Rodrigo Lombo
El próximo 9 de junio casi 450 millones de personas del continente europeo están convocadas a participar en las elecciones al Parlamento europeo.
Celebradas cada 5 años, constituyen la única elección directa que los ciudadanos hacen de los órganos políticos de la Unión Europea. Otros organismos de la Unión, como el Consejo de la Unión Europea o la Comisión Europea dependen de los gobiernos electos de cada Estado miembro.
Por lo tanto, la intervención directa de los ciudadanos en la democracia “formal” europea es bastante limitada. A parte de las muchas limitaciones de la democracia liberal, en el Parlamento Europeo la situación es aún más escandalosa. Los lobbies —no de los que habla la ultraderecha, que son conspiraciones— representan a grandes sectores económicos que presionan y/o seducen a los diputados electos, condicionando las políticas del parlamento en favor de los intereses de los ricos.
Perspectivas
Las encuestas vaticinan que el bloque del extremo centro, como diría Tariq Alí —socialdemócratas, populares y liberales— podría retener el poder en el Europarlamento, si bien las encuestas apuntan a un gran ascenso de las fuerzas de extrema derecha. Los partidos de Abascal (VOX), Meloni (Hermanos de Italia) o Le Pen (Reagrupamiento Nacional) parece que pueden disputar el segundo puesto a los socialdemócratas.
Asimismo, en muchos países se da un ascenso de lo que podríamos llamar el “voto protesta”. Como muchos ciudadanos ven alejada, elitista y al servicio de los ricos —todo absolutamente real— a la UE, pueden emitir un voto aún más anti establishment que el que ejercirían en las elecciones en sus respectivos Estados.
Tenemos ejemplos progresivos en el caso español, como el ascenso de Podemos en las elecciones europeas de 2014, que sacudió el sistema electoral y representativo en posteriores comicios con una agenda reformista de izquierdas.
Pero también pueden catapultar a los “monstruos”, en las opciones más reaccionarias. En 1989, la “Agrupación Ruiz-Mateos”, del empresario ultra de los mismos apellidos, obtuvo más de 600.000 votos y entró con 2 eurodiputados al Parlamento Europeo. Su modelo era similar al promovido por Jesús Gil en Marbella y otros ayuntamientos; neoliberalismo salvaje en lo económico y conservadurismo extremo con respecto a otras políticas, como las relacionadas con el orden público.
En esta ocasión, diferentes encuestas apuntan a que el partido del periodista filo fascista y promotor de bulos Alvise Pérez, podría obtener representación. Claramente muchos de esos votos vendrán del entorno de VOX, por lo que la senda de este voto protesta parece seguir un camino reaccionario.
¿Y la izquierda?
Parece que el Partido de la Izquierda Europea —agrupación de fuerzas como La Francia Insumisa de Melenchon, Die Linke de Alemania, Syriza en Grecia o Podemos e IU en el caso español— podría perder apoyos, arrastrado por la ola reaccionaria que recorre Europa.
La división de la izquierda estatal española se mantiene, presentando SUMAR y Podemos candidaturas separadas, algo que de nuevo pueden castigar las y los electores.
Podemos apuesta por impulsar su candidatura con Irene Montero, la anterior Ministra de Igualdad. Defenestrada por SUMAR —no tanto por diferencias políticas sino por el acoso mediático, jurídico y de sectores sociales reaccionarios sufrido por Iglesias y Montero que habría mermado la intención de voto del espacio de Unidas Podemos— apuesta por un discurso más contestario que el promovido por la fuerza de Yolanda Díaz, empeñada en la senda de la respetabilidad y de la responsabilidad de Estado.
¿Qué hacer?
Las opciones electorales a la izquierda del social liberalismo en el caso español —tanto SUMAR, como Podemos o las izquierdas independentistas, agrupadas en Ahora Repúblicas— no presentan grandes diferencias programáticas.
No hacen un cuestionamiento radical de la UE, y defienden un modelo socialdemócrata; básicamente intentan resucitar el keynesianismo.
Sin embargo, la UE no es reformable. Desde su fundación fue planteada como un contrapeso al capitalismo de Estado del bloque soviético, pero que ante los ojos de gran parte de la clase trabajadora occidental aparecía como una alternativa al capitalismo de mercado.
Ante el fantasma reaccionario que recorre Europa, necesitamos construir fuerzas políticas alternativas que cuestionen la UE de raíz, apoyadas en la movilización y el empoderamiento popular.