Natalia Leiria Dantas
«Hablarle a alguien en un idioma que entiende permite llegar a su cerebro, pero hablarle en su lengua materna significa llegar a su corazón» (Nelson Mandela)
Este texto es un breve relato personal e intimista. Está escrito a partir de mi vivencia como alumna en una escuela pública catalana, con la particularidad de haber nacido en Catalunya, siendo hija de la migración extracomunitaria y sin más familiares europeos, es decir, alguien que no ha tenido la transmisión intergeneracional de la lengua catalana.
Identidades
Empecemos hablando sobre mi identidad o ¿por qué no? “mis identidades”.
Soy hija de migrantes brasileños, que vinieron a Barcelona en los años 80/90. Nací en Barcelona en 1997, una ciudad en la que, paseando por sus calles, podemos escuchar más de 300 lenguas diferentes. Sí, aquí conviven centenares de lenguas y culturas; lo que le confiere a mi ciudad un valor enorme, un patrimonio inmaterial singular, porque cada idioma que se habla aquí permite leer el mundo de una forma propia, diferente de las demás, con su cosmovisión particular que es el fruto de diversos procesos históricos y socioculturales de toda la gente que vivimos en Catalunya.
El catalán —la lengua propia de Catalunya— junto a toda esa riqueza sociolingüística y cultural, va configurando, poco a poco, un espacio de identificación ya sea simbólico y/o material, en el cual he crecido y, ahora, percibo el mundo y su entorno.
En casa
En nuestra casa se ha hablado siempre en portugués entre mi madre, mi hermana y yo, y en castellano al hablar con mi padrastro. Nunca hemos tenido la oportunidad de convivir con nuestros abuelos u otros familiares para acostumbrarnos a hablar y escuchar en nuestro idioma materno.
Nuestra madre siempre nos habló en su lengua materna, que a su vez pasó a ser la nuestra. Con la transmisión de la lengua en casa, en nosotras creció un sentimiento de arraigo y cariño por el portugués y por Brasil, así como por la Cultura, la Comida, la Historia y principalmente por la Música popular brasileña.
El hecho de que en nuestra crianza mi madre le diera especial importancia al aprendizaje correcto y “exhaustivo” del portugués nos proporcionó, a mi hermana y a mí, muchas experiencias esenciales, que de otro modo hubiéramos sido privadas. Por ejemplo: poder relacionarnos y hablar con nuestros hermanos, primos, tíos y abuelos en nuestra lengua; leer nuestro cómic favorito “Turma da Mônica”, y muchas tardes interminables cantando a todo pulmón las canciones de Caetano Veloso, Chico Buarque y Marisa Monte.
Recuerdo que, al dirigirme a mi madre en castellano o catalán, ella nos pedía que lo hiciéramos en portugués con la famosa excusa de no entendernos. También recuerdo las infinitas correcciones que nos hacía al hablar en portugués, principalmente a mí, sobre vocabulario, frases hechas, y ¡fonética!
Entonces yo no entendía para qué nos insistía tanto en que leyéramos los centenares de libros en portugués que se trajo de Brasil, en que nosotras escribiéramos en portugués las cartas a la familia o en que oyéramos canciones en portugués.
Ahora comprendo y comparto plenamente lo que intentó y finalmente logró mi madre. La dificultad que ella encontraba era obvia: era la única referencia de esta lengua para dos niñas que vivían en un entorno dónde se hablaban otras lenguas. Gracias a ella, hasta hoy en casa es un entorno donde predomina el portugués, mi hermana y yo lo hablamos entre nosotras de manera espontánea y natural, y obviamente con nuestra madre. Es más, si una de ellas se me dirige en otra lengua me produce una sensación extraña, y le pido que cambie.
En casa coexisten en perfecta sintonía y amistad mi lengua materna y el castellano. Ejemplo típico eran las cenas, en las que en una frase mezclaba las dos lenguas si me quería dirigir a mi padrastro, o a mi madre o a mi hermana.
Patio (El recreo)
Estudié en la escuela pública catalana de los tres hasta los doce años. Allí hice mis primeras amistades. Con la mayoría hablaba en castellano, como con mi mejor amiga Irene (con familia de Navarra). En mi escuela había niños y niñas de muchas nacionalidades, algunos emigraron muy pequeños y otros nacieron aquí: colombianos, ecuatorianos, brasileños, chinos, marroquíes, peruanos, etc.
En el patio jugábamos a muchos juegos, la mayoría en castellano: el “Pilla-pilla”, el “Escondite”, la “Gallinita ciega”, “Polis y cacos” o las cancioncitas para saltar a la comba. Recuerdo el “Pica-Paret”, uno de los pocos juegos que jugábamos en catalán. En los pasillos oía principalmente castellano y en clase un popurrí de lenguas y, principalmente, lo que sonaba a una especie castellano catalanizado o un catalán castellanizado, dependiendo de la lengua predominante en los demás entornos del alumnado.
La Educación juega un papel muy importante en la promoción del conocimiento y el respeto entre las diferentes culturas. Y es en el patio escolar dónde se pueden ver y analizar situaciones de discriminación y prejuicios por las que pasa el alumnado migrante, provocadas por factores, personales, familiares, escolares, sociales y estructurales, debido a la falta de recursos públicos.
Por eso pienso que compartir un idioma local nos nivela a todas, al menos en el espacio de comunicación y afirmación de ideas, nos da recursos propios para superar y compensar los desafíos y dificultades por los que pasamos.
El aprendizaje (y el esfuerzo)
La lengua vehicular de la escuela era el catalán, las clases se impartían mayoritariamente en catalán, excepto las clases de castellano e inglés.
El profesorado nos pedía que habláramos en catalán durante las clases, sobre todo y especialmente durante la asignatura de catalán. En ningún momento se me trató mal por no hablarlo en clase o en los pasillos. Si pedía en castellano ir al baño, o turno para hablar en clase o una explicación sobre lo que estábamos dando en clase, la respuesta solía ser “intentem parlar català a classe, si us plau” “intentemos hablar catalán en clase, por favor”.
El hecho de no estudiar más asignaturas en castellano no ha influido negativamente en mi aprendizaje del castellano, de hecho, no ha provocado que no sepa hablarlo, leerlo o escribirlo a la perfección. Todo lo contrario; después de doce años de inmersión lingüística, habiendo sido alfabetizada un noventa por ciento en catalán, si tengo algún tipo de déficit en una lengua es sin duda en el catalán.
Este ejemplo muestra la importancia y la necesidad de un entorno catalanoparlante en las escuelas, sobre todo si hablamos del alumnado que en casa habla otras lenguas, como ha sido mi caso.
Echando una mirada atrás, durante toda mi infancia, el catalán y el portugués tuvieron un papel muy parecido: ambas eran lenguas minoritarias en relación al entorno. Con ambas tuve sentimientos encontrados o sentí aborrecimiento en algún momento, por las correcciones que recibía por parte de los mayores al decir un castellanismo y por la obligación de hablarlas aun cuando no recordaba alguna palabra. Ambas intentando emerger y consolidarse en contraposición al castellano que naturalmente aparecía en lo cotidiano.
Otra vuelta de tuerca
De los doce a los dieciocho años, ya con un total dominio de tres lenguas (portugués, catalán y castellano), le dije a mi madre que quería estudiar la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) y el Bachillerato en la “Scuola Italiana di Barcellona” y el “Liceo Italiano di Barcellona Edoardo Amaldi”. Eso significaba una inmersión lingüística adicional; pero de esa vez, sin referencia familiar o local que me ayudara.
A diferencia de la escuela catalana, nadie cuestionó nunca la necesidad de impartir todas las materias en italiano, aun estando en territorio español. De hecho, el italiano para el alumnado era como el portugués y el catalán para mí: una lengua hablada en ámbitos reducidos.
De igual manera que en la escuela catalana, en la escuela italiana los profesores nos pedían que habláramos en italiano en las clases para fomentar la inmersión, puesto que el castellano ya se hablaba en la calle y entre el alumnado.
Gracias a la inmersión lingüística, en tres meses ya entendía, a los dos años ya hablaba y escribía con fluidez y a los cuatro años la profesora nos mandaba parafrasear los versos de Dante Alighieri, en italiano original. Con esto quiero decir que, sí es una maravilla leer a Luigi Pirandello y ver las películas de De Sica sin traducciones, también lo es leer a Montserrat Roig o a Mercè Rodoreda en su idioma original.
Y es que, sin una real inmersión lingüística, en el ambiente mayormente castellanoparlante en el que vivimos, el alumnado no acaba de consolidar su aprendizaje.
Conclusión
Todas las lenguas que domino son una riqueza y un conocimiento que he tenido la suerte de adquirir en mi niñez, con menos dificultad que la que tendría si me pusiera a aprenderlas hoy.
Siempre me han considerado “la española”, en Brasil, y “la brasileña”, en la escuela. De hecho, es interesante reflexionar sobre este conflicto interno que me hacía plantearme “pero y yo ¿de dónde soy?”. Para resolver esta pregunta, las lenguas juegan un papel esencial. El catalán ha supuesto un lazo entre el lugar en que he nacido y crecido. De alguna manera me ha ayudado a entender y a defender que el haber sido escolarizada en ese idioma no me ha quitado nada, no me ha privado de tiempo, relaciones personales ni oportunidades; al contrario, ha sumado, y mucho. El que me sienta brasileña y hable catalán no quita que también sea catalana y hable portugués.
Tengo múltiples identidades, gracias también a todos mis idiomas. Eso me enorgullece y debería enorgullecernos a todas como sociedad.
Este texto aparece, ligeramente recortado, en el Boletín 36 de Marx21, 15/01/2022