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Alex Callinicos

Es probable que Lula se enfrente a desafíos más grandes que nunca durante su nuevo mandato como presidente de Brasil, a medida que la economía brasileña se desploma.

La estrecha victoria de Luiz Inacio Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales brasileñas del octubre pasado dio esperanza a la izquierda en todo el mundo. Derrotar a uno de los representantes más horribles de la extrema derecha demostró que se podía resistir ante su avance. Pero el camino por delante de Lula es muy estrecho y difícil.

Lula ya había llevado al Partido de los Trabajadores (PT) a la victoria en dos elecciones presidenciales, en 2002 y 2006. Pero la coyuntura económica era entonces más favorable.

Brasil se benefició del llamado “superciclo de las materias primas”: el enorme auge económico de China absorbió materias primas y elevó sus precios. El efecto en Brasil fue económicamente regresivo porque la manufactura declinó en beneficio de las exportaciones primarias como la soja, el mineral de hierro y la carne de res.

Pero el apetito de China por las exportaciones de Brasil generó los ingresos que Lula pudo utilizar para financiar programas contra la pobreza como Fome Zero y Bolsa Familia. Su gobierno generalmente siguió políticas económicas neoliberales ortodoxas, pero con alguna redistribución para las personas más pobres.

La crisis financiera mundial de 2007-2009 eliminó este margen de maniobra. El fin del auge proporcionó los antecedentes para el casi golpe de Estado que comportó la destitución de Dilma Rousseff, la sucesora de Lula, y el encarcelamiento de éste por lo que afirma son cargos falsos de corrupción.

Crisis

Lula hizo campaña prometiendo que “la rueda de la economía girará con los pobres formando parte del presupuesto”. Pero asume el cargo en medio de una grave crisis económica mundial. El impulso de los bancos centrales para reducir la inflación significa que la tasa de interés de Brasil ha subido al 13,75%.

Lula promete desechar una enmienda constitucional absurda que restringe el gasto público. Pero su ministro de finanzas, Fernando Haddad, ha anunciado un paquete de aumentos de impuestos y recortes de gastos destinados a eliminar el déficit presupuestario, que es un modesto 2,1 por ciento del ingreso nacional. ¡Volvamos a la ortodoxia neoliberal!

Cuando hablaron recientemente, Lula le dijo a Joe Biden que quiere reducir el dominio financiero del dólar estadounidense. Ha dado un paso hacia esto al anunciar con el presidente argentino, Alberto Fernández, que los ministerios de finanzas y los bancos centrales de los dos países trabajarán para introducir una moneda común.

La experiencia del euro demuestra que una moneda común no es la panacea. En cualquier caso, la nueva divisa tardará mucho en llegar, si es que llega. La inflación anual de Argentina alcanzó el 94,8 por ciento en diciembre, mientras que la de Brasil es del 5,79 por ciento.

Pero el mayor problema de Lula es político. Ganó por el uno por ciento de los votos. Bolsonaro usó su base en las iglesias evangélicas para movilizar a un gran número de las clases medias… reales o aspirantes. Tiene una gran influencia en las fuerzas armadas y la policía y un núcleo duro de seguidores fascistas o semifascistas.

Creen que el PT es sistemáticamente corrupto y que Lula perdió las elecciones. Durante las elecciones, la policía federal y los soldados montaron barricadas para interrumpir la votación en las áreas lulistas, especialmente en el empobrecido Nordeste, pero también incluso en Río de Janeiro.

Bolsonaristas

Mucho más grave, el 8 de enero, las fuerzas de seguridad en Brasilia permitieron que multitudes de bolsonaristas invadieran el palacio presidencial y los edificios del Congreso y la Corte Suprema.

Lula estaba fuera de Brasilia cuando tuvo lugar esta repetición de la toma del Capitolio de Estados Unidos por parte de los partidarios de Trump el 6 de enero de 2021. Tras restablecer el orden, expresó su desconfianza hacia las fuerzas de seguridad: “¿Cómo puedo tener a alguien en la puerta de mi oficina que podría dispararme?”

El gobierno del estado de Brasilia, que permitió la invasión, está siendo depurado. Lula despidió al jefe del ejército, el general Julio César de Arruda, por no haber tomado medidas drásticas contra la agitación bolsonarista en el ejército. Pero si durante ocho años como presidente Lula no logró democratizar las fuerzas armadas, es poco probable que lo logre ahora.

Por otro lado, la corrupción durante su presidencia anterior surgió principalmente de la necesidad de hacer tratos con partidos pequeños para controlar un Congreso donde el PT estaba en minoría.

Las recientes elecciones dejaron a los bolsonaristas bien arraigados tanto en el Congreso como en los gobiernos estatales. Solo la intervención de la gente trabajadora y pobre puede romper el atasco, y eso requerirá un programa radical que vaya mucho más allá de los horizontes de Lula.


Este artículo apareció en la web de nuestra organización hermana en Gran Brataña, Socialist Worker