Marx21
La web de la Unión Europea declara que busca “promover la paz y la seguridad y respetar los derechos y libertades fundamentales”.
Como siempre, hay letra pequeña… o no tan pequeña. El Tratado de la UE declara: “La Unión ofrecerá a sus ciudadanos un espacio de libertad, seguridad y justicia sin fronteras interiores, en el que esté garantizada la libre circulación de personas conjuntamente con medidas adecuadas en materia de control de las fronteras exteriores, asilo, inmigración…”
Es decir, la supuesta libertad interna (siempre muy limitada) se combina con fuertes controles exteriores.
El efecto de estos controles queda brutalmente claro en los informes del Missing Migrants Project (Proyecto sobre Migrantes que Faltan). Tienen datos de 28.216 personas que han desaparecido intentando cruzar el Mediterráneo desde 2014. A esta cifra, que sabemos que es incompleta, se deben sumar los centenares o miles de muertes en el mar intentando llegar a las Canarias, así como las personas que mueren intentando cruzar el desierto de Sahara.
Todos estos viajes peligrosos y las muertes que provocan, son fruto de los controles de fronteras de la UE. Sin estos duros controles —de vallas, visados, leyes discriminatorias— el viaje sería infinitamente más seguro y más barato simplemente comprando un billete de avión.
¿Cómo debería una izquierda consecuente responder ante esta situación?
¿Respaldar los controles?
Escandalosamente, hay sectores que se definen como de izquierdas que respaldan los controles de fronteras.
Un ejemplo destacado es Sahra Wagenknecht, antigua dirigente de Die Linke, el partido de la izquierda reformista de Alemania. Está a punto de lanzar un nuevo partido que mantiene que “para estar en contacto con sus bases obreras”, debe sumarse a la “mano dura” frente a la migración.
En realidad, con esto, se suma al racismo impulsado por el Estado y los medios, que se utiliza para distraer a la gente trabajadora del origen real de los males sociales y económicos.
Y recordemos que la clase trabajadora de verdad nunca ha consistido únicamente en hombres blancos (y heterosexuales, etc.) de mediana edad que trabajan en fábricas, sino que siempre ha sido diversa; hoy día, aún más. Por tanto, no puede haber unidad de clase sin un combate firme contra el racismo y toda forma de opresión.
Evidentemente, hay ejemplos del mismo fenómeno en el Estado español que no vamos a dignificar nombrándolos.
Por otro lado, los hay que critican las leyes actuales de migración y extranjería, pero abogan por controles “no racistas”.
Por supuesto, esta actitud es mejor que la visión “rojiparda” comentada antes. Aun así, cae en la misma trampa. En un mundo en que el capital y las personas ricas pueden viajar libremente, aceptan el principio de que el Estado capitalista (o un grupo de tales Estados como es la UE) debe poder limitar el derecho de movimiento de las personas pobres y trabajadoras.
Durante gran parte de la historia de la humanidad, no existieron fronteras. Los controles de migración, como los conocemos ahora, empezaron hace poco más de un siglo. No son en absoluto naturales; son producto del capitalismo, y reflejan los intereses de las diversas clases dirigentes nacionales.
Sirven para controlar la llegada de mano de obra, y para que ciertos grupos de personas trabajadoras sean más vulnerables a la súper explotación. También tienen una importante función ideológica, la de fomentar el racismo siguiendo el principio de “divide y vencerás”.
¿Movimiento libre?
Cualquier izquierda consecuente debería defender el principio del derecho de movimiento de las personas, por tanto, debe rechazar los controles de fronteras.
Hay quienes argumentan que las fronteras y los controles son un elemento esencial para la existencia de las naciones, o en el caso de Catalunya para el derecho de autodeterminación. Esto es falso.
Hay muchas “fronteras” administrativas que no requieren control de movimiento en absoluto. Ejemplos van desde las líneas entre ciudades (en la edad mediana, había controles de aduanas en la entrada de algunas ciudades); entre comunidades autónomas; y en teoría entre los Estados europeos firmantes del acuerdo de Schengen. Ni Francia, ni Alemania, ni Luxemburgo han desparecido por la ausencia de controles de pasaporte al cruzar de un país a otro.
Y no olvidemos que cuando cinco millones de personas tuvieron que huir de Ucrania para escapar de la guerra en su país (en realidad el conflicto en su territorio entre Rusia y la OTAN, pero eso es otro debate), no se le ocurrió a ningún Estado europeo poner límites a la llegada de gente refugiada. En ese caso, correctamente, se esforzaron en intentar dar una acogida digna a las personas refugiadas.
El hecho de negar el mismo trato a personas migradas o refugiadas (a menudo la distinción es falsa) de otras procedencias simplemente refleja el racismo. El caso más flagrante fue Polonia, cuyo gobierno ultra de entonces dio una bienvenida correcta a personas blancas en la frontera de Ucrania, pero a la misma vez rechazó y rechaza con brutalidad a las personas provenientes del sur global que intentan cruzar la frontera desde Bielorrusia, provocando así muchas muertes y un enorme sufrimiento.
El capitalismo asesina
A pesar de ejemplos como el de Ucrania, es muy improbable que un Estado capitalista actual acepte el derecho de libertad de movimiento… insistimos, de personas pobres y trabajadoras; no ponen pegas al movimiento de los ricos.
Pero para una izquierda consecuente —a diferencia de una “izquierda” que solo aspira a gestionar el sistema capitalista existente— esto debe ser un motivo más para combatir el capitalismo, no para aceptar los controles de migración.
Sin embargo, dada la fuerza de la ideología dominante, el rechazo a todo control de migración será minoritario, incluso entre la izquierda y los movimientos antirracistas. Así que la izquierda radical debe encontrar la manera de colaborar con fuerzas más diversas, en luchas amplias, contra las leyes racistas actuales, a la vez que explica su propia visión.
Eso es lo que las personas que formamos Marx21 intentamos hacer, combinando nuestra colaboración en la construcción de movimientos unitarios contra el racismo y la extrema derecha, con el hecho de presentar ideas propias que van más allá, tanto en asambleas del movimiento como en nuestras charlas y publicaciones.
Imágenes de una protesta en Melilla contra la masacre en la valla: