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Las tácticas conservadoras de divide y vencerás son clave para su estrategia electoral. Sophie Squire analiza lo que es real y lo que se esconde en las “guerras culturales”

¿La sociedad se define por una guerra cultural? ¿O es eso lo que nos dicen los que están en el poder? El vicepresidente del partido conservador británico, Lee Anderson, dijo en febrero que su partido debería poner una “mezcla de guerras culturales y debate trans” en el centro de su campaña electoral.

La frase “guerras culturales” que llena los periódicos de derechas y los discursos conservadores se usa principalmente para describir un choque entre ideas reaccionarias y, por ejemplo, antirracistas. Cada vez que se aproxima un periodo electoral, la creación de chivos expiatorios y divisiones es una realidad, y una de las únicas opciones que tienen los conservadores para tratar de convencer a la gente de que los vote.

Esperan que, al infundir odio contra los refugiados y aprobar las licencias de combustibles fósiles, puedan distraer la atención de su incapacidad para hacer frente a las crisis que golpean a la gente. Esencialmente, detrás de la frase “guerra cultural” intentan ocultar el racismo, el odio y la intolerancia de verdad.

El término “guerra cultural” fue introducido en el discurso político moderno por el académico estadounidense James Davidson Hunter, en su libro publicado en 1991, Culture Wars: The Struggle to Define America. Gran parte de lo que los conservadores británicos están buscando ahora también proviene de EEUU, el equivalente actual de las opiniones de algunos cristianos evangélicos, el sur profundo y fanáticos a favor de las armas.

El término sugiere un debate entre dos lados legítimos. Y además, trata de presentar un grupo de “gente común” oprimida por una élite de comentaristas, izquierdistas y políticos “woke”[1]. No es racismo y transfobia y destrucción climática, dice la derecha. Son las guerras culturales.

Sin embargo, ésta es también una idea que el Partido Laborista británico de Keir Starmer ha aceptado. Starmer está intentando mostrar a todas las personas transfóbicas, racistas y negacionistas del cambio climático que él es su hombre. Pero los juegos de guerra cultural oscurecen el hecho de que la gente de clase trabajadora, especialmente, tiene una amplia gama de ideas a veces contradictorias.

La mayoría no encaja en las cajas ordenadas en las que los conservadores y los laboristas los colocarían. En una encuesta realizada el año pasado, el 46% de las personas dijeron que pensaban que la inmigración tenía un efecto positivo en Gran Bretaña, solo el 29% dijo que tenía un efecto negativo. Y el 38% de las personas dijo que estaba muy preocupada por el cambio climático, y el 44% estaba bastante preocupada.

(Respecto al Estado español, el Centro de Investigaciones Sociológicas preguntó sobre los “Problemas principales que existen actualmente en España”. El 0,6% de la población mencionó la migración en primer lugar (una persona de cada 165 personas); el 4% lo nombró como uno de los “tres problemas principales”. Cuando se preguntó por “el problema que a usted, personalmente, le afecta más” solo el 0,3% citó la migración, y el 1,6% la nombró entre los primero tres. En cambio, el 7,2% de las personas encuestadas citó “Las desigualdades, incluida la de género, las diferencias de clases, la pobreza” como uno de los principales problemas del país.)

Así que aceptar la idea de que sectores de la gente trabajadora no se preocupan por luchar contra el racismo o el cambio climático no solo es falso, es peligroso. En su raíz, la guerra cultural trata de intentar detener la creciente conciencia de clase entre la clase trabajadora.

Desde que estalló el movimiento Black Lives Matter en 2020, la idea de que el racismo y otras formas de opresión son el resultado del sistema se ha arraigado mucho más. Los tories no quieren que la gente trabajadora llegue a estas conclusiones. Y ciertamente no quieren que las y los activistas por los derechos de las personas trans se vinculen con antirracistas y activistas climáticos para señalar el verdadero problema.

La guerra cultural impulsada en Europa se trata de una forma de responder a la creciente fuerza de las ideas que desafían el sistema entre la clase trabajadora. Los derechistas saben que están perdiendo no solo por la crisis del costo de vida o por quién tiene la culpa de la escasez de viviendas.

Sus actitudes racistas también los aíslan de mucha gente. La izquierda no debería responder a un torrente de ideas transfóbicas y derechistas encerrándose en la idea de que solo importan los asuntos económicos y que la lucha contra las opresiones es una distracción.

Más bien, la izquierda consecuente —socialista revolucionaria— debería luchar contra el racismo, el imperialismo, el belicismo, el sexismo, la homofobia, el nacionalismo y la transfobia, como parte de una lucha de clases más amplia. Esta es la verdadera guerra que tenemos que llevar a cabo.


[1] Woke (“despierto” en inglés) es un término que origina en Estados Unidos. Inicialmente se usaba para referirse a quienes se enfrentan o se mantenían alerta frente al racismo. Posteriormente, llegó a abarcar una conciencia de otras cuestiones de desigualdad social, por ejemplo, en relación con el género y la orientación sexual.

A partir de 2021, fruto de las campañas de la derecha, woke se usa casi exclusivamente como un concepto peyorativo, y los usos más destacados de la palabra tienen lugar en un contexto despectivo.


Este artículo apareció en Socialist Worker, nuestra publicación hermana en Gran Bretaña