Sean Cummings analiza el papel del movimiento sindical en la actual rebelión antirracista, argumentando que la organización desde abajo es la clave para profundizar en el papel de la gente trabajadora en la resistencia.

El domingo 7 de junio, 200 trabajadores del servicio postal y simpatizantes, portando una pancarta que rezaba “Los trabajadores de correos exigen justicia para George Floyd”, marcharon desde los restos quemados de la oficina de correos en Lake Street hasta el lugar del asesinato de George Floyd. Este lugar se ha convertido en un monumento a Floyd y a todos los asesinados por el departamento de policía racista de Mineápolis. La manifestación, organizada por trabajadores sindicalizados, muchos de los cuales llevaban el nombre de su sindicato en la camiseta o en una pancarta, es una de las muchas pequeñas acciones emprendidas por los sindicalistas desde el comienzo del levantamiento tras los asesinatos de Breonna Taylor y George Floyd.

Los conductores de autobuses de Mineápolis y Nueva York han realizado acciones —con y sin el apoyo oficial de su sindicato— para protestar por los asesinatos y la brutalidad continuada de la policía. El sindicato Amalgamated Transit Union (ATU) Local 1005 de “las ciudades gemelas”, Minneapolis y Saint Paul, emitió una declaración según la cual sus miembros no transportarán a la policía ni se dejarán utilizar por ésta para transportar a los manifestantes arrestados.

Los estibadores del International Longshore and Warehouse Union (ILWU), históricamente uno de los sindicatos más radicales del país en materia de lucha contra el racismo, dejaron de trabajar en toda California durante nueve minutos el día 9 de junio en solidaridad con las protestas. El sindicato ha aprobado el cierre de 29 puertos de la costa oeste el 19 de junio.

Los sindicatos del profesorado de todo el país llevan mucho tiempo pidiendo que se retire a la policía de las escuelas. En Oregón, los maestros de primaria han organizado pequeñas protestas con el alumnado, exigiendo que el estado retire los fondos de la policía y los invierta en servicios como el preescolar universal.

La conexión entre la creciente inversión en los departamentos de policía, la pandemia y las medidas de austeridad que perjudican desproporcionadamente a las comunidades negras y minoritarias, está siendo explícitamente señalada por los activistas sindicales. Doni Jones, miembro del ATU en Mineápolis, y coordinador del grupo negro de su sección sindical, dijo en Labor Notes:

“Los trabajadores deben buscar la raíz del problema. Una vez que le quitas el color, hablas de gente pobre. La gente pobre está siendo expulsada de sus trabajos, la gente pobre está perdiendo sus derechos. Hay mucha gente que nunca se manifestaría por las vidas de los negros, pero tenemos que convencerlos de que los blancos pobres tienen los mismos intereses que los negros pobres. Esto va sobre todos nosotros. Todos necesitamos atención médica, todos necesitamos mejores salarios, todos necesitamos estabilidad laboral.”

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La llegada al escenario de la lucha de las y los trabajadores sindicalizados es un avance emocionante en el movimiento contra el racismo y la violencia de Estado. La clase obrera ha estado involucrada en el movimiento desde el principio, pero sobre todo como individuos. Las declaraciones procedentes de los sindicatos locales que exigen, entre otras cosas, la desfinanciación de la policía y la inversión en servicios sociales, son reflejo de un movimiento de protesta que pasa de los cambios cosméticos en el sistema policial para cuestionar el papel de la propia policía.

Los líderes sindicales, profundamente apegados al Estado capitalista y a su representante, el Partido Demócrata, han tardado en reaccionar. La AFL-CIO ha rechazado los llamamientos para excluir a los sindicatos de la policía (una demanda respaldada incluso por el sindicato de guionistas, el Writers Guild of America), diciendo “Creemos que la mejor manera de usar nuestra influencia en el tema de la brutalidad policial es involucrar a nuestros afiliados de la policía en lugar de aislarlos”. La AFL-CIO tiene una vergonzosa historia de racismo y de políticas de exclusión que, escandalosamente, no ha reconocido, incluso en medio de las revueltas. Su declaración más reciente hablaba del daño infligido a su sede en Washington DC y utilizó su plataforma para dividir a los manifestantes entre los buenos “no violentos” y los malos que “sólo hacen el juego a los que han oprimido a los trabajadores de color durante generaciones y restan valor a los manifestantes pacíficos y apasionados que con razón están poniendo en primer plano las cuestiones del racismo”.

Esta vacilación y el intento de dividir el movimiento de protesta no les ha funcionado y, de hecho, a través de sus acciones, los y las sindicalistas de base siguen estando en el corazón del movimiento.

La tarea de los socialistas es intensificar este movimiento desde abajo. Se necesitan muestras de solidaridad de parte de secciones sindicales, acciones organizadas, y solidaridad como la de los conductores de autobús. Los sindicatos pueden desempeñar un importante papel en el desarrollo de este movimiento y en la conquista de un cambio real. Lo que más teme la clase dirigente es que la clase trabajadora se organice, y no sólo para un cambio superficial, sino para una verdadera justicia racial; lo que significa tanto seguridad contra la violencia como justicia económica para la gente trabajadora negra y racializada.


Fotos:
International Longshore y Warehouse Union en solidaridad con Black Lives Matter
Doni Jones, del sindicato de conductores de autobuses de Mineápolis

 Este artículo apareció primero en inglés, en la web de nuestro grupo hermano en EEUU, Marx21 USA. Traducido por Óscar Corb, de Marx21.net