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El 23 de enero de 1962 moría en Corbeil (Francia) Natalia Sedova, una revolucionaria cuya vida estaba hasta tal punto asociada a la de Trotski que todo lo que precedió a su vida y lucha en común parece no existir.
Pero Natalia Sedova fue muchas más cosas que la compañera de Trotski durante casi cuarenta años. Fue una joven rebelde perseguida por el zarismo. Correctora, pero también crítica, de los textos de Trotski, autora de una biografía escrita conjuntamente con Víctor Serge, militante clave para el estallido de la Revolución de Febrero de 1917, en el que las mujeres fueron fundamentales para la derrota del zarismo. Organizadora infatigable en las jornadas de octubre, víctima de la represión estalinista que asesinó a sus hijos, consagró los últimos veinte años de su existencia a defender la memoria de Leon Trotski pero desarrollando sus propias posiciones con fuertes divergencias con el movimiento trotskista.
De los narodniki a Iskra
Nació en la pequeña ciudad ucraniana de Rommi de padre cosaco y madre polaca. Huérfana a los 18 años, fue educada por su abuela y sus tías, en un ambiente familiar muy implicado en el movimiento populista de los “narodniki”. Ese ambiente familiar de lucha contra la opresión zarista marcaría su adolescencia, y así tenemos a una joven Natalia con 15 años organizando recolectas para el apoyo de los prisioneros políticos y convenciendo a sus compañeras que la lectura de los folletos revolucionarios clandestinos eran preferible a la Biblia.
En Moscú, donde se trasladó a estudiar, entra de lleno en el movimiento revolucionario. Y de Moscú fue a Ginebra a estudiar botánica. Pero Ginebra no aportó únicamente a Natalia una iniciación en la botánica; los problemas sociales continuaban apasionándola y acabó integrándose en el círculo de estudiantes que había organizado el teórico marxista Plejanov y entre los migrados que se agrupaban alrededor del periódico Iskra, en el que Lenin era uno de los animadores. Natalia, con 19 años, recibió del grupo su primera misión: transportar a Rusia textos revolucionarios ilegales.
Se trasladó a Paris donde compartió la dura existencia de los migrados políticos que, para poder mantenerse mejor, ponían en común todos sus recursos, y comían juntos en un alojamiento de la calle Lalande. Fue entonces, en otoño de 1902, cuando se encontró con Trotski.
Natalia lo inició en el mundo del arte. Gracias a ella, conservó toda su vida un enorme interés por todos los aspectos de la creación humana: pintura, escultura, música, literatura.
La revolución de enero de 1905 los llevó a Rusia. Natalia fue arrestada el Primero de Mayo en el curso de una reunión clandestina en el bosque. Permaneció encarcelada seis meses y luego fue deportada a Tver.
Exilio, revolución, exilio
Tras más de 10 años de exilio y penalidades económicas, a partir de enero de 1917, la vida de Natalia se confunde con la de la revolución. Fue encarcelada después de las jornadas de julio, una vez liberada Natalia trabajó en el Sindicato de Obreros de la madera, en el que tenían mayoría los bolcheviques. El presidente del Sindicato compartía el “punto de vista de Lenin y Trotsky” y Natalia le ayudó en la campaña de agitación.
Tras el triunfo de la revolución Trotski fue nombrado Comisario del Pueblo de la Guerra y pasó la mayor parte del tiempo en el frente. Natalia trabajaba en el Comisariado de Instrucción Pública del que se encargaba Lunacharsky, dirigiendo el servicio de museos y de los monumentos históricos. A Natalia le tocó defender bajo las condiciones de vida de la guerra civil los monumentos del pasado y no fue una empresa fácil. Ni las tropas blancas ni las rojas sentían gran inclinación en preocuparse del valor histórico de las catedrales de las provincias ni de las iglesias antiguas. Esto daba origen a frecuentes conflictos entre el Ministerio de la Guerra y la dirección de los museos. Los encargados de proteger los palacios y las iglesias echaban en cara a las tropas su falta de respeto por la cultura; los comisarios de guerra reprochaban a los protectores de los monumentos de arte el dar más importancia a objetos muertos que a personas vivas. Natalia vivió entonces los años más exultantes y los más ricos de toda su existencia: la revolución era victoriosa y su actividad personal respondía plenamente a sus aspiraciones.
Pero el período de felicidad fue corto: pronto comenzó en Rusia la reacción burocrática que se precipitó tras la muerte de Lenin en enero de 1924.Comenzó así el último período de su existencia común, que concluirá en México el 20 de agosto de 1940 con el asesinato de Trotski. Doce años dramáticos, marcados por la deportación, el exilio y la persecución.
Vivieron en Alma Ata, Prinkipo y, a partir de 1933 hasta su llegada a México en enero de 1937, tuvieron una vida nómada. Entre noviembre de 1933 y abril del 34 se instalaron en la localidad francesa de Barbizon en una casa situada al borde del bosque. Ahí volverá Natalia el 4 de noviembre de 1962, a dar uno de sus últimos paseos.
El 9 de enero de 1937, los exiliados desembarcaron en Tampico. Natalia describió así su llegada a la casa azul; “un patio lleno de plantas, las salas frescas, las colecciones de arte precolombino, las pinturas en profusión. Estamos en un nuevo planeta, en casa de Diego Rivera y Frida Kahlo”.
En mayo de 1940, Stalin lanza contra Trotski un primer ataque directo. El 24 de mayo, una banda armada, dirigida por el pintor estalinista Siqueiros, ataca la casa de Coyoacán, barrio de México en el que viven Trotski, su mujer y algunos camaradas, secretarios y guardianes. Gracias a su sangre fría, cuando escucharon las primeras ráfagas de balas, se lanzaron fuera de su cama en un ángulo de la habitación, Natalia empujando a Trotski contra la pared, lo protegió con su cuerpo.
Ruptura con el trotskismo ortodoxo
Tras el asesinato de Trotski Natalia consagró los últimos veinte años de su existencia en defender su memoria y la de todos las y los comunistas víctimas de Stalin. Apoyó las luchas obreras de todo el mundo, como señalan las historiadoras Bárbara Funes y Gabriela Vino en su libro Luchadoras, la burocracia criminal estalinista.
Aunque siguió de cerca las actividades de la IV Internacional, desarrolló sus propias posiciones, con divergencias muy serias.
El primer desacuerdo de Natalia Sedova con la IV Internacional se da en relación con el internacionalismo, y se remonta a 1941. Natalia critica al partido norteamericano (Socialist Workers Party, nada que ver con el SWP de Gran Bretaña), su actitud confusa y poco beligerante contra la guerra imperialista.
Pero fue una carta de mayo de 1951, la que constituye el documento de ruptura con la IV Internacional y con el trotskismo ortodoxo en general. En dicho texto, reprocha a los dirigentes trotskistas el mantenerse en las posiciones que eran las de Trotski en el momento de su muerte. Consideraba que la evolución de la URSS obligaba a una nueva categorización. No podemos, decía, continuar considerando al Estado soviético como un Estado obrero. Para ella “los estalinistas, el Estado estalinista, no tenían nada en común con un Estado obrero y con el socialismo”. Lo que había en la URSS era capitalismo de Estado y estaba convencida de que Lev Trotski habría cambiado de posición sobre este punto.
En una carta enviada en enero de 1944 a Victor Serge, Natalia le decía: “Fue amargo pensar que los únicos supervivientes de la Revolución Rusa aquí y quizás en el mundo, estábamos completamente separados por el sectarismo. Y éste no era el espíritu humano de los verdaderos bolcheviques”.
En su lecho de muerte, a menos de 40 horas de entrar en coma, ya con dificultades para hablar, deseando honrar una vez más la memoria de Trotski, de Lev Sedov y de los bolcheviques eliminados por Stalin, aceptó ser filmada y pronunciar algunas palabras, afirmando así su certeza en la victoria de la revolución y dejando un conmovedor testimonio para las jóvenes generaciones.