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Jesús Melillero

Melilla está situada en el norte de África, enclavada en el corazón del Rif. No está al lado de Ceuta como muchas veces se cree en la Península —casi 400 Km separan ambas ciudades— y está a más de 200 Km de Málaga. Constituye un semienclave —territorio de un Estado rodeado por otro excepto por una zona que da al mar— situado en el norte de Marruecos, a 50 km de Argelia.

Melilla es una ciudad que entró a formar parte de la Corona española en el año 1497. Según la historia oficial, la ciudad se encontraba deshabitada en el momento en que un mercenario español, Pedro de Estopiñán, reclamó el territorio de lo que sería la ciudad.

Hay que recalcar que hay debate en torno a la figura de este personaje histórico, al que los más acérrimos españolistas consideran un héroe y formaciones políticas como Coalición por Melilla (CpM) —escisión del PSOE en los 90, formada principalmente por gente rifeña y actualmente primera fuerza política del gobierno tripartito local— no reivindican ni expresan homenaje de ningún tipo.

El status político de la ciudad no ha cambiado desde el siglo XV, aunque sí las dimensiones de la misma. Melilla sirvió en su momento como base de apoyo para la colonización del Rif por parte de España. En 2021 se cumplieron 100 años de la Batalla de Annual, que fue una victoria anticolonial de los rifeños sobre el colonialismo español.

Hoy, Melilla continúa teniendo un papel imperialista, representando a la Europa Fortaleza que exprime al continente africano, eleva las vallas y reprime a las personas que huyen del saqueo que las potencias occidentales, en connivencia con las élites africanas, hacen del mismo.

Con este breve contexto histórico y geográfico podemos acercarnos a entender la demografía actual de la ciudad. Más de la mitad del censo, que es de unos 90.000 habitantes, es musulmana —en el sentido cultural, sea creyente o no— de origen rifeño. Un poco menos de la mitad es cristiana de origen peninsular, además de la presencia de una pequeña comunidad judía, gitana y algunas familias de origen hindú. Todo en 12 Kilómetros cuadrados.

Rifeño

En Melilla se habla una variedad de las lenguas bereberes llamado rifeño o chelja.

Es una lengua hablada por entre 6 y 7 millones de personas del norte de Argelia y Marruecos, así como por comunidades de la diáspora rifeña en el extranjero, como es el caso de los Países Bajos. En Melilla constituye la lengua materna de más de la mitad de la población de la ciudad, aunque no existen medidas para su promoción ni uso en las instituciones públicas. Se encuentra por tanto en una situación de diglosia: una situación de inferioridad de una lengua respecto a otra cuando comparten un territorio, quedando la otra lengua inferiorizada, limitada al uso oral o familiar.

En Marruecos, a raíz de las revueltas en distintos países árabes en 2011, se le ha dado más reconocimiento, aunque ya se enseña en las escuelas desde el año 2003 o en Argelia desde los 90.

En el caso de Melilla, a raíz del Estatuto de autonomía del año 1995 —que puso fin a la administración de la ciudad norteafricana por parte de la provincia de Málaga— se habla en el artículo 5 punto h del Título Preliminar “La promoción y estímulo de los valores de comprensión, respeto y aprecio de la pluralidad cultural y lingüística de la población melillense”, aunque sin hacer una referencia específica al chelja.

También el Estado español ha firmado declaraciones a nivel europeo como la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias del Consejo de Europa que implicaría una protección real de esta lengua.

Todo esto no dejan de ser declaraciones de intenciones, como cuando en la Constitución española se habla del derecho a una vivienda digna o a un trabajo.

Es cierto que existen programas de la televisión local en chelja o incluso se ofertan cursos presenciales u online para acercarse a esta lengua, pero más allá de esto el chelja es ignorado. No hay rótulos ni carteles en la ciudad en este idioma ni existe el derecho a ser atendidos en la administración pública en su lengua materna.

No se espera la cooficialidad ni nadie la pide, a nivel de movimiento social, de gente organizada. Ni siquiera la CpM, que más allá de hacer declaraciones institucionales en el Ayuntamiento o en el Congreso o el Senado a través de Compromís u otros partidos regionalistas de izquierdas, lo que hace es pedir un reconocimiento y/o promoción del chelja. Dicho esto, dentro de la semana de celebración del Yennayer —año nuevo amazigh— se ha anunciado la creación de grupos de trabajo para la promoción del rifeño.

Si la CpM u otro partido pidiera la cooficialidad de manera abierta serían tachados de antiespañoles, con lo que ello conlleva en una ciudad como Melilla. Ya de por sí, si eres “moro” tienes que reafirmar constantemente tu españolidad, para que incluso en tu tierra no seas tachado de extranjero. Es importante remarcar que ni la CpM ni ningún agente social organizado cuestiona el status quo de la ciudad ni pretende una integración en Marruecos; algo también comprensible por el trato que este último país da a su propia población rifeña.

En vista de todo lo expuesto, se entiende la ausencia del chelja en el sistema educativo.

No existe ni siquiera una asignatura optativa a la que el alumnado pueda acceder si así lo escogiera la familia. Y si bien es cierto que los docentes no imponemos la lengua con que la que el alumnado se expresa en los recreos o en la calle, a nivel institucional la prevalencia del castellano hace que, aunque la lengua materna de muchos niños y niñas sea el chelja, opten de manera natural por el uso del primero.

Años 80: la lucha por la dignidad

La lengua debería ser un derecho civil más, no debería verse como algo que lleva a la división y al enfrentamiento, sino como patrimonio de una ciudad que se autodenomina la Ciudad de las Cuatro Culturas.

Pero como ocurre con cualquier derecho democrático, su consecución solo vendrá como fruto de una lucha que involucre a la gente corriente. En Melilla nunca existió una legislación que legalizara la segregación como en la Sudáfrica del Apartheid o en el Estados Unidos de los años 50. Sin embargo, el sometimiento y la marginación de la población de origen rifeño era una realidad. A pesar de haber nacido o llevar muchos años en la ciudad, esta población no tenía directamente la nacionalidad española, y con ello sufría la total carencia de derechos: a la educación, a viajar libremente o a trabajar en la administración pública.

En 1985, ya con el PSOE en el poder, se establece la Ley de Extranjería. De facto, esta ley establecía que los habitantes musulmanes de Melilla de origen rifeño eran extranjeros que podían ser expulsados si no regularizaban su situación administrativa.

Eran ya entonces miles de personas, en una población que se había ido incrementando a lo largo del siglo XX, debido a diversos factores. Muchas personas se establecieron en Melilla en la década de 1940, tras ser utilizadas por Franco como fuerza de choque contra la Segunda República en la Guerra Civil, y hubo otro influjo tras la independencia de Marruecos en 1956. A menudo no tenían opción sino construir infraviviendas insalubres en la periferia de la ciudad, como la llamada Cañada de la Muerte.

La gente se empezó a autoorganizar. Como en todos los movimientos de masas, la cuestión del liderazgo estaba ahí, con Aomar Dudu como máximo exponente. Militante socialista y primer musulmán de Melilla con estudios universitarios, fue expulsado de su trabajo en la administración pública debido a la organización de las protestas. Con su artículo “Legalizar Melilla”, publicado en El País el mismo año de la promulgación de la infame Ley de Extranjería, llamó la atención sobre la situación de marginalidad de gran parte de la población de la ciudad.

El 23 de noviembre de ese año 1985, tuvo lugar una de las mayores manifestaciones de la historia de Melilla hasta entonces, con más de 6.000 asistentes. No fue producto de una maniobra o un engaño desde arriba, sino debida a la propia auto organización desde abajo, con la creación de comités de barrio que hicieron un gran trabajo de concienciación, como explicaba Abdelkader Mohamed Alí, uno de los organizadores de la movilización en un reportaje sobre la ciudad autónoma publicado en El País Semanal en 2010.

Como pasa en todas las revueltas la acción crea la reacción, y dos semanas después, el Día de la Constitución, miles de melillenses de origen peninsular acudieron a una contramanifestación a propósito de este movimiento por los derechos civiles. De repente el moro, la mora, la muchacha que te limpia la casa o el joven al que explotaban, impunemente, reivindicaban dignidad y tener los mismos derechos que tienes tú.

El movimiento pro-derechos humanos estuvo fuertemente perseguido, infiltrado por los servicios de seguridad españoles, en unos años en los que el secretario de Estado era Rafael Vera, que incluso visitó la Cañada esos días. El líder del movimiento acabó auto exiliado en Marruecos, no regresando jamás a residir en su ciudad.

Sin embargo, el movimiento triunfó. Al menos legalmente, las y los melillenses de origen rifeño consiguieron tener los mismos derechos que los de origen peninsular. La generación nacida en los años 80 y posteriores se ha beneficiado de los resultados de esta lucha, pudiendo acceder a la sanidad, a la educación e incluso a puestos políticos de relevancia, como la Subdelegación de Gobierno o el Ayuntamiento de la Ciudad.

Pero muchos problemas persisten. Un 30 % de la población de la ciudad se encuentra en situación de pobreza o exclusión social, estando la mayoría de estas personas concentradas en barrios de mayoría musulmana, como la Cañada o el Monte de María Cristina. Casi 40 años después, la igualdad formal no se ha transformadora aún en una igualdad real.

Lengua y movilización social

Desde mi punto de vista como docente residente en la ciudad, creo que la valoración que se hace de la cultura rifeña y en este caso del chelja, es como algo vulgar, algo de segunda, algo que no hay que respetar, valorar o promocionar. En consecuencia, la gente más joven así lo entiende también, por mucho que lo hable en el ámbito familiar.

Pero los hechos acontecidos en 1985 ponen de manifiesto que cuando parece que no pasa nada, el malestar se acumula y acaba estallando con la irrupción de la gente corriente en el espacio público. La lengua es algo más, un elemento galvanizador que podría estar presente en los movimientos sociales que vendrán.