Suplemento especial: 08/01/2022

ES CA

Nuestra comida: sus beneficios

Capitalismo, alimentación y agricultura

La moda vegana

La guerra contra el azúcar

Un sistema de desperdicio y podredumbre

Cambiar la dieta o cambiar el sistema

¿La carne causa el caos climático?

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Capitalismo, alimentación y agricultura

Un nuevo informe publicado por la Organización Mundial de la Salud analiza los posibles orígenes del coronavirus.

Todos estos informes apuntan hacia la misma conclusión: que la producción de alimentos, con fines de lucro, ha llevado al origen de un virus mortal.

En su folleto sobre capitalismo y alimentación, Amy Leather sostiene que la Covid-19 no es una anomalía. Con los sistemas alimentarios actuales, es probable que los virus más mortales se transmitan a los humanos.

La agricultura industrializada coloca una enorme cantidad de ganado en espacios reducidos. Estos animales se crían así para producir los máximos beneficios.

A menudo, la forma en que se crían los deja con un sistema inmunológico débil, por lo que cuando un virus golpea, se propaga y puede mutar fácilmente.

Enfermedades

La expansión de los espacios humanos en hábitats de animales salvajes también ha llevado a un contacto cada vez más estrecho con sus enfermedades.

El afán de lucro del capitalismo se produce a expensas de las personas, de los alimentos y del planeta.

Esto significa que la expansión y la industrialización de la producción mundial de alimentos está teniendo consecuencias mortales.

No solo conduce a virus mortales, sino que también conduce al hambre generalizada, a la mala salud y al aumento de la obesidad.

El capitalismo impulsa a las empresas a competir e innovar constantemente para garantizar que continúen obteniendo ganancias.

Se producen suficientes alimentos para que cada persona en el mundo pueda recibir 3.000 calorías al día. Sin embargo, millones de personas mueren de hambre cada año, mientras millones de toneladas de alimentos se desperdician. Incluso los alimentos que consumimos carecen de gran parte de su valor nutricional, porque lo han reemplazado por aditivos y conservantes.

Además, está la cuestión de la vinculación del sistema alimentario mundial con el cambio climático y los desastres ambientales. El sistema alimenticio mundial en su forma actual está dejando profundas cicatrices en el planeta. Muchos de los procesos utilizados en la producción de alimentos —como el uso de pesticidas, fertilizantes y envases de plástico— dependen en gran medida de la industria de los combustibles fósiles.

Deforestación

La agricultura a gran escala ha provocado la eliminación de nutrientes del suelo y la deforestación.

Marx y Engels tenían claro que los humanos formamos parte de la naturaleza, no estamos por encima de ella. Para las y los marxistas, la sociedad humana está indisolublemente ligada al mundo natural.

Los seres humanos siempre hemos tenido un impacto en el medio ambiente, pero este ha sido completamente transformado por el capitalismo. En el sistema capitalista, el planeta es un recurso más a explotar. Para muchas personas, lo que comemos es una cuestión profundamente personal.

Esto está respaldado por la frecuencia con la que la clase dominante culpa individualmente a las personas más pobres de tener hábitos alimenticios poco saludables.

Y otros dicen que hacer cambios en nuestras dietas, como volvernos veganos, es la mejor manera de reducir las emisiones y salvar el planeta.

Pero está claro que para alterar fundamentalmente un sistema alimentario roto debemos organizar una respuesta colectiva.

Los movimientos de los últimos años, como las huelgas y las protestas climáticas, han identificado a las grandes empresas como a las que más contribuyen al cambio climático.

Para la salud de los seres humanos y del planeta, necesitamos un tipo diferente de sistema alimentario, uno que esté lejos de las manos de las corporaciones.

Y para tener un sistema alimentario que realmente satisfaga nuestras necesidades, necesitamos un sistema socialista que ponga a la gente corriente a cargo de la producción de alimentos.

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La moda vegana

Simon Basketter, Socialist Worker, 12/01/2019

A partir de octubre, cuando aparentemente comienza a nivel comercial la Navidad, los capitalistas gastan una fortuna creando una burbuja de irrealidad: las preocupaciones pueden esperar, el queso y los Baileys no tienen calorías.

Y para pasar unas buenas Navidades hay, en primer lugar, que aumentar las deudas, que ya eran de por sí una preocupación, comprando más cosas.

Luego, en enero, sucede algo similar. Se nos anima a examinar nuestra cintura, nuestra conciencia y determinación. Año nuevo, nuevo comienzo, nuevo yo.

Lo más importante es una nueva oportunidad de ventas. Entonces, los chefs famosos que mostraban cómo cocinar banquetes comienzan a vender libros que abogan por la hambruna.

La última gran novedad es Veganuary (“Veguenero”). Nos lo presentan como un desafío anual dirigido por una organización sin fines de lucro del Reino Unido que promueve y educa sobre el veganismo, alentando a las personas a seguir un estilo de vida vegano.

Marketing

En realidad, es una campaña de marketing muy apreciada por las grandes empresas de alimentación que han producido toda la basura que es lo que enfermó a la gente en el inicio. Ahora quieren vender más de la misma basura, pero a base de plantas.

Es un círculo perfecto de ganancias: vende el problema y luego vende la supuesta solución.

La decisión de un individuo de volverse vegetariano o vegano por cualquier motivo es completamente razonable. Y, según la revista Vegconomist, 5,1 millones de personas en el Estado español se identifican como veganas o vegetarianas.

Tesco, líder del mercado alimentario en Gran Bretaña, tiene un “chef ejecutivo y director de innovación con productos basados en plantas”. Las cadenas alimentarias tienen ofertas aptas para veganos. McDonald’s sirve hamburguesas McVegan.

Una nueva línea de comidas veganas de la cadena Marks & Spencer, Plant Kitchen, dice “aptas para veganos”. Pero la letra pequeña advierte que “no son aptas para personas alérgicas a la leche o al huevo”.

Así que las empresas realmente no saben ni les importa lo que hay en su comida, independientemente de si comes carne o no. La consultora e investigadora de mercado Mintel descubrió que ya en 2014 las ventas de alimentos sin carne se dispararon a la cifra de 336 millones de kg, un 22 por ciento más que en 2013.

Hicieron esta investigación para vender su trabajo de consultoría sobre cómo aprovechar el mercado vegano.

Recientemente un informe de Bloomberg Intelligence pronosticó que el valor del mercado de alimentos de origen vegetal se disparará de 29.400 millones de dólares en 2020 a 162.000 millones de dólares en 2030.

Los artículos que nunca han contenido productos de origen animal (nueces, legumbres y edredones sintéticos) han sido rebautizados como veganos para capitalizarlos. Al igual que incluir “natural” en una etiqueta, el término “vegano” puede servir de tapadera para todo tipo de abusos.

Éste es el caso de la salchicha vegana de la cadena británica Greggs, que cuesta más que la que pasa por ser de carne. Su lanzamiento hizo que esta empresa subiera 111 millones de euros en bolsa en solo dos días.

Incluir extracto de soja en pasteles que probablemente estén hechos con aceite de palma no te salvará ni a ti ni al planeta. Las vacas no son responsables del cambio climático, el capitalismo sí lo es.

La industria cárnica tiene un impacto medioambiental desastroso. Las condiciones de la agricultura industrial capitalista son pésimas para los animales, el planeta y los alimentos que se producen.

Pero las lentejas, la quinoa y los garbanzos importados crean una huella de carbono significativa. El precio de la quinoa ha subido tanto en Perú y Bolivia que las poblaciones de estos países ya no pueden permitirse el lujo de comer el grano que siempre los había sostenido, y han tenido que pasar a la comida basura.

Sequías

El meteórico aumento del consumo de almendras, tanto al natural como en leche de almendras, ha contribuido a las sequías en California. Alrededor del 80 por ciento de las almendras del mundo provienen de allí.

Por supuesto esto no justifica el cultivo de césped especial para alimentar a las vacas en California, que también es destructivo por gran consumo de agua.

Pero anualmente se transportan alrededor de 31 mil millones de abejas a las granjas de almendras de California para polinizar los cultivos de almendras. Esto tiene varias desventajas. Las abejas se vuelven dependientes de una sola fuente vegetal, lo que las deja a merced de los parásitos.

Las granjas de almendras utilizan grandes cantidades de pesticidas para asegurarse de que no crezca nada más salvo almendros en el suelo.

En 2015 usaron demasiado y mataron a una cuarta parte de la población de abejas de EEUU.

El negocio de la alimentación es el problema. Debemos desconfiar de todo intento, como el absurdo impuesto sobre la carne, para hacernos apartar la mirada de sus crímenes.

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La guerra contra el azúcar

Sarah Bates, Socialist Worker, 25/05/2018

Parece que la industria alimentaria está ganando la primera batalla en la guerra sobre el azúcar en los alimentos.

Están disponibles los primeros resultados de la campaña de reducción de azúcar “salud sigilosa” del Public Health England (PHE). Y el resultado no es tan exitoso como se esperaba.

El objetivo del PHE era reducir el azúcar en los alimentos en un 20 por ciento para 2020, con una reducción del 5 por ciento en el primer año. Sin embargo, en el primer año, la reducción fue solo del 2 por ciento.

El PHE está pidiendo a los fabricantes de alimentos que vendan alimentos con menos azúcar, además de alentar a los bares y restaurantes a reducir la cantidad de azúcar en las porciones de alimentos.

Pero en su primera evaluación, el PHE admitió que “los niveles de azúcar son generalmente los mismos en todos los sectores”. Y el 12 por ciento de los productos de las 20 principales marcas responsables de la mayoría de las ventas de azúcar mostraron un aumento en sus niveles.

El PHE dijo que las empresas deberían reducir el azúcar cambiando las recetas, reduciendo el tamaño de las porciones o alentando a las personas a comprar productos sin azúcar.

Los empresarios de la alimentación han aprovechado la oportunidad para hacer un producto más pequeño, al tiempo que aumentaban el precio.

El ex ministro de salud laborista Ben Bradshaw criticó el informe:

“Esto es extremadamente decepcionante y refuerza la necesidad de una estrategia mucho más sólida contra la obesidad por parte del gobierno”. “La industria alimentaria y publicitaria todavía niega esta importante crisis de salud pública y su papel en ella”, dijo.

Pero los empresarios de la industria alimentaria no desconocen el daño que pueden causar los altos niveles de azúcar en la salud. Simplemente se les permite ignorarlo.

Según las reglas actuales, el PHE solicita a las empresas que realicen cambios de forma voluntaria, sin sanciones si no lo hacen.

Más directa es la siguiente fase de la estrategia de reducción del azúcar: el controvertido “impuesto al azúcar” que ya se aplica a los refrescos a partir de abril de 2018. Las bebidas que contienen mucho azúcar pagan un impuesto de 21 o 29 céntimos por litro. Pero los fabricantes pueden simplemente transferir ese costo al consumidor.

A principios de este año, Coca-Cola anunció planes para reducir el tamaño de una botella de 1,75 litros a 1,5 litros y subir el precio en 24 céntimos.

Los hallazgos del informe se producen cuando los expertos en salud advierten sobre el aumento de los niveles de obesidad y de su efecto sobre la sanidad pública.

El University College London analizó los datos de población y la obesidad. El investigador principal Alan Moses dijo que Gran Bretaña está “experimentando una tendencia creciente tanto hacia la obesidad como hacia la diabetes y es insostenible para los pacientes y el sistema de salud”.

Pero hacer que ciertos alimentos sean más caros para la gente de la clase trabajadora no aborda cuestiones más fundamentales sobre la dieta. La gente no necesita sermones moralizadores ni comida más cara: necesita apoyo para llevar una vida más sana.

No culpes a la gente común

El impuesto al azúcar se basa en ideas profundamente paternalistas sobre la clase trabajadora. Algunas y algunos defensores de los impuestos al azúcar tienen buenas intenciones. Insisten en que la buena salud es simplemente una cuestión de educar a todas las personas para que dejen de tomar malas decisiones alimentarias.

Pero hablar de “elección” y “estilo de vida” ignora el hecho de que la salud depende en gran medida de la clase social. Un bebé nacido en una de las zonas más ricas de Gran Bretaña sobrevivirá ocho años más a uno nacido en una de las más pobres.

Es mucho más fácil para las personas más ricas comprar alimentos frescos, orgánicos y de origen local si lo desean porque tienen más tiempo y dinero.

Todo el mundo debería tener acceso a una buena comida. Pero los impuestos punitivos no son la respuesta.

Obeso

Las personas más pobres son las más propensas a ser obesas, pero no porque sean demasiado perezosas o estúpidas para entender la alimentación saludable. En parte, se debe a que son bombardeadas con publicidad que los anima a comprar alimentos preparados con altos niveles de sal, grasas y poco valor nutricional.

Las personas con trabajos mal pagados no siempre tienen el dinero para tomar “decisiones” sobre qué comer.

Y con el aumento del uso del banco de alimentos en un 13 por ciento desde el año pasado, para algunos se trata simplemente de comer lo suficiente.

Pero los políticos y los chefs famosos se centran en cambios legislativos que dependen de suposiciones sobre la gente de la clase trabajadora.

Nicola Sturgeon, la primera ministra de Escocia, se reunió con el famoso chef y multimillonario Jamie Oliver para hablar sobre la obesidad infantil.

Sturgeon se comprometió a poner fin a las promociones de comida basura de los supermercados, como las ofertas de pizza dos por una. Esta estrategia gira en torno a la idea de que los malos alimentos deberían ser más caros para que los pobres se vean obligados a comer menos.

En lugar de fomentar una alimentación saludable, Sturgeon, Oliver y otros quieren obligar a las personas, mediante los precios, a asumir una dieta de su elección. Los alimentos saludables y nutritivos deberían ser más baratos. Pero la salud es más que una simple cuestión de poder pagar o acceder a alimentos saludables.

La salud se ve afectada por la estructura de la sociedad. Por ejemplo, mucha gente común no puede perder el tiempo o el dinero para pagarse clases de ejercicio o la cuota de un gimnasio.

Los planes de los conservadores de implementar el Crédito Universal en Inglaterra —un recorte en las prestaciones sociales— arrebatarán las comidas escolares gratuitas a un millón de niños y niñas. Su queja sobre la salud alimentaria de las criaturas es una auténtica hipocresía.

Los conservadores recortaron la atención médica, recortaron puestos de trabajo y congelaron los salarios del sector público. Todo esto dificulta la salud de la gente común.

El mundo está estructurado para que la gente se sienta impotente y alienada. Uno de los impactos es que las personas se comportan de manera que pueden dañar su salud. Algunas personas recurren a la comida basura como un consuelo o un “regalo”. No es sorprendente cuando estamos rodeados de comida para llevar barata y de anuncios que afirman que la comida basura nos hará más felices.

Depender de los conservadores para que tomen medidas sobre la salud de la clase trabajadora solo conduce a medidas punitivas.

Necesitamos luchar contra los conservadores y por un mundo en el que la gente común tenga voz y voto en la organización de la sociedad.

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Un sistema de desperdicio y podredumbre

Sadie Robinson, Socialist Worker, 24/04/2020

Más de 250 millones de personas se enfrentan a una incertidumbre alimentaria a finales de este año, mientras que los productores están destruyendo alimentos a gran escala.

El capitalismo es un sistema que antepone las ganancias a las necesidades. Produce grandes cantidades de alimentos, solo para tirarlos mientras la gente se muere de hambre.

“Los frutos de las raíces de las vides, de los árboles, deben destruirse para mantener los precios y esto es lo más triste y lo más amargo de todo. Cargamentos de naranjas arrojados en el suelo. La gente vino de muy lejos para coger la fruta, pero no podía ser. ¿Cómo iban a comprar naranjas a veinte centavos la docena si podían salir y recogerlas? (…) Y niños agonizando de pelagra deben morir por no poderse obtener un beneficio de una naranja. Y los forenses tienen que rellenar los certificados —murió de desnutrición— porque la comida debe pudrirse, a la fuerza debe pudrirse.”

“Y los hombres con mangueras arrojan chorros de queroseno en las naranjas, y se enfurecen ante semejante crimen, y se enfadan con la gente que ha venido a tomar la fruta (…). Y el olor a podrido llena el campo”.

John Steinbeck escribió Las uvas de la ira, una declaración del terrible trato al que se enfrentaron los pobres durante la Depresión, en 1939. Crímenes similares continúan sucediendo en la actualidad.

La crisis del coronavirus comenzó con los políticos quejándose de las compras fruto del pánico en los supermercados y la prensa sensacionalista advirtiendo sobre la escasez de alimentos. Ahora la comida se destruye deliberadamente, en grandes cantidades.

Un procesador de pollos de EEUU describió como rompía 750.000 huevos sin eclosionar cada semana. Los agricultores estadounidenses están tirando 14 millones de litros de leche todos los días. En Gran Bretaña, alrededor de cinco millones de litros por semana corren el riesgo de desperdiciarse.

Granjeros de todo el mundo están dejando sus cosechas en la tierra. El coste de recolectarlas y empaquetarlas sería más alto de lo que recibirían al venderlas, y no hay instalaciones para almacenar productos.

Mientras tanto, según Naciones Unidas, la crisis del coronavirus duplicará el número de personas que sufren una grave escasez de alimentos.

Se estima que alrededor de 265 millones de personas se enfrentarán a una inseguridad alimentaria aguda a finales de este año.

Ésta es la irracionalidad absoluta de la producción de alimentos bajo el capitalismo. No es que la gente no necesite o quiera leche, verduras y carne. Es que los productores no pueden venderlos de forma rentable.

El virus y los confinamientos han tenido algunos efectos directos en la industria alimentaria.

Por ejemplo, aproximadamente la mitad de los alimentos cultivados en EE UU generalmente se destina a restaurantes, escuelas, estadios, parques temáticos y cruceros. Y una caída en las exportaciones a China ha tenido efectos en todo el mundo.

Pero la causa del desperdicio de alimentos es mucho más profunda. Antes de que estallara la crisis, no se consumían un tercio de los alimentos cultivados a nivel mundial.

En octubre del año pasado, se esperaba que el excedente de leche de Escocia superara los 200 millones de litros en el período 2019-20. El superávit se ha más que duplicado en los últimos cinco años.

Los portavoces de la industria en EEUU nos aseguran que hay cientos de millones de kilos de carne en cámaras frigoríficas.

Si los alimentos desperdiciados fueran un país, sería el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero después de China y Estados Unidos.

En el caso del desperdicio de alimentos no se trata de compradores individuales que compran demasiado y lo tiran a la basura. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estimó que el 60 por ciento del desperdicio de alimentos en Europa se produce antes de que llegue a los consumidores.

El desperdicio y la sobreproducción están integrados en el sistema porque éste se basa en la competencia.

Supongamos que un conjunto de escuelas en un área determinada consume 100.000 litros de leche al mes. Si hay cuatro proveedores de lácteos en la zona, no se unirán y planearán producir 25.000 litros cada uno. Más bien, cada uno querrá suministrarlo todo para obtener el máximo beneficio. Entonces producirán más de lo necesario.

Esta tendencia a la sobreproducción está en todas partes bajo el capitalismo debido a la presión constante sobre los empresarios para competir y aumentar las ganancias.

El capitalismo también trabaja para concentrar el poder en un número menor de manos.

Las empresas que compiten con éxito se tragan a las más pequeñas. Por eso, por ejemplo, el tamaño medio de las granjas ha aumentado, mientras que el número de granjas ha disminuido.

Y es por esto que la industria alimentaria está ahora dominada por un puñado de agroindustrias obscenamente ricas como Cargill, Nestlé y Pepsi-Co.

Estas empresas están impulsadas por las ganancias, no por planificar la producción y distribución de alimentos para satisfacer las necesidades. En cambio, los alimentos son un producto básico que se compra y vende en un vasto mercado mundial.

Esto y las desigualdades del sistema distorsionan la producción de alimentos de muchas formas.

Los países endeudados pueden quedar atrapados en acuerdos para producir ciertos bienes en lugar de otros, independientemente de si esto satisface las necesidades de las personas.

En toda África, la presión para pagar intereses sobre la deuda ha reforzado la tendencia a concentrar los recursos en la producción de cultivos para la exportación, no para el consumo interno. Esto genera una mayor rentabilidad. Pero significa que hay países con personas desnutridas que exportan alimentos.

El dominio absoluto de los supermercados sobre la industria alimentaria aumenta el desperdicio. Y los patrones y gobiernos acumulan alimentos para controlar los precios.

Hace dos años, el sitio web Político se retorcía las manos sobre el “lago de leche escondido” de Europa. Su preocupación no era que la leche se acumulara mientras millones de personas morían de hambre. Era que el excedente podía amenazar las ganancias.

Que la gente coma lo suficiente no depende simplemente de lo que se produce. Se trata de si los que están arriba lo pondrán a disposición y si tenemos dinero para comprarlo.

Y el coste de los alimentos está sesgado por otras personas que buscan obtener ganancias.

El enorme casino que es el mercado financiero causa estragos en la industria alimentaria. Los especuladores que apuestan por los precios “futuros” de los productos alimenticios pueden aumentar su coste, un desastre para las personas que ya no puedan permitírselo.

Durante la crisis financiera de 2007-08, los precios del trigo de primavera, medidos en los mercados estadounidenses, aumentaron un 25 por ciento en solo un día. El volumen de futuros y opciones agrícolas —mecanismos de especulación— creció casi un tercio entre 2006 y 2007.

Los inversores vieron los alimentos como un producto “más seguro” en el que invertir. Y mientras sus acciones ayudaron a disparar los precios de los alimentos, más personas pasaban hambre. En ese momento, la FAO señaló que había, de promedio, un 15 por ciento más de alimentos disponibles por persona que 20 años atrás. Y esto aunque la población mundial se había incrementado en 1.800 millones de personas.

Esta vez, los especuladores se han apresurado nuevamente para ver si existe la posibilidad de sacar dinero rápido de la crisis.

Así que los futuros de los lácteos han bajado. Pero los futuros del zumo de naranja concentrado congelado se dispararon un 25 por ciento en un mes.

Mientras millones de personas pasan hambre, el sistema empuja a otras a consumir más de lo que necesitan. No se trata de lo que es mejor para la gente corriente, sino de lo que es mejor para las ganancias.

La leche y los alimentos que se están destruyendo actualmente podrían utilizarse para alimentar a los más de 800 millones de personas que padecen desnutrición crónica en todo el mundo. Las verduras que se dejan en la tierra se podrían cosechar y distribuir.

Pero lograr este tipo de cambio requerirá una gran batalla. Una sociedad socialista, basada en la planificación colectiva y democrática, no se preocuparía por lo que genera ganancias para unos pocos peces gordos. Podría desarrollar una producción de alimentos genuinamente sostenible que asegurara que nadie pasara hambre.

La producción sostenible de alimentos es imposible mientras la prioridad sea el lucro. Y los Estados detestan “interferir” en el mercado para asegurarse de que la gente obtenga alimentos. No podemos confiar en ellos para desafiar los grandes intereses comerciales que representan.

Si este sistema caótico e irracional continúa, la gente morirá de hambre mientras se desperdician alimentos a escala industrial.

Como escribió Steinbeck, “los niños que mueren de pelagra deben morir porque no se pueden sacar ganancias de una naranja. Y los forenses deben llenar el certificado —murió de desnutrición— porque la comida debe pudrirse, debe ser forzada a pudrirse. Aquí hay un crimen que va más allá de la denuncia”.

Repaso de hechos

Demasiada comida: Pero no suficiente para que todo el mundo coma

Una de cada nueve personas en todo el mundo no tiene suficiente para comer, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Su informe anual de seguridad alimentaria referente a 2020 dijo que cerca de 811 millones de personas padecían hambre en todo el mundo.

Durante décadas, el número de personas desnutridas en todo el mundo fue disminuyendo. Pero desde 2015 las cifras han ido en aumento.

El informe dice que: “La situación es más alarmante en África, donde una de cada cinco personas padecía hambre en 2020, lo que representa un incremento de tres puntos porcentuales en un año”.

Las tasas de desnutrición también habían aumentado en América Latina y el Caribe.

El informe advierte que “el 9,2 por ciento de la población mundial (o un poco más de 720 millones de personas) estuvo expuesta a niveles severos de inseguridad alimentaria en 2020”.

Supermercados de la vergüenza

Un informe de 2018 del grupo Feedback criticó el “papel sistémico que desempeñan los supermercados en la sobreproducción y el desperdicio de alimentos” en las granjas británicas.

Decía: “El desperdicio de alimentos representa una catástrofe ecológica de proporciones asombrosas. El desperdicio de alimentos comienza en la primera etapa de la cadena de suministro: en la granja”.

Explicó cómo las prácticas comerciales de los supermercados producen enormes cantidades de desechos.

“Las prácticas comerciales, incluidas las cancelaciones de pedidos, los cambios de última hora en los pronósticos, los cambios retrospectivos en los acuerdos de suministro y el uso de especificaciones cosméticas para rechazar productos provocan el desperdicio de alimentos”, dijo.

“Los productos rechazados por razones cosméticas, como tener la forma, el tamaño o el color incorrectos, fue la principal razón para el desperdicio de alimentos identificado por los agricultores en esta investigación. Las prácticas de contratos de supermercados también se identificaron como una de las principales causas de desperdicio. Debido a factores naturales incontrolables como el clima y las plagas, los agricultores no pueden controlar las cantidades finales que producen. Para evitar el riesgo de pérdida de contratos, los agricultores deben cumplir con los pedidos de los compradores en su totalidad; para garantizar esto, deben producir en exceso.”

“La inflexibilidad de los contratos de los supermercados ha normalizado la sobreproducción y el desperdicio resultante”.

Lee el informe en bit.ly/Feedback-food-report

Desperdicio masivo de alimentos

En la Unión Europea se desperdician unos 88 millones de toneladas de alimentos al año y se emiten 170 millones de toneladas de CO2 en la producción y eliminación de los residuos alimentarios. Los costes asociados a los residuos alimentarios se calculan en unos 143.000 millones de euros. Dos tercios de estos costes están asociados a los residuos de alimentos de los hogares.

Todos los informes elaborados en diversos países coinciden en que el desperdicio de alimentos ocurre a lo largo de toda la cadena de suministro de alimentos. Sin embargo, los desechos en la etapa agrícola son más difíciles de cuantificar “porque la agricultura está sujeta a las incertidumbres del mundo natural”.

Según un informe de la UE de 2019, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Alemania y Reino Unido eran los 5 países que más alimentos desperdiciaban. Por sectores: Hogares (53%), Producción (11%), Procesado (19%), Servicios de alimentación (12%) y Venta (5%).

El Food Waste Index 2021, publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, señala que en el mundo se desperdician 931 millones de toneladas de alimentos cada año. Las cifras más altas corresponden, como es lógico, a los países con más habitantes: China (91,6 millones de toneladas) e India (68,8 millones). En el Estado español la cifra es de 3,61 millones de toneladas anuales.

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Cambiar la dieta o cambiar el sistema

Xoán Vázquez, Marx21

La alimentación se ha convertido en una de las cuestiones políticas más importantes abordadas por el movimiento anticapitalista.

Las protestas del movimiento en las cumbres de la OMC colocaron el tema pobreza/seguridad alimentaria en el centro de los debates.

¿Por qué son importantes los alimentos? Vivimos en un mundo en el que el sistema de producción de alimentos genera miles de millones de euros de ganancias para una pequeña minoría de propietarios de empresas, al tiempo que causa destrucción ecológica, desnutrición, hambre y pobreza para la gente corriente.

Tanto la hambruna como el consumo excesivo hacen estragos. Se producen más alimentos que nunca, pero casi un tercio de la población mundial sufre de hambre y desnutrición. En Europa, el número de personas obligadas a utilizar los bancos de alimentos se ha disparado en la última década. Algo, que es esencial para la vida humana, se produce de tal manera que se asegura que los patrones alimentarios se asienten encima de un sistema de desperdicio, mala salud y hambre.

El horror ante este sistema, las comidas que sirve, cómo trata a los involucrados en la producción y el impacto en nuestro medio ambiente, sin mencionar nuestra salud, ha llevado a una creciente preocupación por los alimentos que comemos. La crisis del Covid-19 ha puesto de manifiesto aún más el impacto de la producción de alimentos.

Modos de producción

En los reportajes de denuncia se muestra cómo los virus se propagan entre los animales apiñados en vastas granjas industriales y cómo la agricultura industrializada está invadiendo aún más las tierras previamente baldías.

Estos métodos nos ponen a todas las personas en peligro. Pero los debates sobre la comida pueden estar cargados de moralismo. De hecho, la comida puede ser un tema extremadamente emotivo: lo que elegimos ponernos en la boca se siente intrínsecamente personal. Lo que comemos generalmente se presenta como una elección personal y, por tanto, cuando se trata de alimentos, si no tomamos las decisiones correctas, se considera que es nuestra culpa.

Algunos activistas nos exhortan a volvernos veganos. Otros argumentan que “comprar y comer productos locales” es la respuesta. Los conservadores afirmaron lanzar una guerra contra la obesidad en un intento por mejorar nuestra salud en los primeros meses de la pandemia. Las conclusiones son que al cambiar nuestra dieta podemos lograr un cambio mayor. Por consiguiente, tenemos la culpa si comemos los “alimentos equivocados”.

Decisiones

Pero, la comida es una parte integral de la sociedad en la que vivimos, es una cuestión de clase.

En particular, se culpa a la gente de clase trabajadora por no tomar las “decisiones” correctas y se les estigmatiza.

Queremos que los individuos puedan tomar las mejores decisiones posibles, pero reconocemos que la llamada “elección” está determinada por la sociedad más amplia en la que vivimos. Lo que las personas comemos (o no comemos) siempre ha estado determinado por una interacción compleja entre lo social, lo económico y lo medioambiental.

A menudo se afirma que la dieta poco saludable y destructiva para el medio ambiente se debe a la demanda de los consumidores. Por tanto, la solución es persuadir a las personas para que cambien sus hábitos alimenticios.

Pero esto no es así sino al revés. En su lugar, debemos analizar cómo se producen los alimentos bajo el capitalismo y, en particular, el aumento de la producción agrícola y ganadera industrializada en el período tras la Segunda Guerra Mundial, y cómo el sistema alimentario da forma y cambia nuestras dietas y elecciones. Y las cambia por los enormes beneficios que se obtendrán de la producción de cereales y animales en el corazón de nuestro sistema alimentario.

Multinacionales

Comenzó en Occidente, pero se ha convertido en un sistema global dominado por gigantes multinacionales en competencia implacable entre sí.

La comida que se nos ofrece hoy es una consecuencia de este sistema más que una respuesta a la elección del consumidor. El problema al que nos enfrentamos es el capitalismo: este sistema es el enemigo y es el que ha creado un sistema alimentario tan destructivo. La solución a estos problemas no son los cambios dietéticos individuales, sino la acción colectiva masiva.

Los problemas causados por el sistema alimentario están directamente relacionados con la forma en la que el capitalismo organiza la producción en aras del beneficio de una pequeña minoría en lugar de alimentar a las personas o proporcionar opciones de alimentos saludables.

Bajo el capitalismo, la comida es una mercancía, algo que se compra y se vende como todo lo demás. El cultivo, elaboración, procesamiento y venta de alimentos es un gran negocio, ¡un muy gran negocio! En 2018, el sistema alimentario mundial estaba valorado en 10 billones de dólares. Nuestra comida está en manos de unas pocas grandes corporaciones cuyo objetivo no es brindarnos alimentos saludables a precios asequibles, sino maximizar sus ganancias. Todas las empresas involucradas en la producción de alimentos se preocupan principalmente por el resultado final, independientemente del impacto en nuestra salud.

¿Podría la escasez de alimentos derribar el capitalismo?

Cuando los precios de muchos alimentos básicos se dispararon en 2007 y 2008, miles de personas se amotinaron en más de 30 países, desde Bangladesh hasta Burkina Faso. En Haití, los disturbios expulsaron al presidente Réné Préval de su cargo; en Egipto fueron un acto clave en el prólogo del proceso revolucionario.

Tomó por sorpresa al establishment intelectual del mundo. En 2009, la revista Scientific American publicaba artículos con títulos como “¿Podría la escasez de alimentos derribar la civilización?” Después de todo, puede haber pocos fallos más serios en cualquier orden social que la incapacidad de alimentar a la población, como lo sabían los bolcheviques cuando hicieron de la demanda de “paz, pan y tierra” una de sus principales consignas en la Revolución Rusa de 1917.

Durante las tres últimas décadas y sobre todo a partir de Seattle, surge una poderosa narrativa de la lucha por el control de la producción de alimentos. El debate dominante sobre la crisis alimentaria tiende a caer en uno de los dos campos: o ubicando complacientemente sus causas fuera de la economía global y esperando una solución tecnológica para marcar el comienzo de una nueva Revolución Verde, o canalizando el debate hacia los argumentos de Thomas Malthus que culpaba de la crisis al crecimiento de la población.

Pero la izquierda tiene suficiente munición para demostrar la centralidad de los factores sociales y económicos en el problema de la alimentación en el mundo.

El sometimiento de la agricultura a las fuerzas del mercado está creando escasez, incluso donde debería haber abundancia, y está socavando las posibilidades de mantener la producción de alimentos en el siglo XXI.

Instituciones financieras

El principal villano es el trío de instituciones financieras internacionales. La Organización Mundial del Comercio ha obligado a muchos países en desarrollo a eliminar los aranceles y los subsidios para los productores de alimentos, con el fin de facilitar la competencia mundial, lo que significa que, en lugar de alimentos para el consumo interno, se alienta a los agricultores a centrarse en los cultivos comerciales para la exportación.

Cada vez más, esto incluye a los biocombustibles que buscan EEUU y la UE. Y el Fondo Monetario Internacional, así como el Banco Mundial, con sus programas de ajuste estructural de privatización y austeridad, han eliminado las redes de seguridad para los pequeños agricultores, que luego tienen que luchar para competir con la agroindustria global.

El resultado ha sido empujar a los países en desarrollo de todo el mundo de la suficiencia alimentaria a la dependencia de las importaciones de los mercados mundiales. Cuando los precios en los mercados mundiales suben, hay menos a qué recurrir. Y las fluctuaciones se ven agravadas por los agronegocios que acaparan el grano a medida que los precios suben y lo tiran a medida que bajan.

Lejos de ayudar a aliviar la escasez, la tecnología ha acelerado la centralización y corporativización de la agricultura. Desde semillas transgénicas patentadas, hasta fertilizantes y pesticidas con base de aceite, los pequeños agricultores tienen que comprar insumos de la agroindustria a los precios dictados por esta última.

Esto empuja a miles a endeudarse y a menudo, en última instancia, a abandonar la tierra por completo. Lo más infame es que estas deudas han llevado a muchos miles de pequeños agricultores al suicidio en la última década en estados indios como Maharashtra y Andhra Pradesh.

Estos desarrollos se han producido entre las devastadas comunidades campesinas y han expulsado a millones de personas de la tierra hacia los barrios marginales urbanos.

Pero, lejos de proclamar la muerte del campesinado, cada día podemos ver inspiradoras muestras de su dura lucha por sobrevivir.

Se nos muestran las batallas de los aldeanos paraguayos contra la mafia de la soja y las ocupaciones y tomas masivas de tierras organizadas por el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) en Brasil.

Son muchos los que defienden la demanda de la federación campesina internacional, La Vía Campesina, de “soberanía alimentaria”, que definen como “el derecho de las personas a alimentos saludables y culturalmente apropiados producidos a través de métodos ecológicamente racionales y sostenibles, y su derecho a definir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas”.

Respuestas

Pero si dentro del movimiento altermundista se promete “conflicto, resistencia y renovación”, esto se cumple con bastante solidez respecto al conflicto, pero solo de manera tentativa sobre la resistencia y la renovación.

Las propuestas son muy débiles a la hora de desafiar al sistema. El libre comercio en la agricultura se queda en una celebración del crecimiento de las marcas de Comercio Justo y la observación de que “los mercados debidamente regulados pueden ser una manera maravillosa de dar voz y poder a las comunidades locales”. A la desaparición del campesinado del África subsahariana se ofrece como solución que “el continente necesita donantes ilustrados y gobiernos africanos dispuestos a sustituir la ayuda alimentaria y las importaciones de alimentos por inversiones equitativas en la agricultura africana a pequeña escala”.

Incluso los mejores ensayos, que desacreditan por completo el sistema impulsado por el mercado y brindan una plataforma a quienes luchan contra él, plantean más preguntas de las que responden. Walden Bello y otros critican a Marx por eliminar prematuramente al campesinado de la historia.

Está bien, pero sucesos como la explotación de los trabajadores migrantes, las huelgas de agricultores en la India, la masificación de las cadenas de comida basura… nos dicen que de lo que se trata ahora es de plantear la cuestión de cómo vamos a encajarlo de nuevo.

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¿La carne causa el caos climático?

La industria cárnica es destructiva, pero cambiar nuestra dieta no será suficiente para salvar el planeta.

Millones de personas quieren hacer algo para “salvar el mundo”. Se nos dice que reciclemos más, dejemos de usar plásticos y cambiemos nuestro comportamiento de muchas formas para reducir nuestra huella medioambiental.

Un cambio que a menudo se nos insta a hacer es adoptar el vegetarianismo o el veganismo: es decir dejar de comer la carne y el pescado, o bien abandonar completamente todos los productos animales, incluyendo la leche, el queso, los huevos, etc.

Mucha gente argumenta que esto tendría un gran impacto en el medio ambiente. Y cambiar la dieta es popular.

En 2017, la demanda de alimentos sin carne aumentó en casi un 1.000 por ciento e incluso las grandes empresas de alimentos como McDonald’s ofrecen opciones veganas. Pero, ¿es suficiente un cambio de dieta para evitar el caos ambiental?

A primera vista, parecería que la respuesta es que sí.

Biodiversidad

La agricultura industrial, en particular la industria cárnica, es muy dañina para el medio ambiente porque depende en gran medida de los combustibles fósiles, pesticidas químicos y fertilizantes.

Toda la agricultura tiene algún impacto en el medio ambiente. Pero los movimientos ecologistas a menudo destacan la cría de ganado.

Por ejemplo, hace tiempo que se producen protestas contra la destrucción de las selvas tropicales de América del Sur que se arrasan para dar paso a las granjas de ganado. Esta destrucción ha contribuido a la extinción de especies y a la pérdida de biodiversidad, la variedad de vida en la Tierra.

También ha contribuido al calentamiento global a través de la destrucción de árboles y otras plantas que eliminan el carbono de la atmósfera.

La ganadería es destructiva porque hay que producir piensos para que los animales coman. Por tanto, implica reservar tierra para cultivar alimentos para los animales, utilizando pesticidas y fertilizantes y, a veces, talando bosques.

La cría de animales también requiere mucha agua y los animales producen metano, un potente gas de efecto invernadero.

Lucro

El capitalismo ha impulsado el desarrollo de la agricultura industrial porque quiere maximizar las ganancias. Los cambios en las dietas individuales no resolverán el hecho de que la producción de alimentos se organiza con fines de lucro.

En los países más ricos, nos venden una dieta rica en carne porque vender carne genera dinero para las grandes multinacionales.

Hacinar vacas y cerdos en vastas granjas industriales no solo es cruel, es rentable y destructivo.

La agricultura industrial moderna se ha desarrollado de una manera particularmente dañina.

Los campos de cultivos únicos como el maíz o el trigo se extienden por millas y millas, lo que requiere grandes cantidades de insumos como agua y productos químicos.

Pero históricamente, las y los agricultores han producido alimentos de formas mucho más sostenibles, utilizando menos insumos y mezclando cultivos y animales.

Los altos niveles de energía que requieren las granjas industriales implican que una tonelada de maíz cultivado en Estados Unidos utiliza 160 litros de petróleo, en comparación con los menos de cinco litros en México.

Mientras tanto, las y los campesinos y trabajadores agrícolas han sido expulsados de la tierra o trabajan por salarios de miseria.

Tanto el planeta como las personas que comemos los alimentos necesitamos desesperadamente una agricultura sostenible. Necesitamos dietas más saludables con alimentos menos procesados.

Multinacionales

Pero conseguir esto significa acabar con el pequeño número de empresas multinacionales que han creado un sistema alimentario altamente insostenible.

Bajo el capitalismo, no solo la producción de carne daña el medio ambiente: lo hace toda la industria alimentaria.

Incluso si se convenciera a todas las personas del mundo para volvernos veganas, aún tendríamos que deshacernos del sistema capitalista que produce nuestra comida.

Los y las trabajadoras del mundo debemos construir una nueva sociedad en la que los alimentos se produzcan de forma sostenible.

Martin Empson, Socialist Worker, 09/04/2019


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