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Jesús Melillero

El pasado viernes 18 de marzo, el gobierno de Marruecos hizo público el reconocimiento del gobierno de Pedro Sánchez de la autonomía del Sáhara dentro de ese Estado norteafricano. Según el gobierno español, la propuesta de autonomía sería la solución más “seria, creíble y realista” para solucionar el problema de la ocupación de Marruecos del Sáhara Occidental.

Con esta decisión, el Reino de España ahonda en el abandono de los habitantes de un territorio que fue colonia española —incluso Franco la convirtió en provincia— durante casi 100 años. Porque, aunque la decisión de Sánchez es el reconocimiento de facto de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, ninguno de los anteriores gobiernos cumplió con sus obligaciones como antigua potencia colonial.

Empezando por el rey Juan Carlos I, quien consintió —en connivencia con Estados Unidos— la ocupación del territorio saharaui, pasando por los distintos gobiernos, ninguno cumplió el mandato de las Naciones Unidas —y más importante la voluntad del pueblo saharaui— de organizar un referéndum de autodeterminación, que como potencia administradora le correspondía llevar a cabo.

La decisión de Trump de reconocer al Sáhara Occidental como parte de Marruecos en 2020 no fue la acción aislada de un presidente ultraderechista, sino el mandato de la clase dirigente de Estados Unidos. El país magrebí es un aliado histórico del país norteamericano, siendo además uno de los pocos Estados de mayoría musulmana que han establecido relaciones diplomáticas y de colaboración con el Estado de apartheid de Israel.

Las clases dirigentes de Occidente —aliadas de Estados Unidos— tratan de convencernos de que hay que aislar a Rusia por la brutal invasión del gobierno de Putin y ayudar al pueblo ucraniano en nombre de los valores democráticos… pero en el caso del Reino Alauí hay que mirar hacia otro lado.

El régimen de Marruecos no tiene nada que envidiar en cuanto a brutalidad al ruso. Persecución de opositores, planes expansionistas, no reconocimiento de la plurinacionalidad del país —léase el caso del Rif— o represión a la gente que solo pide pan, como las revueltas en Alhucemas que comenzaron en 2016.

Pero nuevamente los intereses de las clases dirigentes estadounidense y europeas están por encima de cualquier derecho humano. Las riquezas de fosfatos, de petróleo, de gas natural o los caladeros de pesca del Sáhara Occidental podrán ser explotados por estos países, en connivencia con la clase capitalista marroquí. Como ha recordado Pedro Sánchez, el Estado español es el mayor socio comercial de Marruecos.

No solo eso, otro factor importante es el control de la migración africana. Las palabras de Pedro Sánchez el pasado miércoles 23 de marzo en Melilla, vinculando migración y mafias, como si fueran sinónimos, no tienen nada que envidiar a las posiciones racistas de VOX en el control fronterizo.

El papel de las y los revolucionarios

Como personas socialistas revolucionarias, debemos de apoyar incondicionalmente y sean cuales sean sus métodos a la resistencia del pueblo saharaui. Cuando un pueblo ha sido colonizado, saqueado y abandonado por una potencia colonial europea —el Reino de España— y después invadido y saqueado por una potencia regional aliada del imperialismo europeo y norteamericano —el Reino de Marruecos— no cabe ninguna ambigüedad.

¿Pero cómo podría ganar el pueblo saharaui? Está claro que, en el terreno militar, a pesar de la heroica lucha que llevan librando primero desde 1975 hasta 1991 y luego desde 2020 hasta la actualidad, poco pueden hacer ante un ejército cada día más fuerte gracias al apoyo de Estados Unidos e Israel. No cabe duda de que el combativo pueblo saharaui seguirá resistiendo, como lo lleva haciendo el pueblo palestino por más de 70 años.

El apoyo de Argelia, que lleva casi 50 años apoyando a la dirección política del Frente Polisario como representante del pueblo saharaui, no es suficiente en ese plano militar. Asimismo, un Estado como el argelino, represor de su propio pueblo —como las masivas movilizaciones de 2019— no es un socio fiable para la liberación saharaui. Argelia quiere erigirse como potencia regional, de ahí esta pugna con Marruecos; un estado saharaui aliado con salida al Atlántico sería un paso de gigante para la dirigencia argelina en esta disputa geopolítica.

Es clave la movilización en Marruecos frente a la guerra contra el pueblo saharaui. Mientras se dedican millones para crear un ejército poderoso que derrote y extermine a los saharauis, la gente corriente marroquí se ve abocada al paro o la migración. Por mucha propaganda que haga Mohamed VI, su reinado solo se mantiene por la represión a su propio pueblo. El día en que la gente de abajo de Marruecos tome confianza y sea capaz de derrocar a su régimen, no solo saldrá ella ganando, también lo hará el pueblo saharaui.

Por eso el racismo hacia la gente marroquí no es solo éticamente repugnante, si no que no es funcional a los propios intereses del pueblo colonizado. También debemos rechazar desde el Estado español esta retórica, la que pinta a los y las marroquíes como el problema; no debemos olvidar lo del “principal enemigo está en casa” tomando las mejores lecciones del marxismo revolucionario.

La gente corriente del Estado español tampoco ganamos con esta traición. Porque más allá de las relaciones con Argelia y el suministro de gas natural —con el cual no salimos de la política energética que nos ha conducido a la actual situación de cambio climático—, quien seguirá ganando con esta buena relación con Marruecos serán los Amancio Ortega o los Roig de siempre.

Ni siquiera de forma sustancial la situación de la gente corriente de Ceuta y Melilla mejorará, aunque la apertura de fronteras para el comercio alivie la economía de las dos ciudades autónomas. Los comentarios de Sánchez sobre la migración refuerzan el papel imperialista de ambas ciudades y las reducen a cuarteles sujetos a los vaivenes de la geopolítica. El derecho a la libre autodeterminación y un encaje no al servicio de los de arriba de estas ciudades en un Magreb multicultural, queda totalmente anulado.

Tras lo expuesto, lo que nos toca en casa es exigir a nuestro gobierno que revierta esta traición. Debemos acompañar a la diáspora saharaui en nuestras fronteras en sus protestas en distintas ciudades españolas, que culminarán en la manifestación del sábado 26 de marzo a las 12h de la mañana frente al Ministerio de Exteriores en Madrid. ¡El Sáhara vencerá!