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Marx21

El mundo es un lugar cada vez más mortífero. A los problemas ya crónicos de colapso climático, subida de la extrema derecha, etc., se han sumado cada vez más conflictos armados.

Están la invasión rusa en Ucrania, el genocidio que lleva a cabo el Estado israelí contra el pueblo palestino, e innumerables conflictos más que ni entran en las noticias.

Lejos de intentar contrarrestar esta deriva militarista, la Unión Europea la está impulsando.

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, busca promover el gasto y la producción de armas por parte de los Estados de la UE.

“Tenemos que gastar más”, ha declarado. De hecho, desde la invasión de Ucrania, los Estados miembros de la UE han aumentado enormemente su gasto militar. De un total de 240 mil millones de euros en 2022, gastaron 280 mil millones de euros en 2023 y la cifra subirá a 350 mil millones de euros en 2024, según von der Leyen.

En el Estado español, el Gobierno de Pedro Sánchez —del PSOE y Sumar, no lo olvidemos— se comprometió a incrementar el gasto militar al 2% del Producto Interior Bruto (PIB) en los próximos años. Sin embargo, el análisis del Centre Delàs revela que el gasto militar real español ya sobrepasa el 2% del PIB que exige la OTAN. Bajo el mandato de Sánchez, este gasto supera con creces incluso el del gobierno de Aznar en plena guerra de Iraq, hace dos décadas, y sigue creciendo.

Esto lo intentan justificar por la inaceptable invasión rusa de Ucrania; una parte de este aumento del gasto se dedica al envío de armas a Zelenski.

Pero los dirigentes políticos son hipócritas.

Compra de armas

Como hemos visto con horror, Gaza está sufriendo un asalto aún más mortífero que el de Ucrania, pero lejos de ayudar al pueblo palestino a defenderse, el Estado español, igual que sus aliados, ha suministrado material militar al ejército israelí en plena masacre.

Y en marzo de 2024, el Ministerio de Defensa español ha firmado un contrato de compra de armas israelíes por un valor de más de 200 millones de euros, financiando así el genocidio.

Mientras, las potencias occidentales no son ajenas al conflicto en Ucrania.

Desde el colapso en 1991 de la URSS —del régimen de capitalismo de Estado surgido bajo el estalinismo— la OTAN no ha dejado de extenderse por Europa del este, en una operación claramente agresiva. El intento de engullir a Ucrania —un productor enorme de grano, entre otras cosas— dentro del bloque occidental fue un factor clave para provocar el conflicto actual.

Ahora a esto, el presidente francés Macron, ha añadido la idea de enviar tropas occidentales a luchar dentro de Ucrania, lo que acercaría aún más el peligro de una tercera guerra mundial en toda regla. Putin ya ha amenazado con usar armas nucleares ante tal intervención.

Ahora, tras ver los resultados en Ucrania, la OTAN intenta extenderse por el Cáucaso, otra zona que antes formaba parte de la URSS. A mediados de marzo, su secretario general, Jens Stoltenberg, visitó Armenia, Azerbaiyán y Georgia, para promover su colaboración con la alianza militar occidental.

Se trata de una zona que ha visto numerosos conflictos en recientes años, desde las guerras en Chechenia hasta la reciente incursión militar de Azerbaiyán para expulsar a Armenia del enclave de Nagorno Karabaj. En 2008 hubo una breve guerra entre Rusia y Georgia, cuando Putin aprovechó de conflictos territoriales en el país vecino para intervenir.

Igual que Ucrania, el Cáucaso es una zona de gran importancia, por razones tanto estratégicas como económicas. El Cáucaso se encuentra en un punto clave entre Europa y el resto de Asia, mientras que Azerbaiyán es un productor importante de petróleo: evidentemente, los dirigentes del planeta no muestran ninguna inclinación hacia abandonar los combustibles fósiles, como dictan los acuerdos ante el calentamiento global.

Por todo lo dicho, debe ser obvio que la guerra de Ucrania no es un asunto de la defensa de la soberanía ucraniana, como mantiene la OTAN; tampoco va de la protección de la población de Donbás o la seguridad de Rusia, como dice Putin. Forma parte de un conflicto entre bloques imperialistas, que abarca desde el centro de Europa hasta el mar entre China y Taiwán.

Ante toda esta situación terrible, lo que ha dominado en las izquierdas ha sido la confusión.

Una minoría de la izquierda apoya a los dirigentes de Rusia y China, a los que presentan como “antiimperialistas”. Es cierto que la mayor potencia imperialista del mundo sigue siendo, por ahora, Estados Unidos. Pero el imperialismo no solo consiste en un Estado o un bloque. Es un sistema de conflicto internacional entre diferentes Estados, diferentes bloques.

Y lo que hizo EEUU en Vietnam, Afganistán, Irak, etc., fue terrible, pero no menos terrible fue la invasión rusa de Afganistán en 1979-89. Y Rusia contribuyó a la masacre en Siria protagonizada por su aliado Assad, que provocó la muerte de medio millón de personas. Rusia es un Estado menos fuerte, pero no menos imperialista, que EEUU.

El antiimperialismo de verdad implica rechazar a todo el sistema, no apoyar a un contrincante imperialista frente a otro.

Guerra proxy

Otro sector de la izquierda tiene una posición, si cabe, aún peor.

Argumentan que en el conflicto de Ucrania solo hay una potencia imperialista, Rusia. Por tanto, su extraño “antiimperialismo” consiste en respaldar al principal bloque militar del mundo, la OTAN, cuando interviene en una guerra imperialista.

La verdad es que Ucrania se encuentra en una “guerra proxy” entre potencias imperialistas, una guerra por delegación. EEUU y su bloque arman a su aliado ucraniano para debilitar a Rusia y así enviar una advertencia a China. Ya al principio de la guerra rechazaron una posible solución negociada.

Urge fortalecer dentro de la izquierda y los movimientos la comprensión de que no hay buenas potencias imperialistas, las debemos rechazar a todas.

Y es especialmente importante rechazar claramente al imperialismo de “nuestro lado”. Ya en la primera guerra mundial —otro conflicto entre potencias imperialistas— el compañero de luchas de Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht, declaró que “el enemigo principal está en casa”. En su caso, estando en Alemania, su primer deber como antiimperialista era oponerse al militarismo alemán (por supuesto, sin apoyar ni justificar al de Gran Bretaña, de la Rusia zarista…).

Hoy en día, dentro de occidente, no hay antiimperialismo sin rechazar firmemente y ante todo el papel y la intervención de la OTAN… lo que no significa de ninguna manera justificar ni respaldar la agresión de Putin.

La única nota positiva es que por todo el mundo se han producido grandes movilizaciones de solidaridad con el pueblo palestino, y de rechazo a la agresión sionista. Por supuesto que cada caso es diferente, pero hay un punto clave en todas las guerras imperialistas, que es que solo benefician a las clases dirigentes; suponiendo sufrimiento y muerte para la gente corriente.

En ambos casos —más allá de las grandes diferencias— son las poblaciones civiles las que mueren. Las empresas armamentísticas occidentales, del Estado israelí y de Rusia, se enriquecen. Y la gente trabajadora tanto en Occidente como en Rusia acabaremos pagando el precio, bajo la forma de recortes sociales, etc.

Entonces, debemos trabajar para que el extendido rechazo ante el ataque israelí contra el pueblo palestino, pase a ser también un rechazo general a toda la guerra inter-imperialista en Ucrania.

Nos encontramos ante la amenaza de una tercera guerra mundial; urge actuar antes de que sea tarde.


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