Extinction Rebellion afirma que quiere ampliar su atractivo, pero también abandonar las tácticas disruptivas. Sophie Squire afirma que ambas deben combinarse y que la clave es el poder de los trabajadores.

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La reciente declaración “Renunciamos” de Extinction Rebellion ha acelerado el debate sobre la estrategia y las tácticas necesarias para detener el colapso medioambiental. El grupo pretende alejarse, al menos temporalmente, de los que han sido sus métodos disruptivos distintivos.

Muchas de sus figuras destacadas sostienen que tales acciones se han vuelto impopulares y constituyen un obstáculo para el movimiento efectivo que puede conseguir el cambio. Jon, que lleva tres años en Extinction Rebellion, explicó a Socialist Worker: “La declaración trata de bajar el listón de entrada para que la gente se implique”.

“Quedará claro que no tienes que seguir un camino concreto para formar parte de las acciones de Extinction Rebellion. Estamos dejando los frascos de pegamento y dando prioridad a las grandes movilizaciones. Esperamos que esto lleve a todo el mundo al Parlamento el 21 de abril”.

Los y las socialistas apoyamos tanto las movilizaciones masivas como la acción directa para lograr el cambio. Y a menudo los movimientos más eficaces combinan ambas.

Las grandes movilizaciones contra la guerra de 2003 —tanto el 15 de febrero, como parte de un día de acción mundial, como el día en que comenzó la guerra— sacaron a millones de personas a la calle. La gente bloqueó carreteras y provocó molestias generalizadas en su furia contra el inicio de la matanza.

Al final, las protestas no fueron suficientes para detener la guerra. Pero, sobre todo en Gran Bretaña, dejaron un legado de trabajo conjunto y sentimiento antiimperialista.

Esto hizo mucho más difícil para los gobiernos lanzar nuevas invasiones. Y socavaron para un gran número de personas las mentiras propagadas desde arriba sobre la “intervención humanitaria”.

Disturbios

La manifestación y los disturbios de marzo de 1990 contra el “Poll Tax”, un impuesto municipal altamente regresivo, sellaron el destino de este impuesto tras un largo periodo de impago masivo y protestas combativas. También fue crucial en la expulsión de Margaret Thatcher como primera ministra conservadora.

Las furiosas protestas ante la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Seattle (Estados Unidos) en noviembre de 1990 impulsaron una extensión de la lucha global contra el capitalismo.

La acción directa también puede espolear una revuelta más amplia. Puede destrozar las ideas de la gente corriente sobre lo que es posible y erosionar la idea de que tenemos que sentarnos y obedecer la ley mientras los que están en el poder dirigen el sistema por nosotros.

Puede coger al Estado por sorpresa, atraer más atención mediática hacia la causa y promover debates importantes. Las protestas de los pueblos originarios norteamericanos de 2016 en Standing Rock contra los nuevos oleoductos se convirtieron en un catalizador para una mayor ola de resistencia medioambiental.

Las protestas estudiantiles de los Friday for Future comenzaron como un testimonio individualista y local contra el caos climático. Pero se expandieron hasta convertirse en un poderoso centro mundial y foco de resistencia que cambió todo el debate. Así que nunca es bueno limitarse a decir “sólo marchar” o “sólo sentarse en la carretera”.

Hay un gran peligro en la afirmación de Extinction Rebellion. La idea de que “la interrupción de la normalidad” molestará a la gente puede convertirse en una razón para no apoyar algunas huelgas. Las huelgas en el sistema de salud británico son sin duda perjudiciales e inevitablemente afectan a la gente corriente, pero están totalmente justificadas.

Importantes

Tanto las grandes manifestaciones como la acción directa son importantes, y no sólo por la presión que pueden ejercer sobre los gobernantes. Son importantes porque cambian la imagen que la gente tiene de sí misma.

Participar en una manifestación de 100.000 personas da una sensación de poder colectivo. A veces, cuando un gran número de personas participa en protestas, se sienten lo suficientemente seguras como para tomar parte en acciones directas de mayor confrontación.

Un buen ejemplo de ello fue cuando el sindicato del profesorado universitario, UCU, y el Sindicato Nacional de Estudiantes organizaron una manifestación contra la subida de las matrículas en 2011. Inicialmente creían que se presentarían unos 15.000.

Más de 50.000 estudiantes acudieron y luego ocuparon la sede del partido conservador en Londres en una expresión de rabia.

La primera Rebelión Internacional de Extinction Rebellion en 2019 vio una participación masiva combinada con una acción directa que paralizó el centro de Londres. Se necesitaron días para despejar las calles. En esta rebelión, miles de personas descubrieron que ejercían un poder que no sabían que tenían.

Pero ninguna cantidad de manifestaciones, por grandes que sean, ni ninguna cantidad de escaparates rotos bastarán por sí solos para vencer.

Trabajadoras

La revolucionaria polaco-alemana Rosa Luxemburgo escribió sobre el terrorismo y comparó sus resultados con la acción masiva de la clase obrera. Escribió que incluso los actos terroristas más exitosos eran “estallidos de llamas ascendentes en medio del poderoso mar ardiente de un incendio forestal”.

Impedir que el mundo se reduzca a un páramo de fuego e inundaciones requerirá un movimiento que pueda derribar el sistema en su conjunto. El arma más poderosa contra el capitalismo es cuando los y las trabajadoras dejan de producir y cortan la fuente de beneficios.

No es la única forma de lucha, pero es la que puede tener mayores efectos. Y en el curso de las huelgas masivas, las y los trabajadores pueden cambiarse a sí mismos al mismo tiempo que cambian la sociedad que los rodea.

Cuando la gente trabajadora retira su mano de obra, tiene el poder de paralizar la sociedad e interrumpir el flujo de beneficios. Al hacerlo —al igual que con las otras formas de acción directa mencionadas anteriormente— también pueden llevar a las personas a desafiar y cuestionar el funcionamiento de la sociedad.

Por ejemplo, una queja común se plantea en casi todos los piquetes de huelgas que se pueden visitar últimamente. “Trabajamos durante la pandemia, sacamos adelante a nuestros jefes y nos aseguramos de que todo no dejara de funcionar. Incluso nos aseguramos de que pudieran seguir obteniendo beneficios. Y ahora nos castigan”.

Es el tipo de queja que empieza a cuestionar las prioridades del sistema. Se pregunta, ¿qué es más importante? ¿Es la capacidad de los altos ejecutivos para seguir obteniendo grandes beneficios? ¿O es la capacidad de las personas que producen esos megabeneficios para seguir viviendo?

Diferente

En su forma más combativa, la acción obrera también puede mostrar cómo la sociedad podría gestionarse de forma muy diferente. Cada vez que una plantilla hace huelga, demuestra que nada puede funcionar sin su trabajo.

Y si ese es el caso, también pueden demostrar que pueden dirigir la sociedad por sí mismos y con un conjunto diferente de prioridades. Aquí es donde las batallas sobre el clima pueden cruzarse con la acción de los trabajadores.

Para empezar, las cuestiones climáticas son a menudo cuestiones de clase, ya que son los trabajadores y los pobres quienes soportan la peor parte de los efectos del cambio climático.

En Gran Bretaña, por ejemplo, ya nos enfrentamos a la realidad de vivir y trabajar en un clima cada vez más extremo. Además, tenemos que pagar por ello: las mismas empresas de combustibles fósiles responsables de la crisis nos suben la factura de la luz.

En el Sur Global la relación es a menudo aún más pronunciada. En países como Irán e Irak, la gente trabajadora y pobre ha protestado por la escasez de agua.

En los países donde operan empresas de combustibles fósiles, actividades como la quema del exceso de gas generado por la extracción de petróleo son una fuente importante de emisiones y perjudican a las personas que viven cerca.

Aunar estas reivindicaciones puede significar presionar para que los sindicatos asuman las demandas climáticas. Pero hay que ir mucho más lejos.

Un movimiento climático amplio y combativo puede suponer un desafío para el Gobierno, como ya ocurrió en 2019. Puede ser otro factor poderoso en la crisis de los gobernantes de arriba.

A su vez, eso puede dar confianza a todos los que están luchando contra ellos, de que los de arriba pueden ser derrotados. El entusiasmo, la militancia y las tácticas del movimiento por el clima podrían trasladarse a las luchas de los trabajadores, llevándolas más allá de la acción férreamente controlada que organizan los dirigentes sindicales.

Y, a cambio, la fuerza de esa acción puede ser una demostración de dónde reside nuestro poder en la sociedad y nuestro potencial para cambiarla. En un ambiente así, todo tipo de reivindicaciones y problemas se entremezclan y se unen contra la causa común: el sistema que arruina nuestras vidas y nuestro sustento para obtener beneficios.

Construir un movimiento así requiere mucho trabajo y visión. Y ciertamente significa trabajar para asegurarse de que ese movimiento atrae a tanta gente como sea posible.

Pero también significa esforzarse por actuar —y no retroceder— para perturbar y desafiar al sistema.


Este artículo apareció en la web de nuestra organización hermana en Gran Bretaña, Socialist Worker.