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Xoán Vázquez

La alimentación se ha convertido en una de las cuestiones políticas más importantes abordadas por el movimiento anticapitalista. Las protestas del movimiento en las cumbres de la OMC colocaron el tema pobreza/seguridad alimentaria en el centro de los debates.

¿Por qué son importantes los alimentos? Vivimos en un mundo en el que el sistema de producción de alimentos genera miles de millones de euros de ganancias para una pequeña minoría de propietarios de empresas, al tiempo que causa destrucción ecológica, desnutrición, hambre y pobreza para la gente corriente.

Tanto la hambruna como el consumo excesivo hacen estragos. Se producen más alimentos que nunca, pero casi un tercio de la población mundial sufre de hambre y desnutrición. En Europa, el número de personas obligadas a utilizar los bancos de alimentos se ha disparado en la última década. Algo, que es esencial para la vida humana, se produce de tal manera que se asegura que los patrones alimentarios se asienten encima de un sistema de desperdicio, mala salud y hambre.

El horror ante este sistema, las comidas que sirve, cómo trata a los involucrados en la producción y el impacto en nuestro medio ambiente, sin mencionar nuestra salud, ha llevado a una creciente preocupación por los alimentos que comemos. La crisis del Covid-19 ha puesto de manifiesto aún más el impacto de la producción de alimentos.

Modos de producción

En los reportajes de denuncia se muestra cómo los virus se propagan entre los animales apiñados en vastas granjas industriales y cómo la agricultura industrializada está invadiendo aún más las tierras previamente baldías.

Estos métodos nos ponen a todas las personas en peligro. Pero los debates sobre la comida pueden estar cargados de moralismo. De hecho, la comida puede ser un tema extremadamente emotivo: lo que elegimos ponernos en la boca se siente intrínsecamente personal. Lo que comemos generalmente se presenta como una elección personal y, por tanto, cuando se trata de alimentos, si no tomamos las decisiones correctas, se considera que es nuestra culpa.

Algunos activistas nos exhortan a volvernos veganos. Otros argumentan que “comprar y comer productos locales” es la respuesta. Los conservadores afirmaron lanzar una guerra contra la obesidad en un intento por mejorar nuestra salud en los primeros meses de la pandemia. Las conclusiones son que al cambiar nuestra dieta podemos lograr un cambio mayor. Por consiguiente, tenemos la culpa si comemos los “alimentos equivocados”.

Decisiones

Pero, la comida es una parte integral de la sociedad en la que vivimos, es una cuestión de clase.

En particular, se culpa a la gente de clase trabajadora por no tomar las “decisiones” correctas y se les estigmatiza.

Queremos que los individuos puedan tomar las mejores decisiones posibles, pero reconocemos que la llamada “elección” está determinada por la sociedad más amplia en la que vivimos. Lo que las personas comemos (o no comemos) siempre ha estado determinado por una interacción compleja entre lo social, lo económico y lo medioambiental.

A menudo se afirma que la dieta poco saludable y destructiva para el medio ambiente se debe a la demanda de los consumidores. Por tanto, la solución es persuadir a las personas para que cambien sus hábitos alimenticios.

Pero esto no es así sino al revés. En su lugar, debemos analizar cómo se producen los alimentos bajo el capitalismo y, en particular, el aumento de la producción agrícola y ganadera industrializada en el período tras la Segunda Guerra Mundial, y cómo el sistema alimentario da forma y cambia nuestras dietas y elecciones. Y las cambia por los enormes beneficios que se obtendrán de la producción de cereales y animales en el corazón de nuestro sistema alimentario.

Multinacionales

Comenzó en Occidente, pero se ha convertido en un sistema global dominado por gigantes multinacionales en competencia implacable entre sí.

La comida que se nos ofrece hoy es una consecuencia de este sistema más que una respuesta a la elección del consumidor. El problema al que nos enfrentamos es el capitalismo: este sistema es el enemigo y es el que ha creado un sistema alimentario tan destructivo. La solución a estos problemas no son los cambios dietéticos individuales, sino la acción colectiva masiva.

Los problemas causados ​​por el sistema alimentario están directamente relacionados con la forma en la que el capitalismo organiza la producción en aras del beneficio de una pequeña minoría en lugar de alimentar a las personas o proporcionar opciones de alimentos saludables.

Bajo el capitalismo, la comida es una mercancía, algo que se compra y se vende como todo lo demás. El cultivo, elaboración, procesamiento y venta de alimentos es un gran negocio, ¡un muy gran negocio! En 2018, el sistema alimentario mundial estaba valorado en 10 billones de dólares. Nuestra comida está en manos de unas pocas grandes corporaciones cuyo objetivo no es brindarnos alimentos saludables a precios asequibles, sino maximizar sus ganancias. Todas las empresas involucradas en la producción de alimentos se preocupan principalmente por el resultado final, independientemente del impacto en nuestra salud.

¿Podría la escasez de alimentos derribar el capitalismo?

Cuando los precios de muchos alimentos básicos se dispararon en 2007 y 2008, miles de personas se amotinaron en más de 30 países, desde Bangladesh hasta Burkina Faso. En Haití, los disturbios expulsaron al presidente Réné Préval de su cargo; en Egipto fueron un acto clave en el prólogo del proceso revolucionario.

Tomó por sorpresa al establishment intelectual del mundo. En 2009, la revista Scientific American publicaba artículos con títulos como “¿Podría la escasez de alimentos derribar la civilización?” Después de todo, puede haber pocos fallos más serios en cualquier orden social que la incapacidad de alimentar a la población, como lo sabían los bolcheviques cuando hicieron de la demanda de “paz, pan y tierra” una de sus principales consignas en la Revolución Rusa de 1917.

Durante las tres últimas décadas y sobre todo a partir de Seattle, surge una poderosa narrativa de la lucha por el control de la producción de alimentos. El debate dominante sobre la crisis alimentaria tiende a caer en uno de los dos campos: o ubicando complacientemente sus causas fuera de la economía global y esperando una solución tecnológica para marcar el comienzo de una nueva Revolución Verde, o canalizando el debate hacia los argumentos de Thomas Malthus que culpaba de la crisis al crecimiento de la población.

Pero la izquierda tiene suficiente munición para demostrar la centralidad de los factores sociales y económicos en el problema de la alimentación en el mundo.

El sometimiento de la agricultura a las fuerzas del mercado está creando escasez, incluso donde debería haber abundancia, y está socavando las posibilidades de mantener la producción de alimentos en el siglo XXI.

Instituciones financieras

El principal villano es el trío de instituciones financieras internacionales. La Organización Mundial del Comercio ha obligado a muchos países en desarrollo a eliminar los aranceles y los subsidios para los productores de alimentos, con el fin de facilitar la competencia mundial, lo que significa que, en lugar de alimentos para el consumo interno, se alienta a los agricultores a centrarse en los cultivos comerciales para la exportación.

Cada vez más, esto incluye a los biocombustibles que buscan EEUU y la UE. Y el Fondo Monetario Internacional, así como el Banco Mundial, con sus programas de ajuste estructural de privatización y austeridad, han eliminado las redes de seguridad para los pequeños agricultores, que luego tienen que luchar para competir con la agroindustria global.

El resultado ha sido empujar a los países en desarrollo de todo el mundo de la suficiencia alimentaria a la dependencia de las importaciones de los mercados mundiales. Cuando los precios en los mercados mundiales suben, hay menos a qué recurrir. Y las fluctuaciones se ven agravadas por los agronegocios que acaparan el grano a medida que los precios suben y lo tiran a medida que bajan.

Lejos de ayudar a aliviar la escasez, la tecnología ha acelerado la centralización y corporativización de la agricultura. Desde semillas transgénicas patentadas, hasta fertilizantes y pesticidas con base de aceite, los pequeños agricultores tienen que comprar insumos de la agroindustria a los precios dictados por esta última.

Esto empuja a miles a endeudarse y a menudo, en última instancia, a abandonar la tierra por completo. Lo más infame es que estas deudas han llevado a muchos miles de pequeños agricultores al suicidio en la última década en estados indios como Maharashtra y Andhra Pradesh.

Estos desarrollos se han producido entre las devastadas comunidades campesinas y han expulsado a millones de personas de la tierra hacia los barrios marginales urbanos.

Pero, lejos de proclamar la muerte del campesinado, cada día podemos ver inspiradoras muestras de su dura lucha por sobrevivir.

Se nos muestran las batallas de los aldeanos paraguayos contra la mafia de la soja y las ocupaciones y tomas masivas de tierras organizadas por el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) en Brasil.

Son muchos los que defienden la demanda de la federación campesina internacional, La Vía Campesina, de “soberanía alimentaria”, que definen como “el derecho de las personas a alimentos saludables y culturalmente apropiados producidos a través de métodos ecológicamente racionales y sostenibles, y su derecho a definir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas”.

Respuestas

Pero si dentro del movimiento altermundista se promete “conflicto, resistencia y renovación”, esto se cumple con bastante solidez respecto al conflicto, pero solo de manera tentativa sobre la resistencia y la renovación.

Las propuestas son muy débiles a la hora de desafiar al sistema. El libre comercio en la agricultura se queda en una celebración del crecimiento de las marcas de Comercio Justo y la observación de que “los mercados debidamente regulados pueden ser una manera maravillosa de dar voz y poder a las comunidades locales”. A la desaparición del campesinado del África subsahariana se ofrece como solución que “el continente necesita donantes ilustrados y gobiernos africanos dispuestos a sustituir la ayuda alimentaria y las importaciones de alimentos por inversiones equitativas en la agricultura africana a pequeña escala”.

Incluso los mejores ensayos, que desacreditan por completo el sistema impulsado por el mercado y brindan una plataforma a quienes luchan contra él, plantean más preguntas de las que responden. Walden Bello y otros critican a Marx por eliminar prematuramente al campesinado de la historia.

Está bien, pero sucesos como la explotación de los trabajadores migrantes, las huelgas de agricultores en la India, la masificación de las cadenas de comida basura… nos dicen que de lo que se trata ahora es de plantear la cuestión de cómo vamos a encajarlo de nuevo.