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Ewout van den Berg

Geert Wilders y su Partido de la Libertad (PVV) ganaron las elecciones holandesas en noviembre.

En un parlamento de 150 escaños, obtuvo 37. El partido de fusión GroenLinks/PvdA (Verde-Laborista), quedó en segundo lugar con 25 escaños, mientras que el partido conservador gobernante VVD obtuvo 24 escaños.

Hace un par de años el partido de Wilders parecía irrelevante. El PVV estaba destinado a ocupar un lugar en la oposición y un nuevo partido neofascista, el Foro para la Democracia (FvD), parecía ocupar su lugar a partir de 2017.

El FvD incluso ganó las elecciones al Senado en 2019. Ahora todo esto ha cambiado. ¿Por qué?

El PVV siempre ha girado en torno a su líder, Wilders, que además era el único miembro del partido. El FvD intentó establecer un movimiento partidista. La dirección del FvD claramente sigue una tradición fascista, pero su base más amplia de miembros aún no estaba lista para construir un partido abiertamente antisemita basado en el “racismo científico”. Tras su victoria electoral en 2019, el partido sufrió una serie de crisis internas.

El verano pasado, se colapsó el cuarto gobierno encabezado por el ex líder del VVD, Mark Rutte. El conservador VVD presionó a sus socios de coalición para que hicieran cada vez más concesiones en materia de refugiados, limitando incluso el derecho de las y los niños que escapan de la guerra a encontrar refugio en los Países Bajos.

Al hacer colapsar al gobierno en este punto, el VVD pretendía hacer de la migración el tema principal de las elecciones y pretendía formar el próximo gobierno con la extrema derecha.

Esto quedó en evidencia un mes después, cuando el VVD rompió su compromiso de no formar gobierno con Wilders. De esta forma, legitimaron al político racista que en 2017 fue condenado por incitación al odio por su llamamiento a la limpieza étnica del pueblo marroquí-holandés.

De repente, Wilders tuvo la oportunidad de gobernar y sus partidarios se sintieron envalentonados.

Wilders aún obtuvo más popularidad gracias a los medios de comunicación, que lo retrataron como moderado. Su supuesto abandono de la exigencia explícita de “desislamización” fue un ejemplo de ello.

Pero en su programa electoral, titulado “primero los holandeses, de nuevo”, Wilders todavía pedía la eliminación de “las escuelas islámicas, las mezquitas y el Corán”.

Al mismo tiempo, el racismo de Wilders hacia las personas musulmanas o refugiadas se volvió cada vez más generalizado. La mayoría de los partidos de derecha han adoptado la misma agenda.

El primer ministro Rutte, que ahora aspira a convertirse en el líder de los belicistas de la OTAN, negoció un acuerdo con Túnez, junto a la primera ministra italiana fascista, Giorgia Meloni. El acuerdo hace posible que los Estados europeos deporten a algunos refugiados al norte de África.

Mientras tanto, Los Verdes y el PvdA participaron en las elecciones con una lista conjunta. Esperaban contrarrestar su respectivo declive electoral uniendo fuerzas.

Esto funcionó, pero solo en base a girar aún más hacia la derecha. El líder de la alianza Frans Timmermans, por ejemplo, comparó la resistencia de Hamás contra la ocupación israelí con un “culto a la muerte”, contrastándola con la “cultura de la vida” occidental.

Las demás iniciativas de izquierda sufrieron graves pérdidas.

En las próximas semanas y probablemente meses, el conservador PVV necesita ver si puede formar gobierno.

Su prominencia atraerá la atención sobre sus otros candidatos racistas, además de Wilders. Formar un gobierno llevará mucho tiempo, porque ahora todos los partidos deben dar la impresión de que se oponen a gobernar con Wilders. Pero todo podría acabar en un gobierno liderado por Wilders.

Para la clase dominante holandesa, el gobierno de Meloni sirve como un ejemplo tranquilizador.

La izquierda se encuentra en una posición difícil, pero ahora hay oportunidades para unir diferentes movimientos sociales contra la extrema derecha. En diferentes ciudades miles de personas salieron a las calles en los días posteriores a las elecciones. Las redes de base en los sindicatos son relativamente débiles, pero los movimientos en torno a la justicia climática y Palestina ofrecen la confianza de que la izquierda es capaz de movilizar a mucha gente.


El autor milita en nuestro grupo hermano en Países Bajos.