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Suplemento sindicatos | Preguntas típicas | ¿Sindicalismo ultra? | Las contradicciones del sindicalismo


Muchas veces en la izquierda se mantienen visiones unidimensionales respecto a los sindicatos.

Se oyen comentarios como “los dirigentes sindicales son unos vendidos y corruptos”; “los sindicatos son corporativistas, solo defienden los intereses de unos privilegiados”… o —para algunas personas más “radicales”— “los sindicatos son parte del sistema capitalista, no son capaces de superarlo”.

Los tópicos positivos también toman formas aparentemente muy diferentes: “Lo de hacer la revolución es una paja mental, lo que hay que hacer es buscar pequeñas mejoras en nuestras condiciones de vida”; “la lucha sindical, la lucha de clases, es la que vale; las otras luchas son solo simbólicas”. O en su forma más radical, el anarcosindicalismo, “el sindicalismo es el cimiento de una nueva sociedad, o al menos nuestra mejor arma para conseguirla”.

Estos comentarios a veces se refieren al sindicalismo como tal, y a veces (sobre todo las visiones críticas) más a la burocracia sindical. Trataremos más tarde la cuestión específica de la burocracia. Empecemos con la valoración de la lucha sindical en sí misma.

Sindicalismo

Muchos de los tópicos respecto al sindicalismo se basan en una confusión fundamental respecto a qué es la lucha sindical.

El sindicato no es (o no debe ser) como un partido político, que agrupa a una minoría de personas alrededor de una orientación política específica. La base del sindicato es (o debe ser) el interés compartido y objetivo de las personas trabajadoras de defender unos intereses colectivos básicos. ¿Defenderse contra quién? Pues evidentemente en principio contra la empresa, la patronal o, en el caso de entidades estatales, la dirección o el gobierno…

Es cierto que este interés colectivo se puede entender de maneras diferentes. A veces, se entiende de manera muy estrecha, como los intereses directos de solo un grupo en concreto en un lugar de trabajo. A veces incluso se producen actitudes racistas, machistas…, dentro del sindicalismo. Todo esto es un error: en cualquier lucha importante lo que está en juego va más allá de un solo grupo, y la victoria suele depender de movilizar una solidaridad que vaya más allá de la plantilla de un lugar de trabajo, o incluso de un solo sindicato. El racismo, cualquier forma de opresión, rompe la solidaridad de clase que es el fundamento del sindicalismo consecuente.

Con todo, incluso en su forma más desarrollada, la base del sindicalismo es la defensa, o idealmente la mejora, de las condiciones laborales dentro del sistema existente.

Es verdad que una huelga muy combativa y amplia suele plantear cuestiones políticas que van mucho más allá, pero para tener una respuesta adecuada a estas cuestiones, hay que saltar los límites del sindicalismo como tal, y entrar en el terreno de la política revolucionaria.

Dicho esto, aun reconociendo las limitaciones del sindicalismo, en una sociedad capitalista, que se construye en base a explotar a la clase trabajadora, la autoorganización en defensa propia de esta clase es esencial y debería ser un elemento clave de cualquier proyecto serio de izquierdas. Es decir, un grupo socialista, marxista, debe promover, por principios, la afiliación a un sindicato y la lucha sindical.

La burocracia sindical

La burocratización es un problema endémico del sindicalismo, pero a menudo no se entiende su origen y alcance.

Típicamente, en el momento de analizar la burocracia sindical en el Estado español, se da mucha importancia a las subvenciones que reciben los sindicatos mayoritarios para cursos de formación, u otras características específicas del modelo de relaciones laborales en el Estado.

Pero esta visión no explica por qué la tendencia a la burocratización sindical está tan extendida y se produce en países muy diferentes, con sistemas laborales muy diversos. Se da en sindicatos antiguos pero también en los muy nuevos; en sindicatos moderados, pero también en los que tienen más fama de ser combativos.

Es un problema estructural e innato en el sindicalismo.

En un sindicato realmente representativo —uno que abarque a una parte significativa de la plantilla, sector o la clase trabajadora en general— la mayoría de la afiliación, la mayoría del tiempo, no es radical ni muy activa. Es que la mayoría de la clase trabajadora, en tiempos normales, no es revolucionaria.

Si la mayoría estuviera casi siempre activa y consciente de sus intereses reales, el capitalismo no sobreviviría ni cuatro días y no estaríamos hablando de todo esto.

Dicho esto, esta mayoría de la gente trabajadora tampoco está “perdida”, condenada a limitarse eternamente a una dieta de Telecinco, consumismo, etc.

Casi toda la gente trabajadora tiene ideas contradictorias. Por un lado, está descontenta con muchas cosas de su experiencia laboral (“I don’t like Mondays”; no me gustan los lunes). Pero por otro, se resigna a que es lo que hay: como mucho, se pueden pedir mejoras, a veces. El sindicalismo refleja esta conciencia contradictoria.

La contradicción también se expresa en que se quieren mejoras, pero la mayoría de la gente trabajadora no se compromete activamente con la lucha sindical, sino que se le da un apoyo, como mucho, pasivo. En el norte de Europa, esto se traduce en una afiliación sindical importante, pero normalmente inactiva. En el Estado español, solo una minoría reducida (aproximadamente el 13%) de las personas empleadas se afilia a un sindicato.

El resultado en cualquier caso es que las tareas de representación casi siempre se delegan en una minoría. Esta minoría puede ser una dedicada y combativa delegada sindical en un lugar de trabajo que hace actividad sindical en su tiempo libre. Pero en los niveles más altos del sindicato, puede haber funcionarios sindicales bien pagados, con sus despachos, sus coches, y altos salarios.

Esto da lugar a muchas críticas hacia la burocracia sindical, tanto desde la derecha como desde la izquierda. Periodistas bien pagados, trabajando en publicaciones que pertenecen a millonarios, critican el “alto nivel de vida” de los dirigentes sindicales. Es decir, hipocresía. Cuando las críticas provienen de las bases sindicales, son otra cosa, por supuesto.

Pero el problema de fondo es otro.

Capa intermedia

La cúpula burocrática sindical llega a constituir una capa con intereses específicos, una capa que se encuentra en una posición intermedia, entre la clase trabajadora y la patronal.

No es lo mismo que la patronal; no vive de explotar a la plantilla. Pero tampoco es lo mismo que un trabajador o trabajadora, que tiene que trabajar y sufrir explotación para poder conseguir un salario, y poder sobrevivir.

La función de la burocracia sindical es negociar los términos de esta explotación. Por esto, depende de la continuada existencia tanto del propio sindicato como de la patronal.

Este es el secreto del papel dual, contradictorio, de la burocracia.

Busca mejorar las condiciones, pero dentro del sistema existente. Una de sus prioridades es proteger las estructuras del sindicato, y no querrá luchar hasta el final si hacerlo puede poner en peligro esas estructuras. Por eso incluso el burócrata sindical de izquierdas puede echarse atrás en el momento crucial.

Por otro lado, si la patronal ataca demasiado, si exige demasiados sacrificios, esto puede poner en peligro al sindicato. Después de todo, si el sindicato no es capaz de ofrecer nada en absoluto, perderá su afiliación y al final dejará de existir… lo que supone una amenaza existencial para la burocracia. Por eso, en ciertas condiciones, incluso el burócrata sindical de derechas puede acabar liderando una huelga.

Hay que destacar que este análisis de la burocracia sindical es estructural, no se basa en que un cargo o una cúpula dirigente sea más de derechas o más de izquierdas. La visión política de la burocracia sí influye, pero el problema de la naturaleza de esa burocracia se aplica a un sindicato “más combativo” igual que a uno más “moderado”, en la medida que estos sean sindicatos amplios y representativos, no solo colectivos de izquierda radical.

Este análisis nos permite entender mucho mejor las experiencias vividas en la lucha sindical. Explica por qué las burocracias abandonan luchas a cambio de ofertas muy inadecuadas. Con esta visión no se cae en el error de pensar que el problema es meramente este u otro dirigente vendido, con lo cual la solución sería cambiarlo por otro dirigente.

Es positivo que surjan personas de izquierdas, más combativas, para liderar los sindicatos, siempre que surjan desde las luchas, con una base real, y no simplemente mediante alguna maniobra. Pero las presiones sobre la burocracia seguirán pesando.

Así que este análisis también nos explica lo que les pasa a activistas de izquierdas que llegan a ocupar estos cargos; insistimos, no es (principalmente) una cuestión de traición individual de “venderse”, sino que es fruto de la naturaleza estructural de la burocracia sindical.

Si este es el destino de un dirigente sindical, incluso de uno de izquierdas, ¿cómo, entonces, puede la izquierda incidir de manera efectiva y coherente en la lucha sindical?

Organización de base

Hay experiencias muy interesantes de una estrategia de izquierdas muy diferente. En Gran Bretaña, la organización hermana de Marx21, el Socialist Workers Party, ha teorizado esta orientación como “Rank and File”, la de priorizar la organización de las bases sindicales, por encima del intento de captar cargos.

Un ejemplo temprano de esta visión fue el Clyde Workers’ Committee (CWC, Comité de Trabajadores de Clyde, de Glasgow, Escocia). Este Comité lo crearon delegados sindicales combativos en 1915, en plena Primera Guerra Mundial, para combatir medidas gubernamentales que quitaban derechos laborales y prohibían las huelgas en industrias clave. Según una famosa declaración del CWC en 1915: “Apoyaremos a los dirigentes sindicales siempre y cuando representen a los trabajadores, pero actuaremos de forma independiente en cuanto dejen de hacerlo.”

En el contexto del auge de luchas obreras en la década de 1960 y los inicios de 1970, el grupo Socialismo Internacional (IS, que más tarde cambió su nombre a SWP) identificó la existencia de una capa de delegados sindicales combativos, relativamente independientes de la burocracia. Lideraban huelgas, movilizando solidaridad entre otros lugares de trabajo de la zona, para conseguir victorias antes de que la burocracia tuviera tiempo para intervenir. IS/SWP buscó reforzar esta tendencia espontánea, mediante la creación de redes de base (grupos de Rank and File), en sectores tan diversos como fábricas de coches, minas, transporte público, enseñanza… Durante un tiempo fue un movimiento muy vivo, bastante más amplio que la propia militancia del partido.

Sin embargo, no tuvo la fuerza para resistir la presión combinada del gobierno Laborista de 1974-79 y del Partido Comunista (que entonces aún tenía fuerza dentro del movimiento sindical), que promovieron el “contrato social” para acabar con esta combatividad. Al decaer el nivel de luchas, las redes de base dejaron de existir. La bajada de luchas, lejos de facilitar el proyecto reformista, abrió el camino para la llegada al poder de Margaret Thatcher en 1979. (Recordemos también que, en el Estado español, las mismas fuerzas políticas se harían eco del “contrato social” británico al firmar en 1977 los Pactos de Moncloa, que tendrían el mismo efecto desmovilizador.)

Esta organización de base estructurada solo puede surgir cuando hay un nivel de lucha significativo; un grupo político no la puede conjurar de la nada.

Trabajo de hormigas

Pero la orientación de base sí que puede y debe aplicarse en períodos menos combativos, y más allá de los lugares de trabajo ya sindicalizados. Si eres anticapitalista, no debes limitar tu actividad política a tu “tiempo libre”. Al contrario, tu lugar de trabajo debería ser un sitio clave para hacer política.

En algún momento esto podría significar establecer una sección sindical, o reactivarla si ya existe sobre el papel. De todas formas, siguiendo esta orientación, la prioridad en la lucha sindical es la actividad y organización (informal o formal, según el caso y el momento) dentro del lugar de trabajo, no las propias estructuras (burocráticas) del sindicato. Puede llegar el momento de presentarse para un cargo interno del sindicato, pero esto no sería un paso inicial en absoluto, solo se debe dar cuando tenga sentido dentro de la lógica del trabajo desde la base.

Esa actividad de base debe empezar con la búsqueda del apoyo de más personas en el lugar de trabajo.

Esto podría pasar directamente por hablar de temas laborales, pero es más probable que surja a través de debates sobre política general. A la hora de comer, las conversaciones pueden girar alrededor del fútbol o chismes acerca de famosos, pero también de acontecimientos que suceden en el mundo.

Un comentario sobre la llegada de gente refugiada seguramente abrirá un debate sobre el racismo. Ante una noticia sobre la última barbaridad de Putin en Ucrania, toca denunciarla… pero también recordar las muchas barbaridades del imperialismo occidental, las enormes cantidades que quieren gastar en armas mientras dicen que no hay dinero para escuelas y hospitales… Lo mismo sobre la cuestión trans, la violencia de género, etc.

Nadie nace sabiendo responder sobre todos estos temas, es un proceso de aprendizaje. No se trata de saber citar a Marx y Lenin (¡aunque sí escribieron textos muy buenos que vale la pena leer!). El reto es aprender a hacer frente a las ideas dominantes, hablando de manera amena. Porque tampoco se trata de ponerse friki ni pesado; hay que aprender a dialogar sobre la política, no intentar dar clases magistrales.

En toda esto, los boletines (y suplementos temáticos) de Marx21 pueden ayudar. Si tu situación te lo permite, a la hora de comer puedes sacar y leer un boletín con un titular “Contra la Islamofobia”, “Ni Putin ni OTAN”, etc. Esto seguro que abrirá debates, y los artículos del boletín pueden (deberían) aportar argumentos para estos debates de mediodía.

Dar batalla (insistimos, de forma natural y amigable, ¡¡no en plan machaque!!!) sobre estas cuestiones tiene dos efectos importantes. Por un lado, vas poniendo barreras ante discursos racistas, machistas, etc, en tu lugar de trabajo. Y por el otro, en estas conversaciones, irás viendo cómo se posicionan tus colegas de trabajo. La persona que defiende una actitud solidaria (antirracista, antisexista…) en estos debates es más probable que sea una aliada en los temas laborales. (Y a algunas de estas personas les interesará el boletín de Marx21.)

Si todo va bien, con el tiempo, se irá perfilando un grupito de personas más progresistas y combativas en tu lugar de trabajo. Según la situación, podéis quedar para tomar un café, etc. Y si hay una manifestación interesante —contra el racismo, contra la guerra, en defensa del derecho al aborto…— se puede sugerir participar conjuntamente, invitando también a otras personas de vuestro trabajo.

Además, en este círculo podrás plantear cuestiones directamente laborales, comentar vuestras condiciones de trabajo, qué cobráis (en empresas pequeñas, es muy posible que paguen salarios diferentes en base a criterios arbitrarios; el hecho de compartir esta información puede abrir la puerta a exigir una equiparación hacia arriba), o cualquier otra queja laboral que haya.

Si no hay sindicato en vuestro lugar de trabajo, este grupo amigo podría ser el eje de un grupo impulsor para establecer una presencia sindical.

Cuál sindicato es más apropiado es imposible decidirlo en el abstracto. Como regla general, tendría sentido optar por el sindicato que más os ayudará a unir a tus colegas de trabajo y a impulsar luchas. Es algo que se debe hablar y decidir colectivamente, no es un tema de principios absolutos.

Con una base así, se estará en buenas condiciones para aplicar los principios establecidos por el Clyde Workers’ Committee: apoyar e impulsar las convocatorias de lucha emitidas por la dirección sindical, pero con la capacidad de incidir y plantar cara cuando esta dirección traicione la lucha.

El grupo político y la lucha sindical

Ya se ha comentado cómo los boletines de Marx21 podrían ayudar a plantear de manera efectiva los debates políticos.

Más allá de esto, un grupo anticapitalista debería servir de red de apoyo en toda esta tarea. Debería ser un espacio en el que compartir experiencias y consultar con otras personas del grupo sobre cómo responder a problemas.

Una organización revolucionaria de cierto tamaño también ofrece la posibilidad de establecer coordinación entre personas del mismo sector, en diferentes lugares. Todo esto es un ejemplo más de la utilidad de un grupo revolucionario basado en el socialismo desde abajo.