Mujeres en la historia

ES CA

Paty Gómez

Un mural recuerda a la activista climática y por los derechos indígenas Berta Cáceres con una preciosa frase que dice: “No murió, se multiplicó”.

Berta Cáceres, intrépida defensora de la tierra e incansable luchadora por los derechos indígenas, se mostró desafiante hasta el final. Nacida en 1971 en la ciudad de La Esperanza, Honduras, fue asesinada con apenas 44 años. Ella fue una víctima de los extremos a los que los ricos llegan para dominar nuestro medio natural.

En 1993, cuando estudiaba en la universidad para ser maestra, Cáceres cofundó la organización que definiría el resto de su vida: el Consejo de Pueblos Indígenas de Honduras (Copinh). Copinh se estableció sobre “tres pilares de lucha: anticapitalismo, antipatriarcado y antirracismo”.

Cáceres libró batallas contra la tala ilegal y la minería a cielo abierto, así como se pronunció sobre temas más amplios de injusticia social. Su última batalla fue detener Agua Zarca, una serie de cuatro represas en la cuenca del río Gualcarque. El proyecto, gestionado por la empresa energética Desa, amenazaba al pueblo indígena lenca de Cáceres. Argumentaron que la represa contaminaría el agua potable, interrumpiría la agricultura y empañaría el significado espiritual y cultural del río.

Desde el principio, la batalla estuvo sumida en el derramamiento de sangre. Cáceres soportó años de amenazas de violación, asesinato y ataques a sus seres queridos. “No puedo vivir en paz, siempre estoy pensando en que me maten o me secuestren”, dijo una vez. “Pero me niego a ir al exilio. Soy una luchadora por los derechos humanos y no abandonaré esta lucha”.

Cáceres lideró una campaña de establecimiento de bloqueos para interrumpir la construcción, donde el ejército hondureño y las fuerzas de seguridad privada dispararon contra los manifestantes. En su discurso de aceptación del Premio Ambiental Goldman 2015, dijo: “Despierten, se nos acabó el tiempo. Debemos liberar nuestra conciencia del capitalismo rapaz, el racismo y el patriarcado que solo asegurarán nuestra propia autodestrucción. Construyamos sociedades que sean capaces de convivir de manera digna, de manera que se proteja la vida”.

A pesar de su alto perfil, dos matones le dispararon mientras dormía el 2 de marzo de 2016. Su muerte provocó protestas y sirvió para socavar el proyecto de represa al que dedicó los últimos años de su vida para detenerlo.

En julio del año pasado, David Castillo, exjefe de la empresa de energía Desa, fue declarado culpable de ordenar su ejecución. Su participación, en cualquier nivel, habla no solo de los estrechos vínculos entre los gobiernos de Honduras y EEUU, sino también del poder de la industria de los combustibles fósiles.

Castillo entrenó en la escuela militar de élite estadounidense West Point. Luego se construyó una carrera en las fuerzas armadas hondureñas y luego cofundó Desa. Usó su experiencia militar y sus contactos para hostigar implacablemente a Cáceres y finalmente ordenó su ejecución.

Hoy, algunos de sus asesinos han sido llevados ante la justicia. Y la represa de Agua Zarca sigue sin construirse después de que los patrocinadores internacionales retiraran los fondos en los meses posteriores a su asesinato. Honduras sigue siendo uno de los lugares más peligrosos para los activistas climáticos. La organización de derechos humanos Global Witness dice que casi 140 defensores ambientales han sido asesinados en el país desde 2012.

A Cáceres le sobreviven sus cuatro hijos y su madre, quienes ayudaron a exponer la verdad tras su muerte. Ella deja un poderoso legado de lucha ambiental tras de sí. Extinction Rebellion puso su nombre a uno de sus barcos utilizados en las protestas en su honor.

Sus palabras siguen vivas: “Debemos emprender la lucha en todas las partes del mundo, donde sea que estemos, porque no tenemos un planeta de repuesto o de reemplazo. Solo tenemos este, y tenemos que tomar medidas”.