Xoán Vázquez
El pasado 30 de enero se celebraron elecciones legislativas en Portugal en las que resultó vencedor el Partido Socialista con una sorprendente mayoría absoluta.
Los socialistas obtenían así una de las mayores victorias de su historia en número de votos y la segunda mayor victoria en número de diputados (117).
Esta victoria y el descalabro del Bloco de Esquerda y de la coalición del Partido Comunista-Verdes supone el fin de la geringonça, palabra que se usa para referirse al pacto de izquierdas que llevó al socialdemócrata António Costa a ser jefe del Gobierno de Portugal en 2015.
Esta fórmula se compuso con un ejecutivo en minoría del PS, apoyado en el Parlamento por el Bloco de Esquerda (BE) y la Coalición Democrática Unitaria (CDU), la alianza electoral entre el Partido Comunista y el Partido Ecologista Los Verdes, y surgió con la finalidad de revertir las políticas de austeridad impuestas desde 2008 por la Eurozona.
El término “geringonça”, que puede traducirse como “artilugio”, lo utilizó el exvicepresidente conservador Paulo Portas de forma peyorativa como crítica a una coalición heterogénea y a la que presumía débil. Sin embargo, algunos resultados económicos buenos y cierta estabilidad institucional del país hicieron de la geringonça un modelo de cohabitación para las fuerzas progresistas en Europa.
Esta solución comenzó a deteriorarse en 2020 y se colapsó a fines de 2021 con el rechazo por parte del BE y de la CDU del presupuesto presentado por el gobierno.
Entre todos los países de la OCDE, Portugal tiene el sexto salario promedio más bajo pero el aumento más alto en los precios de la vivienda. Además, Portugal tuvo la inversión pública más baja de toda la Unión Europea en 2020 y 2021. Esa fue en parte la razón por la que los partidos de izquierda se retiraron de la coalición y lo que condujo a las elecciones anticipadas del 30 de enero.
Pero estas elecciones suponen también el fin del “sueño portugués”. Este sueño era que Portugal fuera el único país de Europa sin una fuerza de extrema derecha significativa. La entrada de 11 nuevos diputados del partido ultraderechista Chega, que se unen al ya existente, colocan a Portugal en situación de igualdad con el resto de Europa, con una extrema derecha en continuo crecimiento electoral.
En un artículo de opinión publicado en Sul21 de Brasil, el sociólogo portugués Boaventura de Sousa hace una puntualización sobre el concepto del “sueño portugués”, señalando que “Lo cierto es que, en los últimos cien años, la extrema derecha lleva casi cincuenta años en el poder. En el período restante, desde 1974 hasta hoy, siguió existiendo como una pequeña minoría resentida y nostálgica, moviéndose entre la ilegalidad, la legalidad y, sobre todo con manifestaciones a veces violentas, otras veces simplemente insultantes (…) Si algún sueño terminó, fue el del secretismo y la contención de la extrema derecha”.
Pasa después a analizar las peculiaridades del caso portugués: “El auge de la extrema derecha es un fenómeno mundial que llega a Portugal con cierto retraso, y eso puede ser una ventaja, dado que se están haciendo notorios los desastres sociales y políticos a los que conduce la extrema derecha a los pueblos cuando gobierna. Basta ver el caso de EEUU, Brasil e India. La nueva generación de fascistas llega al poder democráticamente, pero una vez en el poder, no lo ejerce democráticamente, ni lo abandona democráticamente si pierde las elecciones”.
A continuación, señala que “un pilar específico del caso portugués es el hecho de no juzgar las atrocidades y la violencia del fascismo y el colonialismo, ni educar a las nuevas generaciones sobre este período oscuro de nuestra historia, un período mucho más largo que la democracia en la que hemos estado viviendo desde 1974. Cuando no aprendes lo que fue el pasado, el presente parece traidoramente eterno”.
El colapso de la izquierda
Aunque la suma de votos de los partidos que apoyaron al gobierno del Partido Socialista los últimos 6 años sigue siendo mayor que las fuerzas de derecha, la distancia se ha reducido a menos de la mitad.
Si la extrema derecha (Chega) e Iniciativa Liberal consiguieron más de 520.000 votos, a costa, sobre todo, de la derecha tradicional, el Partido Socialista obtiene 340.000 nuevos votos de lo que parece un trasvase de los 356.000 que pierden los comunistas y BE.
El PCP, con el peor resultado de su historia en unas legislativas, pierde la mitad de sus diputados (6) y 96.000 votos. Sus socios de coalición, Los Verdes, se quedan sin representación.
Pero el mayor descalabro es el del Bloco de Esquerda que pierde 260.000 votos y 14 escaños. En su comparecencia para analizar los resultados la portavoz del BE, Catarina Martins, habló de todo menos de las causas reales de su derrota, que no son otras que haber sido durante 6 años la muleta del Partido Socialista, dedicando más tiempo a recorrer los pasillos y despachos del Parlamento que a movilizar en la calle.
¿Cómo es posible que, tras varias derrotas seguidas (presidenciales y municipales) y ver como su apoyo al PS se traduce en un fortalecimiento de los socialistas y un debilitamiento del PCP y del BE, estos esperaron al último momento para cambiar de estrategia?
Tal vez porque lo que empezó siendo en 2015 una cuestión táctica para derrotar el durísimo plan de austeridad impuesto por el gobierno de la derecha desde 2011 se convirtió en la única estrategia del PCP y el BE. Y mientras el Partido Socialista garantizaba la estabilidad con concesiones mínimas a las y a los trabajadores.
Límites
Es cierto que, en la tradición marxista, la izquierda revolucionaria no debe ser nunca un obstáculo para que la izquierda reformista llegue al poder. Pero eso sí, dejando siempre claras las condiciones de su voto contra la derecha y sabiendo que al ser una cuestión táctica tiene sus límites.
No obstante, para todos aquellos que ven en estos resultados electorales el principio del fin del PCP y del BE, no está de más recordar que los comunistas cumplieron el pasado año sus 100 años de existencia y que mantienen un electorado estable de cerca de 600.000 votos a nivel municipal.
Por su parte, el BE ya ha sufrido a lo largo de su historia varios vaivenes electorales. De 8 escaños en 2005, pasó a 16 en 2009, bajó a 8 en 2011 y subió de nuevo para obtener 19 en 2015 y 2019.
Dos cuestiones están claras tras estas elecciones.
La primera es que el PS está poniendo todas sus esperanzas en el Plan de Recuperación y Resiliencia de la UE y no tiene intención de acabar con la dependencia del país del capital francés y alemán. Esto, unido al riesgo que suponen las mayorías absolutas en cuanto a su permeabilidad a los grandes intereses, hace que sea más necesaria que nunca una fiscalización absoluta.
La segunda es que la recomposición en el campo de la derecha, con una radicalización ultraderechista y ultraliberal, hace que la lucha contra la precariedad laboral y sobre todo la lucha antirracista deban ser prioritarias.