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David Leiva

En fechas próximas al aniversario de la comuna de París de 1871, en Francia ha estallado una resistencia histórica contra la reforma de las pensiones del gobierno de Macron.

La gente trabajadora francesa está demostrando cómo se puede impulsar un movimiento con millones de personas, y están luchando para intensificar la huelga y asumirla con sus propias manos. Si consiguen derrotar de forma convincente al presidente francés Emmanuel Macron, esto repercutirá en toda Europa y más allá.

La escala de las protestas no es solo grande, es histórica. Es, sin duda, la mayor desde el gran levantamiento de 1968. Aunque la crisis social aún no es tan grave y las huelgas y ocupaciones son mucho más limitadas, la escala de las protestas callejeras es comparable o supera la de las protestas de 1936 en condiciones revolucionarias.

Según la Confederación General del Trabajo (CGT), unos 3,5 millones de personas se manifestaron en toda Francia el 7 de marzo, sexto día nacional de acción, de las cuales 700.000 lo hicieron en París. En todas las protestas había rabia y determinación.

Impopular

Los sondeos de opinión muestran que el 67% apoya las huelgas y paros contra Macron, con cerca del 65% que respalda las huelgas indefinidas y el 52% que desea un movimiento general de protesta social como el de los chalecos amarillos.

El Estado francés está fomentando y autorizando respuestas autoritarias de línea dura a medida que impone medidas impopulares y se enfrenta a la oposición pública. La policía atacó a los manifestantes con gases lacrimógenos y hubo muchísimas detenciones. También dispersaron violentamente a las y los manifestantes que bloquearon una esclusa cerca de la ciudad fronteriza franco-alemana de Estrasburgo, deteniendo la navegación en un amplio tramo del río Rin. La policía antidisturbios, fuertemente armada, también se ha enfrentado a estudiantes de secundaria que han levantado barricadas en ciudades como París.

Pero hay resistencia. El 7 de marzo, los estudiantes franceses desafiaron la represión y bloquearon 300 institutos y varias universidades. En Marsella, los manifestantes dispararon “proyectiles” contra las filas de los policías sindicalistas que intentaban unirse a la marcha.

La del 7 de marzo fue una huelga general. Casi todos los servicios ferroviarios y la mayor parte del transporte público parisino se paralizaron. Los sindicatos declararon que el 60% del profesorado francés estaba en huelga. Las personas en huelga bloquearon las puertas principales de todas las refinerías de petróleo de Francia.

Bloqueos

La plantilla de la recogida de basuras de París se declaró en huelga un día antes de lo previsto, dejando enormes montones de basura en las calles. Las y los trabajadores bloquearon un polígono industrial en la ciudad portuaria de Le Havre, cerrando fábricas.

El 8 de marzo, animados por el éxito de las protestas del día anterior y por las del Día Internacional de la Mujer, se establecieron piquetes masivos, se ocuparon rotondas y se manifestaron a nivel local desde primera hora de la mañana.

Se iniciaron huelgas indefinidas en sectores como el transporte público, incluidos los ferrocarriles, el refinado de petróleo, la recogida de basuras y la energía. El petróleo pendiente de embarque no salió de las refinerías durante días. A lo largo de una semana, se produjeron huelgas en tres de las cuatro terminales de gas natural licuado (GNL) de Francia.

Según el diario Le Monde, las huelgas del sector energético redujeron la producción de electricidad en 15.000 megavatios el 7 de marzo. Esto equivale a la producción de 15 reactores nucleares. Otros días, las huelgas redujeron la generación de electricidad en 5.000 megavatios. Los huelguistas cortaron la electricidad en la ciudad de Anonnay —ciudad natal del Ministro de Trabajo Olivier Dussopt, que supervisa las reformas de las pensiones—, donde Dussopt fue alcalde durante 15 años desde 2007. El 9 de marzo también se cortó la electricidad en el estadio de fútbol Stade de France y en la Villa Olímpica, que se está preparando para los Juegos del próximo mes de julio.

Además, el sector del gas inició huelgas el 8 de marzo. En Gournes-sur-Arondes, donde se encuentra el mayor depósito de gas de Francia, cuatro de cada cinco trabajadores abandonaron sus puestos de trabajo, pero pocas horas después se restableció el suministro. Frédéric Benn, trabajador de Gournes-sur-Arondes y delegado nacional del sector del gas de la CGT, declaró que se trataba de una “advertencia al Gobierno”.

Y añadió. “Estamos en una lucha a largo plazo, y nos hemos organizado en consecuencia. Somos gente responsable. Pero tenemos el poder de cortar el suministro de gas por completo”.

La autodeterminación de las personas trabajadoras importa

La mejor esperanza de Macron para evitar la derrota reside en los líderes sindicales. Los días de acción intensiva son espaciados y se centran en un único tema: el nuevo proyecto de ley. Esto permite que los sectores más combativos se desgasten y abandonen sin incorporar nuevas fuerzas.

En los primeros días de la lucha, la unidad de las federaciones sindicales ayudó a organizar protestas masivas. Los dirigentes del sindicato más grande y conservador, la Confederación Francesa de Trabajadores Democráticos (CFDT), se enfrentaron a la presión desde abajo y tuvieron que pedir el pleno apoyo a las protestas del 7 de marzo. Esto provocó un aumento del número de manifestantes.

Crecen las redes sindicales de base y los comités de huelga. Hay una carrera para ver si la burocracia sindical puede asfixiarlos, o si pueden tomar la iniciativa de la huelga. Los y las trabajadoras organizadas a nivel de base no solo se oponen al aumento de la edad de jubilación, sino que exigen una edad de jubilación más baja, salarios más altos y el fin de los contratos laborales precarios.

Las huelgas debilitan a los fascistas

La huelga plantea cuestiones políticas. Aunque la huelga no derrumbará el apoyo a los fascistas de Rassemblement National (RN, el antiguo Frente Nacional), sí abre oportunidades para debilitarlos. La portavoz del RN, Marine Le Pen, ha estado, como dijo una persona, “como un submarino” desde que comenzó la huelga. Esto se debe a que está desconectada de la gran cantidad de personas en las calles y no quiere estar del mismo lado que Macron, pero en última instancia ella y su partido sirven a los empresarios.

Le Pen ha permanecido en silencio avergonzada. Mientras tanto, el nuevo líder del Frente Nacional, Jordan Bardella, dice que no está a favor de “paralizar el país” y lamenta las “colas interminables frente a las gasolineras”. Puede que los huelguistas estén empezando a darse cuenta de que el RN no es amigo de los trabajadores, y que la división producida por el racismo solo beneficia a sus enemigos. La implicación consciente de la gente contra el racismo en las marchas callejeras puede ayudar. De hecho, la organización antirracista Marcha de la Solidaridad ha participado en grandes protestas.

La combinación de la huelga contra las reformas de las pensiones y las protestas del Día Internacional de la Mujer ha permitido un debate mucho más sostenido sobre los derechos de las mujeres y la lucha por las reivindicaciones de las trabajadoras.

Las protestas callejeras y las huelgas podrían superar al Parlamento

El gobierno de Macron está tratando de vencer la resistencia incentivando las reformas de las pensiones a través del Parlamento. La esperanza es que, una vez aprobadas las reformas, la resistencia vaya desapareciendo poco a poco. Al mismo tiempo que miles de personas marchaban por las calles, el Senado francés debatía las disposiciones más impactantes. Se trataba de retrasar dos años la edad de jubilación. Esa tarde, el Senado la aprobó por 201 votos a favor y 115 en contra. El 12 de marzo, el Senado aprobó la totalidad del proyecto de reforma.

El 16 de marzo, al no estar seguros de la victoria, Macron y sus secuaces han invocado el antidemocrático artículo 49.3 de la Constitución. Pero estas formalidades no son motivo para poner fin a la lucha. En febrero de 2006, el gobierno francés aprobó la ley del Primer Contrato de Trabajo (CPE). Introdujo la ley con el típico argumento neoliberal de que para aumentar el empleo juvenil era necesario privar de derechos a los jóvenes.

La ley permitía a los empresarios despedir a empleados menores de 26 años sin dar ninguna razón. Su aprobación provocó protestas y huelgas masivas. En abril, solo dos meses después de su aprobación, el entonces Primer Ministro Dominique de Villepin anunció que “no se daban las condiciones” para que se aplicara el CPE.

También ahora, las protestas callejeras y las huelgas podrían anular lo hecho por el Parlamento.


David Leiva es militante de Marx21 en Jerez. Vivió muchos años en Francia