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El Congo vive una terrible crisis humanitaria. Como denuncia ACNUR: “En 2023, como resultado del alarmante resurgimiento de la violencia perpetrada por grupos armados, 5,8 millones de personas han sido desplazadas en las provincias de Ituri, Kivu del Norte, Kivu del Sur y Tanganyika, al este de la República Democrática del Congo. Cientos de miles de personas han sido desplazadas por la fuerza, de forma repetida y masiva, debido a los enfrentamientos armados, que se han cobrado vidas civiles. Muchas personas dependen de la asistencia humanitaria para satisfacer sus necesidades más urgentes.”

Baba Aye, marxista revolucionario de Nigeria, escribe para Marx21, explicando el trasfondo de esta crisis. No la crea ningún “atraso intrínseco” o “división étnica innata” en el continente africano, sino que es fruto del colonialismo y el imperialismo.

 

Hace un año, el Papa Francisco visitó el Congo, donde dijo que estaba llamando la atención sobre “un genocidio olvidado” en el país. Además, dijo “¡Manos fuera de la República Democrática del Congo! ¡Manos fuera de África! Dejen de asfixiar a África, no es una mina que se pueda saquear o un terreno que se pueda expoliar”. Sin embargo, no llegó a identificar la sangrienta historia del imperialismo capitalista detrás del sangrado del Congo, y de África en general. Tampoco puede proporcionar ninguna perspectiva concreta sobre cómo las clases pobres en la República Democrática del Congo pueden liberarse.

La ubicación geográfica de la Cuenca del Río Congo siempre ha sido estratégica, lo que la hace atractiva para el saqueo y la explotación por parte de las fuerzas imperialistas durante siglos, desde el período del comercio de esclavos transatlántico, cuando los esclavistas portugueses secuestraban a personas negras en la región para esclavizarlas en los campos de caña de azúcar de Brasil.

Hoy, la República Democrática del Congo no solo es el segundo país más grande de África. También tiene la posición singular de compartir fronteras con nueve países que atraviesan África Central, África Oriental y África Meridional.

El atractivo de la República Democrática del Congo no se limita a su geografía. Es el país más rico del mundo en términos de recursos naturales. El 70% de todos los depósitos de cobalto en el mundo, así como el 70% de todo el coltán, se encuentran en la República Democrática del Congo. También tiene el 30% de las reservas mundiales de diamantes y vastos depósitos de cobre, oro, estaño, tantalio y litio.

Pero también es el país con “la mayor crisis de hambre en el mundo”. De una población de 102 millones de personas, 25 millones viven a diario al borde de la inanición. La vida de las personas trabajadoras pobres en el país ha estado marcada por una serie de conflictos sangrientos en las últimas tres décadas. Millones de personas viven con miedo de ser asesinadas por una u otra banda armada, incluido el ejército nacional, especialmente en la parte oriental del país.

Hay unos seis millones de personas desplazadas internamente en el país, mientras un millón de personas congoleñas viven como refugiadas en campamentos en países vecinos. Esto es resultado directo de los conflictos armados y el desalojo de personas para permitir que las corporaciones y grupos armados exploten los recursos minerales del país.

Al mirar el estado lamentable del Congo hoy, a muchas personas les costará creer no solo que es tan rico en recursos naturales, sino que también fue el segundo país más industrializado de África en la independencia en 1960. El único país más industrializado que el Congo en ese momento fue el de Sudáfrica bajo el apartheid. Debemos preguntarnos, ¿qué pasó?

La respuesta a eso debe comenzar desde la herencia del colonialismo.

Colonización

El rápido desarrollo del capitalismo en los países de Europa occidental en el siglo XIX, como Gran Bretaña, Francia y Alemania, llevó a la burguesía de esos países a “encontrar nuevas tierras” de las cuales pudieran “obtener fácilmente materias primas y al mismo tiempo explotar la mano de obra esclava barata disponible de los nativos de las colonias” y que también les proporcionaba “un vertedero para los productos excedentes” producidos en las fábricas europeas, para citar a un tal Cecil Rhodes, quien ayudó a Gran Bretaña a colonizar la mayor parte del sur de África.

Sin embargo, la aguda competencia por colonizar tierras en África llevó a conflictos, a veces conflictos armados, entre estos países capitalistas europeos.

Una conferencia de estas potencias capitalistas se celebró en Berlín en 1884-85 para profundizar colectivamente en el robo de tierras en África y la explotación de sus pueblos, así como para regular su competencia por África y así minimizar los conflictos entre los desvergonzados colonizadores. En esta conferencia, se dividieron diferentes partes de África para sí mismos sin consultar a los africanos ni preocuparse por las historias de las tierras y los pueblos en estas tierras que estaban compartiendo para sí mismos, en la lejana Alemania.

Durante este trueque entre ladrones imperialistas, el rey Leopoldo II de Bélgica se aseguró el Congo como su finca privada, al frente de una fundación supuestamente filantrópica. Durante casi veinte años, este rey llevó a cabo una atrocidad de explotación de la riqueza mineral y agrícola del Congo, de manera genocida.

Este fue el período en que los vehículos comenzaron a usar neumáticos. Entonces, la goma era muy demandada en Europa. Y en el Congo había muchos árboles de caucho. Mediante un brutal sistema de trabajo forzado, se les daba a los nativos cuotas elevadas de caucho natural para extraerlo y exportarlo. A los que no cumplían con la cuota les cortaron manos. Muchos también fueron asesinados. En dieciocho años, asesinaron a hasta 13 millones de congoleños de esta manera aborrecible.

Se derramaron lágrimas de cocodrilo cuando se hizo público el alcance de las atrocidades de Leopoldo. El Gobierno belga luego tomó posesión de la tierra, convirtiéndola en una colonia del Estado belga.

Si bien se había terminado con gran parte de lo más despreciable de la época del reinado de sangre y carnicería de Leopoldo, el colonialismo aún estaba orientado hacia el desarrollo capitalista de Bélgica a expensas del pueblo congoleño. La inversión extranjera se vertió en el Congo para exprimir tantos súper beneficios como pudieran, con el Estado colonial asegurando que la mano de obra se mantuviera muy barata.

La industrialización en el Congo en este período no fue una industrialización para el Congo o su población. Más bien, estaba destinada en gran medida a exportar materias primas y productos agrícolas y minerales semiprocesados.

Pero también dio lugar a la clase trabajadora moderna en el país. En la década de 1930, sus huelgas masivas, y la ola de protestas populares anticoloniales que estas impulsaron y reforzaron, fue la primera señal para los colonizadores belgas de que las cosas no podían continuar como habían sido desde la década de 1880.

Lumumba

La lucha anticolonial continuó a toda máquina tras la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, una clase media nativa estaba tomando forma, y ésta —como ocurrió en todo el continente africano— sería la principal beneficiaria de la lucha contra el colonialismo; una lucha que había sido impulsada principalmente por la clase trabajadora.

Los colonizadores belgas salientes no se sentían cómodos con Patrice Lumumba, quien emergió como primer ministro en la independencia. No era un revolucionario, pero sus ideas nacionalistas congoleñas y panafricanistas fueron suficientes para enojar a los colonizadores salientes que esperaban seguir manteniendo su control económico directo y político indirecto del país. Algunos dirían que su destino estaba sellado cuando respondió al rey belga en la ceremonia de independencia congoleña, el 30 de junio de 1960.

En un momento insultante de echar sal en una herida abierta, el joven rey describió el papel de Bélgica en el Congo como una “misión civilizadora” y habló elocuentemente sobre el supuesto “genio” de su antepasado asesino, Leopoldo. La respuesta de Lumumba fue clara: “Ningún congoleño olvidará que la independencia se logró mediante la lucha, una lucha perseverante e inspirada que se llevó a cabo de día en día, una lucha en la que no nos intimidaron la privación ni el sufrimiento, y no se debilitó ni la fuerza ni la sangre”.

Apenas siete meses después, el 17 de enero de 1961, Lumumba fue asesinado. Este acto infame implicó la colaboración entre los estados belga y estadounidense y secciones de la clase dominante congoleña, como Joseph-Désiré Mobutu, Jefe de Estado Mayor de Lumumba, mientras las Naciones Unidas observaba.

Mobutu

Mobutu, quien más tarde cambió su nombre a Mobutu Sese Seko y se declaró a sí mismo Mariscal de Campo, gobernó el Congo, que rebautizó como Zaire, desde 1965 hasta 1997. Fue un gran ladrón, robando entre 4 mil y 15 mil millones de dólares del tesoro del país. Fue despiadadamente cruel, matando, deteniendo y reprimiendo a opositores. En todo esto, Estados Unidos lo apoyó.

Mobutu era anticomunista, sirvió como contrapeso a la influencia de la Rusia estalinista en África. También facilitó la explotación continua del país por parte de las corporaciones occidentales. Los gritos de Estados Unidos sobre derechos humanos y contra la corrupción son hipócritas. A ellos nunca les importa esto siempre y cuando la sección de la clase dominante nacional en el poder haga lo que ellos quieren, como hizo Mobutu. Pero con el colapso de la URSS en 1991, Estados Unidos ya no lo necesitaba tanto.

Más importante aún, la resistencia había estado gestándose en el país en varios frentes. A menudo, lo que escuchamos sobre estas brasas que alimentaron las llamas que consumieron la dictadura de Mobutu es simplemente el papel de los rebeldes armados liderados por Laurent Kabila, quien tomó el poder en mayo de 1997.

Sin embargo, la lucha masiva de la clase trabajadora encendió estas brasas a principios de la década de 1990 y las avivó durante años.

Huelgas masivas

Mientras Mobutu y sus compinches saqueaban el país, la vida de las personas trabajadoras se volvía insoportable a medida que la inflación se disparaba y el gobierno aplicaba políticas del FMI de medidas de austeridad en el país. A principios de la década de 1990, los salarios reales de las personas trabajadores habían caído a menos del 10% respecto a lo que eran en la independencia en 1960.

La primera de una serie de huelgas masivas fue llevada a cabo por algunas secciones de trabajadores de la administración estatal en 1990. Y esto duró seis meses. El gobierno finalmente cedió a pesar de las objeciones del FMI y les otorgó un aumento del 55% en los salarios.

Las olas de huelgas en la última década del reinado de Mobutu no se limitaron al sector público. Hubo una serie de huelgas en las minas; las minas de cobre quedaron especialmente afectadas. El sector del transporte fue otro lugar de importante resistencia de la clase trabajadora. En 1996, miles de personas trabajadoras del transporte cerraron el transporte por carretera y ferrocarril, así como los servicios portuarios marítimos y fluviales en el río Congo. Se declararon en huelga para detener la privatización del sector por parte de Mobutu.

Así como sucedió en la lucha por la independencia, la lucha de las personas trabajadoras inspiró y estimuló revueltas populares más amplias. Las manifestaciones estudiantiles tomaron más impulso. La sociedad civil encontró nuevamente su voz. Los cuerpos políticos de la oposición exigieron una apertura del espacio para el acceso político al Estado de otros organismos capitalistas. Incluso la Iglesia, especialmente la Iglesia Católica, que tiene un gran número de seguidores en el país, comenzó a hablar en contra de la situación en el país.

Este fue el contexto de descontento generalizado en el que surgió la guerra que derrocó a Mobutu del poder. Como informó el New York Times cuando Kabila asumió el poder en 1997, el Zaire de Mobutu “era como una casa que había sido comida por termitas. Los rebeldes llegaron y la derribaron de un empujón”.

Pero detrás de ese empujón de los rebeldes estaba la “Primera Guerra del Congo”, una guerra que también se ha llamado “Primera Guerra Mundial de África”.

Kabila

Soldados de al menos cinco países africanos lucharon junto a la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación de Kabila (ADFL). Fueron apoyados por al menos otros cinco países africanos y secretamente por Estados Unidos. Pero ninguno de ellos tenía en mente los intereses de la gente trabajadora congoleña y no les importaba su liberación. Se trataba de tener acceso a los recursos del Congo o de su importancia geoestratégica. En el lado de Mobutu, ejércitos de al menos otros dos países se unieron al ejército zaireño. También contaba con el apoyo de países como Francia, China e Israel, y contrató a mercenarios serbios.

No hay nada que confirme el hecho de que cualitativamente no hubo diferencia entre los dos lados para los trabajadores como el gobierno de Laurent Kabila. Fue tan corrupto como el de Mobutu, a quien derrocó, pero tuvo una duración más breve. Él fue asesinado a los cuatro años. Apenas un año después, comenzó la Segunda Guerra del Congo, que no terminó hasta 2003 y fue mucho más sangrienta que la Primera Guerra del Congo.

Mientras se estima que alrededor de 14.000 personas perdieron la vida en la Primera Guerra, que llevó al derrocamiento de Mobutu, 5,4 millones de personas murieron en la Segunda Guerra y sus secuelas. También atrajo a más fuerzas y nuevos actores, con países como la Libia de Gaddafi, Namibia y Zimbabwe uniéndose a las fuerzas que apoyaban al Estado congoleño, y la introducción de una amplia gama de milicias alineadas con Ruanda o Uganda en la contienda.

En cierto sentido, la Segunda Guerra del Congo nunca terminó, incluso tras su finalización. Se ha transformado en la locura de guerras no declaradas que se han cobrado casi un millón de vidas y han devastado las vidas de millones de personas trabajadoras. Ha suplantado el papel central de la movilización autoconsciente y organizada de la clase trabajadora —las “termitas” que socavaban el reinado de Mobutu antes de la Primera Guerra del Congo— con la odiosa iniciativa de matones armados de diversas índoles.

Pero en todo esto, la explotación continua de los vastos recursos en las entrañas de las tierras del Congo sigue sin disminuir. Milicias armadas en partes del país donde tienen influencia, y corporaciones internacionales en áreas donde el Estado tiene control, están saqueando estos recursos. Lo hacen por una migaja pagada por las corporaciones que obtienen miles de millones de dólares o mediante el trabajo forzado —principalmente pero no exclusivamente por las bandas armadas— de modo que hasta medio millón de personas trabajan en condiciones de esclavitud moderna.

La llamada comunidad internacional no ha ayudado. No ayudará. No ayudaron en la década de 1960; no ayudarán ahora.

Incluso misiones de paz como MONUSCO estuvieron involucradas en la explotación de personas en el Congo, incluida la explotación sexual, en lo que las Naciones Unidas mismas describieron como “sistemática” y “generalizada”.

Lecciones

En conclusión, ¿qué podemos aprender de lo anterior?

Primero, la sangre nunca se secó de las semillas genocidas de la colonización del Congo. Hay una trayectoria directa desde esta historia insidiosa que pasa por la línea del saqueo imperialista continuo y el extractivismo neocolonial. La República Democrática del Congo es un arquetipo que pone la situación africana en el relieve más agudo.

Según un informe de la OCDE del año pasado, África perdió 60 mil millones de dólares anualmente debido a flujos financieros ilícitos. La Universidad de Boston también muestra que los países africanos perdieron más de 2 billones de dólares por la fuga de capitales entre 1970 y 2018.

Pero es ilusorio ser antiimperialista sin ser anticapitalista. Es imposible detener este sangrado del Congo y África, en su conjunto, basado en relaciones capitalistas, que fomentan necesariamente la explotación de la mano de obra y la naturaleza para la maximización de las ganancias.

Segundo, no debemos tener fe en ninguna sección de la clase dominante.

Independientemente de su retórica política y de sus batallas entre ellos, todos buscan su propio interés. Y sus intereses egoístas de enriquecimiento a nuestra costa están alineados con la dinámica del imperialismo. De hecho, el imperialismo no es factible durante mucho tiempo sin la colaboración de la burguesía nacional.

Tercero, la inclinación por la lucha armada como camino para la lucha por la liberación, que muchos jóvenes revolucionarios en el continente aún romantizan, es un camino hacia la tumba de la revolución por varias razones. La más importante de ellas es que acaba desarmando a la clase trabajadora, al limitar el espacio para su movilización masiva en el terreno de la lucha política.

La emancipación de la clase trabajadora solo puede lograrse mediante la propia lucha organizada de la clase trabajadora, lucha a través de la cual aprende, crece y triunfa.

Nuestra crítica a la primacía de la lucha armada no es desde una perspectiva pacifista. Al contrario, la revolución debe defenderse. Las milicias de autodefensa tendrán que ser parte de los órganos revolucionarios y democráticos de la insurrección obrera. Los Comités Vecinales en la Revolución Sudanesa ofrecen una visión de esto y de cómo no llegaron lo suficientemente lejos en poder armarse.

Cuarto, las dos “Guerras Mundiales de África” en la RDC son otro ejemplo de cómo la situación en el Congo arroja una luz clara sobre las lecciones a extraer para la lucha revolucionaria en el continente, e incluso a nivel mundial. Se demuestra de nuevo que la revolución socialista solo puede triunfar como una revolución internacional. El camino hacia la emancipación de las personas trabajadoras en el Congo debe pasar por convulsiones revolucionarias en todo el continente, como parte de, e inspiración para, luchas masivas anticapitalistas a nivel global.


Baba Aye es un militante destacado de la Socialist Workers League (SWL, Liga de Trabajadores Socialistas), la organización hermana de Marx21 en Nigeria, y co-coordinador de la Coalición por la Revolución (CORE), una alianza de fuerzas de izquierda.