) que provoca la necesidad de estar a la par con las mejoras técnicas de sus competidores, o de lo contrario fracasará su negocio.

Marx era defensor de lo que llamaba “la gran influencia civilizadora del capital” (G, 409) contra aquellos, como los románticos, que miraban nostálgicamente hacia sociedades precapitalistas. Elogiaba a Ricardo por “poner atención solamente al desarrollo de las fuerzas productivas” (C III, 259). “Afirmar, como hacían los opositores sentimentales de Ricardo, que el objeto no es la producción como tal, es olvidar que la producción por sí misma no significa otra cosa que desarrollo de las fuerzas productivas humanas, en otras palabras, desarrollo de la riqueza de la naturaleza humana como un fin en sí mismo” (TSV III, 117-18). De manera que el capitalismo es históricamente progresista:

“Cobra impulso por encima de barreras y prejuicios nacionales… así como de todas las satisfacciones de las necesidades humanas tradicionales, limitadas, complacidas, incrustadas, y de las reproducciones de los viejos modos de vida. Es destructivo de todo esto y constantemente lo revoluciona, rompiendo todas las barreras que restringen el desarrollo de las fuerzas de producción, la expansión de necesidades, el desarrollo multiforme de la producción, y la explotación y el intercambio de las fuerzas naturales y mentales.” (G, 410)

La tendencia a la caída de la tasa de ganancia muestra que el capitalismo no es la forma más racional de sociedad —como suponían los pensadores de la economía política sino un modo de producción históricamente limitado y contradictorio, el cual restringe las fuerzas de producción a la vez que las desarrolla. Marx dice que “la barrera real a la producción capitalista es el capitalismo mismo” (C III, 250). “La destrucción violenta de capital, no por relaciones externas a él sino como una condición de su propia preservación, es la forma más sorprendente de que lo dado es que se vaya y ceda el espacio a un estadio superior de producción social” (G, 749-50).

Marx estaba lejos de creer que el colapso económico del capitalismo era inevitable, contrario a lo que han dicho no pocos comentaristas, muchos de ellos marxistas. “Las crisis permanentes no existen”, insistió (TSV II, 497 n). Como vimos, “las crisis son siempre soluciones momentáneas y forzadas de las contradicciones existentes”. No hay crisis económica tan profunda de la cual no pueda reponerse el sistema capitalista, si la clase trabajadora está dispuesta a pagar el precio del desempleo, la reducción de los niveles de vida y el deterioro de las condiciones de trabajo. Dependerá de la conciencia y de la acción de la clase trabajadora si una crisis lleva a “un estadio superior de producción social”.

 

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