Los socialistas franceses que denuncian los disturbios se están alineando con el Estado y los patrones. Charlie Kimber escribe desde Lyon, Francia.
Los disturbios han desencadenado un fuerte debate dentro de la izquierda francesa y muestran cuántos sectores de ésta están completamente integrados en la política que defiende el Estado capitalista.
La figura de más alto perfil de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon, describió a la policía como “descontrolada”. No fue una descripción descabellada, tras meses de agresiones a los manifestantes por las pensiones y ahora el intento de la policía de encubrir la ejecución de un adolescente.
Pero incluso este tipo de lenguaje fue excesivo para el líder del Partido Socialista (PS). Su líder, Olivier Faure, dijo que estaba “en profundo desacuerdo” con Mélenchon. Hablando en Lyon, dijo: “Tenemos razón al pedir calma y el regreso a la paz civil. No podemos dar la sensación de alentar y aceptar la violencia”.
El PS, junto con los Verdes y el Partido Comunista, forma parte de la alianza electoral NUPES con Mélenchon. A sectores del PS no les gusta la coalición, a pesar de que proporciona soporte vital para un PS que ha sufrido una hemorragia en los últimos años. Ahora quieren utilizar la reacción ante los disturbios como una razón más para romper.
Mélenchon parece nervioso porque ahora ha ido demasiado lejos. Habló de su “desautorización absoluta” tras el ataque a la casa del alcalde derechista de L’Hay-les-Roses. Y sus demandas centrales son simplemente una mejor capacitación para la policía y la construcción de “comisiones de supervisión” independientes.
Es ridículo pensar que se puede persuadir a los policías, que se ven a sí mismos “en guerra”, con las “alimañas” para que se conviertan en defensores no racistas de la clase trabajadora.
“Normalidad”
Clementine Autain, del partido LFI de Mélenchon, ha hablado con más fuerza. Ella dijo: “No queremos un regreso a la normalidad, porque lo anormal es precisamente la situación normal. La responsabilidad de estos disturbios recae en el poder que dejó que la situación se pudriera”.
“¿Qué han estado haciendo desde los disturbios después de que Zyed y Bouna murieran en 2005? Las desigualdades han empeorado, la pobreza se ha disparado, los servicios públicos se han deteriorado”. Llamó a una “marcha por la justicia” desde Nanterre.
El grupo Autonomie de Classe (A2C), que es cercano a nuestra red Marx21, dice: “Deberíamos defender la valentía y la determinación de la clase trabajadora joven, principalmente negra y árabe. Hemos visto cuatro meses de lucha por las pensiones, luego, solo unas semanas después, esta lucha contra la policía, el estado y el racismo. Estamos hablando de un proceso de confrontación de clases contra el capitalismo, la clase dominante y las fuerzas y estructuras del Estado”.
A2C está ayudando a organizar una manifestación el 14 de julio para oponerse a las celebraciones nacionales oficiales del Día de la Bastilla en las que participa el presidente Emanuel Macron.
El Twitter del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) presenta algunos argumentos correctos. El 1 de julio decía: “¡La revuelta y la ira son legítimas! Nuestro lugar debe estar junto a los rebeldes y todos aquellos que quieren poner fin a este gobierno y sistema violentos”.
Al día siguiente decía: “En apoyo a la revuelta en curso, el NPA llama a participar en todas las iniciativas que tendrán lugar esta noche y en los días venideros por todas partes de Francia. #justicepourNahel”.
Philippe Poutou, el candidato presidencial del NPA el año pasado, dijo: “Los llamados a la calma son indecentes frente a una expresión de dignidad”.
Pero luego es aún más notable que el martes por la mañana el sitio web de la NPA no tenía nada que decir sobre los disturbios, casi una semana después de que comenzaran. Tal vez sea solo el ritmo lento de la presencia en línea de la NPA. Pero no sugiere una urgencia, y mucho menos una determinación para dar forma a los acontecimientos.
El líder del Partido Comunista Francés, Fabien Roussel, ha emitido una terrible serie de ataques contra los alborotadores. Anunció el viernes de la semana pasada su “condena absoluta de la violencia que tuvo lugar esa noche”, y no se refería a la policía. Y agregó: “Cuando eres de izquierda, defiendes los servicios públicos, no sus saqueos”.
Roussel ha cedido repetidamente al racismo, incluso criticando las fronteras de Francia por ser como “coladores” que dejan entrar a demasiadas personas.
Espantoso
Otro grupo que dice ser revolucionario, Lutte Ouvriere, es espantoso. Su declaración principal reconoce la pobreza y el racismo a los que se enfrenta la juventud negra y árabe. Pero continúa: “Hay jóvenes, chavales, que viven con rabia en el corazón. Esto es lo que empuja a una pequeña parte de ellos a no respetar nada. Y fue esta rabia la que explotó en violencia ciega con la muerte de Nahel.”
“La furia destructiva que ha golpeado a algunos barrios está causando consternación, consternación e incluso ira. ¡Y por una buena razón! No son los burgueses los que ven su coche, su restaurante de lujo o su campo de tenis o de golf esfumarse. Son las mujeres y los hombres de las clases trabajadoras los que se encuentran en la indigencia sin un centro social, sin una tienda para sus compras, sin transporte para ir al trabajo”. Denuncia a “pequeños matones y traficantes, a los que no les importa mucho poner en peligro la vida de los habitantes”.
Un análisis tan repugnante se hace eco de lo dicho por el portavoz del gobierno, Olivier Veran: “Aquí no hay ningún mensaje político. Cuando saqueas una tienda de Foot Locker, Lacoste o Sephora, no hay ningún mensaje político. Es saqueo”.
Los disturbios son políticos, y el saqueo es político. Los objetivos de los disturbios son abrumadoramente el Estado y sus matones represivos. Sería excelente que una explosión social apuntara únicamente a los ricos y sus guaridas de lujo. Eso nunca ha sido una realidad, incluso una huelga no hace eso.
Una huelga del sistema sanitario no solo afecta a los millonarios; de hecho, ellos tienen sus servicios de salud privados en los que confiar. Puede significar dolor y sufrimiento para la clase trabajadora. Pero es completamente correcto hacer huelga por mejoras salariales y para defender el sistema de salud.
Lo mismo ocurre con las huelgas en la enseñanza. La lucha de clases rara vez afecta únicamente a los enemigos de clase directos. Esto no hace que sea un error.
Los disturbios de Watts de 1965 —o la sublevación de Watts— en Los Ángeles, Estados Unidos, se recuerdan hoy como un gran movimiento de resistencia. En ese momento fueron ampliamente condenados. Provocados por la brutalidad policial racista, comenzaron el 11 de agosto de 1965.
En menos de una semana, el motín cubrió unos 120 kilómetros cuadrados y dejó 34 muertos, solo uno de ellos blanco. Otras 1.032 personas resultaron heridas. La policía detuvo a 3.438 personas y los daños a la propiedad se calcularon en 40 millones de dólares, el equivalente a cerca de 500 millones de dólares en la actualidad.
Los alborotadores dañaron o destruyeron más de 600 edificios. Estos disturbios fueron altamente políticos. Watts fue una declaración de que muchas personas negras habían ido más allá de rogar a la estructura de poder existente un cambio y de pensar que éste podría proporcionar respuestas.
Los trabajadores negros increparon con gritos al líder de los derechos civiles Martin Luther King cuando fue a Watts porque había criticado el saqueo. Los disturbios también cambiaron a King.
Tres años más tarde, cuando los disturbios estallaron nuevamente, King pronunció un famoso discurso en el que dijo: “Un disturbio es el lenguaje de los no escuchados”. Habló de “una creciente desilusión y resentimiento” hacia la “clase media negra y el liderazgo que ha producido”. Menos de un mes después fue asesinado.
El asesinato de King vio otra gran ola de disturbios. Pero, la falta de una fuerza revolucionaria lo suficientemente grande significó que los mayores ganadores fueron la clase media alta negra que ocupó cargos en las grandes empresas y las instituciones.
Expulsión
Estas lecciones básicas son ignoradas por gran parte de la izquierda francesa, que tiene un problema a largo plazo de no oponerse al racismo. Los maestros que eran miembros de Lutte Ouvriere y del precursor del NPA estuvieron detrás de la expulsión de dos estudiantes musulmanas por usar el niqab en una escuela en 2008.
Gran parte del NPA era tan hostil hacia una de sus propias candidatas que usaba el hiyab que ella y su entorno abandonaron la organización.
La izquierda radical no ha logrado oponerse al brutal racismo institucional y a la islamofobia. Se traga la mentira de que el laicismo fue progresista durante la Revolución Francesa de 1789, cuando aupó al poder a la Iglesia Católica, y que sigue siendo positivo.
Ahora es una tapadera para la persecución de la gente musulmana y una forma de demonizar a las personas que se oponen al racismo y al imperialismo. La izquierda no ha abordado el legado venenoso del colonialismo francés en el movimiento de la clase trabajadora.
Los disturbios no son lo mismo que las huelgas. Las huelgas apuntan a la fuente de ganancias, la explotación en el lugar de trabajo en la que se basa el capitalismo. Y las huelgas pueden tener una disciplina colectiva democrática y responsable.
Es por eso que la resistencia obrera militante y de masas —no una acción cuidadosamente coreografiada y totalmente controlada por los líderes sindicales— tiene la capacidad de ser más fuerte que los disturbios.
Pero nuestra crítica a los disturbios es que no van lo suficientemente lejos. No tienen el poder para derribar a todo el sistema capitalista. Pasar del motín a la revolución no significa volverse más “respetable” ni diluir la furia contra el sistema. Requiere una fusión insurreccional del poder del lugar de trabajo y el poder de la calle.
Pero el primer paso es apoyar a las y los jóvenes que protagonizan los disturbios ahora.
Este artículo apareció en Socialist Worker, nuestra publicación hermana en Gran Bretaña