ES CA

Xoán Vázquez

Han pasado 128 años desde el primer partido de fútbol femenino que tuvo lugar en Londres un 23 de marzo de 1895, ante 10.000 espectadores y espectadoras.

Según la FIFA, en 2019 alrededor de 13,36 millones de niñas y mujeres jugaban al fútbol de forma organizada en sus federaciones. Las cifras corresponden a una encuesta en la que participaron 198 de las 211 federaciones miembro de la FIFA, que indica que Estados Unidos es el país con más jugadoras registradas, 1.720.000; seguido de Canadá, 290.087; Gran Bretaña, 200.967; Alemania, 197.575 y Suecia, 196.907.

Según datos de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) el Estado español cuenta ahora mismo con 84.658 jugadoras registradas —de ellas, 19.131 tienen 20 años o menos— y es la tercera federación de la UEFA en número de entrenadoras, 1.991.

En 2013 el Comité de los Derechos del Niño de la ONU señalaba que las niñas pueden ver reducidas sus oportunidades de disfrutar de actividades como el fútbol debido a los estereotipos culturales y de género que establecen una diferenciación entre los juegos considerados femeninos y masculinos.

El informe del Comité daba una serie de recomendaciones que parecen haber caído en saco roto. Así en Gran Bretaña las cifras de la Asociación de Fútbol publicadas hace un año mostraron que el 72 por ciento de las niñas juegan tanto fútbol como los niños en la escuela primaria. Pero esa cifra cae al 44 por ciento en la escuela secundaria, y solo el 40 por ciento de las escuelas secundarias ofrecen a las niñas el mismo acceso al fútbol a través de clubes extraescolares que a los niños.

Más de un millón de niñas que se consideraban deportistas en la escuela primaria pierden el interés por la actividad física en la adolescencia. Y es que las niñas deben enfrentarse a dificultades socio-culturales como los prejuicios de las familias y las burlas de sus compañeros varones. La realidad es que desde que las mujeres comenzaron a practicar el fútbol se consideró que no era un deporte apto para ellas.

Hubo un tiempo en que gran parte de los medios de comunicación y la mayoría de los políticos trataban el deporte femenino en general como algo extraño. Uno de los primeros partidos celebrados en el Estado español se jugó en agosto de 1923 entre dos equipos de extranjeras a beneficio de la cooperativa de periodistas de Barcelona.

Los comentarios recogidos en la prensa deportiva eran contundentes al afirmar que ya “está sobradamente discutido que el fútbol no entra, ni mucho menos, en la lista de los deportes que puede practicar la mujer porque se necesita para practicarse un vigor que la mujer no posee… ni poseerá jamás”.

Otros iban un poco más lejos. Un articulista de la revista La Reclam afirmaba que “el fútbol, como ciertos espectáculos, son solo para hombres. La fuerza, el valor, la destreza, nos las hemos reservado en el reparto. Y a la mujer le hemos dejado el sentimiento, la delicadeza, la belleza y la gracia”. El artículo terminaba con la siguiente afirmación: “Las señoritas futbolistas fracasarán. Es decir, las haremos fracasar los hombres”.

Al Estado español venían a jugar equipos de mujeres, pero el encuentro era tratado como si se tratase de un espectáculo circense. De hecho, en los años 30 se pusieron de moda los partidos de fútbol que disputaban las artistas de los teatros de variedades.

El fútbol practicado por mujeres ya es un negocio

El Mundial celebrado en Nueva Zelanda y Australia ha generado unos 283 millones de euros a partir de 20 patrocinadores principales.

El encuentro de apertura de la Copa Mundial Femenina de Fútbol, que se celebró en Francia en 2019, fue seguido por casi diez millones de telespectadores y teleespectadoras, una audiencia similar a los once millones de los primeros partidos de la Copa del Mundo de 2018. Viendo la buena respuesta de la afición, la FIFA prometió invertir más en el fútbol femenino.

La promesa no obedece a que se haya desprendido de los prejuicios machistas y sexistas, sino que tiene una explicación mucho más sencilla.

El fútbol es un gran negocio. Al igual que todas las demás partes de la economía capitalista, es una fuente de enormes ganancias, con una gran corrupción, y las futbolistas son vistas solo como otro producto. Así que cuando, en abril de 2019, la FIFA vendió un número récord de entradas para la Copa Mundial Femenina, más de un millón, su actitud empezó a cambiar.

Pero ante este anunciado cambio, no está de más recordar cuál ha sido la actitud de la FIFA hasta la fecha.

La selección alemana recibió en 1989, como recompensa por la conquista del primero de los ocho títulos europeos que hoy tiene, un juego de té. Mientras que la Copa del Mundo de equipos masculinos se celebra desde 1930, no es hasta 1991 que la FIFA organiza la primera Copa del Mundo de equipos femeninos. Durante los años 70 y 80 las primeras copas del mundo de equipos femeninos se disputaron fuera de la estructura de este organismo.

Ya no se les regala a las campeonas un juego de té, pero un abismo separa todavía el importe de los premios entre los equipos masculinos y femeninos. La selección vencedora del Mundial femenino recibirá una prima de 3,9 millones de euros mientras que, para el equipo masculino vencedor en 2018, la prima fue de 35,5 millones, diez veces más. 119 millones de euros de indemnización por lesión para ellos, cero para ellas.

Sexismo y exclusión

Pero a pesar de la buena respuesta de la afición, de las promesas de la FIFA y del hecho de que los comentaristas deportivos no se atrevan a criticar abiertamente el fútbol de los equipos femeninos, lo cierto es que la discriminación y los prejuicios no han desaparecido.

De hecho, desde su comienzo en 1991 el Mundial femenino ha sido siempre un campo de batalla contra la discriminación y una plataforma privilegiada para la reivindicación de derechos.

Buena prueba de ello son las 30 jugadoras y una entrenadora abiertamente lesbianas que participaron en el Mundial de Francia, algo impensable en el rancio y homofóbico mundo del fútbol masculino, incapaz de apoyar a cualquier persona dentro del juego que se identifique como LGBTI+.

Si bien en la actualidad hemos superado, solo en parte, la fase en la que, cuando a un aficionado al fútbol se le preguntaba por los equipos femeninos de fútbol contestaba sonriendo: “eso ni es fútbol, ni es femenino”, falta mucho para lograr equilibrar la balanza. Y, buena prueba de ello es la propia institución.

Han transcurrido ya 119 años desde la fundación de la FIFA, y las mujeres siguen enormemente infrarepresentadas en todos y cada uno de los escalones de la pirámide del deporte más seguido del mundo. En la FIFA, hay sólo 7 mujeres entre los 37 miembros que componen el Comité Ejecutivo; las comisiones permanentes no cuentan prácticamente con ninguna mujer (excepto las comisiones del fútbol femenino) y solo uno de los directores es mujer.

En todo el mundo, únicamente 2 de los 209 presidentes de asociaciones miembros son mujeres: es decir, menos del 1% de los integrantes del Congreso de la FIFA con derecho a voto, y la mayoría de las confederaciones no cuentan con ninguna. Solo el 7% de los entrenadores inscritos son mujeres, y todas ellas luchan contra un “techo de césped”, a pesar de sus méritos.

Un claro ejemplo de esta desigualdad de oportunidades lo vemos en lo ocurrido con la entrenadora Paula Navarro quien, desafiando las convenciones, se postuló como candidata al puesto de entrenadora del equipo masculino del Santiago Morning de Chile. Sin embargo, a pesar de sus capacidades, fue rechazada por el vicepresidente Luis Faúndez, que alegó que “hay puestos que van más allá de la igualdad de géneros” y por el portero y capitán del equipo, Hernán Muñoz, quien dejó bien claro que no quería tener a la mujer de 45 años como entrenadora.

La maternidad y la conciliación también son retos pendientes. El 47% de las jugadoras se han planteado dejar de competir para poder empezar una familia. El 61% de las que han sido madres no han recibido apoyo para cuidar de sus hijos, y tan solo el 8% de las jugadoras con hijos ha cobrado durante su baja de maternidad por parte de sus clubes o federaciones.

Brecha salarial

La brecha salarial en el fútbol ha sido el centro de atención durante años. En marzo de 2019, las futbolistas de la selección nacional de Estados Unidos demandaron en un juicio a la federación estadounidense por discriminación de género, mientras que Ada Hegerberg, estrella de la selección nacional noruega y balón de oro, decidió boicotear el mundial de Francia por desigualdad de género.

Las jugadoras de Jamaica tuvieron que organizar una recaudación de fondos para poder competir en este Mundial y la selección de Nigeria lleva varios años reclamando el pago de bonos prometidos por la federación, consecuencia de su enorme éxito.

Un informe de la organización internacional de futbolistas (FIFPro), con más de 38.000 miembros, reveló que casi el 60% de las jugadoras de la Super Liga Femenina inglesa se plantean renunciar por razones económicas.

Otro informe de la entidad Sporting Intelligence concluyó que el salario del futbolista Neymar es equivalente a los salarios de 1.693 futbolistas mujeres en los 7 países con mejores selecciones femeninas. La jugadora noruega Hegerberg, la mejor retribuida, cobra 300 veces menos que Messi.

En el caso de las compensaciones extras, las desigualdades son igual de exageradas.

Un ejemplo cercano y reciente: en 2018 las jugadoras del Atlético de Madrid, campeonas de la Liga Iberdrola femenina, se llevaron una prima de 54 euros por cabeza, una cantidad ridícula si la comparamos con los más de 300.000 euros que percibieron cada uno de los jugadores del Real Madrid por ganar la Liga masculina.

Pero la brecha no empieza ni mucho menos en la etapa profesional, sino mucho antes.

Un club de fútbol español anunciaba que para la presente temporada ningún niño tendrá que pagar por jugar en su cantera, mientras que la escuela de niñas continuará siendo de pago (abonan unos 800 euros anuales).

El convenio colectivo de la AFE (Asociación de Futbolistas españoles) y La Liga fija un salario mínimo para los jugadores de Primera División de 155.000 euros al que hay que sumarle el IPC, repartidos en 14 pagas de algo más de 11.000 euros al mes. Además de esto, los futbolistas tienen derecho a vacaciones anuales retribuidas de 30 días naturales.

Jugadores como Benzema, Robert Lewandowski, Busquets, Toni Kroos o Griezmann ganan entre 20 y 24 millones.

Los sueldos en el fútbol femenino son bien diferentes a los de la liga masculina. En el caso de las futbolistas el salario mínimo queda establecido en 16.000 euros anuales (aunque muchos clubs les pagan 25.000 euros). Una cifra que es 9,7 veces inferior en el caso de las mujeres respecto a los hombres.

A pocos días del comienzo del Mundial de Francia, el sindicato australiano de fútbol Professional Footballers Australia (PFA) lanzó una campaña para reivindicar la igualdad de género en los premios y ofreció su apoyo a las jugadoras para que emprendieran acciones legales contra la FIFA.

El director ejecutivo del sindicato, John Didulica, y otros dirigentes sindicales escribieron a la FIFA, solicitando la igualdad inmediata en las retribuciones recibidas por los deportistas de distinto género, afirmando que las jugadoras son víctimas de discriminación.

Para difundir la iniciativa, la PFA lanzó un sitio web que define los objetivos de la campaña. Las jugadoras de la selección australiana, junto con las de Brasil y Jamaica, compartieron el logo y el video de la campaña en sus perfiles de redes sociales.

Y así, la semana anterior al comienzo del Mundial, las futbolistas australianas lograron romper la brecha salarial y recibir el mismo salario de base que sus homólogos masculinos gracias a un acuerdo de convenio colectivo de un año entre el sindicato y la Federación Australiana de fútbol.

Sexismo y abuso de poder

Hoy en día el sexismo no ha desaparecido. La actitud del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) Luis Rubiales, al besar a la jugadora Jennifer Hermoso sin su consentimiento, es buena prueba de ello.

Pero no es un caso aislado sino un problema de índole mundial, como señala Iona Rothfeld, presidenta de la Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino (ANJUFF) de Chile: “lo ocurrido es síntoma del sistema machista y misógino al que estamos sujetas día a día las jugadoras” (…) “Es lamentable como personas en posición de poder, como es el presidente de la Federación y el director técnico ejercen ese poder sobre las jugadoras, no solo accediendo a sus cuerpos sin consentimiento, sino falseando las palabras de ellas”.

La visión de las mujeres como personas solidarias y centradas en la familia coexiste con el hecho de poner a las mujeres en el centro de atención para que parezca que nuestros gobernantes se toman en serio la “igualdad”. Además, las mujeres todavía se enfrentan a un nivel más alto y más severo de escrutinio por su apariencia y vestimenta.

En 2004, el presidente de la FIFA Joseph Blatter sugirió que las futbolistas deberían “usar pantalones cortos más ceñidos y camisas sin mangas para atraer a más hombres como espectadores”.

A los medios les gusta que las mujeres reflejen estereotipos sexualizados, y a los órganos rectores del deporte les gusta ofrecer lo que quieren.

Pero el deporte es también un lugar donde se reflejan y se luchan conflictos y opiniones, y cada vez más las mujeres se rebelan contra el trato que reciben. Prueba ello es el comunicado firmado por las veintitrés campeonas del mundo y 58 futbolistas más, a través del sindicato FUTPRO, en el que anuncian que no volverán a la selección española mientras continúen los actuales dirigentes, entre ellos Rubiales.

El fútbol femenino en todos los niveles recibe mucha menos financiación y mucha menos atención por parte del gobierno, los ayuntamientos y los medios de comunicación. Pero el sexismo en el deporte es producto de problemas más amplios de la sociedad, por lo que no basta con defender la igualdad salarial o mayor cobertura mediática.