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Jad Bouharoun, Autonomie de Classe, Francia

Como era de esperar, el tema del racismo es obvio en este año electoral en Francia.

El surgimiento de Eric Zemmour y su movimiento de “Reconquista” es sin duda el punto culminante de esta campaña presidencial. El “polemista” que se ha convertido en candidato pide a los musulmanes que “escojan entre Francia y el Islam”, quiere impedir que los niños discapacitados accedan a la escuela y recortar las ayudas estatales a las madres solteras. Marine Le Pen tampoco ha desaparecido, pero parece casi comedida en comparación con Zemmour. Obviamente, el matiz entre los dos fascistas es solo táctico.

Estas dos candidaturas fascistas deberían, uno pensaría, despertar una conmoción en las organizaciones sindicales y de izquierda. Simplemente no deberían poder hacer campaña. Pero está lejos de ser el caso. Este artículo ofrece algunas pistas para entender por qué.

El problema hoy es que décadas de “desdiabolización” (normalización), estrategia consciente y asumida por los fascistas del Frente Nacional (después RN), nos han hecho bajar la guardia y nos han hecho delegar el análisis del fascismo en académicos desconectados de las luchas. Hoy no existe un consenso teórico e histórico sobre el fascismo ni sobre la naturaleza del RN en nuestro campo, ni siquiera una base común compartida que pueda servir como plataforma de lanzamiento de un movimiento unitario.

Demasiados anticapitalistas no ven la diferencia entre el fascismo y el capitalismo, y deducen que sería suficiente luchar “contra el capitalismo”, o que uno no puede luchar contra el fascismo sin antes haber realizado su acto de fe anticapitalista.

Demasiados anticapitalistas piensan que las llamadas luchas “sociales” (es decir, puramente económicas) son suficientes en sí mismas para hacer retroceder el peligro fascista. Demasiados anticapitalistas han visto en todo y en cualquier cosa el espectro de la “fascistización” del Estado y de la clase dominante, que ya no son capaces de prever la menor autonomía de los fascistas en relación con el Estado, y por tanto el específico peligro que podrían representar organizándose. La falta de práctica antifascista masiva terminó socavando nuestra comprensión colectiva del fenómeno fascista.

¡Sin fascismo… sin fascistas!

Las condiciones objetivas, el terreno sobre el que se puede asentar un movimiento fascista, las ofrece la crisis multifacética que atraviesa la sociedad capitalista. La ideología de los fascistas, aunque indispensable para su unidad y movilización, no es lo que los distingue fundamentalmente del resto de las corrientes políticas burguesas; sabemos cuán poroso es el entorno político y mediático “republicano” al racismo y que lo transmite con entusiasmo. En este sentido, es obvio que el capitalismo lleva dentro de sí los “gérmenes” del fascismo.

Pero lo que precisamente distingue al fascismo de otros fenómenos reaccionarios burgueses y de la represión por parte de los servicios especializados del Estado es su propensión a formar un movimiento violento de masas independiente de las instituciones del Estado, reclutado principalmente entre los estratos intermedios de la sociedad y dirigido contra un “enemigo interno”; este es el principal peligro para nuestro campo social.

Tal movimiento, que sería millonario, superaría con creces las capacidades represivas del aparato estatal y sería capaz de aplastar toda protesta y toda organización obrera y democrática; fue además la primera hazaña histórica de los fascistas italianos y del partido nazi, un preludio necesario de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto.

Seudorrevolucionario

Para lograrlo, toda política fascista debe oscilar necesariamente, por un lado, entre el entusiasmo seudorrevolucionario y el “choque” necesario para la creación de un movimiento de masas y su solidificación, y por otro, entre la forma institucional y electoral de ofrecer promesas de respetabilidad a la burguesía y sus representantes tradicionales.

Ya en 1921, Antonio Gramsci evocaba “dos fascismos” en tensión entre la estrategia parlamentaria urbana de Mussolini, hecha de aperturas a la derecha tradicional, y el movimiento paramilitar violento que prevalecía sobre todo en las zonas rurales. El historiador Robert Paxton ha descrito extensamente este fenómeno en sus diversas formas en su libro Anatomía del Fascismo.

La irrupción del candidato Zemmour bien podría leerse desde este ángulo: la estrategia electoral deseada por Marine Le Pen, si lograba la “desdiabolización” de un partido fascista y de sus ideas, parece haber alcanzado un techo de cristal electoral y no se ha traducido suficientemente en el anclaje local para el RN, que vive desde hace algunos años una hemorragia militante.

Zemmour, aunque él mismo es solo un pequeño advenedizo de los medios burgueses, parece traer ese entusiasmo y esta embriaguez que, como dijo Hitler, “las pequeñas lombrices de tierra necesitan sentirse como parte de un gran dragón”. Por eso atrae hacia sí no sólo a los desilusionados cargos del RN, sino también a los pequeños grupos de combate callejero que le sirven de orden. Toda esta hermosa gente espera que la campaña de Zemmour les brinde la oportunidad de multiplicar por diez su influencia y de establecer su organización, libres de la camisa de fuerza que se ha vuelto demasiado respetable del RN.

El reto de esta campaña electoral va, pues, más allá del recuento de votos. A través de él bien podría comenzar el proceso de recomposición del campo fascista en Francia, la reconstrucción de su anclaje local con Zemmour como fachada. Mientras tanto, RN se hunde un poco más en su crisis estratégica.

Peligro

El nacimiento de un movimiento fascista de masas está lejos de terminar, pero este es el peligro que nos amenaza actualmente. Sin embargo, RN no está fuera de juego y la presión de Zemmour bien podría acelerar su crisis interna y “solucionarla” a través de una reorientación.

Los análisis del fascismo y la supuesta “fascistización” no tienen en cuenta esta dialéctica entre la respetabilidad y la construcción de un movimiento de masas. Estos no se enfocan en lo que los fascistas están tratando de hacer. Por tanto, estos análisis solo pueden desviar nuestra atención de la especificidad de este movimiento y del peligro que representa. La preponderancia de estos análisis explica en gran medida la ausencia de un movimiento antifascista de masas y las dificultades que habría hoy en día para construirlo.

Sin embargo, no estamos condenados a la inacción. La estrategia de choque adoptada por Zemmour no solo afecta a sus potenciales seguidores: parece haber revivido algunos reflejos antifascistas entre las organizaciones de izquierda. Pero las pocas movilizaciones, aunque positivas y necesarias, todavía son embrionarias.

El desafío estratégico para nuestro campo es construir un movimiento de masas para contrarrestar a los fascistas y todo el peligro que representan, pero para hacer esto, la discusión sobre la cuestión del fascismo debe ampliarse y basarse en una multitud de experiencias concretas, que aún se están desarrollando y construyendo.

Campaña

Es cierto que, para responder a este desafío, debemos en particular construir una gran campaña antirracista, que sea capaz, utilizando sus enlaces existentes y creando otros nuevos, de aprovechar el rechazo generalizado suscitado entre la población por Zemmour y Le Pen. Solo sobre la base de tal movimiento podemos convencernos seriamente de la importancia de una movilización antifascista de masas.

Esta situación exige que las y los activistas tengan objetivos claros y principios firmes, combinado con la mayor flexibilidad táctica. Para lograrlo, nos corresponde apoyarnos en lo posible en las iniciativas políticas y sindicales existentes, pero sin esperar a que se pongan en marcha. Nos toca a nosotros ir llamando a todas las puertas, buscar alianzas donde no solemos ir, como en las organizaciones vecinales, asociaciones humanitarias, mezquitas e iglesias comprometidas con las personas migradas, etc. En otras palabras, ayudar a las personas indignadas a organizarse.


Jad Bouharoun es activista de la red anticapitalista Autonomie de Classe en Francia