ES CA

Christian Schmid-Egger

El cambio climático ya no es una novedad. Sin embargo, uno tiene la impresión de que muchos líderes políticos, responsables de la toma de decisiones, y ciudadanos de a pie aún están lejos de darse cuenta de la magnitud a la que nos enfrentamos.

Acabo de regresar de un viaje al sur de Marruecos; debo decir de antemano que soy entomólogo y que llevo más de 40 años viajando regularmente a este bello e interesante país, y que conozco muy bien el sur en particular. Hace tiempo que se sabe que Marruecos tiene enormes problemas medio-ambientales. En particular, el sobre pastoreo de enormes rebaños de ovejas y cabras es un problema constante y grave porque limita fuertemente el crecimiento natural de la vegetación.

Pero esta vez todo fue diferente. Viajamos en marzo, que en realidad es la mejor época para los insectos, pero no encontramos prácticamente ninguno. Todo estaba seco, nada florecía, encontramos sobre todo plantas secas en los wadis y en el borde del desierto, apenas quedaba vida en ellos. La situación empeoró aún más cuando nos dirigimos al valle del Draa, el segundo oasis fluvial más grande del mundo después del valle del Nilo. Durante mi última visita, hace siete años, el Draa, la arteria vital de esta región, seguía fluyendo desde las montañas del Atlas hacia el interior del desierto, donde el río se filtraba cerca de Mhamid, cerca de la frontera argelina, como había hecho durante siglos.

Pero esta vez el río ya no existía. Por todas partes se veían palmeras datileras muertas, antaño el sustento de los bereberes que vivían allí. Los maravillosos ksare, como se llaman los castillos bereberes de arcilla, están en descomposición y los campos están secos como el polvo. La milenaria cultura bereber del valle del Draa, con su maravillosa arquitectura de arcilla, parece condenada a morir. El paisaje parece apocalíptico.

Si se buscan las razones, lo primero que viene a la mente es la falta de lluvia. Hace más de dos años que no llueve, y en años anteriores tampoco solía llover; pero eso no es todo.

Corto plazo

Durante años se ha fomentado el cultivo de sandías en el desierto circundante, a pesar de que consumen mucha agua; esta agua se bombea de pozos cada vez más profundos, lo que reduce aún más el nivel de las aguas subterráneas y esto, acelera enormemente las consecuencias de la escasez de agua. Aunque el cultivo de la sandía crea puestos de trabajo a corto plazo, los beneficios se quedan en manos de unos pocos empresarios y es previsible que dicho cultivo no funcione durante mucho más tiempo. La población local está decreciendo y la emigración aumenta. En definitiva, toda la región se está muriendo.

Hay poco que decir al respecto, ya que estos fenómenos están ocurriendo en todo el mundo, pero es impactante cuando los experimentas personalmente y los ves con tanta claridad. Además, probablemente no haya vuelta atrás. Por supuesto, los humanos podrían al menos retrasar estos procesos con la tecnología moderna o intentar estabilizarlos en un nivel bajo; pero eso tampoco sucederá. Así que lo único que nos queda por hacer, al menos en nuestros países, es insistir en que por fin nos tomemos en serio el cambio climático y sus consecuencias y actuemos.


Foto: Christian Schmid-Egger