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David Karvala

Contra todo imperialismo

Estas semanas tenemos dos aniversarios importantes para el movimiento antiguerra.

El 24 de febrero se cumple un año del inicio de la guerra actual de Rusia contra Ucrania. Y el 15 de febrero fue el 20 aniversario de la mayor protesta internacional coordinada de la historia; las manifestaciones globales de 2003 contra la guerra de Bush, Blair y Aznar en Irak.

Ese 15F de 2003, muchas ciudades del mundo vivieron manifestaciones enormes. En el Estado español, más de un millón de personas participaron en Barcelona y Madrid, con manifestaciones grandes en muchas más ciudades.

Fue un mensaje claro de rechazo a la agresión occidental. Este mensaje casi siempre incluía una firme crítica al brutal dictador iraquí, Saddam Hussein, pero se tenía claro que la prioridad en Europa y Norteamérica era rechazar el militarismo de “nuestro” lado.

Ahora, sin embargo, ante la guerra en Ucrania, más que claridad, hay muchísima confusión.

Un sector de la izquierda, muy pequeño, justifica la invasión rusa bajo varios pretextos. Por un lado, señalan la existencia de grupos fascistas en Ucrania… olvidando la fuerza de grupos neonazis en Rusia, y el hecho demostrado que Putin ha apoyado a partidos fascistas en Europa. Por otro lado, presentan la invasión rusa como “antiimperialista”, como si el imperialismo fuera solo EEUU.

Pero la visión dominante en Europa va en otro sentido, el de ver la guerra como un conflicto solo entre Rusia y su antigua colonia Ucrania, con la OTAN defendiendo a Ucrania de manera altruista.

Con esto, se olvida lo que representa la alianza atlántica, que es con creces la mayor fuerza militar del mundo, implicada en multitud de guerras e invasiones. Solo EEUU —sin incluir a aliados como Gran Bretaña, Alemania, etc.— tiene un gasto militar doce veces mayor que el de Rusia.

El problema no es solo que los Estados y las clases dirigentes justifiquen y encubran su propio militarismo, sino que en este conflicto, gran parte de la izquierda se hace eco, conscientemente o no, de la versión dominante. Este es un factor clave en la debilidad del movimiento antiguerra hoy, comparado con hace 20 años.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Lo cierto es que existen varios precedentes para estas confusiones. Es útil repasarlos.

La PGM: “antimilitarismo” selectivo

A principios del s.XX, ante la amenaza de lo que sería la Primera Guerra Mundial (PGM), la principal organización internacional de la izquierda, la Internacional Socialista, o Segunda Internacional, aprobó diversas resoluciones antibelicistas. Llegaron a proponer una huelga general internacional si estallaba la guerra.

Sin embargo, cuando Alemania invadió Bélgica el 4 de agosto de 1914, desatando así el conflicto, gran parte de la izquierda se olvidó de su internacionalismo. El partido laborista británico se declaró contra la invasión de Bélgica y denunció el militarismo alemán… pasando por alto que Gran Bretaña era entonces la principal potencia colonialista e imperialista del mundo. La mayoría de la izquierda alemana advirtió contra el peligro del zarismo ruso, y justificó a su propio Estado, etc.

Solo una minoría en cada país mantuvo sus principios. Entendieron que la PGM era un conflicto entre potencias imperialistas, y que todas eran condenables. Pero, en palabras de Karl Liebknecht, revolucionario alemán y colega de Rosa Luxemburg, hay que insistir en que “el enemigo principal está en casa”.

Por ejemplo, la izquierda revolucionaria rusa, con figuras como Lenin o Trotsky, se dedicó a rechazar, en primer lugar, al militarismo ruso, y al zarismo en general. Esto no significaba en absoluto justificar el militarismo alemán, solo que entendieron que dentro de Rusia el énfasis se debía poner en oponerse a su propio bando.

Al principio, esta visión era muy minoritaria, pero conforme la guerra fue empeorando las condiciones de vida de la gente trabajadora, el rechazo al conflicto —y al sistema que lo creó— creció, culminando en la revolución de 1917.

La guerra fría: “antimilitarismo” selectivo 2.0

Como sabemos, las esperanzas levantadas por la revolución rusa se quedaron ahogadas por su aislamiento y el posterior auge del estalinismo.

En la guerra fría que siguió a la Segunda Guerra Mundial, gran parte de la izquierda respaldó a la URSS. Para algunos sectores, era el comunismo hecho realidad; otros tenían críticas hacia el estalinismo pero aún así lo veían como un “Estado obrero”, algo más progresista que el capitalismo occidental.

Un factor clave en esta actitud fue la falta de confianza en las posibilidades de la lucha desde abajo, ya fuese en occidente o en el bloque del este, en el norte o en el sur. Las ilusiones en el bloque soviético iban de la mano de una creencia en el cambio desde arriba, ya fuese mediante la llegada de tanques rusos, la victoria de un grupo guerrillero, o la política institucional.

En cualquier caso, frente al problema muy real del imperialismo estadounidense, se veía a la URSS como la única alternativa factible.

En cambio, para la corriente de la que Marx21 forma parte, la URSS de Stalin no representó el socialismo, sino el capitalismo de Estado. Ante la guerra fría, esta corriente defendió el principio de “Ni Washington Ni Moscú, sino socialismo internacional.”

Ni Putin ni OTAN

Tras la caída del muro de Berlín y el colapso de la URSS, este argumento básico sigue vigente. El conflicto entre potencias imperialistas es ahora más multipolar, con más actores, pero sigue siendo necesario rechazar a todas estas potencias, a la vez de entender que “el enemigo principal está en casa”.

Ante la guerra en Ucrania, es esencial mantener esta visión global, para evitar dejarse arrastrar por los argumentos de una u otra potencia imperialista.

La invasión impulsada por Putin es totalmente injustificable y hay que rechazarla. Pero las reacciones dominantes en occidente son totalmente hipócritas.

Como se comenta arriba, la OTAN está lejos de ser una defensora de la paz. En los años 90, bombardeó Serbia. En 2001, invadió Afganistán, donde no trajo ni la democracia ni la liberación de las mujeres, sino 20 años más de calvario para su población. En 2011, bombardeó Libia, de nuevo abriendo el camino a más años de sufrimiento para su población.

No se trata de justificar a los regímenes de esos países; de eso se encargaban los líderes occidentales que en diferentes momentos los han apoyado a todos. Es solo para recordar qué representa realmente la OTAN, y cuáles son los resultados de sus intervenciones.

Por otro lado, la guerra de Ucrania no es ni de lejos la única en marcha ahora mismo. Arabia Saudita y sus aliados llevan años bombardeando Yemen, y reciben armas de occidente para hacerlo. El Estado israelí sigue su larga ocupación de Palestina, donde su ejército y los colonos ultras siguen matando a hombres, mujeres, niñas y niños. Y mientras Rusia ha sido excluida de Eurovisión y de muchos otros eventos internacionales, y su población sufre sanciones, nunca se ha hecho nada parecido contra Arabia Saudita o Israel, ni hablar de EEUU y Gran Bretaña tras las invasiones de Afganistán, Irak…

Frente a esta situación, una actitud de simplemente sumarse a las condenas a la invasión rusa, e incluso de apoyar la intervención de la OTAN, mediante las sanciones y el envío de armas, es repetir la traición de la socialdemocracia en 1914.

Como se comenta arriba, la OTAN no es ajena a la guerra en Ucrania, es un actor clave. Con sus envíos de cada vez más armas, utilizan este conflicto para debilitar a Rusia, y para enviar un mensaje a China, respecto a sus ambiciones expansivas. No es una guerra de solo Rusia contra Ucrania, sino, como ya explicó Alex Callinicos, una “guerra proxy”.

¿Armas o escuelas?

El gobierno español quiere aumentar el gasto militar al 2% del PIB, niveles nunca alcanzados antes. Esto a la vez que insisten en que no hay dinero para las mejoras en los servicios sociales, ni para mantener los salarios frente a la inflación.

Los Estados occidentales están gastando enormes cantidades de dinero en respaldar a Ucrania, sobre todo en ayuda militar. EEUU ha pagado o prometido casi 50 mil millones de euros a Ucrania, la EU en su conjunto un poco más de 50 mil millones. Se informa que solo el Estado español podría dedicarle hasta 250 millones de euros. Las cantidades que aportan (o prometen) para hacer frente al desastre humanitario del terremoto en Turquí y Siria son irrisorias en comparación.

Una izquierda que apoya el envío de armas a Ucrania tendrá muy difícil denunciar todo esto; forma parte de una lógica que comparten. También es verdad que una izquierda que apoya a Putin tiene poco que decir.

La idea de que la OTAN pueda, de alguna manera, ser una defensa frente al imperialismo es repetir —invirtiendo los términos— el error de gran parte de la izquierda durante la guerra fría.

En cambio, una izquierda y unos movimientos sociales que tengan claro que todas las potencias imperialistas son rechazables, pero que “el enemigo principal está en casa”, sí tiene mucho que decir.

Quienes recortan nuestros servicios sociales, quienes matan a personas en la frontera sur, quienes envían policías antidisturbios para reprimir al movimiento independentista catalán —o a huelgas, o para llevar a cabo desahucios— no es Putin, sino que es la clase dirigente de aquí.

Dentro de Rusia, por supuesto, o en los Estados que apoyan a Rusia, los mismos principios suponen enfocar la lucha casi totalmente en oponerse a la agresión de Putin. Allá, “el enemigo en casa” sí es el imperialismo ruso. Nuestro aliado en Rusia, y nuestra esperanza para acabar con Putin, es la pequeña izquierda internacionalista rusa, y en general la clase trabajadora de Rusia. Pero centrarse en la oposición a Putin dentro de un Estado de la OTAN es hacer el juego al belicismo de “nuestra” clase dirigente.

Así que debemos hacer lo posible para defender los argumentos del no a la guerra y no a las bombas, del “Ni Putin ni OTAN”. Debemos insistir en defender los intereses de la gente trabajadora, tanto aquí como internacionalmente. Estamos en minoría ahora mismo, pero esto puede cambiar. En contraste, el abandonar los principios del rechazo a la guerra, abandonar el internacionalismo, es fatal para siempre.


David Karvala es militante de Marx21. Fue unos de los portavoces del movimiento antiguerra de Catalunya, la Plataforma Aturem la Guerra, en 2003-2010.