Xoán Vázquez
Cuando en 1843, en el Cuento de Navidad de Dickens, el egoísta y avaro Scrooge define a la perfección las navidades como una época de pagar facturas sin tener dinero, no se podía imaginar que 170 años más tarde un elemento mucho más diabólico que el despilfarro proyectaría su sombra sobre las comidas y cenas navideñas.
Sí, lo habéis adivinado, me estoy refiriendo al “cuñao”.
Durante más de 30 años de belenes y rastrillos de caridad, dos rituales pesaban como una losa sobre las celebraciones navideñas: El primero tenía lugar en nochebuena, y consistía en acudir a la Misa del Gallo mientras en nuestro estómago el pollo de corral confraternizaba con las almendras garrapiñadas. El otro, después de la comida de Navidad, consistía en ver el film “La gran familia” en el que Pepe Isbert perdía a Chencho en el mercado de belenes de la Plaza Mayor. Como además existía una especie de acuerdo tácito de no hablar ni de política, ni de religión ni de fútbol, el interés de los comensales se centraba en la suegra y en el tío soltero, que —como seguía sin decidirse a salir del armario— la verdad no daban mucho juego.
La fundación de Ciudadanos en 2006 y de UPyD en 2007 nos permitió asistir a la aparición de los primeros brotes de “cuñadismo”.
Hubo que esperar a 2013 para que hiciera su aparición en las cenas navideñas la figura del “cuñao”, ese personaje capaz de opinar sobre cualquier tema y al que le gusta compartir sus pensamientos, aunque no sepa de qué está hablando. Vamos, el listillo o el “enterao” de toda la vida.
Tres años más tarde FUNDÉU, entidad que tiene como objetivo impulsar el buen uso del castellano en los medios de comunicación, daba por normalizado el “cuñadismo” que salía así del estrecho ámbito de las comidas navideñas para campar a sus anchas por cenas de empresa, partidos políticos o tertulias televisivas.
El escritor Eduardo Mendoza describe a la perfección el “cuñao” español: un perfecto memo, experto en la Universidad de la vida, entrenado en cuerpo y alma en el banquillo televisivo del fútbol e ilustrado como un calendario de taller.
Incorporación de nuevas figuras
Del mismo modo que la tradición belenista lleva aparejada la inclusión, cada año, de nuevas figuritas en el Belén, las celebraciones navideñas este año pueden verse amenizadas por la incorporación de alguno/a de los/as 1.186 youtubers, 9.100 influencers o 16,63 millones de TikTokers que están arrasando el, ya frágil, legado cultural de este país.
Porque si nos atenemos a las categorías de contenidos más populares —bromas, bailes, belleza, moda, recetas…— los y las influencers y tiktokers no dejan de ser, salvo honrosas excepciones, la versión joven y postmoderna del “cuñao”.
Lo bueno es que la incorporación de estas figuras a las comidas y cenas navideñas coincide con una avalancha de temas donde escoger y en los que el “cuñadismo” rancio o moderno puede lucirse.
Aparte de temas que se arrastran desde 2020, como todo lo relacionado con el género, la COVID y las vacunas, tenemos el tema estrella de la amnistía con todos sus accesorios: las muñecas hinchables de Ferraz, el gusto por la fruta de Ayuso, “la dictadura” del Gobierno más progresista de la historia o la fascinación de las figuras de la movida madrileña por ser admitidos en la corte de Génova.
Pero, con un poco de suerte, el “cuñao” llegará exhausto a la cena de nochebuena después de haber brillado en todo su esplendor en la cena de empresa, el hábitat natural del “cuñadismo”.