Nikos Loudos
“Israel se está convirtiendo, a una velocidad alarmante, en un país que vive de sangre. Los crímenes cotidianos de la ocupación importan cada día menos. En el último año ha surgido una nueva realidad de asesinatos en masa y crímenes a una escala completamente diferente. Estamos en una realidad de genocidio”. El primer párrafo del artículo del autor Gideon Levi en el periódico israelí Haaretz la semana pasada lo confirma de la manera más brutal.
Israel está ampliando la guerra, sin ni tan siquiera poder explicar ni a sus aliados más cercanos cuáles son los motivos y cuál es la estrategia. En el momento de redactar este informe, el número de muertos por los bombardeos que está librando en el Líbano se acerca a los 500. Entre ellos 35 criaturas. Hay más de 1.000 heridos. Todo esto en tan solo un día.
Es la mayor masacre israelí en el Líbano desde las atrocidades cometidas en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en 1982. En la guerra de 2006, cuando Israel bombardeaba nuevamente el sur del Líbano y Beirut, 1.200 hombres y mujeres libaneses murieron en 33 días.
Se cerraron las escuelas en el Líbano y los hospitales cancelaron todas las cirugías programadas para admitir solo a las personas heridas. Miles de sureños inundan las carreteras para dirigirse hacia el norte y alejarse de la frontera.
Nos acercamos al año desde que comenzó la matanza en la Franja de Gaza y las opciones de Israel se encaminan hacia una escalada en muchos frentes.
Cuando comenzó la guerra, Netanyahu se había fijado públicamente tres objetivos: el regreso de los rehenes israelíes; el exterminio de Hamás; y garantizar que la Franja de Gaza nunca más pudiera representar una amenaza para la seguridad de Israel.
Un año después, no solo no ha cumplido sus objetivos sino que añade uno más a la lista. Dice que la guerra no terminará a menos que regresen los 60.000 israelíes que se han mudado de sus “hogares” cerca de la frontera con el Líbano.
La campaña de bombardeos en el Líbano fue precedida por uno de los ataques más sucios del terrorismo de Estado. El 17 de septiembre, miles de explosivos detonaron buscas en el Líbano, causando multitud de muertos y heridos.
Israel había interferido en el montaje de los artefactos comprados por Hezbolá para su comunicación interna, colocando explosivos y ordenando su detonación. Al día siguiente se produjeron estallidos similares en los walkie-talkies. Incluso Leon Panetta, jefe de la CIA bajo Obama, declaró que el ataque israelí fue un “acto de terrorismo”.
Propaganda
Israel está tratando desesperadamente de demostrar que tiene ventaja en la situación. El ataque contra los buscas ha causado confusión dentro de Hezbolá, particularmente desde la campaña de hace un año para asesinar a sus agentes. Un total de 500 personas murieron a causa de ataques israelíes en el Líbano durante el año pasado. Entre ellos se encontraban algunos de los fundadores y altos funcionarios de Hezbolá. Todo esto ocurría mientras Israel masacraba a más de 40.000 personas en la Franja de Gaza, pero nunca dejó de mirar hacia el norte.
Pero no debemos confundir la propaganda de Israel con la realidad. Cuanto más amplía Netanyahu sus objetivos bélicos, cuanto más intenta demostrar su superioridad militar y tecnológica, más se revela su fracaso.
Los rehenes israelíes, de ser objetivo de la guerra, pasaron mes tras mes a ser meras “víctimas colaterales” de un plan mayor. El gobierno de Netanyahu los está descartando por completo.
Ahora la propia Franja de Gaza se está convirtiendo en una pequeña parte de una guerra aún más amplia. Netanyahu fue a la guerra para traer “seguridad” y ahora probablemente tendrá que enviar a los israelíes a refugios y evacuar zonas aún más grandes en la frontera norte, mientras estallan cohetes de Hezbolá, de los hutíes de Yemen o de los insurgentes iraquíes a través de la “Cúpula de Hierro” y bajando hasta Tel Aviv.
Israel es un Estado genocida, un Estado asesino en masa, un Estado terrorista, ahora incluso lo es con el sello de los tribunales internacionales.
De aliado privilegiado, el Estado israelí se ha convertido en un elemento tóxico del que todos intentan distanciarse. Incluso Biden, que, a pesar de su continuado apoyo militar, intentó convencer a Netanyahu de que no provocara una explosión regional. Ahora, en medio de las elecciones presidenciales estadounidenses, corre para que Israel no proceda a realizar una intervención terrestre.
Recordemos que, antes del 7 de octubre de 2023, los planes para la normalización de las relaciones entre los países árabes e Israel estaban en su apogeo. El último año han enviado estos planes a la basura. Toda una generación de árabes se ha radicalizado por la experiencia de 2023-2024. Las fuerzas políticas que se oponen al sionismo y no apoyan los compromisos con Israel han salido reivindicadas y fortalecidas en todos los países árabes y están causando una enorme preocupación entre los diferentes regímenes.
Bravuconería
Mientras, detrás de la bravuconería sobre una invasión terrestre del Líbano, que hasta ahora tiene como principal objetivo aterrorizar a la población y provocar una crisis en Hezbolá, es dudoso que Israel tenga la confianza y la cohesión interna para llevarla a cabo de inmediato.
La revista The Economist dice: “El ejército israelí ha anunciado el despliegue en el norte de una segunda división que estuvo en Gaza hasta hace un mes para estar lista [para una invasión]. Sin embargo, una visita a la frontera el fin de semana demostró que tal invasión no parecía inminente. Las fuerzas de combate estaban entrenando dentro de sus bases en el norte hasta el sábado, pero aún no habían comenzado a trasladarse a áreas de concentración cerca de la frontera. ‘Los planes para una operación terrestre están listos. Pero todavía estamos muy lejos de tener fuerzas suficientes para implementarlos’, afirma un oficial de reserva que participa en los preparativos.”
El ataque a las oficinas de Al Jazeera en Cisjordania y el segundo cierre israelí del canal árabe muestran el miedo de Israel a la verdad. Dentro del propio Israel se ha impuesto un control draconiano sobre los medios de comunicación, de modo que solo se muestran los “éxitos” de Israel, es decir, solo los asesinatos en masa, pero no los cohetes de Hezbolá que caen dentro de las fronteras israelíes.
Uno de los cambios del último año es que Netanyahu ha aprobado una serie de leyes de censura y la eliminación de derechos individuales (por ejemplo, el Estado se ha otorgado el derecho a registrar ordenadores personales o a condenar a personas por darle me gusta a una publicación “antiisraelí”). Estos ataques no se dirigen solo contra la población palestina. Es parte del pánico de Israel ante cualquier información que no reproduzca el mito de la “invencibilidad”.
Sin embargo, incluso cuando bombardea el Líbano, Israel lo hace con el respaldo estadounidense, ya que aprovecha la presencia de portaaviones estadounidenses y otras fuerzas que pueden interceptar misiles de Hezbolá.
Hay partes del Estado israelí que sí están presionando para realizar una invasión terrestre. Algunos piden que el ejército israelí asegure una zona intermedia de ocupación en el sur del Líbano.
Pero la ocupación israelí del sur del Líbano, 1982-2000, fue lo que convirtió a Hezbolá en la gran fuerza que es hoy. Israel se vio obligado a abandonar el Líbano en 2000 y cinco años después a retirar sus asentamientos de la Franja de Gaza. En 2006 fue derrotado en la guerra que lanzó de nuevo contra el Líbano.
Mientras tanto, en el Líbano se desarrollan iniciativas para la acogida de refugiados del sur, donaciones de sangre y acogida en casas y hoteles. Los partidos políticos, que en el Líbano se alimentan de las divisiones religiosas del país, se vieron obligados a hacer declaraciones de apoyo a Hezbolá contra el terrorismo israelí.
El Estado sionista continúa avanzando al ritmo frenético de su política genocida, derramando sangre en todas direcciones. En lugar de “normalizar” su presencia, se revela como lo que es: un remanente racista del colonialismo que lucha con uñas y dientes para mantenerse con vida. No puede haber paz a menos que el Estado israelí dé paso a una Palestina libre, desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo.