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David Karvala

El 25 de abril de 1974, la gente de Lisboa se despertó para encontrarse con tropas armadas y tanques controlando todas las calles principales.

En un principio, nadie sabía qué significaba. Un régimen fascista llevaba 44 años dirigiendo el país. Cualquier oposición era reprimida por la policía secreta, el PIDE. La fascista Legión Portuguesa tenía 100.000 miembros uniformados. Los sindicatos independientes estaban prohibidos, y la policía disparaba a las y a los huelguistas. Fácilmente se podía suponer que las tropas estaban allí para fortalecer la dictadura.

Pronto se sabría la verdad. Era un golpe de Estado, pero desde la izquierda.

La gente salió a la calle para abrazar a los soldados, poniendo claveles en los cañones de sus armas, y subieron a los tanques en manifestaciones espontáneas. La prensa del mundo la proclamó como la pacífica “revolución de los claveles”.

Pero los siguientes dieciocho meses estuvieron lejos de ser pacíficos, porque los motivos que habían desencadenado el golpe no tenían nada que ver con la “armonía social” ni con una “primavera política”.

A finales de 1975, la revolución había acabado y el capitalismo portugués estaba seguro otra vez.

Ahora un partido de extrema derecha, Chega, está creciendo en Portugal. De hecho, el fascismo y el racismo están creciendo por todo el planeta, dentro del contexto de las graves crisis que acechan al mundo. El sistema actual está en crisis y necesitamos urgentemente una alternativa revolucionaria.

En este contexto, la revolución portuguesa de hace medio siglo ofrece lecciones importantes.

El fin de una dictadura

Como el Estado español en aquella época, Portugal era una dictadura en declive. Estaba inmiscuido en guerras coloniales en África, contra los movimientos de liberación nacional en Angola y Mozambique. La gran industria portuguesa vio que tenía que acabar con la dictadura política si quería defender sus intereses económicos contra la competición internacional.

Fueron ellos los que convencieron al General Spinola, un viejo ex fascista, para que diera su apoyo a un golpe de Estado por parte de oficiales descontentos.

El dictador caído, Caetano, fue enviado a un exilio cómodo, y Spinola se alzó como Presidente de una junta militar el 25 de abril de 1974. Con esto pensaban que se acabaría la cosa, pero no habían contado con la intervención activa de las y los trabajadores.

Una semana después del golpe, cien mil personas trabajadoras se manifestaron el primero de mayo, por primera vez en su vida. Esta fue la señal para una explosión de reivindicaciones reprimidas durante años. Empezó una ola de huelgas en centenares de lugares de trabajo. Pedían subidas salariales y mejores condiciones laborales, pero también exigieron el despido de los jefes con conexiones fascistas.

El nuevo régimen concedió una subida del salario mínimo del 30% y despidió a mil directores. Pero incluso esto no consiguió acabar con las huelgas. Pronto Spinola se dio cuenta de que un régimen militar no podía controlar a la clase trabajadora. El 15 de mayo de 1974, formó un gobierno provisional con partidos e individuos conocidos como antifascistas. No tenía más opción que incluir al partido comunista. Puso a dos comunistas en su gabinete, uno en la cartera clave de Trabajo.

El Partido Comunista (PC) había sido la base de la oposición al régimen fascista durante 40 años. Creció enormemente en los días que siguieron al golpe.

Pero el liderazgo del PC no quería utilizar esta fuerza para promover una revolución, sino para ubicarse mejor dentro del nuevo régimen. Esto implicaba el utilizar su influencia en el movimiento sindical —controlaban la central sindical más importante, la Intersindical— para acabar con la ola de huelgas. Denunciaron la huelga de panaderos de “fascista” y aplaudieron cuando el gobierno envió tropas para romper la huelga en correos, aunque la mayoría del comité de huelga eran simpatizantes o militantes del partido.

Los diferentes grupos revolucionarios, a la izquierda del Partido Comunista, empezaron a ganar influencia en los astilleros, en correos y en los aeropuertos, entre otros sitios.

Cuando el Gobierno —todavía con su participación comunista— introdujo una ley contra las huelgas, en agosto de 1974, cinco mil trabajadores y trabajadoras del astillero Lisnave hicieron una manifestación ilegal por el centro de Lisboa. En febrero de 1975, más de mil delegadas y delegados de las plantillas de 38 fábricas organizaron una manifestación en Lisboa en protesta por el desempleo y contra una visita de la flota de la OTAN. La manifestación fue denunciada por el Partido Comunista y la Intersindical. Aun así, logró reunir a 40 mil personas.

Pero, mientras los grupos de izquierda se disputaban su influencia dentro de la clase trabajadora, había otras fuerzas en juego.

La gran industria portuguesa había celebrado la caída del fascismo, porque quería negociar el fin de la guerra en África y porque quería modernizar la industria portuguesa. Pero no había contado con la explosión revolucionaria. Ahora empezó a conspirar con Spinola y los generales para intentar recuperar su control.

En septiembre de 1974, la propuesta de una manifestación contra la izquierda fue contestada por la acción masiva de la clase trabajadora, e incluso de los soldados. La balanza de fuerzas en el ejército cambió hacia la izquierda. Spinola tuvo que desconvocar la manifestación y al día siguiente dimitió.

El movimiento de las fuerzas armadas

El golpe había sido obra del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), un grupo de 400 oficiales medianos. Estaban en contra de la guerra colonial y eran, en varios grados, hostiles hacia la dictadura, a la que culparon por el retraso de la sociedad portuguesa. Pero no pasaron de ser un grupo con sus orígenes en la clase media.

Sus críticas a los viejos amos de Portugal no les llevaron a apoyar al movimiento obrero. Se encontraron en una posición entre as dos clases más importantes en la sociedad portuguesa; los capitalistas y la clase trabajadora.

Por lo tanto, eran una fuerza inestable que, según las circunstancias, podía parecer muy radical, o bien revelarse como conservadores.

Los únicos en el ejército en los que se podía confiar eran los soldados de a pie, siempre y cuando rompieran con los oficiales, tanto con los aparentemente progresistas como con los abiertamente de derechas.

Pero en la confusión que reinaba en Portugal, muchos trabajadores, e incluso algunos grupos de la izquierda, vieron al MFA como su salvador; estaban pendientes de sus giros hacia la izquierda o la derecha, en vez de intentar construir su propia base de poder.

Esta crítica no se hace solo ahora, mirando hacia atrás. El folleto Portugal en la encrucijada, publicado por la corriente Socialismo Internacional (de la que Marx21 actualmente forma parte) en octubre de 1975, dijo lo siguiente:

“Ni los dirigentes del Partido Socialista ni los del Partido Comunista comprenden los verdaderos peligros de centrar todos sus esfuerzos en los oficiales, mientras dicen poco de los soldados rasos.”

“Ambos grupos de líderes buscan una fuerza ilusoria al identificarse con uno u otro grupo de oficiales del Ejército… El deber de la izquierda revolucionaria es subordinarlo todo a la voluntad colectiva de los trabajadores, soldados y marineros. Esto puede expresarse mejor mediante las organizaciones autónomas de la clase obrera: los consejos.”

El final

La salida de esta situación inestable vino desde la derecha. El Gobierno hizo un intento en septiembre de 1975, cuando impuso una censura a los medios de comunicación, prohibiéndoles informar sobre las divisiones en el ejército. Cuando las emisoras de radio se negaron a acatar la ley, envió a las tropas a tomarlas.

Pero las y los trabajadores de las radios involucraron a los soldados en sus debates: “A las 11.30 aquella noche, Radio Renascença estaba emitiendo, poniendo canciones revolucionarias y la Internacional… Asambleas masivas en cada unidad militar en la región de Lisboa apoyaron a los trabajadores de la radio.”

La debilidad de la oposición se manifestó precisamente entre la gente trabajadora: la llamada desde la izquierda revolucionaria para una huelga general fracasó. Las ideas revolucionarias tenían más apoyo entre los soldados de base que entre la clase trabajadora en sí. La izquierda no vio la importancia de este hecho, pero el Gobierno sí.

El 24 de noviembre de 1975, Otelo de Carvalho, el conocido dirigente izquierdista del MFA, fue cesado como jefe militar de Lisboa. Fue un golpe contra la izquierda, pero la izquierda no supo responder. Sectores asociados con el Partido Comunista organizaron la resistencia dentro del ejército, pero ésta no duró mucho.

La derecha sabía que el PC estaba demasiado comprometido en la búsqueda de más ministerios como para plantear una oposición seria.

La izquierda revolucionaria, a su vez, estaba desorientada. Seguía dividida entre grupos pequeños, cada uno con sus propias confusiones. Incluso los mejores acabaron planteando la cuestión en términos de resistencia armada, una opción que no podía ganar el apoyo de la masa de las personas trabajadoras en ese momento. La alternativa era proponer acciones, como manifestaciones y huelgas, que sí podrían haberlas movilizado, y habrían supuesto para las tropas leales al Gobierno la elección de romper con éste, o bien disparar contra una protesta obrera; habría quedado patente que su lealtad no era tan fuerte.

Pero entre las opciones de guerra civil, propuesta por la izquierda revolucionaria, y la retirada pacífica defendida por el PC, las y los trabajadores decidieron retirarse.

Desde aquí, poco a poco, se volvió a establecer la “normalidad”. La revolución de los claveles había acabado.

¿Qué significa hoy en día?

La primera lección es que la revolución no es solo un sueño, sino que puede aparecer en cualquier momento.

En las últimas décadas hemos visto una ola de grandes movilizaciones en 2011 —con las revoluciones en el norte de África y en Oriente Medio, acompañada por el 15M y el movimiento Occupy en diversos países— y otra ola que empezó en 2019, con la revolución sudanesa, la gran rebelión en Chile, luchas masivas en Argelia, el Líbano… Esto debería ser un buen antídoto contra la depresión.

Muestra también que cuando estalle, los dirigentes de la izquierda mayoritaria, sean los partidos socialistas, sean los comunistas, harán todo lo que puedan para devolver al genio revolucionario a la botella.

Se podría argumentar que el Partido Comunista de Portugal en 1975 era todavía un partido estalinista, y que el PCE, por ejemplo, no actuaría de la misma manera. Pero, a pesar de haber abandonado formalmente el estalinismo, y de halagar a los “movimientos sociales”, el partido sigue valorando mucho más las maniobras desde la cúpula que las luchas desde abajo. En lo esencial, siguen con la misma política que llevó a la derrota de la revolución portuguesa.

El cuadro tampoco ha mejorado mucho en cuanto a la izquierda revolucionaria. La fragmentación en grupos pequeños obviamente no se ha superado. Pero el problema más fundamental es el de la confusión política; después de todo, si tres grupos confusos se fusionan, solo multiplican las confusiones.

La confusión más destacable es la que se refiere a quién tiene que hacer la revolución. En teoría, para las y los marxistas no hay duda; tiene que ser la clase trabajadora. Pero en la práctica, se suele mirar a cualquier otra fuerza. En Portugal, algunos miraron hacia los militares radicales, otros vieron a sus propios partidos como la fuerza revolucionaria.

Esto, en su vez, aumentó el sectarismo de la izquierda revolucionaria hacia el partido comunista. Si bien era cierto que los dirigentes del partido no iban a luchar por una revolución, era imprescindible el buscar maneras de trabajar conjuntamente con las bases, tanto del partido comunista como del socialista. No servía simplemente decirles que sus líderes les traicionarían, hacía falta mostrarles en la práctica el valor y la necesidad de una organización revolucionaria, independiente de los partidos reformistas.

Portugal muestra que una revolución socialista es una posibilidad real en Europa occidental, pero que el éxito de una revolución depende de la organización y de las ideas en la izquierda. En Portugal tuvieron la suerte de que la derrota solo acabó en capitalismo “democrático”. Debemos aprender de las lecciones del pasado, para que los errores no se repitan, y esta vez posiblemente con consecuencias aún más graves.