Marx21
Texto del suplemento de Marx21 sobre la guerra en Ucrania
- Contra todo imperialismo
- Una mirada situada
- ¿Sanciones?
- ¿Zona de exclusión aérea?
- ¿La OTAN por la paz?
- La autodeterminación de Ucrania
- Refugees Welcome
- Contra la guerra: contra el capitalismo
Las imágenes del ataque ruso contra Ucrania son terribles y preocupantes. Parece increíble que pueda ocurrir una invasión de este tipo hoy en día.
De hecho, como comentaremos más abajo, tragedias de este tipo son frecuentes, solo que normalmente ocurren en países más lejanos.
Pero la existencia de otros conflictos no quita nada del drama que sufren personas y familias corrientes en esta guerra, tanto las que están dentro de Ucrania como sus familiares aquí.
Habrá todo tipo de reacciones emocionales ante una situación tan terrible, y es normal. Pero si queremos evitar que ocurran guerras así, no podemos basarnos en estas reacciones.
Hace falta una respuesta política y ésta debe basarse en un análisis serio de la situación.
Porque esta guerra no surge de la nada, ni se puede explicar en términos de la maldad personal de Putin. Forma parte de un conflicto imperialista mucho más amplio. La fuerte reacción que ha provocado la invasión rusa de Ucrania, en comparación —por poner un ejemplo— con el silencio mediático y político ante el continuado bombardeo del Yemen por parte de Arabia Saudí (aliado de Occidente, recordemos) solo se puede entender dentro de este contexto más amplio.
No podemos acabar con las guerras sin tener esta visión más amplia. Este texto tiene el objetivo de contribuir a esta visión.
Contra todo imperialismo
Un punto fundamental es que vivimos en un mundo capitalista e imperialista, donde la guerra —fría o caliente; económica y/o militar— es permanente.
Como se explica más extensamente en otros artículos, el imperialismo no es simplemente de Estados Unidos. Es un sistema global donde se enfrentan diversas potencias imperialistas: EEUU, Rusia, China, la UE y los principales Estados que la conforman…
Ante este hecho, la corriente internacional de la que Marx21 forma parte asumió desde sus inicios en la década de 1950, el lema “Ni Washington ni Moscú”. A diferencia de casi toda la izquierda que se definía de marxista, nunca apoyamos (ni tan siquiera de manera “crítica”) a la URSS de Stalin y a sus sucesores, ni la vimos como algún tipo de Estado obrero o socialismo.
Pero también asumimos el principio del revolucionario alemán, Karl Liebknecht, ante la primera guerra mundial: “el enemigo principal está en casa”. Es decir, que en cada país debemos combatir sobre todo a nuestra “propia” clase dirigente.
Una mirada situada
Este principio se puede entender mejor con una broma de la época estalinista. Como todas las mejores bromas de este tipo, seguramente proceda de la propia URSS.
Stalin estaba en el Kremlin hablando con su invitado, el Presidente de EEUU. El Presidente le estaba explicando las bondades de la libertad en EEUU. Declaró: “mire, alguien podría salir a la calle en Washington y criticarme a mí, el Presidente de EEUU, sin sufrir represalias” (pasemos por alto si esto es cierto o no). Stalin respondió: “¡Aquí también existe esa libertad! Podrías ir al medio de la Plaza Roja y gritar contra el Presidente de EEUU, y nadie te tocaría”.
Por si no se ha entendido, las críticas al Presidente norteamericano y a Stalin serían igual de correctas por todas partes. Pero lo que representaría una acción radical varia totalmente según el lugar donde te ubiques.
Un ejemplo más trágico lo tenemos en la Primera Guerra Mundial. Previamente, los partidos de izquierdas de los diferentes países, agrupados en la Internacional Socialista, o la “Segunda Internacional”, se habían comprometido a oponerse a la guerra que se vaticinaba, incluso mediante una huelga general. Pero al iniciarse la guerra en 1914, los dirigentes reformistas de cada país se dedicaron a denunciar el imperialismo y militarismo… del otro bando, y a apoyar a su propio gobierno. Así que en Gran Bretaña denunciaron al militarismo alemán; en Alemania advirtieron de la amenaza a la democracia que representaba el zarismo en Rusia…
En cambio, la izquierda revolucionaria puso el énfasis en oponerse a al militarismo de “su” lado. Lenin y los bolcheviques se centraron en denunciar al zarismo; Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht en denunciar al militarismo alemán, etc. ¿Esto significó que Lenin no se oponía al militarismo alemán, o que Luxemburg y Liebknecht no rechazaban el zarismo? En absoluto, esto lo dejaron muy claro, pero el elemento clave, el eje de su lucha, fue el otro, el rechazo a la propia clase dirigente.
Hoy, debemos aplicar el mismo principio.
Dentro de Rusia, es esencial denunciar fuertemente el ataque de Putin, como lo hace el valiente movimiento antiguerra que ha surgido, en el que participa el grupo hermano de Marx21 en ese país. En Cuba también, cuyo gobierno respalda a Putin, el punto central es rechazar la agresión rusa, y así lo hace la nueva izquierda de la isla… sin olvidar, por supuesto, lo que representa y hace la OTAN.
En cambio, dentro de los países de la OTAN —la mayor alianza militarista del mundo, que está alimentando el conflicto con el envío de tropas y armas— centrar todas las exigencias en Rusia y Putin, ignorando el problema del imperialismo occidental, sería como gritar contra el presidente de EEUU en el centro de Moscú.
Nos encontramos ante el peligro de una guerra mundial y millones de muertos. Donde más podemos incidir para evitar que ocurra esto es en casa, presionando a “nuestros” gobiernos. Son estos los que lideran la OTAN, los que gastan nuestros impuestos en guerra, en vez de en necesidades humanas.
¿Sanciones?
Algunas de las personas que se oponen a la guerra plantean las sanciones económicas como una alternativa válida al conflicto militar. Sin embargo, las sanciones son otra arma de guerra. La competencia económica y la competencia militar son dos caras de la misma moneda.
Si fuera posible plantear sanciones que solo afectasen a los oligarcas amigos de Putin, parecería una opción atractiva.
Pero aquí se tendría que preguntar ¿por qué no se aplican sanciones contra la familia real saudí, implicada desde hace años en la guerra contra Yemen? Y ¿por qué no se hizo contra EEUU, Gran Bretaña y el Estado español por la invasión de Irak en 2003? Simplemente, porque las fuerzas que proponen las sanciones son las responsables de estas guerras, o son sus aliados.
En todo caso, las sanciones nunca afectan solo o principalmente a los de arriba, sino a la población del país afectado. Se calcula que las sanciones aplicadas a Irak entre las guerras de 1991 y 2003 causaron la muerte a un millón de personas, la mitad de ellos niños y niñas.
Las sanciones que se plantean contra Putin en realidad perjudicarían a la propia población de Rusia. La izquierda y los movimientos occidentales no debemos apoyar esta opción.
Otra cosa fueron las sanciones que los movimientos negros exigieron durante años contra el régimen de apartheid en Sudáfrica. Éstas solo se aplicaron, y solo en parte, tras décadas de lucha y ante la resistencia de los dirigentes del mundo. Los poderosos también se niegan a aplicar las sanciones que exigen los movimientos sociales palestinos contra el apartheid que practica el Estado israelí. Se ha excluido a Rusia de Eurovisión mientras Israel —con sus ataques diarios contra la población palestina— sigue participando.
Los poderosos no aplican sanciones en defensa de la paz: éstas no reflejan principios, sino su hipocresía.
¿Zona de exclusión aérea?
Algunas voces proponen que la OTAN establezca una “Zona de exclusión aérea” sobre Ucrania. Podría sonar como una manera limpia para terminar con los bombardeos rusos, pero no lo sería en absoluto.
Antes de nada, ¿por qué no se ha planteado algo así frente a los bombardeos en Yemen, o Palestina? De nuevo es hipocresía; no se trata de salvar vidas sino de intereses imperialistas.
La aplicación de una “zona de exclusión aérea” es en sí un acto de guerra. En Libia, la ONU acordó establecer una zona de exclusión aérea el 17 de marzo de 2011. Al día siguiente, el entonces presidente Obama ordenó bombardeos, y el 19 de marzo, Francia inició su intervención militar.
En Ucrania, una zona de exclusión aérea solo aumentaría el riesgo de un conflicto más amplio, con choques directos entre aviones de guerra de la OTAN y Rusia.
¿La OTAN por la paz?
Es evidente que muchas personas en Ucrania ven a la OTAN como un organismo de defensa de la libertad, la democracia, etc. Cuando te caen bombas rusas, no caben muchos matices.
Pero como se ha dicho antes, si queremos resolver los problemas, es esencial mirar los hechos, no limitarnos a reacciones instintivas. Después de todo, durante muchos años, frente al imperialismo occidental, la mayoría de la izquierda miraba a la URSS como a su salvadora, con resultados nefastos.
La OTAN se fundó tras la Segunda Guerra Mundial como un bloque militar bajo el liderazgo de EEUU, para hacer frente a la URSS (país que entonces se describía, falsamente, como comunista). La OTAN fue un factor clave en la guerra fría y la carrera armamentística nuclear. El Portugal del dictador Salazar fue miembro fundador de la OTAN en 1949. Grecia seguía siendo miembro de la OTAN bajo la Junta militar de 1967-74, que llegó al poder mediante un golpe de estado apoyado por EEUU.
La OTAN suele presentar sus acciones militares como “intervenciones humanitarias”, pero las personas civiles que mueren bajo sus bombas seguramente discreparían.
En los años 90, la OTAN intervino en la ex Yugoslavia. La situación ya era muy compleja, con nacionalismos excluyentes cruzados y abusos en todos los bandos. Pero el resultado fue una campaña de bombardeos de la OTAN sobre la población serbia, lo que solo enquistó aún más las divisiones nacionales. En 1999, la OTAN se instaló en Kosovo, territorio de la minoría albanés hablante, pero de nuevo, no trajo soluciones.
El ataque occidental contra Afganistán en 2001, el inicio de la “guerra contra el terror” que aún continua, se llevó a cabo en nombre de la OTAN. Por supuesto, los talibán que entonces controlaban el país eran horribles, pero las dos décadas de dominio occidental fueron una continuación del largo conflicto que el pueblo afgano llevaba sufriendo desde la invasión rusa de 1979, no su solución.
A pesar de todo esto, hoy hay incluso personas en la izquierda que defienden a la OTAN. Y no se trata solo de personas como Keir Starmer, dirigente del partido laborista tras la defenestración de Jeremy Corbyn. Incluso Paul Mason, un destacado escritor británico que procede de la izquierda revolucionaria y hasta hace poco apoyaba a Corbyn, respondió a la declaración de la corriente de la que forma parte Marx21 (reproducida en este boletín) con una justificación de la OTAN, describiendo a sus Estados miembros como “países globalistas y democráticos, ex imperialistas… frente a las dictaduras autoritarias y antimodernistas de China y Rusia”.
No debemos tener ilusiones en Rusia ni China, que claramente son potencias imperialistas, pero aún menos las debemos tener en EEUU y la OTAN que son fuerzas imperialistas aún más grandes (ver la respuesta a Mason de Alex Callinicos). Y como tal, no defienden ni la democracia ni los derechos humanos, sino únicamente a las clases dirigentes implicadas.
La autodeterminación de Ucrania
Hace más de un siglo, el revolucionario ruso Lenin tenía muy claro que la izquierda de ese país debía defender el derecho a la independencia de Ucrania, frente al imperio zarista. En la década de 1930, Trotsky defendió los derechos nacionales de Ucrania frente a la URSS estalinista. La posición marxista en este tema es clara, y el mismo Putin lo denunció en un discurso reciente, en que nombró y criticó a Lenin.
La izquierda consecuente debe defender como principio el derecho del pueblo de Ucrania a decidir su futuro, pero sobre todo le toca hacerlo dentro de Rusia, frente al chovinismo gran ruso que incluso niega la existencia de Ucrania como nación. El mismo principio se aplica a la izquierda en países aliados con Rusia, como Bielorrusia, China o Cuba.
En Occidente —si no queremos ser como quien grita contra el presidente de EEUU en medio de Moscú— hay que tener en cuenta otros hechos en el momento de plantear la cuestión, como cuáles son las fuerzas que hablan de “defender los derechos nacionales y democráticos” de Ucrania, con armas militares y económicas.
Como sabemos, en primer lugar tenemos a EEUU, que durante un siglo o más ha intervenido a su antojo en país tras país. Gran Bretaña, que sigue ocupando el norte de Irlanda (hace poco se cumplió el 50 aniversario de la emblemática matanza del Domingo Sangriento, cuando el ejército británico asesinó a sangre fría a 14 personas inocentes en las calles de Derry) y negando el derecho de autodeterminación de Escocia. Mientras que en el Estado español mejor ni hablar del derecho de autodeterminación si no se quiere correr el riesgo de acabar en la cárcel.
Y más allá de la cuestión nacional, recordemos que cuando el pueblo griego votó en referéndum contra un duro programa de austeridad, los dirigentes de la UE, de la mano de la dirección de Syriza, lo impusieron de todas formas.
Debemos tener claro que cuando estas fuerzas hablan de defender los derechos de Ucrania, es pura hipocresía, y no les debemos dar ninguna credibilidad.
Refugees Welcome
Ya ha empezado la huida de decenas de miles de personas de Ucrania; algunas predicciones sugieren que podrían salir millones de personas. Es evidente que no cabe otra respuesta humana que abrir las fronteras y acoger a estas personas refugiadas.
Pero el mismo principio se aplica a las personas que ya se encontraban bloqueadas frente a los muros de la Europa Fortaleza.
Hace meses que Polonia envió a su ejército para repeler a gente afgana, siria, yemenita etc. en su frontera con Bielorrusia; no sabemos cuántas personas han muerto en los fríos bosques allá, intentando llegar a Europa con sus familias.
Hace solo unas semanas que la guardia fronteriza griega repelió a un grupo de personas refugiadas en la frontera con Turquía formada por el río Evros. Doce de estas personas murieron congeladas: los agentes griegos les habían quitado la ropa, dejándolas mojadas por el río, en ropa interior, a temperaturas cercanas a cero grados.
Y como sabemos, en la frontera sur del Estado español, en el norte de África, hay muertes, devoluciones en caliente, y muchas personas heridas en las cada vez más altas vallas.
Debemos exigir que se abran las fronteras a las personas refugiadas de Ucrania, y a todas las personas que buscan refugio. El régimen racista de los controles de migración europeos debe terminar. Éste es un motivo más para la movilización internacional contra el racismo y la extrema derecha del 19 de marzo de 2022.
Contra la guerra: contra el capitalismo
Hace 20 años, frente a las agresiones contra Irak, se construyó el mayor movimiento antiguerra jamás visto. Hoy, en condiciones más complejas, tenemos que organizarnos de nuevo contra la guerra, en un movimiento que debe ser amplio y plural.
Sin embargo, las guerras son un elemento permanente del mundo actual: siempre vivimos bajo la amenaza de conflictos armados, incluso de la destrucción total.
Por tanto, también debemos plantearnos la necesidad construir una alternativa al sistema que produce las guerras: el capitalismo.
Y esta alternativa no puede consistir en ir a vivir a un “espacio liberado”, en un pueblo en las montañas. Solo con esto, no se cambian las dinámicas que amenazan al planeta con las guerras y el caos climático.
Ni tan siquiera existe la opción del “socialismo en un país”. Incluso en un país tan grande como la URSS no se podía construir una sociedad alternativa, dentro de un mundo capitalista. En realidad, el estalinismo nunca se planteó esto: se construyó el capitalismo de Estado para convertir la URSS en un competidor imperialista frente a Occidente, dentro del mismo sistema mundial.
Pero la alternativa socialista sí existe, mediante la lucha desde abajo, no solo para cambiar a unos dirigentes, sino construyendo una sociedad basada en el poder democrático de la gente corriente. Esto requiere una revolución, y que no se limite a un solo país.
Aquí no cabe todo el argumento. Basta con decir que el eje de la visión socialista revolucionaria no es un texto sagrado, ni un dirigente todo poderoso, sino que es la movilización de la gente corriente, luchando por poder controlar sus propias vidas.
Y la movilización contra la destrucción y muerte que trae la guerra forma parte de esa lucha. Como se ha dicho, el movimiento contra la guerra debe ser grande y unitario. Pero dentro de esta lucha, surgirán personas que quieren cambiar desde la base este mundo en crisis. A estas personas las animamos a sumarse a Marx21.