Dani Bravo
Sabemos que la violencia sexual machista es un problema sistémico y de gran escala. Sabemos que la mayoría de agresiones sexuales se dan en el entorno cercano de la víctima.
Sabemos, por supuesto, que definirse de izquierdas o feminista no es garantía de no ser un abusador. Y, sin embargo, cuando conocemos noticias como las agresiones cometidas por Íñigo Errejón, nos sigue sorprendiendo.
Sorprende esa “doble cara” de alguien que habla de feminismo y de combatir la violencia sexual, y por otro lado es un agresor. Esto no es ser feminista “con contradicciones” (podemos asumir que cualquier persona de izquierdas alguna vez suelta algún comentario o actitud machista, racista, lgtbifóbica… y señalarlo para intentar mejorar); esta actitud repetida de violencia y abuso es incompatible de manera absoluta con ser de izquierdas y defender la liberación de las mujeres. ¿Cómo pudo mantener ese discurso contrario a sus acciones? ¿Nunca pensó que tendría consecuencias?
Queda patente que a gente como Errejón nunca le ha preocupado de verdad los derechos de las mujeres. Esto muestra, una vez más, cuán profunda y arraigada está la cultura machista y de la violación para que sean habituales esos comportamientos de doble cara.
Pero el problema nunca es solo el comportamiento individual, sino el entorno que lo acoge, impide la denuncia y permite que se perpetúe.
Pese a todo esto, no debemos caer en la desmoralización. Que éste y otros casos se hayan denunciado, aunque tarde, y que se hayan apartado a abusadores o violadores de organizaciones de izquierda, es un paso adelante y muestra que sí que se están creando espacios donde la impunidad comienza a resquebrajarse.
Hiperliderazgos
Esa impunidad se nutre en gran parte de dos aspectos. Uno son los hiperliderazgos y la falta de democracia interna. Otro es la propia forma en que operan las violencias sexuales que hace que para las víctimas sea muy duro denunciar.
En una organización tan dirigida “desde arriba” como terminó siendo Podemos, se depende mucho de los dirigentes y personas más visibles, e implícitamente se tiende a protegerlas. O se llega incluso a amenazar y chantajear a quienes pretenden visibilizar el problema, como parece que ha ocurrido. Al final, hay una relación entre ser un partido cuya dirección toma el 90% de las decisiones, y ser un partido en el que existe impunidad para los agresores.
Otro ejemplo, que no ha tenido tanta repercusión mediática, es la denuncia por acoso sexual a Josep Barbera, entonces presidente de Esquerra Republicana del País Valencià y reelegido al cargo hace poco, meses después de conocerse la denuncia.
También en este caso han operado las fuerzas de “proteger al líder y la imagen del partido” por encima de la defensa de la víctima y la democracia de base.
Tampoco podemos pensar que en organizaciones políticas revolucionarias, que funcionan con democracia interna y desde abajo, automáticamente no existen agresiones, o se denuncian de inmediato. Cualquier militante conoce ejemplos de que esto no es así. Pero sí que desde otras formas de funcionar se pueden combatir más eficazmente las violencias machistas.
Comportamientos
Quizá lo primero es tomar conciencia, partiendo de lo que se ha comentado al principio, que vivimos y militamos junto a agresores que serán, o no, denunciados algún día. Esto no tiene por qué hacerse desde una visión destructiva que nos lleve a una “hipervigilancia”. Pero no podemos seguir la inercia de restar importancia o mirar hacia otro lado.
La mayoría de, si no todas, las agresiones vienen precedidas de comportamientos conocidos abiertamente.
Y no, no es lo mismo ser una persona desconsiderada con tus relaciones, sin responsabilidad afectiva, o que ha tenido algún comportamiento inadecuado, que ser un agresor.
Pero si una persona está comprometida con la izquierda y la lucha contra las opresiones, no le debe parecer mal que se le haga un escrutinio interno cuando saltan estas señales. Y menos si es un dirigente o un cargo público. Las denuncias deben escucharse siempre. Desde la primera.
Democracia interna
En esto el movimiento feminista ha aportado mucho, en cómo crear espacios seguros de denuncia, espacios no mixtos… Hay bastantes fórmulas, pero todas deben ir de la mano de la democracia interna para no quedar en un simple lavado de imagen.
Y de cara a prevenir y eliminar el machismo en los movimientos y las izquierdas, creo que el caso de Errejón demuestra que la “deconstrucción” como ejercicio teórico e individual no sirve. O al menos no es suficiente.
Una militancia en espacios seguros de verdad, unos liderazgos mixtos (siempre democráticos y controlados por las bases) y un luchar codo con codo con las compañeras son condiciones que van más allá de ese cierto idealismo, nos unen en intereses comunes y cuestionan en la práctica toda la ideología machista que hemos bebido dentro de este sistema que queremos derrocar.