A raíz de la crisis que empezó en 2008 y los movimientos populares que estallaron poco después alrededor del mundo, se han ido configurando nuevos proyectos políticos tanto dentro como fuera de los viejos partidos. Atrapados entre el impulso desde abajo que los creó y el límite que impone el espacio reformista que pretenden recuperar, suponen un nuevo marco para el conflicto social.
Santi Amador
La crisis económica que estalló en 2008 no sólo ha provocado un deterioro de las condiciones de vida de las clases populares alrededor del mundo; como en todas las grandes crisis económicas en la historia del capitalismo, también ha venido acompañada de un terremoto político que ha puesto en cuestión el status quo. La indignación se manifestó a través de movilizaciones populares masivas como las revoluciones árabes, que derrocaron dictaduras que habían oprimido a sus pueblos durante décadas –como los casos de Túnez, Egipto o Libia; el movimiento 15M en el Estado español, que abrió una crisis de régimen que aún no se ha cerrado; el movimiento Ocuppy Wall Street en Estados Unidos, que señaló el poder de las corporaciones (el 1%) frente al pueblo (el 99%) o las numerosas huelgas generales y sectoriales en Grecia contra la imposición de brutales medidas de austeridad por parte de la Troika.
Las movilizaciones o revueltas sociales son vitales para pasar de un mero enfado, del cabreo con el orden existente, a un nivel de conciencia que identifique los intereses y problemas individuales con los problemas colectivos de la mayoría social. Más tarde, la búsqueda de alternativas más allá de la protesta, lleva a la construcción de sujetos políticos nuevos, como es el caso de Podemos en el Estado español o Syriza en Grecia, o incluso dentro de organizaciones clásicas como el caso de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista en Gran Bretaña o Bernie Sanders en el Partido Demócrata en los Estados Unidos.
Estos ejemplos no constituyen propuestas de ruptura con el sistema, dado que la conciencia política de la mayoría de la gente no ha salido de los límites del reformismo, exigiendo una gestión más justa y eficiente del capitalismo. La gente no se vuelve revolucionaria de un día para otro, pero sí es capaz de cuestionar aspectos del neoliberalismo que se han implementado hasta ahora por cualquiera de los partidos tradicionales en el gobierno. Este giro progresista arrastra consigo la posibilidad de un nuevo escenario de confrontación, a partir del cual generar nuevos impulsos que desborden sus propios marcos.
Liberal, populista o socialdemócrata
Estas organizaciones, que buscan representar a la gente de abajo desencantada con el sistema en un momento concreto, no suelen surgir de una base ideológica pura. Bernie Sanders es el político independiente con más antigüedad en la historia del Congreso de los Estados Unidos, que en 2015 decide unirse a los demócratas para luchar por la nominación a candidato a la presidencia por dicho partido. Sus constantes denuncias a la democracia americana como un sistema dominado por unos pocos multimillonarios, y el hecho que se reconociera como socialista en un país con una tradición anticomunista como los Estados Unidos, le han permitido llegar a decenas de miles de personas decepcionadas con el bipartidismo estadounidense. La financiación de su campaña, basada en pequeñas contribuciones de la gente corriente y no en las aportaciones de las grandes empresas y bancos, lo han diferenciado del resto de pre candidatos o pre candidatas a la presidencia en los grandes partidos[1].
El caso de Jeremy Corbyn es distinto. Veterano diputado desde hace más de 30 años por el Partido Laborista, siempre ha sido miembro del ala izquierda del mismo, oponiéndose a la política militarista de los años de Tony Blair en el poder. Ha defendido todo tipo de causas por la libertad de los pueblos, desde Palestina a Sudáfrica, o por los derechos de la clase trabajadora. Tras la dimisión de Ed Miliband, el candidato Laborista que perdió las elecciones generales de 2015, se postuló como candidato para liderar el partido[2]. Ni él ni su círculo cercano esperaban que pudiera llegar muy lejos en esa competición, pero la reforma del proceso de primarias, auspiciada por el ala derecha del mismo para quitar poder a los sindicatos, en el que los simpatizantes pudieron elegir al líder, le dio un amplio margen sobre los otros candidatos apoyados por el establishment laborista.
En el caso del Estado español, Podemos surge ante la falta de un referente político que pudiera representar a los cientos de miles de personas movilizadas y concienciadas tras la estela del 15M, las Marchas por la Dignidad o las mareas. En enero de 2014, un grupo de profesores de la Universidad Complutense de Madrid, con el apoyo de la organización Izquierda Anticapitalista y otra gente del mundo del activismo, consigue movilizar a miles de personas en asambleas de base, los denominados Círculos, para construir una candidatura de cara a las elecciones europeas de 2014. La ascensión meteórica de Podemos quedará confirmada tras las elecciones municipales y autonómicas de 2015, y posteriormente en las elecciones generales de diciembre de ese mismo año y de junio de 2016, consolidando un espacio electoral junto a otros partidos a la izquierda del PSOE de más de cinco millones de electores.
Aunque las diferencias entre los tres proyectos comentados son obvias, sí que hay rasgos comunes. En primer lugar, es interesante reseñar la organización interna de los mismos. En todos los casos ha habido una apelación constante a la participación de la gente corriente, a la identificación de estos proyectos con la gente de abajo frente a las élites económicas y políticas. Esta llamada se ha traducido en inscripciones masivas –que no en afiliaciones, como en las organizaciones tradicionales. Este tipo de militancia es, a la vez, más flexible, lo que ha permitido conectar con un gran sector de la juventud a través de Internet; pero también supone un menor control y una menor implicación de las bases en la vida interna y en las decisiones de dichas organizaciones. En muchos casos, la cibermilitancia no permite más que una aceptación o reprobación de las posturas de la dirigencia, sin el proceso de empoderamiento popular que implica la discusión de ideas, el contraste de las mismas y el posicionamiento final.
Otro aspecto que comparten estos proyectos es el peso del personalismo, que eclipsa en muchos casos a las propuestas programáticas. El carisma de Pablo Iglesias o Bernie Sanders tiene la capacidad de atraer a miles de personas porque hablan de los problemas de la gente corriente, pero a la vez este magnetismo impide que el diagnóstico y la denuncia puedan cristalizar en una propuesta concreta. Asimismo, la dependencia de ciertos liderazgos profundiza la fragilidad de los proyectos, vulnerables a los vaivenes y presiones externas sobre estas personas.
Lo expuesto anteriormente no pretende obviar las repercusiones positivas que la irrupción de estos fenómenos han supuesto en el panorama político. Que la palabra “socialismo” sea vista con simpatía por un amplio sector de la juventud en Estados Unidos, o que el rechazo al orden existente no haya sido capitalizado por una organización de la derecha populista o fascista en el Estado español, es algo que hay que celebrar. Como también hay que ver con buenos ojos cómo se han puesto en cuestión los privilegios de una clase política que sirve claramente a una minoría de ricos, el rechazo del pacto anti yihadista –que significaba más islamofobia y el apoyo a las guerras imperialistas–, el apoyo explícito a un referéndum de autodeterminación en Catalunya, o el foco que se ha puesto sobre las situaciones de pobreza o degradación de los derechos laborales de la gente de abajo.
El reformismo y sus limitaciones
Las ideas reformistas son capaces de conectar con ese “sentido común” que tiene la mayoría de la gente, de que se puede gestionar de manera más justa y eficiente el sistema; que el problema no es la propia naturaleza depredadora del capitalismo sobre el ser humano y el medio ambiente, sino poner en las mejores manos su funcionamiento. Pero hay que ser conscientes del aprendizaje colectivo que implica romper con dichas ideas, un proceso que supone mucho tiempo y esfuerzo y que comporta una serie de experiencias que en muchos casos terminan en decepciones.
Las propuestas de este nuevo reformismo, canalizadas a través de la vía electoral, son así perfectamente asumibles de manera limitada por los viejos partidos del social-liberalismo. Eso lo podemos ver en el caso de Sanders, que ha terminado apoyando la candidatura de Hillary Clinton a cambio de ciertas concesiones de izquierda en el programa demócrata[3]. En otras ocasiones, las propuestas genuinamente keynesianas de un estado del bienestar de corte clásico, son vistas como una utopía en una era de crisis del capitalismo, incapaz de asumir lo que podía hacer hace 30 o 40 años. De ahí la campaña del ala derecha del laborismo por destituir a Corbyn –a día de hoy sin éxito–, o la negativa del PSOE a un pacto de gobierno con Podemos y sus aliados a nivel estatal si no renuncian a sus principales planteamientos.
La izquierda anticapitalista tiene varias opciones. Una de ellas es actuar de manera sectaria y no conectar con los millones de personas que se identifican con estos proyectos, denunciando de manera abstracta sus políticas reformistas. Otra opción es diluirse dentro de los mismos, aceptando prebendas, renunciando a un programa de ruptura y dejándose llevar por la vorágine institucional. Pero existe otra posición. Significa intervenir en las asambleas de base de las candidaturas municipalistas o los Círculos, sin renunciar a nuestra propia independencia política y a nuestras posiciones, siempre que estos espacios sean permeables y no meras correas de transmisión de las burocracias. Esta discusión fraterna nos puede llevar a ganar a gente a las ideas anticapitalistas, a la vez que no nos diluimos en el juego institucional.
Esto significa dejar claro que no se puede acabar con la precariedad, con los desahucios, con el racismo y tener servicios sociales de calidad sin la implicación y movilización desde abajo que suponga una ruptura democrática con el régimen del 78 y los partidos que lo sostienen. No podremos acabar con las políticas de austeridad sin la ruptura de la UE capitalista y el euro, lo que implica una coordinación y apoyo internacional[4]. Esa es nuestra tarea.
[1] http://enlucha.org/articulos/bernie-sandres-un-nuevo-discurso-para-el-viejo-imperialismo/#.V57mFvmLTIU
[2] http://isj.org.uk/a-house-divided-jeremy-corbyn-and-the-labour-party/
[3] http://internacional.elpais.com/internacional/2016/07/26/estados_unidos/1469500886_879943.html
[4] http://lahiedra.info/cargos-electos-rupturistas/
Este artículo se publica en la revista La Hiedra, No. 2, que ahora está en venta.