Análisis extendido

Nikos Lountos

Hace 20 años, en marzo de 2003, el gobierno de EEUU bombardeó Irak para asegurarse de que el siglo XXI fuera “El nuevo siglo estadounidense”. Los neoconservadores que dominaban la administración Bush en ese momento no ocultaron que después de Irak, su gran objetivo, Irán, sería el siguiente.

20 años después, la noticia de marzo de 2023 fue que los líderes chinos juntaron a Irán y Arabia Saudita en Beijing y, bajo sus auspicios, los dos archirrivales restauraron sus relaciones diplomáticas y se comprometieron a tomar medidas de distensión. Los contactos entre las tres partes no habrían llegado a este punto sin la mediación del gobierno iraquí, que organizó conversaciones abiertas y tras bambalinas en años anteriores.

En 2003, EEUU tenía la intención de convertir a Irak en un centro desde el cual garantizar que ningún competidor estadounidense en ascenso, de Europa o Asia, pudiera obtener acceso e influencia política en Oriente Medio, la región preeminente del petróleo y el gas natural. Ahora se ha convertido en una base desde la cual el principal competidor mundial, China, puede establecer sus alianzas y demuestra su poder. El fracaso del plan neoconservador no podía ser más claro.

Las mentiras y sus consecuencias

El 20 de marzo de 2003, misiles estadounidenses comenzaron a caer sobre Bagdad. Casi 200 mil soldados, principalmente estadounidenses y británicos, ocuparon Irak en pocas semanas. El primero de mayo de 2003, Bush aterrizó en un portaaviones y anunció “Misión Cumplida”. Cientos de miles de personas murieron a causa de esa operación. Millones más vieron sus vidas destrozadas y se convirtieron en refugiados. El pretexto para la intervención fue que el dictador iraquí Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, que nunca fueron encontradas. Ahora, Juan Rueda, jefe de la CIA en Irak en aquellos días, le comenta a la BBC: “Habríamos invadido Irak aunque Saddam Hussein tuviera una goma elástica y un clip. Diríamos: ‘Cuidado, os quiere sacar el ojo’.”

Antes de las “armas de destrucción masiva”, se habían esforzado en vincular a Saddam Hussein con al-Qaeda y el ataque a las Torres Gemelas. El escenario era tan falso que podía crear una crisis dentro de los servicios secretos. El secretario responsable de Oriente Medio del Departamento de Estado, Ryan Crocker, comenta que en verano de 2002 hubo una reunión al respecto. Cuando se le preguntó cuál es la relación de Saddam con al-Qaeda, levantó la mano y dijo: “Ninguna”. Stephen Headley, que fue asesor adjunto de seguridad nacional de Bush, se puso frenético y lo acusó de estar fuera de la realidad. “Salí de la reunión pensando que si un hombre serio como Headley ha tomado este punto de vista, la hemos cagado”.[1]

La conmoción del atentado a las Torres Gemelas era reciente y aunque lo habían utilizado para invadir Afganistán en octubre de 2001, también hubiera sido útil para Irak. Oficialmente, solo tenían la confesión de al-Libi, líder yihadista capturado en Afganistán. Al-Libi, mientras estaba en manos de la CIA, dijo que no tenía nada que ver con Irak. La confesión solo llegó cuando Egipto se lo llevó. La CIA en 2004 admitió que la confesión no tenía valor, Libi dijo todo lo que los egipcios le obligaron a decir bajo tortura.[2]

Las mentiras iban en dos direcciones. Hacia la gente a la que había que convencer para que apoyara la guerra en Irak, pero también hacia los aliados de EEUU. Ambos intentos fracasaron. La marcha hacia la guerra desembocó en la mayor movilización internacional contra la guerra de la historia, el 15 de febrero de 2003, y el ataque no fue autorizado por la ONU, ni siquiera por la OTAN en su conjunto, sino por un conjunto de “la alianza de los voluntarios”, Bush principalmente con el británico Blair y Aznar. La lista de “voluntades” era larga, pero pocos aportaron tropas, mientras también surgió una crisis con Francia y Alemania.

Expectativas y realidad en la guerra de 2003

Pero había una parte de la mentira que el propio gobierno estadounidense se creyó. Tenía que ver con evaluar cuán fácil sería no solo derrocar al régimen de Saddam Hussein, sino también reemplazarlo con un régimen que garantizara la estabilidad. Los neoconservadores combinaban un pesimismo a largo plazo sobre el riesgo de que China o la UE hicieran tambalear la hegemonía estadounidense, sin que les importara a corto plazo la guerra y sus efectos. Cuando en septiembre de 2001 le presentaron al secretario de Defensa, Rumsfeld, el plan que los militares tenían listo para la invasión de Irak, respondió: “¡Ridículo!”. El plan preveía 500 mil soldados y seis meses para su despliegue. Los generales que le estaban informando le preguntaron “¿Cuánto debe ser?, señor Ministro” y él respondió “¿Yo qué sé?” ¿150 mil?”. Rumsfeld continuaría con las arbitrariedades, bajando luego el número por debajo de los 100.000.[3]

A nivel político, la arbitrariedad fue múltiple. El gobierno de EEUU se basó en sus relaciones con dos estafadores, Ahmed Chalabi y Ayyad Allawi, que se preparaban para gobernar Irak. Chalabi estaba recibiendo 300 dólares mil al mes por alimentar al gobierno estadounidense con cuentos de hadas. Filtró información sobre presuntos vínculos con al-Qaeda, intentó dar un golpe de Estado contra Saddam para provocar la intervención estadounidense y llegó a afirmar que no habría necesidad de ocupar Irak, ya que los chiítas del sur, cuando cayera Saddam, tomarían el control del país por sí solos y lo democratizarían sin ningún problema.

Tanto Chalabi como Allawi ocuparon cargos de primer ministro, viceprimer ministro, presidente y todo lo que quisieron pero terminaron en la papelera ya que el Estado estadounidense vio que durante años se había visto obligado a mantener la ocupación con la misma cantidad de soldados que comenzó la guerra. El mismo Bush que declaró la victoria en 2003, en 2007 ordenó el despliegue de 20.000 soldados adicionales y un aumento en la duración de la estadía de todos los soldados de infantería. Chalabi, hijo predilecto de los neoconservadores, fue expulsado cuando la CIA reveló pruebas que lo acusaban de ser un agente iraní. La guerra había comenzado con Bush y Blair diciendo que Irak pertenecía al “eje del mal” junto con Irán, y ahora Estados Unidos admitía de diversas formas que había entregado parte del poder de Irak a Irán.

¿Divide y vencerás?

Una vez que las fantasías iniciales de que un régimen neoliberal pro-estadounidense emergería mágicamente de las cenizas de Bagdad se disiparon, los estadounidenses, con la ayuda de sus colaboradores, recurrieron al “divide y vencerás” para controlar Irak. Dividieron las ciudades, el aparato estatal, el ejército sobre la base de la religión y el idioma, dando la ventaja a los políticos de la comunidad chiíta (como Chalabi y Allawi), que tenían vínculos históricos con Irán.

En respuesta, partes de la Resistencia en las áreas sunitas, así como partes del antiguo régimen de Saddam, recurrieron a la violencia contra los chiítas. El resultado fue una nueva némesis para quienes planearon la guerra: al-Qaeda, que no existía en Irak, ya había ganado una gran presencia. Los estadounidenses dieron aún más espacio a los políticos que tenían relaciones abiertas con Irán para organizar la “lucha contra el yihadismo”. Uno de ellos, Nouri al-Maliki, pasó a tener el mandato más largo como primer ministro, de 2006 a 2014.

Estados Unidos comenzó a retirarse, Irak era un “estado fallido”. En 2010 la infantería estaba por debajo de los 50 mil. En 2011 había más empleados en los consulados que soldados. Hoy solo quedan 4.500. En 2014 se alcanzó la cima del fracaso cuando ISIS (Estado Islámico), fortalecido por la guerra civil en Siria, se apoderó de una gran zona de Siria e Irak y en junio tomó el control de Mosul, la segunda ciudad de Irak en términos de población y área, y centro de la producción petrolera del Norte. Una vez más, Estados Unidos tuvo que depender de la ayuda iraní para expulsar a los yihadistas. El ejército iraquí, que la ocupación estadounidense había estado construyendo durante 11 años completos, salió en desbandada.

Los sub-imperialismos y la ruptura del equilibrio

Los efectos de la derrota estadounidense en Irak tienen dimensiones globales, pero específicamente en Oriente Medio aceleraron una serie de cambios que determinan dónde estamos hoy. El cambio más visible es que todos los regímenes de la región se han convertido en actores activos que toman iniciativas e intervienen provocando un ciclo tras otro de inestabilidad. La guerra en Irak anuló el equilibrio de poder en la región y no logró reemplazarlo por uno nuevo. Irán se vio repentinamente liberado de los regímenes del Este y del Oeste (Afganistán e Irak) ambos problemáticos para él. Arabia Saudita vio este cambio en el equilibrio como un peligro y se convirtió cada vez más en un centro exportador de inestabilidad (represión en Bahrein, guerra bárbara en Yemen, operación para aislar Qatar, intento de golpe de Estado en el Líbano, y la lista es interminable).[4]

Pero describir la situación a través del prisma de la rivalidad entre Irán y Arabia Saudita es una simplificación que lleva a conclusiones equivocadas. Aún más ahora cuando no solo Irán y Arabia Saudita se han vuelto a sentar a la mesa, sino que Assad de Siria ha aceptado la invitación de Arabia Saudita para asistir a la Cumbre de la Liga Árabe en mayo. Siria fue excluida de la Liga en 2011 cuando comenzó la represión de la revolución. El pasado mes de marzo Assad visitó Abu Dhabi y se reunió con los jefes de los Emiratos que le prometieron cooperación en la reconstrucción. Las únicas visitas internacionales que Assad ha realizado hasta ahora han sido a Rusia e Irán. Ahora, la oportunidad de hacer negocios con las ruinas tiene a los regímenes del Golfo acercándose. En Yemen, donde han causado la mayor destrucción humana, ahora han iniciado conversaciones e intercambios de prisioneros.

Todos contra todos

Los acontecimientos en Sudán desde el estallido de los enfrentamientos entre los dos señores de la guerra el 15 de abril, son la condena para cualquiera que intente comprender la situación a través de los “bloques” en guerra. Egipto apoya, por ejemplo, al general Burhan, a quien el otro general, Hemedti, acusa de tener vínculos con los islamistas, a quienes Egipto reprime implacablemente. Egipto apoya al general Haftar en la guerra civil libia, quien está apoyando a Hemedti en Sudán, al que Egipto está bombardeando. Más descripciones como las anteriores pueden causar dolor de cabeza, porque Israel, los países del Golfo y Egipto están enredados en una maraña desordenada, con intereses superpuestos, divergentes y en constante cambio.

Este conflicto multidimensional de los subimperialismos de la región tiene como trasfondo, como dijimos más arriba, el relativo retroceso del imperialismo norteamericano y este es un elemento que en el último año se ha confirmado aún con más fuerza. Ningún estado de Medio Oriente ha impuesto sanciones a Rusia a pesar de la presión de Estados Unidos. Ninguno votó expulsar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos en abril de 2022. Sin embargo, el pasado agosto Biden realizó una visita oficial a Arabia Saudí, tragándose todas sus amenazas de campaña. Había dicho que después del asesinato del periodista Jamal Khashoggi dentro de su consulado en Estambul, Arabia Saudita se había convertido en un estado paria y no volvería a hablar con el Príncipe Mohammed bin Salman (MbS). La guerra en Ucrania lo obligó a levantar el teléfono y pedir a Arabia Saudita y los Emiratos que aumentaran la producción de petróleo para mantener bajos los precios. No respondieron a sus llamados y se vio obligado a realizar una visita oficial. A pesar de las promesas verbales, desde el día de la visita, Arabia Saudita, en lugar de aumentar la producción, ¡ha ordenado una reducción dos veces!

El reciente fiasco con la publicación de documentos clasificados estadounidenses ha traído revelaciones aún más graves. Agentes estadounidenses han interceptado una conversación entre agentes rusos que afirman haber acordado con Emiratos cooperar contra los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos. En los mismos documentos, una revelación aún más cruda es que el dictador de Egipto, Sisi, adelantó en febrero un plan para producir 40.000 cohetes que entregaría a Rusia, junto con otras municiones, e incluso había dado instrucciones a los trabajadores para que dijeran que fabrican armas para el ejército egipcio “para que no tengamos problemas con Occidente”.

El miedo a la revolución

Por lo general, la discusión sobre estos cambios se lleva a cabo en un contexto de análisis sobre la “seguridad” de los regímenes, que es de hecho un lado de la realidad. La retirada de los estadounidenses deja a los regímenes más expuestos a riesgos externos. Sin embargo, los regímenes no ven su seguridad sólo en términos de geopolítica, sino también frente al “enemigo interno”, la revolución.

Los 20 años desde la invasión de Irak han sido una cadena de conmociones y crisis en el Medio Oriente: la guerra civil en Siria, la expansión de ISIS, el acuerdo nuclear con Irán. Pero entre ellas destaca la Primavera Árabe de 2011. El derrocamiento de Mubarak en Egipto, Ben Ali en Túnez, Gadafi en Libia, la revolución en Bahrein, Yemen y Siria y la propagación de las protestas en casi todos los países mantiene viva la pesadilla de las monarquías y de los dictadores. Entonces, cuando Arabia Saudita y los Emiratos responden a la presión de los EE.UU. y les dicen que el aumento de precios no es un juego geopolítico sino una necesidad interna, están diciendo la verdad. Los ambiciosos proyectos de MbS que quiere convertir a Riad en la capital más moderna del mundo y extenderse desde el turismo, las fuentes renovables hasta la inteligencia artificial y el espacio tienen como requisito previo los ingresos petroleros.

La década de 2000, la década de la guerra de Irak, fue también la década del auge de los precios del petróleo que dio a los regímenes del Golfo la oportunidad de verse como un nuevo centro intermedio de acumulación de capital en el planeta. Mohammed Bin Salman necesita tanto las decapitaciones públicas como los ingresos del petróleo para poder mantener la “paz” social en Arabia Saudita, fomentando una clase media expansiva en torno a la familia real que disfruta de privilegios sin pagar impuestos. Cada pequeño cambio en este equilibrio durante la última década causó pánico en el palacio. En 2017, MbS tomó como rehenes a 400 príncipes y ministros en el Ridge Hotel, y también secuestró extraoficialmente al primer ministro del Líbano, Hariri.[5]

China es el primero en la lista de países que importan petróleo del Golfo. A medida que la rivalidad entre Estados Unidos y China se convierte en la principal competencia del planeta, los jeques no están dispuestos a sacrificar sus cabezas para ayudar a Estados Unidos. Sobre todo cuando, desde que estalló la Primavera Árabe, acusan a EE.UU. de dejarlos expuestos a la revolución.

Y detrás del Golfo sigue una clase de países más débiles que dependen de las inversiones en petrodólares o quizás en petroyuanes. Como dice el profesor Curtis Ryan, experto en Jordania: “La ayuda y la seguridad financiera son parte de la seguridad del régimen e impulsan a muchos estados dependientes de la ayuda, como Jordania, Marruecos y Sudán, no solo a brindar apoyo diplomático o verbal para la seguridad del Golfo, sino también para enviar aviones de combate para participar en operaciones militares. Para estos estados, los problemas de seguridad no tenían que ver con el miedo a los rebeldes Houthi, o incluso con las ambiciones regionales de Irán, sino básicamente con mantener la buena voluntad de los donantes ricos como los Estados del Golfo Pérsico […] Ayuda, inversión, comercio, remesas laborales, petróleo y la seguridad del Golfo están directamente vinculados a la seguridad de los regímenes de Jordania, Egipto y otros estados pobres en recursos”.

Unas condiciones aún más explosivas

Porque la realidad es que las perspectivas de estabilidad interna de los regímenes están mucho peor que en 2011. Al principio, el golpe de la represión parecía abrumador. Ahí donde lograron destruir países enteros (Siria, Yemen, Libia), el caos volvió en contra de los “estabilizadores”. Yemen se convertió en Vietnam para Arabia Saudí, Siria se convertió en tierra fértil para ISIS y al-Qaeda, Libia ha sido despedazada. Ahí donde lograron restaurar los viejos regímenes con otro nombre, se enfrentan a las mismas condiciones que llevaron a la revolución, pero multiplicadas, y con un consenso social y político aún más roto.

El régimen egipcio se enfrenta a todo tipo de presiones. No puede satisfacer las necesidades alimentarias de la población, ahora importa ⅓ de esas necesidades y está expuesto a la subida de precios. Mientras que al mismo tiempo ha procedido recientemente con una nueva devaluación de la moneda en un intento de atraer fondos pero no lo está logrando y ahora se pronostica una nueva devaluación y otra ola de austeridad. La inflación de alimentos en diciembre estaba en 37%. La libra egipcia se encuentra entre las cinco monedas más devaluadas en 2023. En 2016, la línea de pobreza se estableció en $55 por mes y ahora está en $29. Según esta definición, el 30% de la población está por debajo de la línea de pobreza. En diciembre pasado obtuvo un préstamo de tres mil millones del FMI, pero primero no es suficiente, segundo tiene una serie de condiciones que provocan no solo un empobrecimiento adicional para millones de personas sino también grandes contradicciones dentro del régimen.

El tema más polémico es la demanda de que limiten drásticamente el papel de los militares en la economía. Pero el imperio financiero del ejército egipcio, que fabrica todo, desde piruletas hasta programas de televisión y construye todo, desde puentes hasta cadenas hoteleras, es uno de los pilares de la estabilidad del régimen de Sisi. Los militares corren a ponerse al día y cambiar el nombre de sus empresas para poder superar las condiciones del FMI que está exigiendo la privatización. En este enfrentamiento, los países del Golfo probablemente estén del lado del FMI, mientras esperan en la esquina para comprar lo más barato posible lo que Sisi entregue.

Movilización permanente

Túnez, el primer país donde estalló la Primavera Árabe, ingresa en 2023 con Kais Saied completando su golpe y convirtiendo oficialmente al país nuevamente en una dictadura. Sayed fue elegido presidente en 2019 y en 2021 disolvió el parlamento y el gobierno, tomando todo el poder. Aprovechó la pandemia y vendió su brutalidad a nivel internacional como lucha contra el Covid. La realidad fue que en medio de una pandemia estallaron protestas masivas y enfrentamientos con policías y militares centrados en barrios obreros contra la pobreza, el desempleo y la represión. Después de seis meses de lucha, Saied huyó al golpe. Pero todos pueden ver que haga lo que haga, no lo hace desde una posición de control sino de pánico.

Mientras escribimos este artículo, Saied incluso arrestó a Rashed Ghannoushi, el líder histórico del partido que ganó todas las elecciones desde 2011 y era el vicepresidente de la Cámara cuando se produjo el golpe de Saied. Anteriormente, Sayed había lanzado una campaña racista, ordenando el arresto inmediato de cualquier persona con piel negra. La policía desmanteló el campo de refugiados y migrantes justo en frente de las oficinas del ACNUR. Túnez no tiene el aparato represivo de Egipto. Además, tampoco los sindicatos y los partidos políticos de oposición pueden ser dejados de lado tan repentinamente. El miedo a una nueva revolución ante el empeoramiento de la pobreza está detrás del espectáculo de puño represivo.

Se debe acordar de que, la Primavera Árabe, no tuvo un solo episodio, ese de 2011. En 2018 empezó la revolución en Sudán que derrocó a Bashir y un poco más tarde en Argelia donde derrocaron a Buteflika. En octubre de 2019 llegaron los movimientos en Líbano e Irak. El advenimiento de la pandemia puede haber oscurecido la cobertura de estas movilizaciones, pero fueron masivas. Irak vivió seis meses completos con las calles y plazas llenas de manifestantes que rompieron todas las divisiones étnico-religiosas y se mantuvieron firmes de una manera sin precedentes, incluso cuando los muertos superaron los 600. El “Octubre”, como se lo conoce ahora en Irak, el levantamiento de 2019 ha adquirido tal poder que todos lo reclaman y todos le erigen monumentos.

Como explica Fanar Haddad en el último número de la revista MERIP, desde “octubre” hasta hoy, toda la política de Irak está determinada por una constante sensación de movilización popular: “Desde 2019, la cultura de las protestas ha sido omnipresente en Irak, especialmente en Bagdad y las demás áreas donde la mayoría son chiítas. Las protestas ocurren por varias razones. Algunos para mantener vivo el espíritu de 2019. Algunos para trabajos. Algunos contra cuestiones políticas y económicas concretas (la devaluación del dinar, la violencia contra las mujeres […]). Hoy, las protestas se han convertido en una característica permanente del panorama político, y ya no son unidireccionales, las protestas son contra el sistema, contra el gobierno actual, por puestos de trabajo, incluso de las élites políticas y sus opositores”. El sistema político de Irak salió vivo de la explosión de 2019, pero mucho más fracturado, mientras que la juventud en masa se conectaba con el espíritu de la insurgencia.

En diferentes circunstancias, pero también en Irán, la cultura de las protestas se ha convertido en una característica permanente y define la política. De la “Ola Verde” de 2009, a las manifestaciones de 2011, 2017 y de ahí al levantamiento con motivo de la muerte de Jina (Mahsa) Amini en septiembre de 2022, la dirigencia iraní está viendo a la calle como su principal competidor. Llama la atención cómo, en la reciente ola de luchas que han venido por conquistar en la práctica el derecho de las mujeres a circular sin hiyab, ni los regímenes del Golfo ni EE.UU. han mostrado intenciones firmes de “apoyar” el movimiento para debilitar a Teherán. Los miedos a la desestabilización y la revolución son más fuertes que jugar con fuego en las calles.

Israel en decadencia

Parte de la respuesta de los regímenes a la Primavera Árabe, tras la represión y la división y el intento de crear bloques religiosos, fue estrechar las relaciones con Israel. Los Acuerdos de Abraham, orquestados por Trump y firmados en septiembre de 2020, fueron la culminación. Emiratos, Bahréin e Israel firmaron el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas y poco después Marruecos se adhirió al acuerdo. Mientras que, aunque no firmó oficialmente, Arabia Saudita se movió en una dirección similar. Desde el punto de vista estadounidense, el acuerdo fue un intento de asignar la responsabilidad de la seguridad a los regímenes del Golfo y a Israel, en el contexto de la retirada estadounidense. Para los regímenes fue un paso más tanto para los negocios como para domar la resistencia palestina.

Dos años después del acuerdo, la situación no podía estar más lejos de lo que habían imaginado. Israel vive la mayor crisis política de su historia. Netanyahu no confía en sus servicios secretos, militares o judiciales. El presidente del país dio la voz de alarma sobre la posibilidad de una guerra civil por la reforma judicial de Netanyahu, que dejaría a la cúpula militar con la disyuntiva de obedecer las leyes de los jueces o las leyes del gobierno. Las protestas masivas obligaron a Netanyahu a dar marcha atrás. Pero el río no da marcha atrás porque ya el gobierno de Israel está controlado por fuerzas ultrarracistas y de extrema derecha que propagan la matanza masiva de palestinos. Es casi cómico que los acuerdos de Abraham llevaron a los Emiratos a hablar con Israel, pero el propio Biden no ha visitado Israel y tiene dificultades para comunicarse con Netanyahu incluso por teléfono, mientras que los ministros israelíes no son bienvenidos en los EE. UU.

El Estado de Israel, 75 años después de su establecimiento, adquiere una forma que corresponde a su contenido. Siempre ha sido un estado de colonos racistas, basado en la persecución de los árabes, y ahora reclama lo mismo para sí mismo. El movimiento palestino dentro del propio Israel ha hecho fuertes apariciones en los últimos años, llamando a huelgas generales y manifestaciones de desobediencia civil. Mientras que en Cisjordania y Gaza, a medida que se extienden los pogromos y la represión militar, están surgiendo nuevas fuerzas de la Resistencia. Desde principios de año, Israel ha matado a más de 100 palestinos, la cifra más alta desde 2000, cuando estalló el levantamiento palestino conocido como la “Segunda Intifada”. Durante la reciente y brutal represión de la mezquita de al-Aqsa, cuando Israel recibió cohetes desde el sur del Líbano, evitó cuidadosamente abrir una confrontación con Hezbolá atacando nuevamente en la Franja de Gaza. Es un comentario diario en los periódicos israelíes que la posibilidad de que 2023 traiga una guerra en la que Israel se enfrentará con tres o más frentes.

Hacen falta organizaciones revolucionarias

Las condiciones objetivas que llevaron a las revoluciones tanto en 2011 como en 2019 son aún más activas en Medio Oriente. La guerra de Ucrania y la crisis económica provocaron nuevas grietas en todos los regímenes. El repliegue estadounidense arraigado en la derrota en Irak desde 2003 es el factor determinante de fondo. Los levantamientos en las capitales árabes tienen la perspectiva de ser aún más radicales que en el pasado, se está acumulando nuevo material explosivo social. Pero no pueden llegar al final del camino por sí mismos. Las preguntas políticas de cómo seguir adelante después de una insurgencia no se responden por sí mismas, sin fuerzas políticas dispuestas a responderlas. Las fuerzas del Islam político pueden ser mucho más débiles hoy que en 2011, pero las respuestas reformistas tienen múltiples fuentes. Sudán es el ejemplo más reciente, donde se permitió gobernar a varias alas de la maquinaria asesina, prometiendo una transición a la democracia, hasta que finalmente desataron su violencia contra todos.

Hay una nueva generación de jóvenes en Medio Oriente que buscan cómo la fuerza que muestran en las calles también pueda convertirse en toma del poder. Es una generación que está incomparablemente más conectada con las actividades y los esfuerzos de los trabajadores de todo el mundo. Necesitamos con urgencia organizaciones de la izquierda revolucionaria en Medio Oriente, dotadas de las ideas del marxismo, para poder brindar con el movimiento las respuestas que faltan.


Notas

[1] Robert Draper, To start a war: How the Bush administration took America into Iraq, Penguin, 2020, Chapter 7.

[2] Draper, Chapter 5.

[3] Draper, Chapter 4.

[4] El argumento de que el fracaso de Estados Unidos en Irak está detrás del empeoramiento de las relaciones en el Golfo se desarrolla en Ibrahim Fraihat, Iran and Saudi Arabia. Taming a chaotic conflict, Edinburgh University Press, 2020.

[5] Sobre los cambios en Arabia Saudita, escribimos (en griego): “Arabia Saudita en crisis”, Socialismo desde abajo, enero de 2018.