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La idea de decrecimiento reconoce la naturaleza destructiva del capitalismo, sostiene Martin Empson, pero termina buscando soluciones dentro del capitalismo en lugar de intentar derrocarlo.

En septiembre de 2019, Greta Thunberg pronunció un poderoso discurso en una reunión sobre el clima de la ONU: “Estamos al inicio de una extinción masiva y de lo único que se puede hablar es de dinero y cuentos de hadas sobre el crecimiento económico eterno”, dijo.

Su ataque provocó la ira de los principales comentaristas, pero para muchos activistas medioambientales llegó al centro de sus preocupaciones. “No se puede tener un crecimiento infinito en un planeta finito” es un lema popular que enfatiza la idea de que el crecimiento capitalista está superando los límites planetarios.

El crecimiento es fundamental para la forma en que los capitalistas ven su economía. La efímera Primera Ministra de Gran Bretaña, Liz Truss, culpó a un grupo imaginario de sindicalistas, ecologistas, “anti-Brexitistas” y activistas laboristas de formar una “coalición anticrecimiento” que supuestamente derrocó a su gobierno.

Los comentaristas se han preocupado por las bajas tasas de crecimiento de la economía, de poco más del 2 por ciento anual.

La obsesión por el crecimiento surge de la naturaleza de la economía capitalista, que se basa en la expansión constante de los medios de producción. Karl Marx describió este proceso como “acumulación por el bien de la acumulación”. Pero, como dijo el marxista estadounidense John Bellamy Foster, “la acumulación de capital va acompañada de la acumulación de catástrofe”.

Una respuesta a esto es el “decrecimiento”, cuyos defensores argumentan que necesitamos reducir secciones de la economía que son destructivas. El decrecimiento no es un conjunto monolítico de ideas. Hay muchas y muchos académicos, comentaristas y activistas diferentes que ponen el énfasis en cuestiones ligeramente diferentes. Pero el decrecimiento es cada vez más parte de las discusiones políticas dentro del movimiento ambientalista, la economía académica y, en menor medida, de los sectores del movimiento sindical.

Como marxistas compartimos con los activistas del decrecimiento el odio hacia un sistema capitalista que destruye nuestro mundo en aras del beneficio. Estamos del mismo lado que las y los partidarios del decrecimiento que abogan por una economía menos destructiva y más equitativa. Pero un defecto importante de la teoría del decrecimiento es que, si bien es anticapitalista, es una estrategia reformista que no puede detener la destrucción del capitalismo.

Crecimiento

Para entender esto, miremos el crecimiento mismo. La fuerza impulsora del capitalismo es el deseo de la y del capitalista de maximizar las ganancias. En El Capital, Marx colocó este impulso en el contexto de un sistema con dos grandes divisiones: la existente entre las y los patrones y las personas trabajadoras, y la competencia entre las y los propios capitalistas.

Las y los capitalistas pagan a sus trabajadores y trabajadoras menores salarios que el valor que crean. El extra que la y el capitalista roba a las y los trabajadores se llama “plusvalía”. Marx argumentó que la y el capitalista está “obligado” a reinvertir este excedente en los medios de producción porque compite con sus rivales. Lo hacen para desarrollar nuevas tecnologías, mejorar o comprar nueva maquinaria, etc.

Las y los capitalistas están atrapados en la rutina de la producción. La innovación no está impulsada por el deseo de resolver una necesidad humana, sino por obtener ganancias. No hay más que ver cómo la industria nos ofrece constantemente ropa, teléfonos o coches nuevos, cada uno de los cuales sustituye al modelo anterior a pesar de ofrecer pocas diferencias.

La comprensión de Marx de la compulsión en el corazón de la producción capitalista es una de las grandes ideas de El Capital. Algunos pensadores del decrecimiento lo comparten.

Jason Hickel, cuyo reciente libro Menos es más es una buena introducción a las ideas de decrecimiento de la izquierda, sostiene que “el capitalismo depende fundamentalmente del crecimiento… El crecimiento es un imperativo estructural, una ley de hierro”. Los autores del libro A favor del decrecimiento hacen aún más explícita su deuda con las ideas de Marx: “A diferencia de otras economías humanas, las capitalistas dependen del crecimiento. Para prosperar en medio de la competencia del mercado, quienes tienen dinero deben invertirlo, ganar más dinero y ampliar la producción”.

Esta lógica de la producción capitalista explica la obsesión de la clase dominante por el crecimiento y su incapacidad para actuar contra el sistema y detener su destrucción.

El significado del decrecimiento

La gente partidaria del decrecimiento comparte la comprensión de los socialistas sobre las consecuencias de la acumulación desenfrenada y nuestro deseo de algo mejor. Hickel sostiene que necesitamos la “reducción planificada del exceso de energía y uso de recursos para restablecer el equilibrio de la economía con el mundo vivo de una manera segura, justa y equitativa”.

Las y los socialistas estarían de acuerdo con la mayoría de las cosas que defienden los teóricos del decrecimiento. Necesitamos menos combustibles fósiles, fabricación de armas y publicidad, al mismo tiempo que necesitamos más escuelas, hospitales, transporte público y energía renovable.

Estas reformas no desafían directamente la lógica del capitalismo, ni tampoco su imperativo de crecimiento. Por ejemplo, si bien es posible concebir el capitalismo sin la industria publicitaria, seguiría siendo capitalismo.

Las y los mejores teóricos del decrecimiento entienden esto y abogan por la eliminación gradual del capitalismo, lo que a menudo implica pedir cooperativas de trabajadores o empresas de propiedad comunitaria.

Este tipo de ideas tienen una larga historia en la izquierda. Algunas personas partidarias del decrecimiento incluso citan un eslogan del sindicato IWW, de influencia anarquista, cuyo objetivo es “construir un mundo nuevo en el caparazón del viejo”.

El capitalismo puede tolerar algunas organizaciones sin fines de lucro o cooperativas de trabajadores y trabajadoras. Las cooperativas seguirán siendo azotadas por las tormentas de la crisis capitalista. En última instancia, no pueden escapar a la lógica del mercado, por muy bien intencionadas que pueda ser la gente propietaria de estos colectivos.

Pero hay otros problemas con el decrecimiento. Tras la crisis económica de 2008, la respuesta predominante entre la clase dominante mundial fue recortar el gasto en servicios públicos, imponer restricciones salariales y expandir el neoliberalismo. Esperaban que esto restablecería las tasas de crecimiento.

Por eso es natural que muchas personas trabajadoras vean el decrecimiento como una manifestación de “austeridad verde”. En el Sur Global, las y los activistas a menudo han desafiado el decrecimiento argumentando que necesitan desarrollo y crecimiento económico para brindar a sus poblaciones oportunidades que solo han estado disponibles en el Norte.

Si bien la mayoría de las y los escritores sobre el decrecimiento entienden que el desarrollo histórico del capitalismo ha dejado al Sur Global subdesarrollado y con pocos recursos, una pequeña minoría ha utilizado un lenguaje que se refiere a “una vida frugal” o “crear espacios bellamente pobres”. Esto no es atractivo para las personas que se han enfrentado a la austeridad o que ya carecen de acceso a servicios básicos como saneamiento o atención médica.

En segundo lugar, como la teoría del decrecimiento se basa en la idea de límites naturales, puede llevar a una interpretación de derechas que considere que las cuestiones ecológicas son responsabilidad exclusiva de “demasiada gente”. Esto fue en gran medida parte del primer y muy influyente enfoque sobre el crecimiento adoptado por el Club de Roma en el informe de 1972 “Los límites del crecimiento”.

La alternativa del marxismo

La crítica más importante al decrecimiento es que es una estrategia reformista que busca lograr cambios dentro del capitalismo.

Las y los revolucionarios entienden que las y los capitalistas intentarán detener cualquier desafío a su capacidad para maximizar las ganancias. La industria de los combustibles fósiles ha estado protegida durante décadas, incluso cuando ha aumentado la conciencia sobre el cambio climático.

Cualquier desafío serio a los intereses de las grandes empresas provocará una reacción violenta.

Consideremos las reformas propuestas por el gobierno de Salvador Allende en Chile en los años setenta. Éstos fueron recibidos con una respuesta brutal. En 1973, el general Pinochet encabezó un golpe de estado e instaló un gobierno militar, asesinando a Allende y a miles de activistas.

El Estado es un conjunto de instituciones y “cuerpos armados de personas” que protegen los intereses de clase de los ricos.

Los teóricos del decrecimiento no ofrecen una forma de desafiar al Estado capitalista. No tienen ningún argumento sobre cómo podemos acabar con el capitalismo, ni tienen un sentido del poder dentro del capitalismo para cambiar el mundo: la clase trabajadora.

Marx veía a la clase trabajadora como la “sepulturera” del capitalismo. Debido a su centralidad en la producción, tiene el poder de derrocar el sistema y aplastar el estado capitalista. Pero a través de sus luchas, las y los trabajadores también pueden crear instituciones que formen la base de una nueva forma de organizar la sociedad.

Cada vez que las personas trabajadoras contraatacan, vemos un atisbo de este poder. Las recientes huelgas en Gran Bretaña han demostrado cómo las y los trabajadores tienen el poder de cerrar la economía. En las huelgas masivas en Francia, las y los trabajadores de la energía se organizaron para garantizar que los hospitales no se quedaran sin electricidad durante las huelgas.

Las revoluciones magnifican esta experiencia diez mil veces. En situaciones en las que millones de trabajadores y trabajadoras se rebelan, se ven obligados a ir más allá de simplemente organizar huelgas para abordar cuestiones como la distribución de alimentos, el mantenimiento del poder y la necesidad de proteger las huelgas de las y los patrones y la derecha.

Durante la Revolución Rusa, las y los trabajadores revolucionarios organizaron “consejos” en sus fábricas y lugares de trabajo. Estos consejos surgieron de la necesidad de organizar la lucha, pero rápidamente se hicieron cargo de la gestión de los lugares de trabajo.

Al conectar estos consejos en “soviets” mediante la elección de delegados se crearon organismos en toda la ciudad y luego en todo el país que representaban los intereses de las y los trabajadores y coordinaban la revolución. Esta fue la base de una sociedad alternativa, socialista.

La lucha revolucionaria misma crea la base de una economía racionalmente organizada.

Los consejos de trabajadores y trabajadoras asumen la gestión de fábricas individuales, pero luego pueden coordinar la producción entre sectores y economías.

La democracia de masas es fundamental para este proceso. En la revolucionaria Comuna de París de 1871, las y los trabajadores insistieron en que sus representantes recibieran el salario medio y pudieran ser destituidos instantáneamente.

En una sociedad socialista, tomaríamos decisiones colectivas sobre lo que se necesita y cómo producirlo de manera sostenible.

Podríamos “hacer crecer” partes de la economía (construyendo más escuelas, hospitales y viviendas, por ejemplo), pero también “decrecer” otras partes de la economía, como las operaciones mineras, e incluso abolir industrias importantes como la publicidad y la fabricación de armas.

También podríamos responder a necesidades, como las provocadas por un entorno cambiante o la aparición de nuevas enfermedades. Estas decisiones se tomarían a través de un proceso democrático de masas, no por los caprichos de las y los capitalistas que intentan obtener más ganancias.

Deberíamos acoger con satisfacción la forma en que las y los teóricos del decrecimiento han generalizado una crítica anticapitalista en el movimiento ambientalista.

Pero también tenemos que tener claro que esto no es suficiente. Deberíamos luchar junto a ellos, participar en los debates y al mismo tiempo impulsar una estrategia revolucionaria.


Este artículo se publicó en la revista de Solidarity, nuestro grupo hermano en Australia.