La prensa británica se bañó en hipocresía tras la muerte de la cantante irlandesa, escribe Simon Basketter
Nada se compara con la hipocresía de la prensa. La muerte de la cantante irlandesa Sinéad O’Connor fue recibida con una avalancha de sinceros homenajes y tonterías.
El periódico sensacionalista de derechas The Sun tituló “Leyenda perdida” en su portada. Cierto. Pero el periódico que la denunció y se burló de ella durante décadas olvidó que la había llamado “loca” y “Sinéad O’Controversia”.
Se olvidó de mencionar su indignación cuando ella declaró: “Personas como Margaret Thatcher e Ian Paisley (ultra derechista del norte de Irlanda) deberían ser fusiladas”, o que Saddam Hussein no era peor que George Bush.
Al grabar su primer álbum, un ejecutivo discográfico le dijo que se dejara crecer el cabello y que comenzara a vestirse como una chica con faldas cortas. Al día siguiente apareció con la cabeza rapada.
Más adelante en su vida, dijo: “La industria ha logrado pervertir por completo la idea de la liberación femenina. Les están dando a las chicas la idea de que todo lo que valen es cómo se ven”.
Su álbum The Lion and the Cobra, lanzado en 1987, fue glorioso. Pero fue su segundo álbum, lanzado en 1990, el que la lanzó a la fama mundial.
Ganó cuatro nominaciones al Grammy, pero boicoteó la ceremonia y rechazó el premio. El single principal fue una versión de una canción poco conocida de Prince, Nothing Compares 2 U.
Su momento llegó cuando rompió una foto del Papa en 1992 en la televisión estadounidense. Fue una protesta contra el abuso sexual infantil dentro de la iglesia católica irlandesa y para resaltar que el establecimiento se negaba a enfrentarse a ello. Esto le provocó no solo amenazas de muerte, sino también hostigamiento por parte de los medios de comunicación.
Muchos dijeron que arruinó su carrera, pero ella lo vio de otra manera. “Siento que obtener un número 1 en las listas más oídas descarriló mi carrera”, escribió, “y que rompiera la foto me puso de nuevo en el camino correcto”. A todos los demás les tomó un tiempo ponerse al día.
Su vida se hace eco de lo que ella llamó “la historia de Irlanda” en sus memorias. Un alejamiento de la teocracia, el reconocimiento del abuso infantil, la creciente conciencia de la angustia mental.
A principios de 1992, se había manifestado más de una vez con miles de personas más en una rebelión por el “caso X” en Irlanda; se trataba de defender a una víctima de violación de 14 años a la que se le impidió viajar a Inglaterra para abortar.
Desencadenó una serie de protestas que marcaron un cambio radical en la política irlandesa. En un momento ella se manifestó hacia el parlamento y exigió ver al gobierno. Escribió el artículo de portada del Socialist Worker de Irlanda (publicación del grupo hermano de Marx21) de marzo de 1992 con el titular: “La mujer tiene derecho a elegir”, en defensa del derecho al aborto.
En EEUU, se negó a aparecer en conciertos si el himno nacional estadounidense se tocaba antes, las estaciones de radio prohibieron sus discos y Frank Sinatra dijo que quería “patearla”. Fue abucheada en un concierto en tributo a Bob Dylan cuando interpretó una versión airada de “War” de Bob Marley.
Ella no era una niña abandonada atrapada en una tormenta. Cuando unos manifestantes contrataron una apisonadora para aplastar montones de sus álbumes, se puso una peluca y gafas de sol y se unió a ellos. Dio una entrevista en la que afirmó haber venido a sumar su voz patriótica a la protesta.
Cuando salió de Estados Unidos, donó la casa que había comprado en Hollywood Hills a la Cruz Roja y pidió que el dinero se destinara a las y los niños de Somalia.
Ella se hizo sacerdote. Buscó el paganismo, el rastafarianismo y el budismo; en 2018 se convirtió al Islam. Su voz podía romper rocas y hacer llorar a los santos. Hay pocos, si es que hay alguno, que puedan mezclar una muestra de James Brown con un viejo poema irlandés o emparejar los fantasmas del canto tradicional irlandés con un ritmo de reggae.
En su última aparición pública dedicó el premio que estaba recibiendo a todas las personas refugiadas.
Su franqueza sobre su angustia ocasional proporcionó aún más morbo para los medios, pero sobre todo mostró una inmensa honestidad.
Como escribió en los comentarios de su propia entrevista en el New York Times hace dos años, “no es una muestra de salud que una persona esté bien adaptada a una sociedad profundamente enferma”.