Se cumple medio siglo del golpe de Estado que acabó con el gobierno de izquierdas de Salvador Allende. Sophie Squire recuerda la masacre posterior y comenta que la izquierda hoy tiene mucho que aprender de la tragedia.
El 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet encabezó un sangriento golpe de Estado para derrocar al Gobierno de la Unidad Popular (UP) de Salvador Allende en Chile, matando a miles de personas en el proceso. El golpe respaldado por Estados Unidos comenzó con aviones de la fuerza aérea bombardeando el palacio presidencial. Allende ordenó a sus aliados que se rindieran, pero se quedó en palacio y, en lugar de rendirse, se suicidó.
Después de la toma de poder, decenas de miles de personas de la derecha condujeron a miles de aquellas personas a quienes consideraba enemigas políticas al Estadio Nacional Julio Martínez Pradanos, el principal estadio de fútbol del país. Allí los militares interrogaron, torturaron y en ocasiones ejecutaron a sus oponentes.
Leila Pérez era apenas una adolescente cuando la llevaron al estadio y la utilizaron para ayudar a los servicios de seguridad de Pinochet a perfeccionar sus métodos de tortura. Años más tarde dijo: “Entré al estadio cuando tenía 16 años y cuando salí sentí que tenía 60 años. Cuando me estaban torturando, entré en mi propio mundo, era como si me estuviera menospreciando a mí misma, como si no me estuviera pasando a mí. Fue brutal”.
El nuevo régimen arrestó o “desapareció” a miles de activistas, docentes, abogados, sindicalistas y estudiantes de izquierda. Pinochet desató un régimen de terror y crueldad diseñado para intimidar a sus oponentes y aplastar a las y los socialistas. Su reinado duró 17 años y marcó el comienzo de duras políticas neoliberales, una forma de capitalismo para los desafíos a los que se enfrentaron los patrones en los años 1970.
Pinochet nunca fue llevado ante la justicia por sus crímenes y estuvo protegido por el establishment político de Chile y las clases dominantes de Gran Bretaña y Estados Unidos. Dos documentos recientemente desclasificados mostraron que Estados Unidos y el presidente Richard Nixon sabían exactamente qué tipo de horror estaba a punto de desarrollarse en 1973.
En la sesión informativa que recibió al presidente el 11 de septiembre de 1973, la mañana del golpe, el informe diario que Nixon recibía desde el Estado secreto estadounidense le decía que los oficiales militares chilenos estaban “decididos a restaurar el orden político y económico”. Allende creía en ayudar a los pobres y quería cambiar Chile. Por tanto, era una amenaza para la derecha.
Pero para sus ojos su verdadero crimen fue que no se podía confiar en él para quebrar el poder de las y los trabajadores insurgentes. Allende podía oponerse de palabra a la extrema izquierda y a las iniciativas de los trabajadores independientes, pero la derecha quería porras, ametralladoras, cámaras de tortura y campos de prisioneros.
Huelgas
Allende subió gracias a la radicalización de la clase trabajadora. En 1970 ganó las elecciones a la presidencia después de obtener un 36 por ciento de los votos a favor de la UP, una alianza de su propio Partido Socialista, el Partido Comunista y otros partidos de izquierda más pequeños. La lucha obrera iba en aumento y la gente corriente estaba cansada de los partidos políticos que hacían numerosas promesas y luego las incumplían.
En 1970, las y los trabajadores iniciaron 5.295 huelgas y exigieron un cambio a Allende. Querían que la UP y Allende nacionalizaran los bancos, las corporaciones mineras clave y las grandes propiedades, propiedad de los ricos. Y durante un año las cosas le fueron bien a Allende. Su gobierno nacionalizó 90 fábricas e intervino 1.000 propiedades.
El desempleo cayó, las y los trabajadores manuales vieron un aumento salarial del 38 por ciento y las y los trabajadores administrativos un aumento del 120 por ciento. Pero vendría una prueba más dura. Los generales, los agricultores superricos y el aparato estatal vieron que el gobierno de Allende estaba alentando a las personas pobres y a las trabajadoras a organizarse.
En 1971, la derecha volvió a la ofensiva y miles de personas de clase media protestaron por la escasez. En 1972, los propietarios de camiones organizaron un paro patronal con el objetivo de cerrar el país y provocar el caos económico. Pero las y los trabajadores se organizaron para distribuir bienes de todos modos y rechazaron a los patrones.
Estos años se convertirían una vez más en un punto culminante de la lucha de clases, en la que todos, desde las personas trabajadoras del transporte hasta las de las minas, organizaron grandes huelgas y las del campo organizaron ocupaciones de tierras. Las y los trabajadores crearon “Cordones Industriales”, comités de coordinación que vincularon la lucha en diferentes fábricas y lugares de trabajo.
Mario Nain, un joven activista en Chile en ese momento, escribió más tarde en el Socialist Worker: “Los Cordones sentaron las bases de una democracia obrera. Pero el movimiento incluyó a todas las personas oprimidas. En el campo, los comités campesinos comenzaron a apoderarse de las tierras. En las ciudades, jóvenes rebeldes pintaron las paredes para anunciar el amanecer de un nuevo mundo o la proximidad de la reacción, generalmente mediante la forma de los cuatro jinetes del apocalipsis.”
“Este movimiento tocó a los más oprimidos de nuestra sociedad, las y los indígenas mapuches. Las personas mapuches, que sufrieron siglos de sometimiento y racismo, comenzaron a exigir sus derechos socioculturales como pueblo distintivo dentro de la sociedad chilena. Durante la acción de las y los camioneros, asistí a una reunión importante en el barrio de chabolas donde crecí.”
“Organizamos una asamblea general en mi barrio y formamos un comité para expropiar los alimentos de los supermercados. También formamos un comité de autodefensa y un comité de educación y salud. Las personas trabajadoras tomaron camiones, irrumpieron en supermercados cerrados por los patrones y expulsaron a los propietarios de fábricas que intentaron detener la producción.”
Apaciguar
Este era el poder que podía vencer a Estados Unidos, a los patrones y a los generales. Pero en lugar de ayudar a desarrollar la lucha obrera, Allende intentó apaciguar a la derecha. En 1970 había llegado a un acuerdo con la derecha para llegar a la presidencia. Firmó el acuerdo del “Estatuto de Garantías Constitucionales” que decía que la UP no interferiría con el Estado, incluidos el ejército y la iglesia.
Todavía hay quienes creen que Allende fue “demasiado lejos y demasiado rápido”, haciendo que el golpe de alguna manera fuera inevitable. Ésta era la opinión del Partido Laborista y del Partido Comunista en Gran Bretaña en ese momento y desde entonces. En cambio, las verdaderas limitaciones de Allende residían en el reformismo y la creencia de que el socialismo se puede lograr utilizando el parlamento y el Estado.
A pesar de un intento de golpe militar en julio de 1973, quienes formaban parte de la UP todavía creían que se podía ganar a las fuerzas armadas. El secretario general del Partido Comunista, Luis Corvalán, dijo poco después de ese fallido golpe: “Seguimos apoyando absolutamente el carácter profesional de las instituciones armadas. Sus enemigos no están en las filas del pueblo sino en el campo reaccionario”.
Esta suposición iba a ser mortal ya que fueron los generales, la policía y los espías los que conspiraron para derrocar a Allende y a su gobierno. Si bien contaba con cierto apoyo en el parlamento, Allende no podía competir con quienes ostentaban el poder real en la sociedad: los patrones y los sectores del Estado que los respaldaban.
Y en lugar de recurrir a la fuerza de la sociedad que podría haber defendido a su gobierno, intentó quebrar la lucha de las y los trabajadores. Rogó a las y los trabajadores y a la izquierda revolucionaria que mostraran moderación y pidió “el fin de las confiscaciones ilegales de tierras y propiedades”. Al final esta táctica no apaciguó a los patrones ni a los generales. Más bien, significó que Allende había firmado su propia sentencia de muerte.
Obstáculos
Es importante que los y las socialistas nunca olvidemos el horror de lo que siguió al golpe de Pinochet, ni debemos olvidar cómo lo apoyaron las clases dominantes internacionales. En todo el mundo, los líderes parlamentarios de izquierda que quieren transformar el sistema desde arriba se enfrentan a los mismos obstáculos que Allende.
En 2021, el expresidente de Perú y autoproclamado socialista Pedro Castillo realizó una campaña con el lema “No más pobres en un país rico”. Prometió una renacionalización de parte de la industria minera y reescribir la constitución para que fuese una “constitución del pueblo”.
Castillo venció por poco a una candidata de la derecha, Keiko Fujimori, para convertirse en presidente. Pero menos de dos años después, Castillo se vio obligado a huir de Perú y a exiliarse en México después de ser derrocado por los partidos de derecha y las grandes empresas. Se había quedado aislado y paralizado por las limitaciones que le imponía la democracia burguesa, y en lugar de ponerse del lado del movimiento obrero, trató de apaciguar a la derecha.
Es una historia que hemos visto antes, desde Syriza en Grecia hasta Podemos en el Estado español. Los izquierdistas como Jeremy Corbyn en Gran Bretaña y Bernie Sanders en Estados Unidos obtuvieron un amplio apoyo de las y los trabajadores, pero se vieron frenados por su aceptación de las limitaciones de las estrategias de sus propios partidos. El socialismo no lo impondrán los políticos desde arriba, por muy bien intencionados que sean. Solo llegará a través de una revolución obrera que aplaste al Estado capitalista.
Cronología: crónica de un golpe de Estado anunciado
1964
El candidato demócrata cristiano Eduardo Frei vence a Salvador Allende en las elecciones con promesas de “una revolución en libertad”.
1964-9
El gobierno de Frei cede ante los ricos chilenos e incumple sus promesas de dar tierras a los campesinos y aliviar su pobreza.
Una ola de huelgas, protestas, ocupaciones de fábricas y confiscaciones de tierras por parte de los pobres en protesta contra el gobierno de Frei.
1969
Hay 148 ocupaciones de tierras y 1.939 huelgas que involucran a más de 230.000 trabajadores y trabajadoras. En 1970 hay 5.295 huelgas que involucran a 316.280 personas trabajadoras.
1970
Salvador Allende es elegido presidente después de obtener el 36 por ciento de los votos y encabeza un gobierno de coalición popular que incluye al Partido Socialista y al Partido Comunista. La gente pobre y oprimida celebra en todo Chile y en todo el mundo.
En septiembre, el presidente estadounidense Richard Nixon le dice al jefe de la CIA que quiere un golpe de estado en Chile. Un mes después, el subdirector de la CIA, Thomas Karamessines, transmitió una orden a la CIA en Santiago: “Es una política firme y continua que Allende sea derrocado mediante un golpe de estado”.
1971
El gobierno de Allende nacionaliza las minas de cobre. Las multinacionales estadounidenses responden iniciando un boicot económico. En abril, la Unidad Popular obtiene más de la mitad de los votos en las elecciones locales: un aumento del 14 por ciento.
1972 abril-julio
Las y los trabajadores industriales del “cordón industrial”, el cinturón industrial alrededor de Santiago, comenzaron a convertir las huelgas en ocupaciones y protestas políticas.
Se unieron a las y los trabajadores agrícolas, bloquearon carreteras y celebraron asambleas dentro y fuera de las fábricas. El Cordón emitió una declaración pidiendo el control de la producción por parte de las y los trabajadores y una Asamblea Popular para reemplazar al parlamento.
1972 octubre
La derecha pasa a la ofensiva. Los patrones, incluidos los propietarios de camiones, organizan acciones para intentar derrocar al gobierno.
Las y los trabajadores responden confiscando camiones, irrumpiendo en supermercados cerrados por los patrones y expulsando a los propietarios de fábricas que intentaron detener la producción. Las y los trabajadores establecieron “cordones”, comités de coordinación que se unieron.
Allende aprobó una ley que otorgaba poderes adicionales al ejército e invitaba a altos funcionarios militares a su gobierno.
1973 junio
Intento de golpe de Estado por parte de la derecha. Fracasa, sofocado por soldados leales al gobierno. Enorme movilización de trabajadores y trabajadoras en respuesta. Un ministro del gobierno les dice que se vayan a casa. Allende insta a la calma y subraya su “plena confianza en que las fuerzas leales normalizarán la situación”.
1973 julio
Segunda acción de los propietarios de camiones. Allende depende del ejército más que de las y los trabajadores. Pero las y los trabajadores salen a las calles y siguen formando cordones.
1973 agosto
Allende da la bienvenida al gabinete a los tres líderes de las fuerzas armadas, incluido el general Pinochet, quien un mes después organizaría el golpe.
1973 11 de septiembre
La derecha chilena organiza un golpe exitoso, con la ayuda de Henry Kissinger y el Gobierno de Estados Unidos. Obtiene más de la mitad de los votos en las elecciones locales: un aumento del 14 por ciento.
Este artículo apareció en Socialist Worker, nuestra publicación hermana en Gran Bretaña
Lectura sobre el golpe en Chile:
El golpe de Pinochet en Chile: El otro 11S
1973: Un brutal golpe de Estado triunfó en Chile mientras la izquierda retrocedía
Lecciones pasadas siguen siendo vitales en la lucha actual en Chile
Carta enviada de la Coordinadora de Cordones a Salvador Allende