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Marx21

Hace poco pudimos leer que el 54% de los hombres de entre 16 y 24 años en Catalunya estaba de acuerdo o muy de acuerdo con la afirmación de que el feminismo “ha ido demasiado lejos”.

Incluso un 32% de las mujeres de esa misma franja de edad compartía la misma opinión.

Estos datos provienen de una encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya; la popularidad de “youtubers” machistas y de ideas de extrema derecha entre una creciente franja de la juventud da a suponer que las cifras no serían mejores en otras partes del Estado español.

Debe quedar claro que tenemos un problema. No solo por las actitudes expresadas, sino porque la realidad demuestra que, lejos de haber ido “demasiado lejos”, a pesar de las décadas de lucha por los derechos de las mujeres, aún existe una enorme desigualdad de género. Y esta realidad de discriminación material pesa mucho más en nuestras vidas que las ideas retrógradas de un sector de jóvenes.

Una opresión muy real

Dicho esto, las ideas también importan; si queremos fortalecer la lucha por la liberación de las mujeres, tenemos que saber convencer a más personas, y especialmente a mujeres y hombres jóvenes, de la necesidad de esta lucha.

Empecemos por repasar unos datos.

Según el Instituto Nacional de Estadística: “En 2021, el salario anual más frecuente entre las mujeres (14.481,6 euros) representa el 74,3% del salario más frecuente entre los hombres (19.487,6 euros).” Es decir, por cada cuatro euros que cobraba un hombre, una mujer solo cobraba tres. Hay diferentes maneras de medir la brecha salarial, pero todas muestran una desigualdad importante. Una reciente publicación del World Economic Forum —el club de millonarios que se reúne anualmente en Davos, por tanto, en absoluto un grupo antisistema— comentó que, al ritmo actual, se tardarían 131 años en llegar a la paridad de género en salarios.

Por otro lado, las mujeres se dedican más que los hombres a los cuidados, y esto condiciona su vida laboral. El 94% de las personas que trabajan a tiempo parcial para poder cuidar de criaturas, mayores o dependientes, son mujeres.

También consta una fuerte desigualdad en cuestiones como la vivienda, educación, salud… aunque aquí es más difícil cuantificar la discriminación en cifras. Por otro lado, los avances conseguidos en el derecho de decidir de las mujeres sobre sus propios cuerpos están siendo amenazados cada vez más, como en EEUU.

Un ámbito donde se ha conseguido crear cierta concienciación es en el de la violencia de género. En 2023, se produjeron 55 asesinatos machistas en el Estado español (recordemos que antes de 2003, ni siquiera había estadísticas oficiales de estos asesinatos). Pero esta cifra es solo la punta de un terrible iceberg.

La primera Encuesta Europea de Violencia de Género en el Estado español, realizada en 2022, reveló que a más de 4,8 millones de mujeres su pareja o expareja las había humillado, pegado, violado o amenazado. Estas constituían el 28,7% de las que habían tenido una relación.

¿Qué hacer?

Se podría continuar detallando más aspectos de la opresión de las mujeres, pero lo dicho basta para demostrar (a quien quiera verla) que esta opresión es muy real, y no es para nada un invento de la “ideología de género” o de alguna “teoría postmoderna”. La cuestión es cómo combatirla, cómo superarla.

Es innegable que ha habido avances en las últimas décadas; de ahí la rabia de los sectores más retrógradas. Pero los hechos confirman que queda mucho por hacer. Y esperar 131 años más —y eso si no hay más retrocesos como los que ya estamos viendo— para llegar a la igualdad no es una opción.

Una de las quejas típicas de los hombres jóvenes es contra lo “políticamente correcto”: “ya no puedes contar un chiste”. De hecho, es positivo que se pongan límites al humor basado en humillar o insultar a un grupo oprimido, ya sean las mujeres, las personas LGTBI+ o las personas racializadas.

El problema es otro. Es que muchas instituciones —desde ayuntamientos, pasando por gobiernos estatales, hasta la Unión Europea y o la ONU— han adoptado el discurso “feminista” —“políticamente correcto”— a la vez que aplican políticas y gestionan un sistema que discrimina a las mujeres, que es racista, y que explota a la clase trabajadora en su conjunto.

El sistema responsable de decenas de miles de muertos en el Mediterráneo, incluyendo la masacre en Melilla en junio de 2022, no liberará a las mujeres. El gobierno español que se plantea aumentar el gasto en armas al 2% del PIB puede decir lo que quiera, pero está desviando recursos de los servicios sociales que hacen falta si queremos reducir la carga de cuidados de las mujeres.

Un sistema basado en la explotación de la gran mayoría de la población, la clase trabajadora, no puede traer la liberación de las mujeres, la mitad de esta clase.

Lucha desde abajo

Las mejoras legales son positivas, por supuesto, pero la liberación no vendrá dentro de este sistema. Es más, las luchas que hacen falta para conseguir cambios más fundamentales no irán de la mano del propio sistema y sus gestores, sino tendrán que ir contra ellos.

Todos los avances importantes vienen gracias a las movilizaciones masivas, como hemos visto especialmente con los logros de los movimientos de mujeres en Argentina.

Y tales luchas amplias dependen de entender que combatir la opresión de las mujeres no es cosa solo de unos colectivos específicos, ni siquiera solo de las mujeres. (Dejemos aparte aquí el problema de esa minoría del movimiento feminista que se otorga de derecho de decidir cuáles mujeres pueden formar parte de su movimiento y cuáles no.)

Así que este 8 de marzo —y el resto del año— debemos ser conscientes de que la opresión de las mujeres nos perjudica a toda la clase trabajadora. La brecha salarial es un robo directamente a las mujeres trabajadoras, pero supone que la patronal paga menos por nuestro trabajo, colectivamente; nos roba aún más. Los ataques a los servicios sociales dañan especialmente a las mujeres, pero nos afectan colectivamente como clase.

La opresión de las mujeres no se superará principalmente mediante talleres en los que reflexionemos sobre nuestras actitudes, ni con ninguna estrategia basada en una minoría. Urge impulsar las luchas amplias, en este y en otros ámbitos. Si lo hacemos bien, lograremos hacer ver a una buena parte de esas personas jóvenes que hasta ahora se han tragado las mentiras del sistema, que la opresión de las mujeres es muy real y, además —de forma más o menos directa— que les perjudica a ellas también.

 


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