Un documento del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo revela que más de 2.800 millones de personas todavía no están protegidas frente a la Covid-19.
John Bell
En el segundo aniversario de la emergencia pandémica, podemos dar un paso atrás y ver cómo los intereses gubernamentales y corporativos han llevado a cabo una campaña estratégica para normalizar la muerte y las graves complicaciones para la salud a largo plazo de la Covid-19.
Recordemos la primera respuesta a la pandemia: confinamientos duros, las prisas para adaptarse al teletrabajo y la enseñanza online, y una proliferación de acciones de apoyo mutuo y solidaridad. Algunas personas trabajadoras de primera línea obtuvieron bonos especiales para continuar trabajando en servicios esenciales. Y todos comenzamos a enterarnos de lo que la epidemiología ha estado advirtiendo durante años.
Desde el principio escuchamos sobre la necesidad de un “equilibrio” entre la salud pública y la economía, entre la vida humana y las ganancias comerciales.
La pandemia cogió por sorpresa a los gobiernos. Pero brindaron apoyo a las personas que no podían trabajar. Nunca fue suficiente, y excluyó a demasiada gente, pero fue algo. Y dedicaron recursos a la adquisición de vacunas.
Por otro lado, ignoraron los consejos sobre cómo contener una plaga global. Recurrieron a soluciones nacionales o regionales ante un problema internacional. En lugar de eliminar las patentes farmacéuticas para permitir vacunas de bajo coste para todo el mundo, insistieron en defender los beneficios de las grandes empresas. Como resultado, las naciones industrializadas más ricas acapararon las medidas para contener y detener la enfermedad, mientras que la mayoría de la población mundial quedó a la deriva. El virus se ha aprovechado continuamente de la codicia del capitalismo; el sur global se convirtió en una placa de Petri para que la Covid-19 creciera y mutara en nuevas cepas.
La conclusión principal de la clase dominante fue que la Covid-19 era virulenta pero que el número de muertos era relativamente bajo, especialmente entre las personas que tomaban precauciones. Entonces promocionaron en voz alta la vacunación como la solución. La letra pequeña admitía que las vacunas no eran perfectas, sino un aspecto de un programa de medidas defensivas.
Lo que la mayoría de la gente escuchó fue que las vacunas eran la solución mágica. Y cuando no cumplieron con esa expectativa, la pequeña pero ruidosa minoría de escépticos de la ciencia y teóricos de la conspiración encontraron combustible para sus argumentos.
Entonces, el primer paso para normalizar la Covid-19 fue descubrir que el número de muertos era significativo, pero no lo suficiente como para amenazar el sistema.
El siguiente paso fue quitar importancia al número de muertos y centrar la atención en el sufrimiento de las empresas. Los medios de comunicación se centraron en las pérdidas de las pequeñas empresas sin dedicar el mismo tiempo a las familias de las víctimas o a los pacientes que se “recuperaron” pero desarrollaron una letanía de nuevos problemas crónicos de salud.
El enfoque en las pequeñas empresas locales fue deliberado. No carecen de importancia para la economía, pero el verdadero poder económico siempre reside en las grandes empresas corporativas de producción y distribución. Es difícil generar simpatía por lo que sufren Walmart, Loblaws o Amazon. ¿Pero tu pizzería favorita o tu carnicero local? Se convirtieron en el símbolo del sufrimiento del capitalismo.
Entonces, el segundo paso crucial para normalizar la Covid-19 fue desviar la balanza de la salud pública y generar simpatía e identificación con “nuestros” negocios.
Otro paso hacia la normalización fue destacar las “condiciones de salud preexistentes”. Cada vez que se mencionaba a regañadientes el creciente número de muertos, siempre había un asterisco: ya estaban enfermos, eran viejos, eran débiles. Nadie lo dijo en voz alta, pero la sugerencia estaba ahí: tal vez “el rebaño” esté mejor sin ellos.
El virus es una cosa altamente adaptable. Se presenta en oleadas: diseñamos defensas, parece que tomamos la delantera, muta para evadir nuestra defensa y el ciclo de enfermedad y muerte vuelve a dispararse.
Ante cada bajada en mortalidad, los gobiernos y las corporaciones respondieron con el abandono de las mismas medidas que habían conseguido esa bajada. Luego, con el inevitable regreso, las nuevas medidas de salud pública fueron menos estrictas, menos universales. Después de todo, se nos recordó, gracias a las vacunas, que incluso si contraes la Covid-19, no te dañará gravemente.
El paso hacía la idea de “contagiarte y olvidarlo” en la normalización requería centrarse en lo “suave” de las nuevas variantes como Omicron e ignorar el creciente coro de personas que sufren de “Covid prolongado”. Se prestó aún menos atención al número de muertos que crecía implacablemente.
Este enfoque yo-yo le dio confianza a la franja de extrema derecha que se alimenta de teorías conspirativas y ensalza el egoísmo individual como un derecho humano. También se alimenta de la lealtad y la financiación encubierta de la industria del petróleo y el gas. Y arroja sombra sobre los defensores de la salud pública y sobre la ciencia misma.
Así que entramos en la fase final del proceso, cuando los expertos, los políticos y los líderes titulares de la salud pública salieron y lo dijeron abiertamente: acostúmbrate, aprende a convivir con esto.
Dejaron de hacer pruebas. Casi dejaron de recopilar datos. Incluso admitieron que los datos que publicaron fueron una gran subestimación.
El llamado equilibrio entre la salud y las ganancias ha sido abandonado. Ahora, los expertos médicos son prácticamente unánimes y piden que se mantengan las mascarillas y las pruebas de vacunación ahora cuando la próxima ola está a la vuelta de la esquina. Pero los gobiernos los ignoran.
Los y las educadoras y expertas en salud infantil ruegan que las mascarillas sean obligatorias en las escuelas; muchos gobiernos se niegan.
En algunos países, ciertas comunidades intentaron imponer sus propias normas sanitarias. La respuesta de los gobiernos centrales es que es ilegal que lo hagan.
Nos aconsejan que hagamos nuestra propia evaluación de riesgos (sin datos útiles o apoyos sociales).
Si eres vulnerable, tienes seres queridos vulnerables o simplemente eres una o un vecino preocupado, bueno… estás solo. El resto de nosotros estaremos aquí fingiendo que la Covid-19 ha terminado porque hemos terminado con la Covid. Oye, justo a tiempo para la festividad que toque.
El proceso está completo. Millones de personas vulnerables quedan a la deriva: su susceptibilidad a la Covid-19 es su problema. Lo que comenzó como “Estamos todos juntos en esto” se ha convertido en “Estás solo”.
Y eso, bajo el capitalismo, es como normalizar la Covid-19: la privatizas.
John Bell es militante de nuestro grupo hermano en Canadá, International Socialists. Este artículo apareció en su web, Socialist.ca.