Alex Callinicos
Este artículo extenso analiza qué es el imperialismo y cómo la izquierda debería oponerse a él.
Es muy común decir que vivimos en un mundo cada vez más peligroso e inestable. Los mercados financieros calculan ansiosamente el “riesgo geopolítico”. La mayor guerra de Europa desde 1945 se libra en Ucrania. Ante nuestros ojos, Israel está organizando un genocidio. Y, para colmo, Donald Trump ha sido reelegido con una plataforma de “América Primero”.
Estos desarrollos representan el colapso completo de las expectativas en los círculos de la clase dominante tras el fin de la Guerra Fría en 1989-91. Se decía que la globalización neoliberal traería paz y prosperidad a un mundo cada vez más organizado de forma transnacional, en el cual los estados-nación se volverían cada vez más obsoletos.
Incluso algunos marxistas aceptaron parte de esto. En 2000, Michael Hardt y Toni Negri anunciaron en su libro Imperio: “El imperialismo ha terminado”. Esto fue refutado casi de inmediato, cuando Estados Unidos, bajo George W. Bush, reaccionó a los ataques del 11 de septiembre lanzando la “guerra contra el terrorismo”. El resultado fue una derrota para el imperialismo occidental en Irak y Afganistán. Y ahora vemos la expansión del nacionalismo de la extrema derecha y las crecientes rivalidades geopolíticas.
¿Qué es el imperialismo?
Debemos entender el imperialismo de manera precisa. El imperialismo capitalista, en la tradición marxista, no es simplemente un Estado poderoso dominando a sus vecinos. Es un producto del desarrollo del capitalismo: el estadio más alto del capitalismo, como lo expresó el revolucionario ruso Vladímir Lenin. El capitalismo es un sistema basado en la explotación del trabajo asalariado y conducido por la acumulación competitiva de capital.
El imperialismo moderno surgió a finales del siglo XIX. La acumulación de capital aumentó el tamaño y el poder de las unidades individuales del sistema. Como resultado, la competencia económica entre capitales y la competencia geopolítica entre Estados tendían a fusionarse. Actuando cada vez más a nivel global, las grandes empresas capitalistas dependían del apoyo de sus Estados. Y, gracias a la industrialización de la guerra, el poder militar comenzó a depender de una base económica capitalista sólida para proporcionar sistemas de armas, líneas de suministros e infraestructuras.
El imperialismo ha pasado por diferentes fases históricas, pero su lógica básica sigue sin cambios. Es un sistema de competencia intercapitalista en el que un puñado de Estados rivales luchan por la dominación y explotación de la clase trabajadora y la gente pobre.
Por eso el “campismo”—tratar de identificar una potencia más “progresista”—está tan equivocado. El imperialismo siempre existe en plural, con varios poderes luchando por la dominación regional o global.
La era de las guerras mundiales entre 1914 y 1945 representó el intento del imperialismo británico de mantener su hegemonía. Dos potencias más nuevas lo superaban económicamente: Estados Unidos y Alemania. De manera análoga, el presente está dominado por los esfuerzos del ganador de esa lucha pasada, Estados Unidos, por mantener su hegemonía global frente al ascenso de China.
El declive económico relativo de Estados Unidos en comparación con otros destacados Estados capitalistas ha ido desarrollándose lentamente desde la década de 1960. Estados Unidos ha intentado mantener su hegemonía uniendo a los Estados avanzados en un bloque capitalista liberal. Lo hizo a través de instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la OTAN y otras alianzas. También fomentó el desarrollo de la Unión Europea (UE) como socio menor. Este es el llamado “orden internacional basado en reglas”.
Estados Unidos utilizó su victoria sobre la URSS en la Guerra Fría para tratar de afianzar su dominación, haciendo que este orden fuera genuinamente global. Esto ocurrió especialmente bajo Bill Clinton, el presidente demócrata de 1993 a 2001.
Se exportó el neoliberalismo a los antiguos estados estalinistas y al Sur Global, y se estableció la Organización Mundial del Comercio. El objetivo era permitir que las corporaciones y los bancos estadounidenses se movieran libremente por el mundo en busca de beneficios. Mientras tanto, la OTAN y la UE se expandieron hacia Europa oriental y central, a pesar de las protestas de Rusia, que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, despreció como una mera “potencia regional”.
Pero la estrategia de Estados Unidos estalló en su cara. El esfuerzo por imponer el neoliberalismo globalmente provocó revuelta tras revuelta. Por ejemplo, vimos el llamado movimiento antiglobalización desde finales de la década de 1990, los levantamientos árabes de 2011 y el auge internacional de revueltas justo antes de la pandemia.
Crisis económica
La desregulación de las finanzas precipitó la mayor crisis económica desde la década de 1930 en 2007-09. Y la derrota de Estados Unidos en Irak y Afganistán demostró los límites del poder militar estadounidense. El crecimiento económico más lento desde la crisis financiera global ha intensificado, como en la década de 1930, las rivalidades geopolíticas.
Lo más amenazante para la hegemonía de Estados Unidos es que estos desarrollos fueron acompañados del surgimiento de China, que se industrializa rápidamente, como un “competidor igual”. En el contexto posterior a la crisis financiera global, Xi Jinping asumió el control de lo que ahora era la economía más grande del mundo en cuanto a manufactura y exportación. Sus planes para mejorar tecnológicamente la industria china amenazan uno de los pilares económicos clave de la hegemonía estadounidense: las grandes tecnológicas bajo la forma de los “Siete Magníficos”: Alphabet (Google y más), Amazon, Apple, Nvidia, Meta, Microsoft y Tesla.
El rápido avance de empresas chinas como BYD, que producen vehículos eléctricos de bajo costo relativo, es una amenaza importante para las industrias automotrices de Estados Unidos y Europa. Mientras tanto, China está mejorando sus capacidades militares con el objetivo de expulsar a Estados Unidos del Pacífico Occidental. Dado que Asia es ahora la región más dinámica del capitalismo mundial, si China tuviera éxito, esto marcaría el fin de la hegemonía global de Estados Unidos.
La primera administración de Trump, de 2017 a 2021, fue una reacción a estos cambios. Dio un giro racista y nacionalista a la ira creada por los efectos de la crisis financiera global y denunció las “guerras interminables” de Estados Unidos. Lo más significativo es que inició una guerra económica contra China, mientras amenazaba con lo mismo a otros exportadores importantes, particularmente Alemania.
Joe Biden mantuvo los aranceles de Trump e intensificó la guerra económica, tratando de bloquear el acceso de China a los productos tecnológicos avanzados occidentales. También utilizó enormes subsidios estatales en un intento por mejorar la competitividad de las empresas industriales estadounidenses frente a China.
La mayor diferencia entre las dos administraciones fue que Trump fue muy crítico con los aliados de la OTAN y del Oriente Medio. Consideraba que estaban aprovechándose del poder militar de Estados Unidos y saqueándolo económicamente.
Biden, en contraste, buscó reconstruir el sistema de alianzas que Estados Unidos había desarrollado después de la Segunda Guerra Mundial. En parte, esto reflejaba el hecho de que su aparato de seguridad nacional estaba lleno de entusiastas del “orden internacional basado en reglas” de las administraciones de Clinton y Obama.
Ucrania
También fue por necesidad: irónicamente como consecuencia de la reacción ante los esfuerzos de Clinton y Bush por expandir este sistema de alianzas hacia Europa central y oriental. La llamada “revolución del Maidan” de 2013-14 en Ucrania aumentó el poder de los nacionalistas de extrema derecha y empujó a la mayor parte de la élite política de Europa del este al campo occidental.
Los aliados de Estados Unidos y la OTAN comenzaron a apoyar a las fuerzas armadas de Ucrania y a reorganizar sus agencias de seguridad e inteligencia. La indiferencia occidental y la presión nacionalista aseguraron que el protocolo de Minsk II de febrero de 2015, que debía permitir la reintegración de las áreas pro-rusas en el sureste de Ucrania, fuera letra muerta.
Desde que asumió el mando del Kremlin en 2000, Vladímir Putin ha buscado reconstruir el imperialismo ruso a través de una combinación de neoliberalismo autoritario y expansión militar. Esto ha sido financiado por las exportaciones energéticas de Rusia. Pero preside un imperialismo débil, lo que el marxista ruso encarcelado Boris Kagarlitsky ha llamado un “imperio de la periferia”.
Solo su arsenal nuclear mantiene a Rusia en la gran liga junto a Estados Unidos y China. Rechazado por Occidente, Putin ha buscado refugio en una versión del nacionalismo gran ruso de la era zarista. También ha logrado proyectar el poder ruso en Oriente Medio y África, explotando los fracasos, especialmente del imperialismo estadounidense y francés.
La apuesta de Putin en febrero de 2022, de que sus fuerzas invasoras tomarían rápidamente el control de Ucrania, salió mal. La resistencia ucraniana contra las torpes columnas blindadas rusas fue altamente efectiva. Y Estados Unidos y el resto de la OTAN enviaron rápidamente sistemas de armas, expertos técnicos y fuerzas especiales para ayudar al esfuerzo bélico ucraniano.
El cálculo de la administración Biden era que, librando esta guerra “proxy”, guerra por delegación, podría agotar y aislar a Rusia. Se esperaba que las sanciones financieras impuestas rápidamente por Estados Unidos, la UE, Gran Bretaña, Suiza y otros Estados occidentales destruyeran la economía rusa.
Los resultados fueron mixtos. La contraofensiva de Ucrania en 2023 fracasó. Los combates se estancaron en el sureste de Ucrania. La economía rusa no se ha colapsado. Esto es en parte gracias a la hábil gestión de los tecnócratas económicos de Putin. Pero el apoyo económico que China ha prestado a Rusia ha sido crucial. Junto a otras grandes economías del Sur Global como India, ha proporcionado un mercado para la energía rusa una vez que Occidente ha comenzado a excluirla. Y las empresas chinas suministran a Rusia los productos de alta tecnología que necesita para seguir librando la guerra.
Donde la administración Biden ha tenido éxito es en reunir a los Estados capitalistas avanzados contra Rusia y potencialmente China. Esto comenzó antes de la guerra con el acuerdo AUKUS de 2021. Según este acuerdo, Estados Unidos y Gran Bretaña suministrarán a Australia submarinos nucleares que se utilizarán para contrarrestar el creciente poder naval de China en el Pacífico occidental. La guerra ha subrayado la dependencia de Europa de la protección militar estadounidense y también del gas natural licuado producido por la industria de la fracturación estadounidense.
Liberalismo bélico
Históricamente, la OTAN fue una coalición de Estados de América del Norte y Europa. Ahora, cada vez más, se proyecta como una alianza occidental actuando globalmente contra lo que el General Chris Cavoli, comandante de las fuerzas estadounidenses en Europa, describe como un “eje de adversarios”. Estos son Rusia, China, Irán y Corea del Norte. Lo que la OTAN llama “socios”, como Australia, Israel, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur, ahora participan en sus cumbres. Esta lucha global se representa ideológicamente como un conflicto entre “democracia” y “autoritarismo”.
Podemos ver la administración Biden como el surgimiento de lo que podría llamarse el “liberalismo bélico”. El imperialismo liberal responde globalmente a la guerra, o a la amenaza de guerra, en tres frentes. El primero de estos es Ucrania. El segundo es el Oriente Medio. La política de la administración Biden desde el 7 de octubre de 2023 ha confirmado la centralidad estratégica de Israel para el imperialismo occidental.
Esto se debe en parte al papel histórico de Israel como aliado de confianza en el Oriente Medio. La guerra de Ucrania ha renovado la importancia de los suministros de energía de la región, especialmente para Europa. Y lo que Anne Alexander llama el “militarismo digital” de Israel—basado en la masiva ayuda estadounidense—lo convierte en un valioso socio económico y de seguridad para el capitalismo occidental.
El asalto de Israel a Líbano en el otoño de 2024 fue acompañado de un cambio en el tono de Estados Unidos. Hubo menos quejas hipócritas sobre la masacre de civiles por parte de Israel, mientras se le suministraba el hardware necesario. Y hubo más entusiasmo por la fantasía de que el poder militar israelí pudiese de alguna manera “reordenar” Oriente Medio.
El tercer frente y potencialmente el más peligroso es Asia. Es aquí donde las dos economías más grandes del mundo están haciendo preparativos intensivos para la guerra. Hay varios puntos de conflicto potenciales. No es solo Taiwán, donde las fuerzas políticas dominantes hacen campaña por la independencia, lo que China dice que llevaría a la guerra. Hay disputas territoriales en el Mar de China Meridional y el Mar de China Oriental. El académico de relaciones internacionales John Mearsheimer, un crítico firme de la política estadounidense hacia Ucrania e Israel, advierte que el mayor peligro de guerra nuclear se encuentra aquí, no en Europa.
El peligro se ve agravado por cómo los diferentes frentes se alimentan mutuamente.
Como señala Mearsheimer, Binyamín Netanyahu está tratando de atraer a Estados Unidos a una guerra con Irán. Pero Irán se ha unido al grupo BRICS de grandes economías del Sur, orquestado por China y Rusia. Tanto Irán como Corea del Norte están suministrando a Rusia misiles, así como drones en el caso de Irán y proyectiles de artillería muy necesitados en el caso de Corea del Norte.
Se informa también que las fuerzas especiales de Corea del Norte están actuando ahora en la región de Kursk en Rusia—invadida por Ucrania en agosto—y que han sido atacadas por misiles Storm Shadow suministrados por Gran Bretaña. La intervención de Corea del Norte en la guerra ha llevado al gobierno de Corea del Sur a reconsiderar su política de no suministrar armas a Ucrania.
La caída repentina y totalmente inesperada del régimen de Assad en Siria es otro ejemplo. Assad había sido debilitado por el asalto israelí a dos de sus principales aliados, Irán y Hezbollah, y por la preocupación de Rusia con Ucrania. Su eliminación es un golpe importante para Putin, quien hizo de Siria una base para operaciones en Oriente Medio y el norte de África.
Es importante, sin embargo, no caer en la retórica de un “eje de adversarios” como si fuera una alianza coherente. Según un estudio reciente, “Aunque China, Rusia, Irán y Corea del Norte ahora se ven a menudo como un grupo alineado, la cooperación entre ellos ha sido casi enteramente bilateral hasta ahora. Con mucho, los ejemplos más significativos de su cooperación han ocurrido en el contexto de la guerra de Rusia en Ucrania. No queda claro si esta cooperación sobrevivirá a la guerra”.
Hermanos hostiles
Todas las diferentes potencias imperialistas son, como Marx describió a la clase capitalista de manera más general, “una banda de hermanos hostiles” con intereses tanto superpuestos como en conflicto. Así, los gobernantes de China pueden estar bastante contentos de ver a EEUU y Rusia distraídos por la guerra en Ucrania. Pero, según el periódico Financial Times, la participación directa de Corea del Norte en la guerra puede ser un paso que va demasiado lejos.
El periódico escribe: “‘El despliegue de tropas norcoreanas es un paso dramático, y a China no le gustará en absoluto’ dijo Andrei Lankov, experto en Corea del Norte de la Universidad Kookmin en Seúl. Para China, el despliegue amenaza con desestabilizar el delicado equilibrio de poder en la península coreana. Los vínculos más estrechos entre Rusia y Corea del Norte también podrían impulsar a EEUU, Japón y Corea del Sur a fortalecer su alianza militar en el Asia oriental, que Pekín ya percibe como dirigida a contener su creciente poder”.
Más allá del complejo juego de ajedrez de las rivalidades interimperialistas, EEUU y sus aliados han sufrido graves reveses diplomáticos e ideológicos por parte de Biden. En primer lugar, el bloque liberal imperialista fracasó en sus esfuerzos por aislar económica y geopolíticamente a Rusia tras la invasión de 2022. Uno de los aliados más importantes de EEUU en Oriente Medio, Arabia Saudita, ha continuado cooperando con Rusia en el cartel energético OPEP+. Otros dos, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, se han unido al grupo BRICS. El grupo se ha ampliado para incluir a Etiopía e Irán junto con los miembros existentes: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica.
Los BRICS no son un bloque geopolítico e ideológico coherente comparable a las alianzas lideradas por EEUU. Los Estados participantes tienen intereses en conflicto y, en algunos casos —Brasil, India y Sudáfrica—, estrechos vínculos con el imperialismo occidental. Las propuestas para reemplazar al dólar estadounidense como principal moneda de reserva siguen siendo, en gran medida, un sueño. Sin embargo, estos desarrollos marcan un debilitamiento significativo del control de EEUU sobre el sistema estatal internacional.
Esto fue visible en la reciente cumbre de APEC en Perú. América Latina ha sido tradicionalmente vista como el “patio trasero” de EEUU. Pero China está cada vez más activa en la región, ofreciendo inversiones y buscando acceso a materias primas críticas. El líder chino Xi Jinping utilizó la cumbre para inaugurar la primera fase de un gigantesco puerto de 3.500 millones de dólares en la costa del Pacífico. Biden, en su visita presidencial de despedida al continente, anunció nueve helicópteros Black Hawk para un programa antidrogas de 65 millones de dólares y la donación de trenes de segunda mano de California para el sistema de metro de Lima.
Según Michael Shifter, de la Universidad de Georgetown, “Fue un contraste muy llamativo. Tienes este enorme proyecto de megaproyecto portuario chino que evocó la historia de Perú desde los incas buscando grandeza. Y luego lo que Biden entregó fueron algunos helicópteros más para la erradicación de la coca. Eso parece completamente obsoleto y anticuado”.
Este proceso se ha visto enormemente reforzado por el impacto político de la guerra de Gaza. La complicidad de Occidente en el genocidio y el apoyo que la administración Biden y el gobierno alemán han dado a Israel para desafiar los esfuerzos por responsabilizarlo bajo el derecho internacional han socavado gravemente la credibilidad del llamado “orden internacional basado en reglas”.
El imperialismo estadounidense siempre ha respetado sus propias reglas solo cuando esto le convenía, pero la hipocresía de Occidente nunca ha sido tan flagrantemente expuesta. La insistencia de Alemania en que el apoyo incondicional a Israel es su “razón de estado” y la cancelación de intelectuales judíos antisionistas han atraído el desprecio global. Y el apoyo a Israel ha bajado enormemente en muchos países occidentales, así como en gran parte del Sur Global. Las acampadas estudiantiles y su represión por parte de las autoridades universitarias y la policía muestran simultáneamente cuán estrechamente está vinculado Israel a las clases dominantes occidentales y cuánto es rechazado, especialmente por los jóvenes.
Golpe ideológico
Los casos que se están llevando contra Israel en la CIJ y la CPI representan un enorme golpe ideológico para los principales patrocinadores de Israel, quienes presumen de su compromiso con el Estado de derecho. El papel desempeñado en estos procesos por dos de las democracias liberales más fuertes del Sur Global —Sudáfrica y Brasil— es un síntoma del resquebrajamiento de la hegemonía de EEUU.
La emisión de órdenes de arresto por parte de la CPI contra Netanyahu y el exministro de defensa Yoav Gallant por crímenes de guerra amenaza con intensificar esta crisis ideológica. El columnista del Financial Times, Gideon Rachman, advierte que “Israel dividirá a Occidente”. “Israel está recibiendo un apoyo bipartidista absoluto en EEUU”, dice. “Pero la mayoría de los gobiernos en la UE, así como en Gran Bretaña, Australia y Canadá, probablemente respetarán la acusación”.
El regreso de Trump a la Casa Blanca acelerará aún más la crisis del imperialismo. En muchos aspectos, lo que ofrece al gran capital económicamente es un paquete republicano tradicional de recortes de impuestos y desregulación. Pero su compromiso de imponer aranceles más altos —sobre las importaciones de Canadá, China y México— alterará el capitalismo global y las relaciones de EEUU con la mayoría de las otras economías importantes. Cuánta diferencia hará Trump en la “guerra de tres frentes” del imperialismo liberal no está del todo claro. Como señala Mearsheimer, durante su primer mandato generalmente perdió en sus conflictos con el “Blob”, el aparato de seguridad nacional de EEUU. En cualquier caso, en dos de los tres frentes —Oriente Medio y Asia— es, si acaso, más beligerante que Biden.
Los principales nombramientos de política exterior de Trump, como Marco Rubio como Secretario de Estado y Michael Waltz como Asesor de Seguridad Nacional, han sido de halcones republicanos relativamente convencionales en temas relacionados con China. No nombró a fanáticos de la extrema derecha. Después de reunirse con su predecesor, Waltz dijo: “Para nuestros adversarios que piensan que este es un momento de oportunidad, que pueden enfrentar a una administración contra otra, están equivocados. Somos un solo equipo con Estados Unidos en esta transición”.
Donde Trump podría marcar la diferencia es en Ucrania, donde famosamente dijo que podría terminar la guerra “en un día”. La lógica de la situación, en cualquier caso, empuja hacia algún tipo de suspensión de las hostilidades. La pura fuerza de los números y los materiales ha estado trabajando a favor de Rusia, aunque sus fuerzas avanzan muy lentamente y a un costo humano terrible. La decisión de Biden —seguida por Gran Bretaña y Francia— de permitir que Ucrania dispare misiles de largo alcance suministrados, por Occidente, profundamente en territorio ruso es una peligrosa escalada. Puede, de hecho, tener la intención de obligar a Trump a continuar la guerra. La respuesta de Putin fue disparar a Ucrania un misil balístico de alcance intermedio que podría alcanzar cualquier capital europea, pero sin una ojiva. Fue una advertencia. Pero le conviene esperar y ver qué tiene Trump que ofrecer.
La reelección de Trump ha provocado el pánico en la UE por temor a que abandone, no solo a Ucrania, sino también a ellos a merced de Putin. Es casi seguro que el “Blob” no permitirá que esto ocurra. Sigue siendo de interés para el imperialismo estadounidense, como lo fue durante todo el siglo XX, no permitir que una potencia hostil domine el continente europeo. Pero Bruselas está buscando formas de superar su sistema financiero altamente disfuncional para permitir que los Estados miembros desvíen más dinero hacia el gasto militar. Gran Bretaña, uno de los aliados más beligerantes de EEUU en Ucrania, también buscará aumentar el presupuesto de defensa, que actualmente está muy ajustado. El panorama es de una carrera armamentista en aumento en ambos extremos del continente euroasiático.
Esta es una perspectiva aterradora, que explica por qué algunas corrientes en la izquierda radical internacional argumentan que ya estamos en una Tercera Guerra Mundial. Incluyen al Partido Obrero en Argentina y a la Tendencia Internacionalista Revolucionaria en Italia. Esto es una exageración, dadas las complejidades y contradicciones que hemos descrito.
No obstante, está claro que la potencia imperialista dominante está respondiendo a los crecientes desafíos a su hegemonía recurriendo cada vez más a la fuerza. En el mejor de los casos, esto representa un terrible desperdicio de recursos que se necesitan urgentemente para abordar la creciente catástrofe climática. En el peor de los casos, amenaza con la destrucción de la civilización humana.
La creciente frecuencia de shocks repentinos —por ejemplo, la caída de Assad en Siria y el intento de imposición de la ley marcial en Corea del Sur— subrayan la inestabilidad rápidamente creciente del sistema. Existe una necesidad urgente de un movimiento antiimperialista mundial.
Contra todo imperialismo
Un obstáculo para lograr esto es el apoyo de importantes sectores de la izquierda radical y revolucionaria para una de las dos versiones del “campismo”. La forma más tradicional domina en gran parte del Sur Global como, por ejemplo, en India y Sudáfrica. Reduce el imperialismo a la hegemonía estadounidense e identifica a China y Rusia como oponentes “progresistas”. Esto es absurdo, dado el constante empeño de Putin en perseguir una forma neoliberal de imperialismo y las crecientes presiones sobre los Estados del Sur Global para que se alineen diplomática y económicamente con China.
La forma más nueva de “campismo”, en efecto, trata al imperialismo occidental como al defensor de la democracia frente a la amenaza autoritaria representada por el “eje de adversarios”. Influyente en Europa y América Latina, esta forma tiende a reducir la guerra en Ucrania a una lucha de liberación nacional comparable a la de Vietnam contra EEUU. Esto ignora el importante papel de la OTAN en el entrenamiento, armamento y financiación de Ucrania. A medida que la guerra ha continuado, esta posición ha perdido cualquier credibilidad que pudiera haber tenido inicialmente. Incluso Boris Johnson ahora admite: “Estamos librando una guerra proxy, por delegación”.
Junto con el resto de la Corriente Socialista Internacional (IST, de la que Marx21 forma parte), el Socialist Workers Party británico se opone al imperialismo como sistema. Como este artículo ha explicado, vemos la política mundial de hoy dominada, al igual que entre 1914 y 1945, por una lucha interimperialista. Y, en la tradición del internacionalismo revolucionario, nos negamos a apoyar a cualquiera de los bandos y llamamos a la derrota de nuestro propio gobierno.
Esto reinstaura el enfoque de clase adoptado por las y los pioneros de esta tradición, como Lenin y Rosa Luxemburg. Al igual que ellos, vemos al mundo dividido entre las diferentes clases capitalistas que sostienen el sistema imperialista y la vasta mayoría. El camino hacia la paz radica en una revolución socialista internacional que barra a los jefes y su sistema.
¿Cómo podemos construir este movimiento antiimperialista? En Gran Bretaña, trabajamos en la Coalición Stop the War y en la Campaña de Solidaridad con Palestina. También podemos encontrar algunos aliados fuera de la IST que adopten el mismo enfoque.
Pero de fundamental importancia es el desarrollo de luchas masivas desde abajo. A largo plazo, éstas deben provenir de personas trabajadoras que se rebelen contra las privaciones impuestas por el imperialismo. El aumento inflacionario de 2021-2023 probablemente se repetirá debido al impacto del cambio climático, más interrupciones geopolíticas en los mercados energéticos, la economía de guerra y el proteccionismo creciente. Esto provocará más luchas salariales a través de las cuales las y los trabajadores pueden desarrollar la confianza y la organización para enfrentarse al sistema.
También está el impacto de los movimientos políticos masivos. La guerra en Gaza y el crecimiento mundial de la solidaridad con Palestina han actuado como una lección de más de un año sobre la naturaleza del imperialismo y cómo combatirlo. Incluso si ese movimiento retrocede, dejará efectos duraderos que podrán alimentar futuros levantamientos contra el imperialismo. Nuestra tarea es construir estas luchas antiimperialistas y garantizar que amplíen la red de personas revolucionarias organizadas que entiendan que necesitan atacar al sistema.
Este artículo apareció en Socialist Worker, nuestra publicación hermana en Gran Bretaña.
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