Alex Callinicos
La visión más común de la historia es a la vez la más infantil. La historia se ve como las cosas que han hecho Grandes Hombres (y a veces Grandes Mujeres), reyes y políticos, generales y jefes de la Iglesia, artistas y estrellas de cine. Esta concepción de la historia puede remontarse a los cronistas medievales, que registraban lo que hacían los monarcas y nobles, sus festejos, guerras y adulterios. Todavía seguimos siendo servidos con la misma visión, por cortesía de la más avanzada tecnología, en las pantallas de televisión y en los titulares de los periódicos.
Siempre hubo quienes estaban insatisfechos con esta visión superficial de la historia, y creían que había un patrón básico detrás de los acontecimientos. En la Edad Media, dado el poder ideológico de la Iglesia, este patrón se veía principalmente en términos religiosos. Se interpretaban las acciones de los hombres y las mujeres como una operación de la Divina Providencia. Los seres humanos perseguían sus intereses y deseos, inconscientes de que realizaban el designio de Dios para el Universo. Hegel fue el último gran filósofo cristiano, con su concepto de la historia como el proceso a través del cual el Espíritu Absoluto llega a la autoconciencia.
La Revolución científica del siglo XVII llevó a una visión secular de la historia en la que Dios ya no juega papel alguno. Sin embargo, la Ilustración seguía viendo un patrón en la historia: “el progreso de la mente humana”. La historia era la narración del poder creciente de la razón, de su batallar constante contra la superstición y de su gradual pero inevitable victoria. Esta visión era idealista, porque concebía a las ideas como el motor del cambio histórico, y optimista, porque creía que la sociedad mejoraba sostenidamente a medida que la gente se hacía más ilustrada.
La concepción de la Ilustración sobre la historia era creíble en los siglos XVIII y XIX, cuando por lo menos el mundo occidental experimentaba un progreso sostenido, material y científico. Pero ya no es plausible hoy. El siglo XX ha visto desastre sobre desastre: dos guerras mundiales sumamente destructivas, los horrores de los campos de concentración nazis y de los campos estalinista de trabajos forzados, la obscena yuxtaposición de opulencia en el mundo occidental y miseria y hambre en el Tercer Mundo. El progreso tecnológico se ha acelerado de manera tal que en las últimas décadas nuestro control sobre el ambiente natural ha dado saltos asombrosos. Pero el resultado de este progreso muy bien podría ser la destrucción de la humanidad y de la Tierra misma, pues más y más recursos son destinados a producir armas nucleares, cada vez más sofisticadas.
No es sorprendente que mucha gente responda a esto negando que la historia tenga patrón alguno. Para muchos la historia es un conjunto caótico de acontecimientos terribles que difícilmente significa algo; una sucesión de emergencias como señaló el político liberal H. A. L. Fisher. “La historia es una pesadilla de la cual me quisiera despertar”, dijo el escritor James Joyce, hablando sin duda también por muchos otros. En este siglo terrible es tentador dejar a un lado los esfuerzos por cambiar el mundo y refugiarse en las relaciones personales o en los logros individuales, al menos aquellos con talento y posibilidades económicas.
La teoría de Marx sobre la historia desafía tanto el optimismo fácil de la Ilustración, como la visión más moderna de la historia como un simple caos. Para Marx la historia en efecto tiene un patrón, aunque no es “el progreso de la mente humana”. Su punto de partida no es el pensamiento sino “los individuos reales, su actividad y las condiciones materiales de su vida, tanto las que encuentran ya existiendo como las que producen con su actividad” (CW V, 31).
Producción y sociedad
Ya en sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 Marx definió a los seres humanos, ante todo como productores. Su producción tiene dos aspectos, uno material y otro social. La producción es primeramente la actividad por la cual hombres y mujeres buscan satisfacer sus necesidades actuando sobre el mundo natural y transformándolo. Esto implica cierta organización de la producción, poseer las herramientas adecuadas y demás. Segundo, la producción es un proceso social en que la gente colabora entre sí para producir las cosas que necesita. Siempre conlleva relaciones sociales entre aquellos que toman parte en ella, relaciones que tienen que ver — decisivamente— con el control de los procesos de producción y con la distribución de lo producido.
Marx llama capacidades de producción al aspecto material, y relaciones de producción al aspecto social.
El carácter de las capacidades de producción en una sociedad dada depende de lo que Marx llamó “el proceso de trabajo”, mediante el cual los seres humanos actúan sobre la naturaleza y la transforman. “El trabajo — escribe— es antes que nada un proceso entre hombre y naturaleza, un proceso por el cual el hombre, a través de sus acciones, media, regula y controla el metabolismo entre él y la naturaleza” (C I, 283).
Empecemos con un esquema del modo en que los seres humanos satisfacen sus necesidades. En una época muy temprana los seres humanos vivían de la caza de animales, para lo cual requerían su propia fuerza y sus destrezas para cazar, así como armas, fuesen palos afilados y piedras que encontraban, o lanzas y hachas que construían. Luego la gente empezó a cultivar la tierra para cosechar alimentos y, otra vez, requerían su propia fuerza y sus destrezas, así como herramientas más sofisticadas. Y más recientemente está la producción en fábricas. Una vez más la naturaleza provee las materias primas, los seres humanos ponen su trabajo, y usamos herramientas todavía más refinadas: máquinas, computadoras electrónicas, etc.
De estos tres ejemplos podemos discernir lo siguiente. Primero, está la “naturaleza”: los animales que se cazan, las semillas que se siembran, la tierra en que éstas crecen y las materias primas procesadas en las fábricas. Segundo, está el trabajo humano. Y tercero, están las herramientas e instrumentos, sean lanzas de caza, arados o computadoras. Marx coloca estas cosas bajo dos renglones. El trabajo humano se compone de dos elementos básicos: fuerza de trabajo humana y medios de producción. Luego distingue entre los medios de producción: de un lado la tierra y las materias primas que son transformadas en las cosas que necesitamos (a las que llama “objetos del trabajo”), y de otro los instrumentos que necesitamos (a los que llama “instrumentos de trabajo”). Estos, forman el elemento decisivo del proceso de trabajo. Lo que pueda lograr el trabajo humano depende de los instrumentos disponibles:
El uso y construcción de ciertos instrumentos de trabajo, aunque están en germen entre ciertas especies de animales, son característicos del proceso de trabajo específicamente humano; por esto [Benjamín] Franklin define al hombre como “un animal que hace herramientas”… No es lo que se haga, sino cómo y mediante cuáles instrumentos de trabajo, lo que distingue las diferentes épocas históricas (C I, 286).
El proceso de trabajo… es una apropiación de cuanto existe en la naturaleza para las necesidades humanas. Es… la condición que la naturaleza siempre impondrá a la existencia humana, y es por tanto… común a todas las formas de sociedad en que viven los seres humanos. De aquí que no tuvimos que presentar al obrero en su relación con otros obreros; bastaba presentar al hombre y su trabajo por un lado y la naturaleza y sus materiales por el otro. El sabor de la crema no nos dice quién cosechó la avena, y el proceso que hemos presentado no revela las condiciones en que el mismo ha tenido lugar, sea bajo el látigo brutal del propietario de esclavos o la mirada ansiosa del capitalista (C I, 290).
En otras palabras, la organización del proceso de trabajo —por ejemplo, la división de labores que involucra ese proceso— en sí no determina el carácter de la sociedad en cuestión. Hay un abismo de diferencia entre la agricultura de “rozar y quemar” (barbecho) de las sociedades “primitivas” y la línea de ensamblaje de la producción moderna. La diferencia, en primera instancia, resulta de una mayor destreza de la fuerza de trabajo de hoy, del desarrollo del conocimiento científico y de una sofisticación mucho mayor de los instrumentos de trabajo que utilizamos.
Las limitaciones materiales del proceso de trabajo estarán siempre ahí, no importa las relaciones sociales que existan entre los que participan del proceso de trabajo. Por ejemplo, para producir un automóvil debemos tener las destrezas técnicas y el conocimiento científico para construir un motor de combustión interna; debemos ser capaces de trabajar el metal para hacer la carrocería; de extraer el hule para convertirlo en neumáticos; de obtener el combustible que moverá al automóvil. La posibilidad de tener estas cosas es un logro histórico que representa el creciente poder de los seres humanos sobre la naturaleza. Será necesario tanto en una futura sociedad comunista como en el capitalismo.
El carácter del proceso de trabajo es un reflejo del desarrollo de la tecnología, la cual a su vez depende de nuestro conocimiento teórico y nuestras destrezas prácticas. El perfeccionamiento del proceso de trabajo significa que podemos producir la misma cantidad de cosas con una menor cantidad de trabajo. Potencialmente este perfeccionamiento técnico reduce la carga de la producción material sobre la humanidad. Igualmente, nos hace menos dependientes de las vicisitudes del ambiente natural. Si hay escasez o abundancia ya no depende de si el verano ha sido bueno o no.
Marx pensaba que el desarrollo de las fuerzas productivas es acumulativo. Las conquistas técnicas y científicas de una sociedad son la base sobre la que edificará una sociedad posterior. Los cambios en el proceso de trabajo pueden hacer que produzcamos más eficientemente y por tanto ampliemos nuestro control sobre la naturaleza. Este proceso, señala Marx, viene a través de la historia humana desde la Revolución neolítica —cuando los seres humanos por primera vez sembraron la tierra y domesticaron animales— hasta la Revolución industrial de los siglos XVIII y XIX.
El desarrollo de las fuerzas productivas es condición necesaria para mejorar la calidad de nuestra vida. Incluso bajo una futura sociedad comunista el proceso de trabajo será “la condición que la naturaleza siempre impondrá a la existencia humana”. Pero este desarrollo de las fuerzas productivas no basta para explicar los cambios y desarrollos históricos. El crecimiento de nuestro conocimiento científico y de nuestras destrezas prácticas no ocurre aislado del modo en que organizamos el uso de las fuerzas productivas ni de las relaciones sociales de producción.
Para entender lo que Marx entendía por relaciones de producción debemos distinguir dos sentidos en que la producción es social. Por un lado, el trabajo es necesariamente una actividad social porque depende de la cooperación entre diversos individuos para alcanzar determinados fines. A este respecto las relaciones entre los individuos están determinadas por los límites materiales que conlleva producir de un cierto modo. La división de tareas refleja el carácter del proceso de trabajo dado y las destrezas de dichos individuos. Pero hay un segundo aspecto social de la producción, en que el elemento decisivo son los medios de producción —los instrumentos y las materias primas. Marx escribe:
No importa la forma social de la producción, los que trabajan y los medios de producción siempre permanecen como factores de ella… Deben unirse para que sea posible la producción. La manera específica en que se da esta unidad distingue entre sí las diferentes épocas económicas de la estructura de la sociedad (C II, 36-7).
Marx afirma que no podemos entender el carácter de la producción, ni tampoco el carácter de la sociedad, sin examinar quién controla los medios de producción. Primero, una vez la sociedad ha ido más allá de las más primitivas formas de agricultura, no hay proceso de trabajo que pueda darse sin medios de producción. Hasta la agricultura de “rozar y quemar” se fundaba en tener acceso relativamente libre a la tierra.
Segundo, la distribución de los medios de producción es la clave para la división de la sociedad en clases. Pues los que trabajan, los que hacen directamente la labor, no necesariamente controlan los medios de producción, los instrumentos y las materias primas que trabajan. Las clases sociales surgen cuando los “productores directos” han sido separados de los medios de producción, y estos últimos son monopolio de una minoría.
Esta separación se produjo una vez las fuerzas productivas alcanzaron un cierto grado. Marx mira la jornada de trabajo en la sociedad de clases en general y distingue dos partes de ella. En una primera el productor directo realiza trabajo necesario, o sea produce los medios de subsistencia necesarios para mantenerse vivo o viva él o ella y sus dependientes. (Bajo el capitalismo el trabajador no produce su sustento sino su equivalente en otros bienes, por los cuales se le paga en dinero; pero la relación básica es la misma.) En una segunda parte de la jornada el productor realiza trabajo excedente o sobrante: el propietario de los medios de producción se apropia el producto del trabajo de estas horas, en lugar de la persona que realmente trabajó. Lo hace a cambio de permitirle al trabajador el “privilegio” de utilizar los medios de producción para realizar el trabajo, sin cuyos productos perecería el trabajador. Marx indica:
“En todos los sitios donde una parte de la sociedad posee el monopolio de los medios de producción, el trabajador, sea libre o no, deberá añadir al tiempo de trabajo necesario para su propio mantenimiento una cantidad extra de tiempo para producir los medios de subsistencia del propietario de los medios de producción, sea éste un aristócrata de Atenas, un etrusco teocrático, un ciudadano de Roma, un barón normando, un propietario de esclavos americano, un boyardo de Valaquia, un terrateniente moderno o un capitalista.” (C I, 344-5)
Toda sociedad dividida en clases descansa sobre la explotación, es decir, sobre la apropiación del trabajo excedente por parte de una minoría que controla los medios de producción. Sin embargo, en fases muy tempranas del desarrollo social en que los medios de producción eran propiedad común, había muy poco o ningún trabajo excedente: era lo que Marx llama “comunismo primitivo”. El trabajo necesario para satisfacer las necesidades básicas de la sociedad tomaba prácticamente toda la jornada.
Fue gradualmente, debido a mejoras en las técnicas productivas, que la gente produjo más de lo necesario para sobrevivir. El producto excedente, sin embargo, era muy pequeño para mejorar sustancialmente la calidad de vida de toda la comunidad. Se lo apropiaba una minoría que, por diversas razones —por ejemplo, ser más eficaz o tener poder político— ganaba control de los medios de producción. Así surgieron las clases sociales. Señala Engels:
“Todos los antagonismos históricos entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y oprimidas, hasta el día de hoy hallan su explicación en esta productividad, relativamente subdesarrollada, del trabajo humano. En tanto la población realmente trabajadora estaba tan ocupada con su trabajo necesario que no tenía tiempo para ocuparse de los asuntos comunes de la sociedad —dirección de los trabajos, asuntos de Estado, cuestiones legales, artísticas, científicas, etc.— era necesario que existiese constantemente una clase especial, liberada de trabajar, para administrar tales asuntos; y esta clase nunca ha dejado de imponer, para beneficio propio, una carga más y más pesada de trabajo sobre las masas trabajadoras.” (AD, 217-18)
No es lo mismo propiedad legal que control (o más precisamente, posesión efectiva) de los medios de producción. En este punto Marx coincide con los filósofos materialistas burgueses como Thomas Hobbes, “quienes velan la fuerza como el fundamento del derecho… Si el poder se ve como base del derecho, como en Hobbes, etc. entonces el derecho, las leyes, etc., son meramente el síntoma, la expresión de otras relaciones sobre las que se sostiene el poder del estado”. (CW V, 329).
Debe destacarse la distinción entre relaciones de producción y formas legales de propiedad. Muchos creen que el capitalismo depende de capitalistas individuales que controlan los medios de producción, porque éstos son propiedad suya. De aquí infieren que ya no vivimos bajo el capitalismo, porque con las grandes corporaciones modernas los negocios son administrados por gerentes que son empleados de la compañía y poseen a lo sumo sólo algunas acciones en ella. Nada más lejos de la verdad. Lo que define a la sociedad de clases es la posesión efectiva de los medios de producción por una minoría, no las formas legales que revistan las relaciones de poder.
Modos de producción y lucha de clases
En la sociedad de clases las relaciones de producción son “no relaciones entre individuo e individuo, sino entre trabajador y capitalista, entre agricultor y terrateniente, etc.” (CW VI, 159). Para Marx estas relaciones de clase fundadas en la explotación son la clave para comprender la sociedad:
“La forma económica específica de extraer trabajo excedente no pagado de los productores directos determina la relación entre opresores y dominados… Lo que revela el secreto más íntimo de toda la estructura social es siempre la relación directa de los propietarios de las condiciones de producción con los productores directos: una relación que, naturalmente, siempre se corresponde con una fase definida en el desarrollo de los métodos de trabajo y de su productividad social…” (C III, 791).
Estas ideas se expresan en el famoso inicio del Manifiesto Comunista:
“La historia de todas las sociedades que han existido hasta ahora es la historia de la lucha de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, artesanos y aprendices, en una palabra, opresores y oprimidos se enfrentaron siempre en oposición constante, llevando una lucha a veces velada, a veces abierta, una lucha que siempre termina en la transformación revolucionaria de la sociedad o en la ruina común de las clases en pugna… La sociedad burguesa moderna que ha brotado de las ruinas de la sociedad feudal no ha terminado con los antagonismos de clase. Por el contrario, ha creado nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas formas de lucha en lugar de las anteriores.” (CW VI, 483 y 485)
Hasta cierto punto este concepto es ahora aceptado, incluso por historiadores burgueses, por lo cual es difícil ver lo revolucionario que era en 1848. Hasta ese momento la historia que se escribía trataba en gran medida sobre los que estaban en la cumbre de la sociedad, o sobre la razón y su marcha majestuosa a través de la historia. Ahora Marx echaba luz sobre el papel decisivo que ha jugado la masa del pueblo trabajador en todas las grandes transformaciones históricas. Aquellos que hoy escriben la historia “desde abajo”, escriben bajo la influencia de la idea de Marx de que “la historia… es la historia de la lucha de clases”.
Marx no pensaba que la lucha de clases era su descubrimiento más importante. En una conocida carta a Joseph Weydemeyer, en marzo de 1852, señala:
“Y en lo que a mí respecta, no merezco ningún crédito por descubrir la existencia de las clases en la sociedad moderna o la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, historiadores burgueses habían descrito el desarrollo histórico de esta lucha de clases, y los economistas burgueses la anatomía económica de las clases. Lo que hice nuevo fue probar: (1) que la existencia de clases está vinculada a fases particulares en el desarrollo de la producción, (2) que la lucha de clases necesariamente lleva a la dictadura del proletariado, (3) que esta dictadura es solo la transición a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases.” (SC, 69)
Estaba siendo tal vez modesto, pero el punto básico de Marx es que la lucha de clases surge de ciertas relaciones históricas específicas de producción que “siempre se corresponden naturalmente con una etapa definida del desarrollo de los métodos de trabajo y de su productividad social”; en otras palabras, con una cierta etapa del desarrollo de las fuerzas productivas.
Marx llama “modo de producción” a “las relaciones de producción que se corresponden con una etapa definida del desarrollo de las fuerzas productivas”. Distingue cuatro tipos principales de sociedades de clases: “En términos generales, los modos de producción asiático, antiguo, feudal y burgués moderno pueden ser designados épocas progresivas en la formación económica de la sociedad” (SW I, 504).
Lo que distingue las distintas formaciones económicas de la sociedad —la distinción por ejemplo entre una sociedad basada en trabajo esclavo y una basada en trabajo asalariado— es la forma en que en cada caso el trabajo excedente es extraído del productor inmediato, del trabajador (C I, 325).
La forma de la explotación depende de la distribución de los medios de producción. En el caso de la esclavitud, el trabajador es un instrumento de producción, una propiedad del amo como lo son también la tierra que el esclavo trabaja y las herramientas que éste usa. En apariencia todo el trabajo que realiza el esclavo es trabajo excedente, ya que no tiene derecho a ninguna porción del producto porque el amo se apropia de todo. Sin embargo, en realidad hay que mantener al esclavo, ya que constituye una inversión considerable en que el amo ha gastado dinero. De manera que una parte del producto del trabajo del esclavo se separa para vestir, alimentar y hospedar al mismo esclavo.
En el caso del feudalismo el campesino podía controlar algunos medios de producción (herramientas y animales, quizá) pero no es dueño de la tierra que trabaja. Luego, estaba forzado a dividir su tiempo entre el trabajo para él y su familia y el trabajo excedente para el señor feudal. “Realiza el primero en su pedazo de tierra y el segundo en las tierras del señor. Ambas partes de su trabajo existen independientemente, una al lado de la otra” (C I, 346).
En estos dos modos de producción la explotación es bastante evidente: se basa en el poder físico del dueño de la propiedad sobre los productores directos. El dueño de esclavos puede, si quiere, torturar o matar a un esclavo poco productivo o revoltoso. Y por su parte, los señores feudales tienen poder militar, en forma de su guardia armada. El poder del terrateniente para exprimir trabajo excedente a sus campesinos se funda en el monopolio de la fuerza. En efecto, en la superficie puede parecer incluso que lo que realmente importa es esta relación de poder, de dominio del opresor sobre el oprimido (como sugieren visiones superficiales de la historia) y no la relación económica sobre la que descansa aquella.
En el capitalismo el trabajador es libre, legalmente. No está atado al capitalista en la forma en que lo está el esclavo al amo o el siervo al señor. La explotación no depende del sometimiento físico del productor al propietario, sino de las presiones económicas, y sobre todo del hecho de que el trabajador no posee los medios de producción. Marx señaló que los trabajadores son “libres en un doble sentido, libres de las viejas relaciones de clientelismo, esclavitud y servidumbre, y en segundo lugar libres de toda pertenencia y toda posesión, de toda forma de ser objetiva y material, libres de toda propiedad” (G, 507).
Entre los siglos XV y XVIII en Inglaterra el campesinado fue separado de la tierra de la que había dependido su vida. Esto se llevó a cabo mediante varias estratagemas: desahucios, propietarios poderosos cercando tierras que hablan sido colectivas, etc. Fue solo así, creándose una clase trabajadora que no posee nada excepto su capacidad de trabajar, su fuerza de trabajo, que pudo desarrollarse el modo de producción capitalista.
El modo de producción capitalista se funda en la separación entre el productor directo y los medios de producción, los cuales están bajo control de un pequeño grupo de capitalistas. Para el trabajador no hay alternativa a vender su fuerza de trabajo, que no sea el hambre. El capitalista usa su control de los medios de producción para obligar a la gente a trabajar para él y, una vez la ha empleado, la obliga a que trabaje más tiempo del equivalente a sus salarios, generando así trabajo excedente. En este caso la explotación se funda, en primer lugar, en el poder económico del propietario, no en que tenga monopolio de la violencia. La explotación aquí es disimulada porque no hay restricción física, porque el trabajador es legalmente libre y ha acordado, aparentemente de forma voluntaria, trabajar para el capitalista. Sin embargo, no es por esto menos efectiva la explotación.
Marx escribe que las “relaciones de producción… corresponden a una etapa definida del desarrollo de sus capacidades productivas”. ¿Qué quiere decir precisamente aquí “corresponden”? Algunos comentaristas han supuesto que para Marx las fuerzas de producción eran directamente causantes del ascenso o el descenso de los modos de producción. A esta visión de la historia se le llama a veces “determinismo tecnológico”, ya que considera el cambio tecnológico el motor de los cambios sociales. Hay pasajes de Marx que parecen respaldar tal visión. Por ejemplo:
“…que las relaciones sociales están estrechamente ligadas a las capacidades productivas. Al crear nuevas fuerzas productivas, los hombres cambian su modo de producción; y al cambiar su modo de producción, al cambiar su forma de ganarse el sustento, cambian todas sus relaciones sociales. El molino manual da una sociedad con señores feudales; el molino de vapor da una sociedad con capitalistas industriales.” (CW VI, 166)
Algunos marxistas posteriores usaron citas como ésta para justificar una distorsión de la teoría de Marx sobre la historia, indicando que la revolución social es inevitable una vez las capacidades de producción han logrado cierto nivel. Por ejemplo, el principal teórico de la Segunda Internacional (1889-1914), Karl Kautsky, alegaba que el derrumbe del capitalismo estaba asegurado. Se produciría por “necesidad natural”. Todo lo que los socialistas tenían que hacer era sentarse a esperar este acontecimiento inevitable.
Esta clase de marxismo pasivo hizo que los partidos de la Segunda Internacional se abstuvieran de organizar una oposición de masas a la Primera Guerra Mundial en 1914. Lo que hicieron fue apoyar a los gobiernos nacionales de sus países. Mientras los trabajadores de los países beligerantes se masacraban entre sí como soldados, se desintegraba al mismo tiempo el movimiento obrero internacional.
El marxismo fatalista, que observa pasivamente la historia en lugar de intentar influenciar su resultado, es una falsificación de la visión de Marx. Que las “relaciones sociales están íntimamente ligadas a las capacidades productivas” no significa que las primeras simplemente responden a los cambios en las últimas. La correspondencia es mutua; ambas se limitan entre sí.
Las capacidades de producción efectivamente imponen límites a las relaciones sociales de producción. Marx y Engels insistieron en que no es en cualquier circunstancia que ocurriría la abolición de las clases. En sus apuntes para redactar el Manifiesto Comunista, Engels señala:
“Todo cambio en el orden social, toda revolución en las relaciones de propiedad, ha sido resultado necesario de la creación de nuevas capacidades de producción, las cuales ya no se corresponden con las viejas relaciones de propiedad… En la medida en que no es posible producir tanto que no solo haya suficiente para todos, sino además un excedente que asegure un aumento del capital social y un desarrollo mayor de las capacidades productivas, deberá haber una clase dominante administrando las capacidades productivas de la sociedad, así como una clase pobre. Cómo están compuestas estas clases dependerá de la etapa de desarrollo de la producción…
Es obvio que hasta ahora las capacidades productivas no se han desarrollado tanto que pueda producirse lo suficiente para todos y la propiedad privada sea un obstáculo, una barrera para estas fuerzas productivas. Ahora bien, sin embargo, cuando el desarrollo industrial a gran escala, primero, haya creado capital y capacidades productivas en una escala inédita y estén disponibles los medios para aumentar estas fuerzas productivas a un nivel infinito en un corto tiempo; segundo, estas fuerzas productivas estén concentradas en las manos de unos pocos burgueses, mientras la gran masa del pueblo se convierte más y más en proletarios y su condición se hace más miserable e intolerable en la misma medida en que crece la riqueza de la burguesía; y tercero, cuando estas poderosas fuerzas productivas que pueden fácilmente aumentar hayan superado tanto a la propiedad privada y a la burguesía que a cada momento provoquen los disturbios más violentos en el orden social, solo entonces la abolición de la propiedad privada se hará no solamente posible sino incluso absolutamente necesaria.” (CW VI, 348-9)
Por tanto, el socialismo no es sólo una linda idea nacida de la mente de soñadores bien intencionados. El socialismo es posible solamente cuando las fuerzas productivas han alcanzado un nivel que permite la abolición de las clases sociales. Y un desarrollo tan alto sólo puede darse con el capitalismo.
Pero es igualmente cierto que las relaciones sociales de producción imponen límites al desarrollo de las capacidades productivas. La medida en que se perfecciona el proceso de trabajo dependerá de cuánto beneficia a una de las principales clases sociales.
Tomemos por ejemplo la Edad Media europea. Los historiadores han mostrado que la sociedad feudal sufrió una sucesión de terribles crisis. La tierra no daba abasto para sostener a toda la población y los estándares de vida decayeron hasta que la guerra, el hambre y las plagas restauraron el balance. Los pueblos de Europa occidental, en su mayoría campesinos apenas sobreviviendo de lo que obtenían del suelo, en el mejor de los casos perecieron en una escala aproximada a la que provocaría un holocausto nuclear. El historiador marxista francés Guy Bois ha indicado que la mitad de la población de Normandía oriental desapareció a mediados del siglo XIV y una cantidad mayor murió a principios del siglo siguiente. Según las estimaciones, en 1460 la población era menos de un tercio de la que había sido hacia 1300.
Estos no fueron desastres naturales o ejemplos de la llamada ley de la población de Malthus. Por el contrario, surgieron de las relaciones de producción feudales. Los campesinos tenían que darles a los señores feudales tanto como la mitad de lo que producían, y los señores usaban este producto del trabajo para mantener su aparato armado y sostener su propia posición social. Los campesinos carecían del incentivo y de los recursos para invertir en mejoras de los métodos de producción.
Esto significó que las técnicas agrícolas se mantuvieron inalteradas a través de la mayor parte de la Edad Media tardía (1300-1550). Una vez la población aumentó hasta alcanzar cierto punto, no había tierra ni alimento suficientes. Aún si desfallecían de hambre los siervos que poblaban sus tierras, el señor feudal exprimía más intensamente el trabajo de los campesinos, para que no se afectara su ingreso. Imposibilitada de sobrellevar tal carga, la economía campesina colapsó.
Aun cuando el constante desarrollo del conocimiento científico nos da la posibilidad de aumentar la productividad del trabajo, esta oportunidad se realiza solo en dependencia de las relaciones sociales de producción.
Veamos otro ejemplo, esta vez de China, que ilustra cómo las relaciones sociales pueden detener el progreso tecnológico. Bajo la dinastía Sung (960-1259) China estuvo más adelantada que Europa durante varios siglos. Las fundiciones de hierro que se construyeron en China en el siglo XI fueron las más grandes del mundo hasta la Revolución industrial. Cientos de años antes de que aparecieran en Europa, en China se desarrollaron las armas de fuego, la imprenta de carro móvil, el compás magnético y la relojería mecánica. Sin embargo, estos avances estuvieron lejos de crear una economía industrial moderna. En cambio, la estructura social —dominada por terratenientes y burócratas a quienes no les interesaba que cambiara— se estancó y decayó hasta el siglo XIX, cuando el Reino Medio cayó presa de los colonizadores occidentales.
Las relaciones sociales de producción —la estructura económica de la sociedad— y las capacidades de producción —las tecnologías y destrezas humanas— interactúan entre sí, más que prevalecer una sobre otra. El nivel de tecnología y destrezas impone límites al cambio social, pero también podría estimularlo. Por otro lado la estructura de la sociedad determina el grado en que la gente podrá alterar el proceso de trabajo y usar nuevas técnicas.
Para Marx la relación entre ambos aspectos cambia sin cesar. Una estructura social dada es compatible sólo con un cierto nivel de desarrollo de las tecnologías y destrezas humanas. “En una cierta etapa de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes… De ser formas de desarrollo de las capacidades productivas, estas relaciones se convierten en barreras” (SW I, 503). La sociedad entonces entra en un periodo de crisis social que puede terminar sólo cuando nuevas relaciones de producción que promueven un desarrollo mayor de las capacidades de producción, reemplazan a las viejas.
Este proceso se ilustra con la crisis del feudalismo europeo a que hemos hecho referencia. La instalación de relaciones feudales de producción al final de la era romana impulsó un considerable desarrollo económico. Entre los siglos X y XIII la producción agrícola aumentó mucho, fueron puestas en cultivo grandes cantidades de tierra, crecieron los pueblos y aumentó su población. Se utilizaron económicamente por primera vez muchos descubrimientos científicos de los griegos y de los romanos que habían sido ignorados o dejados de lado a causa de las relaciones de producción esclavistas del mundo antiguo.
Pero en el siglo XIII este crecimiento económico empezó a limitarse por las relaciones feudales que lo habían estimulado. Como hemos visto, ni el señor ni el campesino tenían gran interés en las mejoras agrícolas necesarias para abastecer a una población que crecía con rapidez. El resultado fue una crisis prolongada.
Las crisis sociales sobrevienen a causa de las contradicciones al interior del modo de producción. A la vez crean las condiciones para que surja un nuevo modo de producción. En el caso del feudalismo, la escasez de trabajo que siguió a la Peste Negra (epidemia bubónica) del siglo XIV, colocó a los campesinos ingleses en una posición lo suficientemente fuerte —a pesar de la derrota de su rebelión de 1381— como para lograr la abolición de la servidumbre. En adelante los campesinos ya no estaban atados al suelo. Sin embargo no tenían suficiente fuerza —a diferencia del campesinado francés— para hacerse dueños de la tierra que cultivaban. Y a partir del siglo XVI los terratenientes de Inglaterra pudieron sacar a los campesinos de sus tierras y cercarlos en fincas. Luego alquilaron éstas a capitalistas que los emplearon como trabajadores asalariados para producir bienes para el mercado. El debilitamiento gradual de las relaciones feudales de producción dio pie al comienzo del capitalismo.
Marx afirma que la lucha de clases debe verse a la luz de estas contradicciones. Que un modo de producción reemplace a otro no ocurre pacífica y gradualmente, sino que requiere una revolución violenta en que la vieja clase es expropiada y una nueva clase ocupa su sitio.
“La contradicción entre las capacidades productivas y las formas de intercambio… necesariamente, en cada ocasión, provocan el estallido de una revolución, a la vez que toman varias formas subsidiarias, por ejemplo, enfrentamientos generales, enfrentamientos entre clases diversas, contradicciones de la conciencia, batallas de ideas, etc.” (CW V, 74).
Estas líneas del Prefacio de la Contribución a la crítica de la economía política resumen la teoría de la historia de Marx:
“En la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general.
No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.” (SW I, 503-4).
Base y superestructura
“La historia de todas las sociedades hasta ahora es la historia de la lucha de clases”. Y para Marx las clases son básicamente relaciones económicas. Marx seguramente hubiese aceptado esta definición de Lenin:
“Las clases son grandes grupos de gente que difieren entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por su relación —en la mayoría de los casos fija y formulada en la ley— con los medios de producción, por su papel en la organización social del trabajo y, consecuentemente, por las dimensiones de la riqueza social que tienen a su disposición y el modo de adquirirla. Las clases son grupos de gente uno de los cuales puede apropiarse del trabajo de otro debido a los lugares diferentes que ocupan en un determinado sistema de economía social.”
¿Reduce esta concepción de la historia crudamente toda la vida social a intereses económicos, como muchos críticos han alegado desde que fue formulada por primera vez? La concepción de Marx sobre cómo las fuerzas y relaciones de producción moldean al conjunto social es delicada y compleja. Como han dicho diversos comentaristas, la más importante aseveración de Marx sobre la relación entre lo que vino a conocerse como la base económica y la superestructura ideológica y política es cautelosa y cualificada:
“El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.” (SW I, 503-4).
La sociedad que aquí se describe no es una en que la superestructura —la política y la ideología— simplemente refleje de forma pasiva lo que ocurre en la economía. Más bien las capacidades y relaciones de producción imponen limites a los desarrollos posibles de la superestructura. Si esto es así, entonces es bastante amplio el marco para que se desarrollen los factores políticos e ideológicos de acuerdo con sus ritmos propios, y reaccionen sobre la economía. Esto es ciertamente lo que argumentaba Engels en una carta que escribió pocos años después de la muerte de Marx:
“Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante en la historia, en última instancia, es la producción y reproducción de la vida social. Ni Marx ni yo hemos dicho más que esto. De manera que si alguien tuerce esto para decir que el elemento económico es el único determinante, transforma aquella proposición en una frase insignificante, abstracta y carente de sentido. La situación económica es la base, pero los elementos diversos de la superestructura —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, a saber: constituciones establecidas por la clase triunfante después de una batalla exitosa, etc., formas jurídicas y hasta los reflejos de todas estas luchas reales en los cerebros de sus participantes, teorías políticas, jurídicas, filosóficas, visiones religiosas y sus desarrollos ulteriores en sistemas de dogmas— también ejercen su influencia sobre el curso de las luchas históricas y en muchos casos son preponderantes en determinar su forma. Hay una interacción de todos estos elementos en que, en medio de toda la multitud de accidentes… el movimiento económico finalmente se afirma como necesario.” (SC, 417)
Aclarar cuáles relaciones de producción prevalecen en una sociedad dada, es entonces solamente el punto de partida para tratar de entender esa sociedad. Una comprensión adecuada requerirá captar la forma en que los factores ideológicos y políticos interactúan con la economía, siempre teniendo en cuenta que las relaciones de producción son la “base real” de la sociedad.
Para apreciar con mayor claridad la relación entre base y superestructura, veamos dos elementos importantes de la superestructura: la ideología y el Estado. Refiriéndose a las revoluciones sociales escribe Marx:
“…hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción … y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción.” (SW I, 504).
De manera que, en primer lugar, Marx está negando que la conciencia sea independiente de las “contradicciones de la vida material”. El ser social determina la conciencia y no al revés. Pero ¿qué quiere decir que “el ser social determina la conciencia”? Quiere decir sobre todo que las creencias que tiene la gente serán formadas bajo la presión de las circunstancias materiales y sociales en que vive. Los seres humanos no son unos espíritus sin cuerpo viviendo en algún reino de la razón pura. Son hombres y mujeres luchando para sobrevivir en condiciones que les niegan, a la mayoría, la posibilidad de trascender la estrecha subsistencia. Las creencias que tienen son intentos de explicar su situación y guiar sus acciones en la vida diaria.
Desde el fin del comunismo primitivo la gente ha vivido en sociedades clasistas. Por tanto, es importante para las clases dominantes persuadir a los productores directos de que acepten su situación. Esta aceptación puede implicar una variedad de formas. Puede ser simple resignación basada en la creencia de que la clase dominante es demasiado poderosa para ser derrocada. Pero puede ser una creencia positiva en que el orden social presente es justo y deseable. En cualquier caso, la creencia de los productores directos juega un papel crucial en su aceptación del statu quo.
Se sigue de esto que las ideologías —las creencias sistemáticas que la gente tiene sobre el mundo— pueden ser entendidas solo desde el punto de vista de su papel en las luchas de clases. En otras palabras, deben ser analizadas en términos de si apoyan o socavan las relaciones de producción existentes.
Ahora bien, Marx cree que las ideologías afianzan la sociedad de clases, al llevan a los explotados por rumbos distorsionados. Las relaciones sociales de la sociedad de clases en cuestión son vistas como relaciones naturales, inevitables, de las cuales no podemos deshacernos, en lugar de ser específicas de un período de la historia humana. Los intereses de clase específicos aparecen como intereses humanos universales. De manera que si las relaciones capitalistas de producción representan la forma más alta de desarrollo humano, entonces es en beneficio de todos que los capitalistas obtengan sus ganancias. El capitalista no está explotando a nadie: su papel en la producción social es esencial, y las ganancias son simplemente recompensas pon su contribución.
De este modo las ideologías reproducen el modo de producción existente, al persuadir a la gente de que adopte visiones equivocadas sobre el carácter de la sociedad. De aquí que —incluso durante períodos revolucionarios— quienes hacen la historia no comprenden plenamente la naturaleza de los papeles que cumplen:
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen según quieren; no la hacen bajo circunstancias escogidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente encontradas, dadas… y transmitidas desde el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos. Y cuando parecen estar revolucionándose a sí mismos y a las cosas, creando algo que nunca antes había existido, precisamente en estos periodos de crisis revolucionaria conjuran ansiosamente a su servicio los espíritus del pasado y les toman prestado nombres, gritos de guerra y disfraces para presentar la nueva escena de la historia mundial, en este disfraz dignificado por el tiempo y en este lenguaje prestado. Así Lutero se puso la máscara del apóstol Pablo, la Revolución de 1789 a 1814 se vistió alternativamente como República romana y como Imperio romano…” (CW XI, 103-4)
Esta forma de autoengaño fue necesaria durante las grandes revoluciones burguesas, porque los líderes de estas revoluciones debían convencerse a sí mismos y a quienes los respaldaban de que la victoria de su clase era en interés del conjunto de la humanidad:
“A pesar de lo poco heroica que es, la sociedad burguesa tomó el heroísmo, el sacrificio, el terror, la guerra civil y las batallas entre los pueblos para cobrar ser propio. Sus gladiadores encontraron en las tradiciones clásicamente austeras de la República romana los ideales y las formas de arte, los autoengaños que necesitaban para ocultarse a sí mismos las limitaciones burguesas del contenido de sus luchas y para mantener su pasión en los altos vuelos de la tragedia histórica. Igualmente, un siglo antes, en otra etapa de su desarrollo, Cromwell y el pueblo inglés habían tornado prestados el discurso, las pasiones y las ilusiones del Viejo Testamento para hacer su Revolución burguesa.” (CW XI, 104-5)
Para Marx las ideologías dominantes prevalecen entre las masas gracias al poden económico y político de la clase dominante. “Las ideas de la clase dominante son en todas las épocas las ideas dominantes; la clase que es la fuerza material dominante en la sociedad es al mismo tiempo su fuerza intelectual dominante” (CW V, 59). La clase dominante utiliza su control de los medios de producción y del Estado para crear y mantener una serie de instituciones a través de las cuales se forman las creencias de la gente. En la época medieval la Iglesia era la más importante de estas instituciones. A ésta se han añadido muchas otras, entre las cuales destacan el sistema educativo y los medios masivos de comunicación.
El poden ideológico de la clase dominante es inseparable de su poden económico y político. La clase económicamente más poderosa es también la clase dominante, o sea la clase que controla los medios de producción también controla al Estado. Pana Marx, el Estado es antes que nada un medio por el cual una clase particular mantiene su dominación. “El poder ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité que administra los asuntos comunes de toda la burguesía” (CW VI, 486), dice la famosa frase del Manifiesto del partido comunista. “El poder político propiamente dicho, es sólo el poder organizado de una clase para oprimir a otra” (CW vi 505).
Marx nunca intentó desarrollan una teoría sistemática sobre el Estado. Se tiene una idea de su visión del tema a partir de citas dispersas y análisis específicos. Engels y Lenin trabajaron mucho más este asunto. Peno los rasgos principales de las teorías que desarrollaron están presentes en Marx.
Ya en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel de 1843, Marx argumentaba que el Estado moderno se caracteriza por su separación de la sociedad civil; es decir, por su separación respecto de la vida social y económica. Más adelante él y Engels mostraron que esta separación se debe a los resultados inevitables de los antagonismos entre clases. Engels argumenta que el surgimiento del Estado es inseparable de la división de la sociedad en clases.
“El Estado… es un producto de la sociedad en una cierta fase de su desarrollo; es la admisión de que esta sociedad está enredada en una contradicción insoluble consigo misma, que se ha dividido en antagonismos irreconciliables que no pueden ser eliminados. Pero para que estos antagonismos y clases con intereses económicos en conflicto no se consuman ellos y a la sociedad en una lucha en vano, se hizo necesario tener un poder aparentemente colocado por encima de la sociedad para aliviar el conflicto y para mantenerlo dentro de los bordes del “orden”; y este poder, salido de la sociedad pero colocado sobre ella, y enajenado más y más de ella, es el Estado” (SW III, 326-7).
La esencia de este poder es que el Estado controla los medios de coerción, los que tienen su expresión más básica en las fuerzas armadas. En las sociedades preclasistas no había distinción entre la masa de la población y aquellos que efectuaban la lucha militar. Esto termina con el surgimiento de los antagonismos entre clases. Una minoría especializada se hace cargo del uso de la fuerza y su función es tanto la represión de la masa de la población como el combate de enemigos externos. De este modo la separación entre Estado y sociedad es primeramente una separación entre los medios de coerción y los productores directos de cuyo excedente depende la clase dominante. Engels indica que la formación del estado conlleva:
“…la instalación de un poder público que ya no coincide directamente con la población organizada como fuerza armada. Este poder público especial es necesario porque ya es imposible una organización armada de la población que actúe por cuenta propia, dada la división entre clases… Este poder público existe en todo Estado; no solo consiste meramente en hombres armados sino además en accesorios materiales, prisiones e instituciones de coerción de todo tipo… Se hace cada vez más fuerte… en la proporción en que los antagonismos de clase en el Estado se hacen más agudos, y en la medida en que los Estados cercanos se hacen más grandes y más poblados. Tenemos solo que mirar la Europa del presente, en que la lucha de clases y la rivalidad en las conquistas han intensificado el poder público a tal extremo que éste amenaza con tragarse al conjunto de la sociedad e incluso al Estado” (SW III, 327-8).
Engels reconoce entonces dos factores en la formación y evolución del Estado: el desarrollo y agudización de los antagonismos entre clases, y las luchas entre diversas fases del dominio militar. Marx elaboró esta idea en un modo más históricamente concreto en sus escritos sobre la Comuna de París; asocia el origen del Estado capitalista moderno con las monarquías absolutas que surgieron en Europa a fines de la Edad Media:
“La maquinaria centralizada del Estado, que con sus omnipresentes y complicados órganos militares, burocráticos, oficinescos y judiciales enmaraña y aprisiona como una boa constrictora a la sociedad civil viviente, fue primero fraguada en los días de la monarquía absoluta como un arma de la naciente sociedad moderna en su lucha por emanciparse del feudalismo. Los privilegios señoriales de terratenientes, ciudades y sacerdotes medievales se transformaron en atributos de un poder estatal unitario que desplazó a los dignatarios feudales con funcionarios asalariados del Estado; transfirió a un ejército permanente las armas de las guardias de los terratenientes medievales y de las ciudades; sustituyo la anarquía multicolor y plural de los poderes medievales con el plan regulado de un poder del Estado, con su división de trabajo sistemática y jerárquica. La primera Revolución francesa, con su tarea de fundar la unidad nacional —crear una nación— tuvo que quebrar toda independencia local, territorial, municipal y provincial. Por tanto, se vio obligada a desarrollar lo que habla comenzado la monarquía absoluta, la centralización y organización del poder del Estado, y a expandir la circunferencia y los atributos del poder del Estado, la cantidad de sus instrumentos, su independencia y su encumbramiento sobrenatural por encima de la sociedad real.” (CWF 162-3).
El triunfo del capitalismo fortaleció enormemente el poder y la eficacia del aparato estatal. Pero ¿no es este aparato más y más independiente de la burguesía, así como de las clases explotadas? Cuando menos eso es lo que sugieren los fenómenos del bonapartismo durante los Imperios primero y segundo en Francia, durante Napoleón I y Napoleón III respectivamente, cuando un aventurero individual cuyo poder descansaba en la fuerza militar pudo tomar control del Estado y gobernar independientemente de los capitalistas, y por supuesto también de los trabajadores y campesinos. Asimismo, el hecho de que desde los tiempos del propio Marx hayan sido electos en distintas oportunidades gobiernos controlados por partidos cuya base era trabajadora, ¿no contradice la idea de que el Estado es un instrumento de dominio de clase?
Para responder a esta interrogante recordemos que para Marx y Engels el Estado es el producto de antagonismos de clase o, como expresó Marx, “la expresión oficial del antagonismo en la sociedad civil” (CW VI, 212). En otra parte señala “la concentración de todo en el Estado” (G, 227). En fin, todas las contradicciones de la sociedad se reflejan y cristalizan en el Estado. La dominación de la clase dominante depende de toda una serie de compromisos con otras clases, lo cual se refleja en el poder del Estado.
Por ejemplo, Marx señaló que el triunfo de Napoleón III después de la Revolución de 1848 era la única manera en que podía sostenerse en Francia el poder de la clase capitalista, tras varios años de guerra civil abierta entre burguesía y proletariado:
“El imperio fue la única forma de Estado posible para asegurar al viejo orden un respiro; profesando fundarse en la mayoría productiva de la nación (los campesinos); aparentemente al margen de la lucha de clases entre capital y trabajo (indiferente y hostil a ambos poderes sociales contendientes); erigiendo el poder del Estado como una fuerza por encima de las clases opresoras y oprimidas; imponiendo un armisticio sobre ambas (silenciando la forma política y por tanto revolucionaria de la lucha de clases); despojando al poder del Estado de su forma directa de despotismo de clase, al disolver el poder parlamentario y por tanto directo de las clases propietarias” (CWF, 230-1).
En el capitalismo es posible la situación paradójica en que la clase dominante no domina directamente, en el sentido de administrar el aparato estatal, porque la explotación no depende de la coerción física y diaria de los productores directos. En su lugar, son las presiones económicas —que en última instancia se reducen a escoger entre trabajar o sufrir hambre— las que fuerzan a los trabajadores a someterse a la explotación. “La callada fuerza de las relaciones económicas sella la dominación del capitalista sobre el trabajador. Por supuesto, la coerción extra económica directa se sigue aplicando, pero sólo en casos excepcionales” (C I, 899).
Por tanto es común que en la sociedad capitalista la economía y la política aparezcan como cosas separadas. Pero en el fondo la realidad es otra. Por un lado, el control capitalista de la economía impone límites a lo que puede hacer el Estado. Si a la burguesía no le gusta lo que hace un gobierno puede, por ejemplo, sacar su dinero del país. Dicho sea de paso, este tipo de presión ha forzado a diversos gobiernos [reformistas en el mundo] a disminuir o abandonar aspectos radicales de su programa. Por otro lado, dentro del Estado hay una división del trabajo entre cuerpos electos (como el parlamento y el ejecutivo), y el ejército permanente y la burocracia. Los estrechos vínculos de esta última con la clase capitalista significa que podría sabotear o, si fuese empujada, rebelarse contra un gobierno que ataque las relaciones de producción burguesas.
No obstante, la relativa separación entre política y economía en el capitalismo permite situaciones en que el control del Estado escapa al poder burgués. Esto hace que la burguesía entable compromisos o alianzas con otras clases sociales, o fracciones de clases, lo cual atenúa los antagonismos sociales y, básicamente, hace más segura la dominación capitalista. Para Marx, la Inglaterra de su época ejemplificaba esta realidad.
“La constitución británica no es… sino un compromiso anticuado, obsoleto, entre la burguesía, que domina de hecho —aunque no oficialmente— en todas las esferas decisivas de la sociedad civil, y la aristocracia terrateniente, que gobierna oficialmente. Originalmente, después de la Revolución gloriosa de 1688, solo una sección de la burguesía, la aristocracia de las finanzas, fue incluida en la alianza. El Reform Bill de 1831 admitió a otro sector, la “millocracy”, como le llaman los ingleses, o sea los altos dignatarios de la burguesía industrial…
Incluso, si la burguesía… fuese en general reconocida políticamente como la clase dominante, sería solamente a condición de que el sistema completo de gobierno en todos sus detalles, incluso el departamento ejecutivo del poder legislativo, o sea el proceso efectivo de hacer leyes en ambas cámaras del parlamento, permaneciera seguro en manos de la aristocracia terrateniente.” (CW XIV, 53-4)
La burguesía puede dominar sin gobernar. Engels argumenta que una división similar existía en Alemania bajo Bismarck; allí la burguesía industrial era el beneficiario principal de la unificación nacional, pero gobernaba la clase de los Junkers o caballeros rurales. Algunos marxistas posteriores han indicado que es un rasgo general del capitalismo que la burguesía domina aunque no gobierna. Sin ir tan lejos, se puede apreciar lo compleja y delicada que es la teoría estatal de Marx, así como su discusión sobre la relación entre base y superestructura.
Marx por tanto elabora una teoría de la historia que da cuenta del carácter de sociedades muy distintas, y explica las variantes de las superestructuras políticas e ideológicas de sociedades con las mismas relaciones de producción. La fertilidad de su teoría se confirma en el rico cuerpo de escritos históricos marxistas que ha aparecido especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Pero Marx no se interesó primeramente por formular una teoría de la historia más científica que la de Condorcet o Hegel. El punto decisivo del materialismo histórico reside en el análisis científico de Marx sobre el capitalismo y en su teoría política revolucionaria.