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David Karvala

El brutal ataque de Rusia contra Ucrania es totalmente injustificable. Ya dura cuatro meses, y se ha cobrado miles, quizá decenas de miles, de vidas. Además, amenaza al mundo con la conflagración nuclear de una tercera guerra mundial.

E incluso si no llega a este extremo, Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, ha advertido de que la guerra de Ucrania puede durar años. Esto significa incontables muertos más, y terrible sufrimiento por parte de gran parte de la población del resto del mundo: se dedicarán enormes cantidades de dinero a armas a costa de nuestras condiciones de vida, algo que ya hemos empezado a ver.

Para poder responder ante esta situación, es esencial analizar bien qué está ocurriendo, y romper las mentiras fabricadas por los que promueven la guerra.

Las guerras revelan cómo es el mundo actual en realidad. También dejan en evidencia problemas dentro de la izquierda.

¿Nazis?

Putin y sus seguidores mienten cínicamente, diciendo que el objetivo de la guerra es combatir el nazismo.

Es cierto que hay fascistas en Ucrania, como los hay en mayor o menor grado en cada país de Europa. Si hay más en Ucrania que en otros lugares, es en parte porque los ultras crecieron haciendo frente a los ataques de la policía antidisturbios del entonces gobierno pro ruso en 2013-14.

Pero los neonazis han jugado un papel importante en el lado ruso también, desde los combates en Donbass en 2014 hasta hoy. Además, hace años que la Rusia de Putin apoya a grupos ultras en Europa, por ejemplo, con préstamos importantes al partido fascista de Marine Le Pen.

¿Valores europeos?

En los inicios del conflicto, Pedro Sánchez apeló a la unidad y fortaleza de la Unión Europea como una defensa de “nuestros valores y principios” frente al ataque ruso.

Sánchez intentó presentar el rechazo a la invasión de Ucrania como la versión actual del no a la guerra de Irak en 2003. Pero a nadie del movimiento antiguerra se le ocurrió enviar cantidades enormes de armas a Irak. Si ahora, EEUU y los Estados europeos sí están enviando armas a Zelensky, no es por principios antibélicos, sino todo lo contrario. Las mismas fuerzas que invadieron Afganistán en 2001 ahora están armando a Ucrania.

Por supuesto que el pueblo ucraniano quiere resistir el ataque de Rusia, el poder colonial durante siglos, del que se libraron solo hace tres décadas.

Pero la intervención (por ahora indirecta) de la OTAN no responde a la defensa de la democracia o los derechos de los pueblos. Si éstos les importasen, tendrían tareas que atender mucho más cerca de casa; también dejarían de apoyar al Estado israelí en su brutal ocupación de Palestina, y dejarían de armar a Arabia Saudita en su guerra contra Yemen.

No, los “valores europeos” que se expresan en este conflicto forman parte del mismo lote que las vallas mortíferas en las fronteras y los brutales programas de austeridad; neoliberalismo e imperialismo.

Imperialismo

Muchos políticos declaran su rechazo al imperialismo, pero limitan este concepto al ataque ruso; de hecho, algunos sectores de la izquierda radical ahora hacen algo parecido, a esto volveremos.

Por otro lado, gran parte de la izquierda solía identificar el imperialismo únicamente con EEUU y sus aliados, excluyendo del concepto a la URSS de Stalin. En realidad, el imperialismo no es simplemente una u otra potencia militar; es el sistema de competencia económica y bélica entre bloques de Estados y capital.

Los dirigentes occidentales están aprovechando el conflicto de Ucrania para fortalecer su bloque.

Finlandia y Suecia tenían una larga tradición de neutralidad; ahora ambos países piden la entrada en la OTAN. Con la inclusión de Finlandia, la OTAN aumentará en más de 1.300 km su frontera directa con Rusia; ya tenía fronteras directas gracias a sus ampliaciones hacia Europa del este durante las últimas décadas.

Dinamarca se había mantenido aparte de la política de defensa común de la Unión Europea desde su creación mediante el tratado de Maastricht hace 30 años; ahora ha acordado sumarse a ella. Destaquemos de paso que la UE demuestra que, en el mundo actual, lo económico y lo militar son inseparables.

Rusia había perdido muchísima influencia con la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS. El gran proyecto de Putin es recuperar lo que pueda de ese poder, al menos en lo que era su zona de influencia.

Mientras, China ya es la segunda economía del mundo, y va de camino a convertirse en una potencia imperialista global, con sus enormes inversiones en África y América Latina. Y esto empieza a tener su aspecto militar, con su desarrollo de armas avanzadas, y la extensión de su presencia en el este del Pacífico.

De esto, debemos sacar dos conclusiones urgentes.

Primero que, aunque tenga su aspecto local —dentro de la relación abusiva del Estado ruso hacia Ucrania— no se puede entender este conflicto aislado del choque entre potencias imperialistas. De manera directa, los dirigentes de la EEUU y la OTAN están apoyando a Ucrania para intentar debilitar a Rusia. Y de manera indirecta, al hacer frente así a Rusia, envían una señal a China respecto a cualquier tentación suya de ocupar Taiwán. Así que, como explicó recientemente Alex Callinicos, el conflicto en Ucrania es una “guerra proxy”, en la que los deseos de la población ucraniana de defenderse son utilizados en interés propio por EEUU y sus aliados.

Segundo, que ante los conflictos interimperialistas, una izquierda consecuente no puede apoyar a ninguna de las potencias, sino que debe denunciarlas a todas. Pero, dentro de esto, es esencial dar especial importancia al rechazo a las pretensiones militares de la “propia” clase dirigente. Como dijo ante la primera guerra mundial en 1914 Karl Liebknecht —revolucionario alemán y compañero de luchas de Rosa Luxemburg— “el enemigo principal está en casa”.

Ni Putin ni OTAN

Reconstruir el movimiento antiguerra es una tarea urgente.

Pero una lucha “antiguerra” en un país de la OTAN que se centrase única o principalmente en el rechazo a Rusia, en efecto haría el juego al enemigo en casa. Ya hemos visto como los Estados, los medios, las empresas… occidentales se han llenado estos meses de mensajes “antiguerra” que son realmente un apoyo a la posición de la OTAN. Los sectores de la izquierda radical que defienden el envío de armas de la OTAN a Ucrania y las sanciones occidentales a Rusia cometen un error gravísimo.

Hay que dejar claro que la oposición a la guerra debe incluir un rechazo muy claro a la OTAN y al militarismo de “nuestro bando”. Esto se aplica especialmente estas semanas, dado que a finales de junio se celebra en Madrid la cumbre de la alianza militar atlántica.

Dicho esto, esta necesaria condena a la OTAN no puede convertirse en justificación alguna para la Rusia de Putin. Ningún movimiento antiguerra serio puede excusar la invasión rusa.

La corriente de la que forma parte Marx21 tiene como lema “Ni Washington Ni Moscú”. Este principio es más necesario ahora que nunca. Por suerte, muchas personas del movimiento antiguerra lo entienden y comparten este sentimiento.

Pero tenemos mucho trabajo que hacer frente a la amenaza bélica, y frente a los recortes sociales que se aplicarán con la excusa de la guerra.